jueves, 27 de septiembre de 2018

Me llaman por unas clases de facilitador y relator para cursos SENCE en Quintero. El proceso de inscripción al sistema había tardado más de lo esperado, tanto así que incluso ya lo había dado por perdido. Pero resulta que cuando postulé a principios de Agosto aún no ocurría el Chérnobil chileno ni mucho menos la alerta amarilla por intoxicación en Puchuncaví y alrededores. La secretaria se limitó a decirme que fuera mañana urgente a la oficina en Viña para coordinar el comienzo de los cursos. Ni asomo de la contaminación ni el zafarrancho medioambiental, cuestiones que tal vez fueron obviadas por la premura del contacto y que seguramente saldrán a colación cuando toque pegarse el pique por esos lados. La situación plantea un dilema y un desafío. ¿De qué forma serían esas clases hipotéticas bajo la zona de sacrificio? ¿Qué especie de mutante saldría de esa relación tóxica entre el trabajo, la pedagogía y la indolencia industrial?

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