1
Se sentó y divisó por un momento a los
hombres venir a tocar la puerta, en el revés del gran vidrio, seguramente
visitantes más allá del tiempo ocupando otra zona baldía. Esa sensación de
gravedad, el peso de la comunidad (más bien, cúmulo de satélites aislados) leve
sobre tus hombros, la cabeza atenta, alerta las veinticinco horas de cada
minuto, impávido, impenetrable en cada cuadrado de este espacio, el habitar
externo… los dos grandes ojos henchidos de vigilia, esa seguridad morbosa de
quienes se creen observados, como si fuesen cautivos con la mirada, una
claustrofobia un tanto perversa y culpable para mi gusto, y yo acostumbro a ser
un alguien discreto, cuando no simplemente analítico, contando los rostros que
pareciesen atravesar un velo de rutina por su gesto tautológico, una amabilidad
gratuita, el irónico oficio de quien se sabe dentro y debe abrir camino para
los emisarios de lejos.
Primera ley: nunca confíes.
Nadie está obligado a ser un héroe. Eso pensé
yo cuando de mí afloraba un sentido ético bastante enrevesado… las personas,
decía un residente, solo prestan atención a lo que ellas concierne, agregaba, a
las grandes cosas… por eso he sacado a colación el hecho de que las cosas que
merecen importancia, en resumidas cuentas, quizá los pocos instantes de
grandeza, de delirio, de trascendencia que pudiesen tener algún ápice de
sentido e interés de parte nuestra, no son sino una cadena interminable,
inabarcable, indescifrable de casualidades, de pasos, de coincidencias, de
tiempos muertos, TÚ LO SABES, MÁS QUE NADIE, las personas vienen y van, entran
y salen, pasan, suben y bajan, todo pareciese resumirse en un ejercicio un
tanto matemático, pero ya sé a lo que va cuando se refiere a la chica del 702
que pidió arreglara el calefón un día viernes por la noche… me preguntaba si en
este caso su mentada y aparatosa ética de guardián no habrá sufrido alguna
clase de apertura o cerrazón, de tanto abrir y cerrar puertas ¿no se habrá
vuelto usted una? Revise que sus ojos estén lo suficientemente fijos y que las
llaves estén donde deben estar.
Yo no diría lo mismo de aquel señor del 601,
sí, el viejo Cerda, aquel delirante animal sexagenario que siempre procura
hervir sus venas y violar su única ley, que profesa la llamada pirámide
invertida, y le hace sentir, tanto como el resto de los visitantes, un ente en
una dimensión netamente parasitaria, un engendro funcional, un ingenuo
proveedor de favores, la mitad de un hombre, la mitad de un hombre, la mitad de
un hombre solo presente y valioso en tanto útil, en tanto un vil medio para un
fin, una especie de gusano... sin embargo … yo procuro siempre ser cortés hasta
el límite de la imprudencia, hasta el límite de la estupidez… su hija (la Marcelita , como le dicen
los viejos verdes mañosos y jubilados que tengo de colegas), la que acostumbra
a ocupar el gimnasio, agitada y excitada por la trotadora me ofrece alguna que
otra cosilla, algo que picar o algo siquiera que masticar, no sé si en una
perversa mezcla de caridad forzosa o vil coquetería… no sé hasta qué punto uno
se vuelve aquello que observa, a menudo los abismos de sus rostros me devuelven
la mirada… quizá como Don Quijano uno no deba leer tanto, al punto de acabar
convertido en esos monstruos que a diario dejar entrar y salir del edificio con
una autorización mecánica hasta el punto de la arbitrariedad.
A ratos, la noche se seca, otras, se vuelve
una niña consentida… lidiar con las luces y reflejos en la pared tiene su
gracia particular, una especie de hábitat dentro de lo ajeno… ya no puedo decir
que pertenezco afuera o hacia adentro, o toda cosa es proyectada desde abajo, o
solo soy yo, tras la plataforma, y usted, más allá de este límite banal.
Quisiera ser franco, dilatar la conversación,
ser un poco más empático… podríamos hablar de otras cosas si así lo quieres, si
sobrara el tiempo porque el espacio es suficiente… quizá si se pusiera en mi
lugar… debo decir que la hija del viejo Cerda provoca que no pueda custodiar
mis impulsos, y la chica del 702, sí, para ese clase de niñitas venir acá y
vivir el ambiente del edificio resulta una anécdota entretenida y hasta lúdica,
mientras que uno puede divagar fácilmente producto de esta cuerda floja, este
vidrio que me mira, ese exterior en mis entrañas, el ruido de los autos que
pasan a cuentagotas como la humanidad… ese galimatías extraño de desandar lo
andado.
Pude haber follado con la extraña, un polvo
abrupto y caluroso como un disparo, su frondoso sexo vegetal, la clásica entre
deber y placer (de hecho, follar es como el oficio de conserje: se trata de entrar
y salir, abrir y cerrar) el calefón solo era un telón de fondo, el gas pudiese
haber generado un clima melodramático y excitante, pero algo me empuja, me
empuja a dejar de creer y caer en la mancha de lo cotidiano… después de todo,
aquí abajo, sí, tengo la ínfima y maravillosa ilusión de recorrer el espacio
prohibido de sus cuerpos y sus vidas, ese voyerismo a la inversa. Usted que
recibe mi turno puede ser mi aval, mi testigo de fe, la fe carece de causas, ya
lo decía, comienzo a creer que el mundo es un lugar menos redondo y que cada
persona nueva se asemeja a una puerta, a un espacio perverso que espera ser
abierto y cerrado como si fuese un envite auto indulgente… creo también que el
jefe no acostumbra a llamar muy seguido, una especie de fantasma que custodia
mi ausencia, y mis días y presencias acá son tautológicas, a veces me
multiplico sin siquiera ser percibido…. El salón como una suerte de laberinto
psicológico… no diría lo mismo si viniese el fascista del 801, aquel romano que
inmutable ve en su invisibilidad un signo de nobleza y poder… pues mi condición
fantasmal a sus ojos representa lo inverso, siendo que en la práctica cargo con
el peso de todas sus conciencias y sus traseros, y los judíos del 401…
personalmente no le recrimino al caballero Hirnheimer tener de esposa a
semejante momia travestida que viola sistemáticamente las reglas del juego del
conserje atribuyendo la necia obligación de sacar a pasear al perro
gratuitamente, incluso con la exigencia de revisar si arrojó o no a la intemperie
sus respectivas fecas y orina (solo falta que reclame el estudio minucioso de
la textura y aroma de su mierda) pero sabes bien que ese perro algún va a morir
o saldrá corriendo, y todos los conserjes del mundo cruzarán las grandes
alamedas y mi pecho se inflará de orgullo… Sí, lo siento, no acostumbro a
filtrar lo suficiente semejantes maquinaciones, de nuevo, el agua no estuvo
demasiado hervida, insisto en el insomnio como pena capital… a eso me refería
con el triángulo inverso, ve, solo era el café amargo de por acá, el azúcar ya
ha mutado en mis venas, y hasta mis palabras destilan ebria torpeza, candidez,
alucinación (trabajar acá equivale a custodiar la muerte).
Quizá deba pensar en un mañana, me refiero,
ya sabes, las cosas a largo plazo, proyectos, ideales, algo por el estilo, creo
que uno no debiese dedicar cada minuto de cada segundo de cada paso en este
primer piso a un ejercicio compulsivo y patológico de análisis gratuito, viendo
cómo todo pasa y paradójicamente siendo quien permite que el resto pase y uno
se quede donde está… pienso en las cuatro cabezas del 301, tamaño ideal de nido
familiar, solo de aquellos que los padres inconcientemente siembran como si
fuesen el gran mito humano, el relato del bienestar y eso llamado felicidad, no
sé, a veces me contento con cargar en mi cabeza con cada uno de sus sucios
deseos… las fantasías se vuelven cada noche más figurativas… veo en los canales
secretos la idea de mi sublimación, mientras hubo una vez en la que pude
escuchar cómo una pareja era feliz en el ascensor… y nunca creí posible
semejante excitación… ese es otro privilegio: escuchar… ahora mi oficio denota
otros dos sentidos a sus placeres… tengo entendido que puedo alegar a mi favor,
en caso de algo que atente con la seguridad de mi ostracismo diligente y a
puertas cerradas. Me pregunto si una de aquellas no habrá fantaseado con el
conserje, ese ente de mirada aguda y presencia un tanto irritante pero por ello
una bizarra mezcla de peligro y protección… acaso no sonará más emocionante aguardar
siempre abajo en la morada, mejor dicho, el antro del observador latente, y en
acto automático sumirla en ese adentro impenetrable, presa de aquello que la
vigila caprichosamente y por quien debiese sentir complicidad ética (o al menos
algún ápice de conciencia sobre el deber que implica abrir y cerrar puertas a
diestra y siniestra) o por otro lado, abandonar la zona de confort y acudir
pisos arriba, arrojar ese peso, dejarlo tan hondo como sea posible, extraviado
en algún cajón o cuarto de llave inexistente de dueño imposible, acudir y como
un mercenario consentir los vicios de semejantes pendejas arribistas que
desearían semejante acoso y aventura como una excusa para saciar su infinita
vanidad y consentimiento barato… pero digo que aquello que se desea puertas
adentro resulta más oscuro que la propia noche de afuera… puede ser el café,
sin embargo, no he tomado en serio la ética de todo esto… más aún, la moral que
sigue al acto de permitir que otros acudan a un espacio ajeno… ¿suena esto a
filosofía barata? Señor nochero, un conserje no habla mucho pero sí observa lo
necesario, ¿no es así? Nada que decir respecto al mañana, (para un conserje
como yo no hay mañana) otra vez, el tiempo acá cae y responde a la gravedad de
sus pestañas… no hay planes para un guardián, solo la perpetua, ignominiosa y
perenne espera por si misma… de esto no se debiese hablar, otra ley dice que es
preciso saber callar, y el maldito ente de las llaves lo sabe bien, él puede
perfectamente no estar y lo sabe demasiado bien, todas las ratas guarecidas en
sus madrigueras, allá arriba, lo sabe a la perfección… pero usted parece no
estar convencido, continúa con su lamentable espectáculo mental, su ejercicio
retórico que pende de un hilo negro en la acción… pero ¿qué acción? ¿Se trata acaso
este negocio solo de una cuestión de acción o pasividad? Ya lo creo que no,
para mí, es mucho más difícil que simplemente estar ahí, y que simplemente
representar esta cómoda máscara y este horrible disfraz… la sinceridad en estos
casos resulta un ejercicio trágico y deshonesto… más valdría que la verdad
permaneciese en un cuarto sn llaves y sin dueño…y al diablo, que mi trabajo no
es decir la verdad, sino custodiar una gran mentira … SABER MENTIR: esa es la
diferencia entre alguien como tú y yo… vigilar no ofrece garantías, socializar
no ofrece garantías, escribir no ofrece garantías… todo el tiempo estamos
apostando… nadie ata ni nadie va a estar ahí, cada quien procura mantener su
trasero donde corresponda... solo sé que aquellas puertas, de alguna u otra
forma, tarde o temprano, van a ser cerradas.
Y sí, mi cabeza ha permanecido demasiado
abierta.
En ese preciso instante, en que tocan al
timbre, Cerda del 601 ingresa por el portón y se estaciona levemente a tientas
de que fuera recibido por el ente de turno, mientras debía atender a la
señorita de la puerta, que resulta ser su hija. Entonces ella, con una leve
mueca, dice: -gracias por el favor-, a lo que respondo sonriendo y
oportunamente –es mi trabajo-, y ella, al ver la puerta, agrega -¿y la puerta
no la cierra usted?- y respondo –se cierra sola, es una puerta amable- y se
marcha riendo con una sonrisa entre afectada y espontánea, hacia el piso de su
padre, y el viejo Cerda ex presidente de la llamada “junta de vigilancia” (una
clase de secta reservada a la gente importante tan metafísica como invisible)
comenta de paso: -me alegro que tenga tanto por hacer-. Y así me doy cuenta que
ninguna maldita puerta jamás se cerrará por sí sola.
2
Más
de dos años de conserjería, y escribir se vuelve vigilar, estar dentro y
no estar a la vez, escritor como guardián subordinado de una propiedad
ajena, extraña… las voces de los moradores son ecos, y solo ellos
pertenecen, y quien escribe solo traduce, sin estar, los hace presentes,
procura la existencia patética de esas voces, a cuestas de la suya
propia… escribo esto al mirar las cámaras, las
manos dejan que la llave escriba. Otro símbolo a la mano: la llave del
conserje como el lápiz (así como el obrero tiene herramienta, el que
escribe el lápiz, él tiene la llave) abriendo y cerrando la puerta para
esas voces, destilando tinta sobre tierra de nadie, como ahora mismo,
con un concepto de libertad semejante al del rey árabe en el desierto,
el laberinto borgiano: he ahí la más inocente de las ocupaciones, a
decir de Holderlin… todas las cosas parecen dignas a ser abiertas,
pequeñas cerraduras vivientes a la mirada de este romanticismo, donde se
cierra la llave, comienza la palabra, donde se abre, termina, envidio
la síntesis aforística del tao, en este sentido. Puertas adentro, uno
experimenta una libertad desértica, el laberinto del ermitaño que cuida
al escribir un mundo que no le pertenece para nada (el minotauro se
asemeja mucho a este oficio: una maldición y un extraño privilegio), y
sin embargo, publica esto sin otra expectativa que la ficción, esperando
que exista un lector, teseos afuera de este nicho, visitantes, que sin
identificación irrumpan con su estocada interpretativa, sin otra
expectativa que la extranjera ficción ¿será este oficio la frontera
maldita y necesaria entre la escritura y la vida?
Más que la
biblioteca de babel, el desierto bolañiano, la carretera beatniks,
prácticamente en la conserjería te pagan por un estar ahí heideggeriano,
practicando una meditación cuasi budista (sin dejar de sonar
categóricamente terreno) el ojo que observa de Orwell, puertas adentro,
fuera del mundo, bajo él, te pagan por leer lo imposible de leer fuera y
por escribir como escribo en las noches o como escribe el conserje
creyendo escribir, mientras el asiento religiosamente sopesa el calor
visceral de estas palabras, y con el café filtro las voces exactamente
sobre mi cabeza, diez pisos, sobre mí. Cuando se comienza a ejercer de
este modo la verborrea uno se siente como estoico en el edificio de la
lengua, uno parece que trabaja en ese edificio permitiendo que otros
entren y salgan sin participar más de ese acto reflejo. El hecho de la
aventura conserjera condensa todo un itinerario textual, fantasmal, de
escritura en el limbo, y siendo pagado por ello, pagado por multiplicar
la ausencia, por un simulacro de espectro, por custodiar presencias que
no me pertenecen, y no me incumben, y qué más da: vigilo y escribo.
Con un amigo que también le hace a la conserjería (como que fuera un
mercado negro) decimos siempre: esta es la verdadera pega kafkiana, aquí
la burocracia ni siquiera se asoma, la nada es como el aire que
respiras al entrar, el mal como una página en blanco de las bitácoras de
novedades, diarios que el conserje debe escribir y no le pertenecen,
multiplicando la repetición de lo que no se escribe: Cero novedades. El
colega decía que en el edificio de Con Con donde trabaja los domingos
(día idónea para ejercer este oficio de monje tibetano) existía un acta
de “novedades” que risiblemente no presentaba novedades desde 1996, solo
un gran libro donde sistemáticamente solo aparecía la frase “sin
novedades” todos los días de cada año. Otra anécdota del mismo colega
fue un comentario del jefe al debutar: ¡usted es el dueño del edificio!
Después de pasarle la llave maestra (la que abre todas las puertas del
edificio inclusive las que no se pueden abrir). Eso lo descolocó: una
mezcla armoniosa y bizarra, al mismo tiempo, de poder y de esclavitud:
tenía acceso a todas las puertas, mas, su labor no consistía en
abrirlas. Cuando le conseguí la entrevista con el jefe, en el edificio
de 2 Norte, hubo todo un protocolo digno de maniobra siciliana (llamar
dos veces primero al jefe luego al conserje que esperaba) y ya dentro,
sorteada la tensión y el preámbulo, el jefe replica, como maestro zen:
“enséñele a su amigo en qué consiste la conserjería”, apuntando al
asiento desocupado y al cuarto del fondo para qué le sirviese un café.
Entre risas internas, yo pensé: este es el oficio del tao, todos los
oficios y ninguno de ellos condensado en ese asiento y en la taza de
café, en esas cavilaciones laboriosas del conserje se sintetiza todo el
cánon: el quijote, dante, Byron, Kafka, Beckett… el conserje reúne el
absurdo, la burocracia, el romanticismo, el infierno y el puro ideal, en
un solo tiempo, en un solo espacio, en esa pura anécdota se consume el
hábitat de la escritura desde adentro, se viene abajo el edificio de la
lengua, paradójicamente, a raíz de escribir sin escribir, aquí escribir
es renunciar, es dejar tinta en el acta vacía como apología del vacío, y
el anti testimonio de la completa redundancia de cada uno de nosotros,
simulando que escribe y que trabaja y que funciona. (la frase de
protocolo al explicar lo que hago: me pagan por leer, que es como decir,
dinero fácil ¡ojala fuera así, realmente!). “Sin embargo, tienes vista
privilegiada al océano pacífico. Yo, en cambio, a la calle”, le dije al
amigo colega, y él responde: “Sí, claro, puedo fumar, puedo leer, puedo
simplemente respirar y suspirar, y anotar de cuando en cuando “nada
nuevo bajo el sol”, con todo el tiempo del mundo y sin que ese tiempo
pase, y ser remunerado por todo eso ¡como vivir de la literatura!”.
(A propósito, todo aquel que desee escribir su próxima novela, alcanzar
el clímax mediante el letargo trascendental, oír cahuines de ascensor y
ser remunerado por esas horas muertas, esos domingos de resaca e
insomnio, envíe curriculum).
Cuando Lihn habló en su Diario de
muerte: “ No hay nombres en la zona muda”, uno puede argüir a estas
alturas que no se refería ni por asomo ni al lenguaje ni a la escritura
¡¡hablaba de la conserjería!! Que es como hablar de toda esa mecánica,
visceral, maravillosa escritura, pero sin ella ¡y siendo pagado por
ello!.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario