domingo, 10 de septiembre de 2017

A esta hora, encierro. Un ingente dolor de cabeza. Planes de salida frustrados. De fondo suena sutilmente The show must go on. Con cafeína y poco sueño los pensamientos se superponen. Como que cada locura demanda su ración de significado. Afuera el living lo único oscuro y vacío. Es tanto el vacío ahí que se siente incluso hasta el murmullo de las piezas de los compañeros del departamento. A esta hora los muros literalmente hablan, rebotando en el silencio general de la casa. Ya no quedan secretos. Voy a hervir entonces otro poco de agua mientras me tomo la última dipirona del cajón del velador. Justo en ese momento aguarda una visita. Una visita desconocida. Saluda, y luego pregunta -¿dónde está la luz?- Sin más, me acerco a la puerta de entrada y doy con el interruptor. Todo el vacío se ilumina. La visita agradece y no dice nada más. Se da la vuelta, mientras el resto de la casa se va oscureciendo a medida que se aleja. ¿Algo ha acabado o algo está a punto de comenzar? Nada de eso. Es solo la distancia y la parsimonia que dan por inaugurada la realidad de la noche.

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