“El punk no está muerto, pero huele raro” Jello Biafra
Se quedó mirando los barrotes. Lucían tan herméticos como el féretro de aquel cementerio. Pensó en el motivo que lo había llevado a aquel velorio, el siempre estridente motivo de la muerte. Mientras más pensaba en ella, sentía que algo en su mente no terminaba de rimar. Sentía que su cerebro se descomponía en cuanto recordó un cúmulo de osamentas perdidas, una Báltica tibia, a medio tomar, un montón de orina y de mierda arriba de un escenario maltrecho, con parlantes saturados de rabia. Ya no sabía distinguir si la calavera que aparecía en sus sueños era la de Misfits o la del monólogo de Hamlet.
De pronto, todo el calabozo se vino a negro. Reinó el silencio. Ante su conciencia, emergió la figura de GG Allin. Lo quedó mirando estupefacto, acaso sin comprender lo que estaba ocurriendo. –Te falta mucho, cabrito. ¡Con el punk no se juega!”-, exclamó, en buen chileno, la voz de GG Allin, con una mirada amenazante y un rostro carcomido por los gusanos. Cuando intentó acercarse a la figura de su ídolo, una bruma cubrió sus ojos. Volvieron los pasos y los sonidos de fierro. La imagen de la muerte se le hizo más parecida a un punketa en pelota invocando la distorsión que a un esqueleto sepultado con flores y abono para el camposanto.
Había algo en la idea de la pudrición que lo empujó, aquella vez, fuera de la misa solemne, rumbo al patio de los mausoleos y los sepulcros. Quería creer que en ese reinado de silencio su ruido interno podría salir explotado y reventar los tímpanos de sus enemigos. Imaginó una tocata noise en medio de los espíritus. Una tocata distorsionada como las de antaño. Imaginó que los muertos en su mente lo harían pedazos en un mosh brutal, así que se apresuró a agarrar ese skate, acompañado de su testigo fantasma, y dio un salto que cruzó por completo la lápida de un antiguo presidente socialista. Su salto fue tan intrépido que dibujó en el aire mortuorio una estela de fuego. Tomó su skate y corrió luego hacia una tumba abierta que había allí, como esperándole ser enterrado. Se arrojó en ella de manera furtiva, como si se hubiese arrojado al público en medio de una noche hardcore. Allí se quedó tendido hasta que, para sorpresa de todos los presentes, agarró un cráneo, lo miró fijo y se grabó cantando una extraña canción visceral, una canción disonante, nauseabunda, solo reproducible más allá de la materia.
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