martes, 11 de marzo de 2025

La Gran Conspiración (versión definitiva)

Estamos tan polarizados, querida, que cada cual ve en sí mismo el orden, el bien, la virtud y la verdad; y en el otro, el caos, el mal, el vicio y la mentira.

Estamos tan radicalizados que cada uno ve en el otro la derrota de la razón y la profanación de lo sagrado.

A la larga, ganará quien imponga su relato y haga de su narrativa la verdad.

Tenemos tanto miedo del otro que la campaña del terror se ha consagrado como la nueva política del presente (y, peligrosamente, del futuro).

Si algo así como un odiómetro pudiera medir la bilis acumulada que aún existe entre nosotros, haría falta repetir todo lo que ocurrió en el país, incluyendo estallido, plandemia y presidenciales, para alcanzar recién a sopesar sus dimensiones destructivas.

De un tiempo a esta parte, todo ha sido revueltas, conspiraciones, amenazas, paranoias ¿En qué momento perdimos el rumbo? ¿Cuándo acabará la gran farsa? ¿Volveremos a ser lo que fuimos o seguiremos en esta guerra sin cuartel?

Si “lo personal es político”, entonces nuestro abrupto quiebre puede explicar cómodamente la guerra ideológica de estos tiempos. Dos polos irreconciliables, dos visiones de mundo radicalmente disímiles. Tal polarización nos atraviesa y nos trasciende, y solo uno podrá cantar victoria, pero ninguno podrá salir incólume. De todos modos, las cartas ya están echadas. El descontento no cesará, porque sobrevive en nosotros, y en nosotros regresará, cual proclama justiciera.

Ganaste, querida. Lo asumo. Tu victoria fue contundente, y se escuchó en todo el orbe. Los bríos de cambio resonaron de forma estridente. Los versos al uso enarbolaron el poder y consolidaron una nueva hegemonía. Tu golpe de gracia fue tan brutal como poético. Heme aquí, entonces, derrotado, pero nunca destruido. No hay forma de retroceder, solo queda aguardar, con hidalguía, la sombra de la infamia, bajo la cual se tenderá el espectáculo que ambos protagonizamos, el espectáculo que otros montaron por nosotros, testigos y cómplices de la más artera de las mentiras. Sin embargo, aún nos queda la más amarga de las causas: la verdad, escondida, secuestrada, tras este amasijo de desilusiones y rencores.

Tú tan pandémica, y yo tan escéptico. Lo nuestro, en el fondo, siempre fue imposible. Nos separa un mar turbulento de relatos y narrativas.

La verdad es que nunca despertamos. Nadie, ningún país despertó. Únicamente secuestraron nuestros sueños y prolongaron el horrible insomnio de vernos desnudos, atados de manos, impávidos por el mañana.

Y si te dijera que todo por lo cual luchamos alguna vez, fue otra falsa bandera del sistema para perpetuarse a sí mismo, con la venia y el consentimiento de todos ¿Qué me dirías?

¿Qué pasaría si te dijera que todo lo que deseábamos cambiar de este marchito país, todos esos bríos entusiastas, todas las pancartas que tan ansiosamente seguíamos y animábamos en nuestras pocas marchas juntos por las calles, no fueron sino la sutil ingeniería social de unas cuantas redes de influencia incomprensibles a nuestro entendimiento?

¿Que todo, absolutamente todo, estuvo pensado y calculado desde un comienzo para precipitar este pesadillesco estado de cosas, con el fin de empujar, a toda costa, un cambio de paradigma a partir del orden en el caos?

¿Que aún vivimos sin sublimar nuestra sombra y en cualquier momento volvemos a desconocernos el uno al otro, en esta grotesca e infinita batalla de espejos?

¿Que el progresismo pop es hoy el discurso dominante, la nueva hegemonía en la cual el poder se camufla de disidencia y capitaliza su propia oposición de manera muy rentable?

¿Que todo lo que alguna vez nos dijimos, incluso lo que llegamos a pensar del otro, ya fue registrado y repetido hasta el hartazgo, para formar parte de un palimpsesto que está condenado a recrear, una y otra vez, quizá en otra vida, tanto los instantes luminosos como tormentosos de nuestra ínfima pero intensa temporada en el acabóse?

¿Que nuestras verdades más arraigadas son solo un remedo de aquellas ideas que andan circulando impunemente, sin el suficiente contraste, en una cámara de eco que ensordece, de manera insospechada, nuestra capacidad de intelección?

¿Que la desintegración de nuestros lazos fue directamente proporcional a la desintegración del mundo y sus instituciones? ¿Que toda la pasión que nos profesamos en su minuto fue tejiendo una trama oscura con resonancia en el contexto político, acaso sin posibilidad de redención ni de rendición?

¿Que todas aquellas personas que, en su momento, creímos de confianza, mudaron de pronto sus intenciones o dejaron entrever sus auténticos móviles sin mediar aviso, únicamente basados en causas de moda, impulsados por el avasallante devenir de los acontecimientos del mundo, propiciando una verdadera ”tormenta perfecta"?

¿Que la guerra fue nuestro único destino, y todo el desastre ya se avizoraba, latente, en nuestra paz apócrifa?

Si lo personal es político, querida, entonces lo que creímos una relación democrática, no fue otra cosa que deseo y voluntarismo sin suficiente consenso.

El final de nuestra historia fue, al fin y al cabo, como la historia de Chile después del 18 de octubre: una espada de Damocles amenazando con dividirnos la vida, un banquete mal servido de rencores, sospechas y otros demonios.

¿Y qué pasaría si en un hipotético anti universo, el tiempo avanzara hacia el pasado, atrás de la primera gran explosión? Como en el poema de Millán, el río de la historia podría invertir el curso de su corriente, el agua de las cascadas subiría, la pandemia volvería a su origen desconocido, las esquirlas del estallido regresarían a su punto detonante, no habría aparente malestar, el grito de las calles volvería a las gargantas hambrientas, desandaríamos aquellos pasos desesperados, no habría ruptura, regresaríamos al primer orgasmo, volveríamos al punto de encuentro, para luego, desconocernos, sin reproches, sin el costoso peso de la noche ni el lastre de la existencia.

¿Y si te dijera que la idea de una página en blanco siempre estuvo dentro del guion que otros pensaron para nuestra historia? ¿Y solo cabía ahí la ilusión de la posibilidad de elegir, la ilusión de crear algo nuevo a partir de las cenizas del viejo orden?

¿Y si te dijera que nuestro tránsito tuvo también su propio vía crucis? ¿Que alguna suerte de mandato metafísico quería que fuera sacrificada nuestra anterior vida, para dar lugar a una penitencia, una reflexión y, posteriormente, un violento cambio que derivaría en la eterna expectativa de la transformación del mundo o, por el contrario, en una eterna condena de lo mismo, agravada por el martillo de la consciencia, y el estigma aún sangrante de la historia?

¿Que todo lo que vivimos fue solo un sueño de tres días, una pesadilla mesiánica, en la cual creímos haber sobrevivido al caos, y lo que entendimos por realidad no era más que la penitencia de esa pasión onírica?

¿Que dentro de ese sueño nunca hubo resurrección, y lo que somos hoy no es otra cosa que el cadáver de lo que hubiéramos podido ser?

¿Que los libros que nos llegamos a prestar y nunca nos devolvimos, continúan penando en algún anaquel prohibido de nuestra memoria, perdido entre tanto polvo y tantas maldiciones?

¿Que los libros que nos vendimos o nos regalamos, sobrevivieron a la violencia pero, sin garantía de un final, continúan penando en el exilio de nuestro universo lector, acaso consumidos por el fuego de la decepción o el basurero del olvido?

¿Y si te dijera que lo nuestro siempre fue un show, nada más que un espectáculo montado para la vitrina y para el vulgo, una ventana abierta en una casa de cristal?

¿Y si tanto las rabias como los júbilos, incluyendo los procesos y sus consecuencias, siempre fueron un simulacro, una escenificación grotesca y trasnochada de los espejos del otro? ¿Y la verdad, sombra impostora, nunca estuvo allí donde creímos que estaba?

¿Que hace falta más que una mirada aguda para ver a través de nuestros más enraizados relatos?

¿Que todo aquello que una vez observamos con la más nítida promesa de futuro, ahora nos acorrala y nos vigila sin siquiera advertirlo, velando por mantenernos a la vista, más acá del velo?

¿Que toda aparente disidencia al sistema no es más que otra cabeza de la gran Hidra que nos somete? ¿Otra maniobra cuidadosamente calculada para hacernos caer una y otra vez en las infaustas redes de la Bestia, enrevesadas e incomprensibles para el ojo de la ideología?

¿Que nunca hubo solidez a la cual arrimarnos y siempre navegamos, evanescentes, hacia el naufragio, en el mar de la disolución, sobre todo, cuando las palabras amor, democracia y política perdieron sus contornos y su semántica originaria?

Si entendemos la poesía, según la definición aristotélica, como el arte de contar lo que podría haber ocurrido, tanto lo que es posible como probable, entonces, querida, todas las cosas que hicimos o dejamos de hacer en el pasado podrían llegar a adquirir ritmo y carne de metáfora. Todas las palabras dichas u omitidas podrían expresar, bajo esta mirada, el nuevo mantra de la historia, la nuestra o la de esos otros que no fuimos y que podrían haber llegado a ser.

Entre conspiraciones y campañas del terror, apenas podemos respirar aire puro, apenas podemos movernos, sin antes enredarnos en la maleza de la realidad, a no ser que una influencia, alguna especie de genio o una sombra muy recóndita en nuestro interior, haya obrado de tal forma que solo podamos conocer la verdad destruyéndonos por completo, el uno al otro.

¿Y si te dijera que lo nuestro daba para novela, pero para novela existencialista, melodramática, policial y conspiranoica, ya que las palabras fueron nuestras únicas armas; y la realidad, nuestra única escena del crimen?

¿Que detrás de toda proyección al otro, subyace la propia sombra y el miedo a su reconocimiento? ¿Será por eso que insisten en diluirnos bajo categorías estancas, deshumanizarnos al punto de destruirnos entre nosotros mismos, manipulando nuestra cuota de oscuridad, sin poder integrarla?

¿Y si en lugar de agudizar nuestras contradicciones, destruimos en nosotros aquello que nos divide y nos diluye, volviéndonos un átomo de la masa?

Y si se desmonta tu sistema de creencias, ¿Quedaría todavía alguien a quien rescatar en tu interior?

¿Y si te dijera que todo fue una pura mascarada y que hay mucha más opacidad tras el tejido de los sueños?

¿Que detrás de los ideales que seguimos con tanta insistencia, estaban los mismos que financiaron el sistema que combatimos?

¿Que aquellos rebeldes que creímos incorruptibles, escondían su propia agenda secreta y servían a intereses todavía ocultos al profano?

¿Que detrás de cada supuesto despertar se sobrepuso otra ilusión que procuraba mantenernos en un estado de sonambulismo, divorciados de la propia consciencia?

Y si mi nuevo discurso fuera moderado y mi espíritu crítico diezmado, ¿seguirías desconociéndome como lo sigues haciendo, desde el otro lado de la barricada, frente a la pira del fanatismo y la primera línea de la enajenación?

Ven, querida, y desmontemos juntos nuestras narrativas y relatos más intrincados.

Abandonemos, de una vez por todas, la lógica del divide et impera

Destruyamos la vil carcasa de la ideologización.

Ven, y cuestionemos el dogma que nos mantenía escindidos de por vida.

A menos que aún creas en el fondo de la Madriguera del Conejo

O en la Gran Conspiración detrás del teatro del mundo.

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