miércoles, 23 de noviembre de 2022

La revolución de la IA. ¿El fin de lo humano en el arte?

La Inteligencia Artificial comienza a apoderarse del terreno del arte, terreno que se creía materia exclusiva de la humanidad orgánica. Así lo demuestra el cuadro llamado “Théâtre D'opéra Spatial”, generado por un tal Jason Allen, que ganó recientemente un premio en la feria estatal de Colorado. Este hecho le valió a Allen una severa crítica, porque él, en efecto, no pintó nada, sino que todo lo hizo el software Midjourney. “Sabía que esto sería controvertido”, dijo Allen, para defenderse de los ataques. “¡Qué interesante es ver cómo todas estas personas que están en contra del arte generado por IA son las primeras en arrojar al ser humano debajo del autobús al desacreditar el elemento humano! ¿Esto les parece hipócrita a ustedes?”, remató, dejando entrever así el problema de la real autoría respecto a las nuevas obras de arte generadas mediante IA. ¿Podrá la Inteligencia Artificial, en un futuro, adquirir consciencia de sí misma y, de paso, reclamar su derecho de autor como creadora legítima de arte, independiente del ser humano? Parece que esta pregunta ya tiene un alcance real.


Recientemente, se mostró otra obra de arte generada por IA en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, mismo donde pasaron Picasso y Kandinsky. La obra tiene por nombre Unsupervised (Sin Supervisión) y fue ideada por Refik Anadol, creando su propio modelo de inteligencia artificial. La gracia de la obra radica en que se presenta sobre una pantalla, donde es controlada por redes neuronales y consta de un compendio de miles de imágenes extraídas de otras miles de piezas de arte de la colección del Museo. Así, Unsupervised consiste en un gran collage en movimiento que siempre fluctúa e interactúa con su entorno y tiene la capacidad de reconfigurarse y adaptarse a cualquier estímulo. Cambia según sea la intensidad de la luz, los movimientos en la sala y el clima, por lo que cada espectador de la obra, en definitiva, ve una versión distinta de la misma. Frente a este escenario, nuevamente surge el problema de la autoría. ¿Quién crea la obra? ¿Anadol? ¿La propia IA? ¿Los espectadores que la recrean? ¿Todos y cada uno? A este lío se pueden sumar también los creadores de cada una de las obras contenidas en el compendio. ¿Podrían, en un futuro, tener la facultad para reclamar su propiedad frente a esta obra tan camaleónica y rizomática? Se ha abierto, sin duda, una Ventana de Overton.


Todo apunta a que, en un futuro, la Inteligencia Artificial obtendrá más protagonismo en la vida social y se arrogará más y más atribuciones. Según informes del Foro Económico Mundial, se espera que, para el 2025, las máquinas realicen más trabajos que los humanos. Claro está que la automatización laboral es solo la primera etapa de un plan mayor, porque el dominio de la IA se afianza, poco a poco, sobre cuestiones que se creían reservadas solo a la dimensión creativa del ser humano. Sin lugar a dudas, el transhumanismo es el gran paradigma que subyace a cada una de estas tentativas de vanguardia. El objetivo es reemplazar definitivamente lo más sagrado de la humanidad, lo que tiene de irreductible: su mente y su espíritu, expresados a través del arte. Pero creo firmemente que fracasarán. Jamás existirá un nuevo Da Vinci, ni un nuevo Miguel Ángel, ni algo comparable a la creación del Partenón o las pirámides, en el futuro. No por nada, en la película El día que la Tierra se detuvo, Klaatu, extraterrestre que estaba dispuesto a aniquilar a la humanidad entera, desistió de hacerlo, únicamente, al escuchar una pieza musical de Bach. Con esto, se demuestra que hay algo más que simple progreso sin arraigo en la inteligencia humana, que la inteligencia humana es mucho más que un mero pandemonio técnico, que la técnica tiene su sombra en el genio y en el misterio de la belleza, el signo de lo divino, el reencuentro con la totalidad.

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