miércoles, 14 de julio de 2021

El presidente de Tanzania, Joseph Magufuli, negó el coronavirus. Fue, de hecho, un férreo negacionista. El Ministerio de Sanidad de su país no tuvo la intención de inocular a la población durante el 2020. Tiempo después, murió de problemas cardiacos. Según la oposición, se habría contagiado de covid, creando la paradoja del presidente negacionista muerto por el bicho.

En Burundi, el presidente Pierre Nkurunziza cerró la oficina de Derechos Humanos de la ONU durante el 2019 y luego expulsó al representante de la OMS en mayo de 2020, tras las críticas recibidas por el mal manejo de la pandemia. Tiempo después, misteriosamente, murió de un paro cardiorrespiratorio.

Hace unos pocos días, Jovenel Mose, presidente de Haití, fue asaltado en su propia casa y asesinado por un grupo de colombianos armados. Tiempo atrás, Mose había rechazado la vacuna Astrazeneca, por temor a sus efectos. Haití era, de hecho, el único país sin vacunas del hemisferio occidental. Ahora, se encamina a recibir las millones de dosis enviadas por la administración de Biden, “generosamente” a Latinoamérica, su patio trasero favorito.

No quiero sonar conspiranoico, estableciendo una presunta relación de causalidad entre la negación al covid y la muerte de los mandatarios aquí señalados. No hay pruebas fehacientes para sostener tan severas acusaciones ni para confirmar esas teorías, pero la contigüidad de los hechos no deja de ser demasiado sospechosa. Francamente, a estas alturas del partido, uno ya no sabe qué creer. Raro, todo muy raro.

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