viernes, 21 de diciembre de 2018

Con un amigo analizábamos el tema del puerto. Aparte de lo estrictamente laboral, la automatización cada vez más creciente constituía otro motivo. Sin ir más lejos, los de Ultraport habrían comprado unas grúas modernas con las cuales podrían prescindir cada vez más del elemento humano. Súmale a eso cláusulas de trabajo eventual con el beneplácito de cada gobierno, y tenemos la fórmula exacta del conflicto. El amigo mencionaba que en su propio terreno de trabajo (energía y electricidad) había empresas de ese tipo: con renovaciones aleatorias, sin vacaciones, sin antigüedad, y contando con una lógica de servicios no muy distinta a la de las pulperías del siglo XIX. A todo esto se adhiere el nuevo fenómeno de la automatización que puede reemplazar la fuerza de trabajo humana por aparatos mecánicos o tecnológicos en puntos estratégicos, lo que redundaría finalmente en esta precarización, sin otra razón de ser que la propia necesidad de la empresa en aras de la productividad. La precarización de las condiciones de trabajo resulta una circunstancia histórica, pero la automatización constituye por sí sola otro proceso contingente que puede, a la larga, volverse en contra del propio humano que había realizado antes, y de manera rutinaria, el trabajo que ahora le correspondería a la máquina casi por mandato económico. Así que si usted trabaja en algún área extractiva, en algún área de manufactura, en alguna tarea administrativa, de recopilación de datos, de finanzas, si lo suyo aúna un cierto grado de rutina o de repetición, no se extrañe si en un futuro un robot, algún aparato o un programa venga a tocar a su puerta para exigir con todo el derecho del sistema esa tan preciada vacante.

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