jueves, 5 de junio de 2014

Quizá la única forma en que el hombre se olvida a si mismo: cuando mira al cielo y ve como todo cae, cómo la lluvia arrasa con sus problemas y pensamientos más estancos, frente a ese fenómeno su existencia parece una pura anécdota, todos sus asuntos se asemejan a gotas dentro de un océano, siendo el origen y el fin, por ejemplo, en los antiguos que celebraban el crecimiento del jardín, en los militares que contra todo pronóstico marchan en honor de la muerte, y en los románticos que lamentan la despedida de un amor irrenunciable. Pero también la voluntad invita a pasar por el oasis de la ficción para beber un poco de agua, mientras sigue por el desierto de su realidad, y a medida que tiene sed va encontrando más preguntas en el camino. Por eso no hay causa para ninguna acción, solo brota como el pasto, el agua cae, sigue un proceso, pero es arrojada sin sobresaltos, como cuando se habla con una chica sobre Heidegger, y dice que ella es una indeterminación, sin límites, que crece sin por qué pero que le inquieta el cómo, mientras del otro lado del mundo no deja de llover Quizá esa lluvia sea otra sin razón, se arrojó simplemente en el momento en que ella buscaba explicarse. Entonces ese arrojo no promete nada, pero explota el momento. La lluvia dejará de caer, pero algo en nosotros seguirá líquido. Que no deje de fluir… mientras me tomo el último vaso de agua, desvanecida desde ayer, y atajo las goteras que caen mientras escribo como nunca.

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