martes, 8 de noviembre de 2022

Otro fragmento del intento de novela romántica existencial que estoy escribiendo, con un toque de erotismo y thriller:

En el momento en que salí sin mayor expectativa, en que pretendí simplemente olvidarlo todo en el San Junipero, apareció ella, emergida como una dulce tiniebla, mediante un deja vu demasiado vívido como para desmentirlo. La coincidencia había posibilitado el milagro: que ella me extrañara y se animara a mensajearme para propiciar otro encuentro posible. ¿Cuál habrá sido el íntimo motivo de esa necesidad? ¿Habrá querido sencillamente pasar un buen rato? ¿O habrá asimilado mejor las cosas?  ¿Habrá resuelto mejor nuestro embrollo de nombres e identidades, para decidirse por una nueva oportunidad? De la forma que fuese, me reencontraba con ella, saliendo del mismo lugar de nuestros amores y nuestros delirios.

Al llegar a su casa, lo primero que hicimos fue comernos furiosamente, atracando contra la pared y arrastrándonos hasta la pieza en donde acabamos tirando como si nos fuéramos a morir a la mañana siguiente. Realmente no había espacio para las palabras. Gemir y sudar eran los únicos lenguajes posibles. De repente, habíamos olvidado por un instante todos los posibles resentimientos y malos entendidos entre nosotros, para entregarnos de lleno al viejo ritual del placer. Caímos luego de largos minutos de acción, rendidos, entregados a Morfeo.

Al día siguiente, despertamos casi al mismo tiempo y comenzamos a hablar. La necesaria plática para arreglar cuentas pendientes después de la exquisita colisión. Ella se incorporó primero, sacó un cigarro lentamente de su cajetilla y la encendió, absorbiendo una fumada profunda:

-Qué loco ¿No crees? Segunda vez que nos topamos en la disco, y siempre acabamos tirando-.

-Sí, qué locura-.

-Fíjate que igual me hacía falta. No sé, como desahogarme. Porque a veces la vida es tan complicada. Creo que de vez en cuando nos merecemos una tregua-.

- ¿Una tregua? -.

-Sí, olvidar lo mierda que es el mundo, al menos por un rato-.

Fumó una quemada larga y dejó el cigarrillo a un lado sobre el velador. La pieza estaba totalmente desordenada, llena de libros desparramados por todos lados, detalle sobre el cual vengo recién a enterarme.

Contemplé por un momento su figura lánguida, bañada por un tímido rayo de luz solar que salía entre las cortinas rojas. De pronto, ella se ladeó para dejar el cigarrillo en el cenicero sobre el velador:

-Mmmm, ¿qué hora es? -, preguntó.

-Tarde ya. Nos quedamos raja-, le contesté.

Cuando la vi ladearse, alcancé a ver con mayor detenimiento un tatuaje con un verso que tenía en el brazo. No le había puesto atención a ese tatuaje antes.

-¿Te gustó? Este tatuaje me lo hice hace mucho, cuando me vine a esta ciudad-.

En esos instantes, no paraba de contemplar su cuerpo blanco, traspasado por los haces de luz, y bajo la penumbra de la cortina, marcado por el tatuaje con un verso inmortal, como si hiciera el contraste con el día radiante que acontecía. Poseído por el encanto, entonces, me incliné hacia su tatuaje y lo besé de la manera más tierna posible. Ella sintió ese beso y se ladeó lentamente:

-O sea, se podría decir que eres otra-, le dije.

Ella se incorporó y me miró por unos segundos.

-Si así lo crees, entonces lo soy…-.

El misterioso tatuaje con el verso me había hecho pensar en aquella primera noche. ¿Realmente, desde esa vez, ella siempre fue otra para mi conciencia? ¿No habrá sido que, al confundirla con otra, ella inmediatamente se volvió esa otra? No podía saberlo. Solo tenía a mi lado a la mujer con la que decidí seguir y dejarme encantar. No cabía espacio para cavilar sobre su alteridad, solo la satisfacción de saberla conmigo, aunque fuese durante esas fugaces horas de desvelo y amanecer.

Sabía que esa iba a ser la dinámica de nuestros encuentros, cada vez que se nos ocurriera coincidir, bajo un insaciable influjo poético. Ella no podía resistirse, ni yo tampoco. Evitábamos, a toda costa, ser engañados, ser heridos de muerte. Sin embargo, había algo, un algo de misterio y de fuerza primigenia, que nos seguía uniendo. Ahora ella era esa otra mujer, indescifrable en un comienzo, pero abierta hasta la médula.

Desde ese momento, supe que todo amor siempre tiene algo de extraño.

Pero el futuro nos tenía reservado un ocaso implacable.

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