viernes, 15 de julio de 2022

La muerte de Chile (relato de ficción)

Cayó la noche. En algún rincón de un barrio enigmático, un pandillero fumaba copiosamente. Estaba esperando a alguien. Cuando terminó su último pucho, se dio una última vuelta por el lugar, hasta que divisó, a lo lejos, a la persona que esperaba. Era un sujeto bien vestido, con apariencia de nerd, que caminó lento pero nervioso hacia donde estaba el pandillero. Frente a frente, se miraron con frialdad.

–Aquí está lo que me pediste-, dijo el nerd, indignado, aunque con miedo, mientras le entregaba al pandillero un misterioso paquete.

De inmediato, el pandillero sacó del bolsillo de su chaqueta una gran faja de billetes y se las entregó al nerd.

–No creas que la wea va a ser tan fácil. Necesito que hagas algo más-, volvió a decir el pandillero.

El nerd guardó rápidamente el dinero y se puso todavía más nervioso.

-¿Qué tendré que hacer ahora?-, preguntó.

–Mira, te voy a dar otras lucas más, si pasas rápidamente hasta el otro lado de la calle, piola para que no te pillen los pacos, y le entregas esta caja a mi socio de la esquina. Eso sí, cuidadito con abrirla. Te voy a estar vigilando-.

En ese momento, el nerd supo realmente en lo que se había metido. Sin meditarlo, estaba a punto de tranzar otro pacto con el cancerbero. Su madre y su padre acababan de fallecer. Necesitaba plata fácil para pagar sus estudios. Pero nunca adivinó la gran tormenta de mierda que estaba a punto de caer encima de él.

Ante la petición del pandillero, el nerd se mostró dubitativo. El pandillero notó esto y, cual hiena oliendo a su presa, reaccionó a la desesperación de su tonto útil.

-Usted se metió en esto, compadrito. Nadie lo obligó-, le dijo al nerd, decidido.

-Yo llego hasta acá no más, compadre. Con esto es suficiente-, replicó, tímidamente, el nerd.

-A ver, a ver, a ver. No estoy nada jugando, compadrito-. El pandillero, sin más, sacó un cuchillo del bolsillo de su pantalón y se lo mostró.

-Más te vale que hagas este mandado, si no, no la contai, cabrito-.

El nerd, acorralado, miró hacia todos lados, esperando algún milagro, algún paco que pasara, alguien que llegara tarde por ese desolado rincón de la ciudad. Nada. Estaba completamente solo, frente a frente al cancerbero.

Cansado de su cobardía y de años de bullying, entonces, apretó los puños y la mandíbula y, en un acto reflejo, intentó abalanzarse sobre el pandillero, torpemente, fallando en el acto. El nerd cayó contra el asfalto, pegándose en la cabeza, y el pandillero lo levantó con violencia para que pudiera responder a su orden.

Durante unos segundos, el nerd vio pasar, a través de su consciencia, los recuerdos de su vida en la escuela, una vida marcada por el acoso y el agobio constante. Justo al final de ese recorrido de consciencia, vio una luz cegadora. Así, despertó de su letargo y recobró nuevas energías, para soltarse de las garras del pandillero y enfrentarlo.

–Por gente como tú, Chile está cagao-, dijo el nerd, indignado, aunque con miedo.

-¿Tú no entiendes nada, verdad?-, le respondió el pandillero. –Acá los negocios son negocios. Te falta calle. Chile es un negociado.-.

Al instante, el pandillero, al ver que el nerd no estaba dispuesto a ceder, sacó un arma.

-Ya, se acabó. Vai a tener que entender con fierro. No tengo tiempo, cabrito. Ya estai metido hasta las cachas-.

-Ok, ok, lo haré.

-Muy bien, cabrito, mira que esta hueaita ya no depende de nosotros. Sólo ándate por ese callejón, huevón-.

El nerd, choqueado, pensó para sí en lo tonto que fue y que siguió siendo. Se recriminó a sí mismo, retorciendo su consciencia, por su incapacidad para decir no. Tomó la caja del encargo que le dio el pandillero y siguió su camino, temeroso, por el callejón oscuro, mientras el cancerbero, vigilante, lo apuntaba de lejos.

Cuando llegó hasta el final del camino, encontró apoyado en un poste a otro pandillero. Era el que lo esperaba por el encargo. El nerd caminó hacia éste con la caja y se la entregó. El pandillero lo miró a los ojos con una mirada amenazante y luego esbozó una sonrisa de desprecio. Al darse cuenta de este gesto, nació en la mente del nerd un deseo salvaje de venganza, unas ganas de masacrar a quien lo despreciaba de esa manera, como todos los matones que también le hicieron la vida imposible en sus años de escuela. Pero, al saberse apuntado por el cancerbero, tuvo que tragarse la rabia y acatar las órdenes de este par de sujetos que hacían las veces de verdugos. Surgieron, sin embargo, nuevas fuerzas en el nerd y se atrevió a enfrentar al segundo pandillero.

-Por gente como ustedes, Chile está en el hoyo-, dijo el nerd, con sumo odio. 

El flaite, al escucharlo, comenzó a reírse y lo miró fijamente. En un instante, sacó un cuchillo de su chaqueta y lo apuntó contra el nerd.

-Así se hace, cabrito, muy bien. Saliste machito. Así que te vamos a recompensar-, exclamó el primer pandillero que ya estaba con ellos.

-¿Y la plata wn? Págame la wea, desgraciado-, gritó el nerd, furioso.

-Tranquilo, antes queremos darte una pequeña atención, por la paleteada-, dijo el segundo pandillero.

Abrió la caja del encargo y en ella había una bandera chilena, la cual escondía una bolsa llena de cocaína.

-Tómala, es tuya. Ya que tanto hablas de Chile.-, dijo el segundo pandillero, y le entregó la bandera chilena al nerd.

-¿Están bromeando? ¿Y mi plata?-, preguntó el nerd, cada vez más desesperado.

-Te equivocaste con nosotros, cabrito. Negocios son negocios-, replicó el primer pandillero, seguro de que su tonto útil tenía sus minutos contados.

Lo apuntó para poder liquidarlo en el acto, pero, en el preciso momento en que estaba a punto de jalar el gatillo, sonó una baliza. El nerd, sin pensarlo, aprovechó el descuido y salió corriendo con la bandera chilena, lo único que logró conseguir de aquel pacto con el cancerbero. Los pandilleros rápidamente persiguieron al nerd y arrancaron de la policía.

Durante más de cinco minutos de intensa persecución, el nerd creyó haber perdido a sus captores, pero uno de ellos alcanzó a divisarlo, en una de las esquinas de aquel barrio enigmático, y le disparó con certera precisión en toda la cabeza. Una muerte instantánea. El nerd se desplomó contra el asfalto de la realidad, por última vez. A su lado, estaba tirada la bandera chilena.

Al cabo de un rato, los pandilleros lograron ser capturados. El cancerbero observó a los lejos el cadáver del nerd, justo antes de ser empujado a la patrulla. Solo entonces, comprendió que la tumba de los libres permanecería abierta, para siempre.

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