La luna llena vino a posarse lubricante,
en los andares del polizón, con aliento y estaño.
Las cortesanas del burdel lo han contemplado,
y su psiquis las conmueve en rígidos vellos.
Reciban al distinguido anfibio, galán nocturno.
A través de la alfombra rojo sangre,
ceremonioso y ermitaño.
Entre bosques repletos de maleza,
se auxilia de las zorras y se esconde
de las linternas de los suegros.
Acecha como rapiña entre pinos verdes,
hasta que encuentra su lugar,
rasga la malva y savia del amor,
y como limonada de pólvora, se la sirve.
Las dotes de la coronada para recreo de sus multiojos,
tima incluso a la dama de hierro,
con su sonsonete seductor.
Se hizo la noche.
Cuando llegan los suegros, hacia el llano profundo,
la disfuncional criatura ya roba
el azahar de sus princesas como fetiche.
Con increíble mística, virtuoso de las aguas negras,
con la exorbitante fuerza hercúlea, las hace suyas,
y ellas donan la nuez de Adán, a cambio de su cuerpo.
Su aliento, lo dice todo, y no restan despojos,
entre la yugular, y el fruto final de los gritos.
Y la petulancia de los vientos, peina
la exhibición de los que osan montarse agrios
por encima y masoquistas
¿Pero hacia donde buscará llevar a esas ninfas?
Atormentado, tejido a tejido, sus escasas prendas enaguas,
sobre el rostro con su frío de plata.
La mujer especial, con lujuria planea,
la vendeta del lago de los secretos,
y esta vez no será un talón, el que será marginado,
del prostíbulo del Creador.
Solo roba la bitácora elfa y entra
a su aposento romántico, más que nada,
emporio de deidades, miles de deidades,
laberinto y museo en uno.
Deidades, disecadas del júbilo, por recibirte con vientre llano,
cosido y dispuesto, con alfiler a mano.
Espectáculo de herencias,
ya pasado el toque de queda nocturno.
El ogro virgen te invita a concurrir al altar de mármol.
Prestigioso aquel que ve con sus ojos,
una infante de carbón, en lugar de una res dorada.
Imágenes que si se aprecian en un cuadro
apaciblemente grotesco,
no lucen tal como obras de la Tríada.
Mientras, en época de haciendas, era común
el tributo de las divas a los ricos cerdos,
esta criatura viajaba hasta la capital,
cerca de la hora de las velas,
aguardando el último viento.
En mansión del comendador,
como fino caballero, experto en clases,
pide la mano de las señoras y señores.
Con la última espina de la rosa arrebata,
lo escarlata de los labios de la doncella.
Multiorgásmico festival han de apreciar
dentro del organismo de dicha joven.
Y con el canto de los gallos, el comendador
ha de ser el receptor de la obra maestra
en lo más hondo de los bosques:
¡Su hija abrupta y abierta de carnes
dibujando poéticamente, el símbolo de Venus!
Depositando la especie final,
dentro de la sartén de conquistas del macabro yerno,
el motín de la gran isla ha revivido la leyenda,
a través del círculo de fuego que él originó,
se hizo la noche nuevamente.
Los burgueses suegros acuden temprano,
hacia la húmeda morada del Trauco.
Con luces y cámaras, acuden con la prensa rosa,
extrayendo las irreconocibles deidades
que bosquejan todas las piezas
de aquella galería estéticamente exótica.
Los cuerpos sin vida de las cortesanas,
como en una luna de miel maldita desechas,
como en un festival de locura poseídas,
como en una siniestra fábula ultrajadas,
bajo la influencia del serafín resentido de los Sures,
imbatible es su semblante,
inmortal del embrujado Chiloé.
Un mito que progresa, desde la mirada viril,
alumbrada durante los años de conquista,
y muchos siglos y feudos hacia el futuro.
Mientras la criatura permanezca errante,
ni las coplas venusianas, saciarán su despecho.
El protector del concúbito imperfecto, con poder de Hércules,
el oasis de las castas,
a imagen y semejanza del Trauco han de salir los primogénitos.
2007
El Trauco, imagen de Feig, 2017