viernes, 28 de septiembre de 2018

Lo único que leí entero de Diamela Eltit recuerdo que fue El padre mío, para Teoría y Crítica. La grabación del testimonio hablado de un esquizoide de Conchalí. Sin duda un ejercicio vanguardista, en ocasión en que todo era puramente un narrador creando un relato y una diégesis. Un narrador a ratos unívoco, omnipresente. El punto del libro era desde dónde situar aquel testimonio, si desde la psiquiatría o la literatura, porque ¿Qué diferencia había entre publicarlo como material para loqueros o hacerlo pasar por obra literaria? Sí la había, ya que en ese meollo la palabra cobraba la forma de la desarticulación, la desarticulación del lenguaje, la desarticulación de la ideología. El padre mío solo, en el terreno baldío, discurseaba al país entero bajo su habla diáfana y su estructura rota. Transcribirlo era una forma de interpretar la lengua torcida de la realidad chilena, desde la vereda de la locura. El habla del Padre Mío era Chile mismo, entero y a pedazos.

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