domingo, 20 de mayo de 2018

Dentro de cada movimiento siempre hay cínicos. El de la causa feminista no es la excepción. Más allá de los polemistas deliberados como Gumucio al estilo Houellebecq, o incluso de la caricatura reaccionaria de un Tomás Jocelyn Holt, existe un caso menos mediático, ambiguo pero no por ello invisible: el del sujeto que apoya la causa solo como forma de avanzar en el plano sexual. Aquel que repite todas las consignas irreflexivamente, pero que, a la larga, solo lo hace para quedar bien con las mujeres y así, ojalá, conseguir sus favores. Ha renunciado a la honra, a la crítica y, en cambio, ha adoptado el arte de la máscara como estilo de vida. Todas sus acciones y declaraciones son calculadas con la intención libidinal. Se trata nada menos que del porsilaponguista renovado.

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