domingo, 24 de junio de 2018

Caravana latinoamericana en Condell con Molina avanzando frente a la plaza Victoria. Lo típico. Batucadas por doquier, un mar de gente sumándose al espectáculo ambulante, bailarinas con pasos sincronizados que recuerdan a las murgas bolivianas. Había una sola, una sola que se desmarcaba de la lógica. Una jovencita vestida entera de una cruza entre diablo y tirana. En todo caso, parecía más diablo que otra cosa. Se movía sin orden ni armonía, de aquí para allá, simulando al voleo los pasos que las otras bailarinas, bellas en su simetría, ejecutaban con suma compenetración. Ella no. Lucía como viniendo de otro lado. En realidad no se sabía si provenía de la murga o si iba pintando el mono por las suyas. El caso es que se movía a su propia pinta, sin importarle que la caravana se fuera alejando, ni que ella se fuera poco a poco camuflando con los transeúntes inadvertidos. Al rato al dar la vuelta a la manzana, sin mayor aviso, y ya con la murga en otro sitio, la loca diabla reaparecía, saludando a unos pequeños. Frente a frente a los semáforos, minutos después, se sacó una foto con unos extranjeros. Cuando el tráfico en esa parte de la calle comenzaba a regularizarse, nunca más se supo de ella. En un malabar de apariencias, se había hecho humo. Había hecho suya la entropía de la fiesta.

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