"¿Por qué Kaiser no es el camino?", preguntan.
Yo lo veo en el gran largo plazo y de manera panorámica. Es el candidato de oposición que solo responde a una urgencia puntual: el descalabro de la inseguridad. Pero recordemos que una agenda de gobierno no se limita solo a ese punto. Conviene desconfiar, a estas alturas del partido. Esa es al menos mi posición, bastante escéptica con el sistema eleccionario en general. Soy de la idea de que el juego democrático ya está viciado de antemano. Apelo a otro tipo de cambios y transformaciones, más allá de un sistema electoral corrupto.
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En otro punto, ni el liberalismo ni el marxismo corresponden a nuestra verdadera idiosincrasia chilena, ambos son sistemas foráneos instalados como paradigmas políticos producto de la apertura al mundo y la globalización. La idiosincrasia nuestra va por otro lado, más en la línea del mestizaje español y araucano, y habría que remontarse muchos años antes de la formación de las Repúblicas independientes para entender su confirmación histórica.
Por otra parte, el sistema democrático ha demostrado, últimamente, un vaivén corrupto entre una élite política que juega siempre a dos bandas, porque recordemos que izquierda y derecha son ambas posturas que tuvieron un origen concreto en el auge del Nuevo Régimen posterior a la Asamblea Nacional a fines de Siglo XVIII, luego esas posturas fueron evolucionando hasta aplicarse a todo los Estados nación del mundo, incluyendo el nuestro. Por ende, soy de la idea de que estamos inmersos en un orden de cosas que escapa a nuestras influencias y en el que no tenemos voz ni voto, al menos que seamos elegidos por los poderes fácticos, porque, como bien describe una frase atribuida a Eduardo Matte Pérez, parlamentario y ministro chileno, en 1892: “Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciable y vendible”.
Esa misma lógica de poder podría aplicarse no solo a la fronda aristocrática de aquellos años, sino que a la futura elite financiera que usurpan el erario de las naciones y chupan la sangre de sus contribuyentes, haciéndolos pelearse en elecciones sin impacto real sobre sus vidas y drenándoles sus recursos y sus energías, para que todos los grandes cambios en el sistema -propiciados siempre desde arriba- se sigan produciendo a costa de la propia ciudadanía.
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