jueves, 3 de mayo de 2018

Todos hablan de la ruptura del corazón en términos simbólicos, como la enfermedad de los sensibles, la ruptura del corazón a causa del mal del desamor, pero pocos hablan de ese pequeño tánatos silencioso del organismo: el hígado, que muchos y muchas, merced a los placeres del exceso, descuidan e incluso olvidan por completo en su pose bohemia a boca de jarro. El hígado, el auténtico órgano de la herida literaria, en lugar del ya viejo corazón. Sin ir más lejos, la frase de Parra sobre Bolaño: "Aún le debemos un hígado". El detective salvaje habría muerto de un fallo hepático, precisamente en espera de un transplante que nunca ocurrió, y pospuso la que sería su novela total, 2666, en una edición dividida por cinco libros que nunca fue tal. El hígado como el órgano que resiente una vida licenciosa, pero a la vez como la materia que en su ausencia o corrosión interna conduce derecho a la muerte. Así lo puede atestiguar ahora el propio Álvaro Henríquez, postrado en el hospital luego de una cirugía que lo mantiene aún en vilo, producto de la cirrosis irremediable. Entonces ¿Quién se dignará a escribir o a cantar alguna vez en nombre del pobre hígado, la más resiliente de las entrañas, secreto doloroso de poetitas y hedonistas?, claro está, después del maltrecho corazón, y del sobrevalorado cerebro, casi siempre en cuarentena.

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