domingo, 14 de diciembre de 2025

Kast presidente: digresiones finales

Y ganó Kast por amplia mayoría. En el condominio donde vivo, un silencio dominical. Al parecer, muchos llevaron la procesión puertas adentro. Otros tantos celebraron en las calles, esas mismas calles que algunos años atrás, en pleno estallido, permanecían cerradas por motivo de las manifestaciones. La división se volvió a encarnar, otra vez, pero no se trata de cualquier fecha. Se trata, quizá, de un hito histórico, uno que demorará algunos años en ser digerido tal como fue: un golpe democrático, digamos, para ser más precisos con la metáfora, un golpe en el tablero al escenario político arrastrado, de un tiempo a esta parte, desde la explosión del 2019, que se venía gestando desde muchísimo antes, como signo de malestares y de insurrecciones contra el sistema neoliberal.

Hablé con los pocos amigos con los que aún cuento, con los que todavía puedo intercambiar algunas palabras sobre estos temas, sin miedo a ser linchado en el acto. Ninguno se mostró especialmente a favor de Kast: se trataba, ante todo, de un voto en contra, un voto Kastigo (sic) ¿contra qué? Puede que contra la inconsecuencia de una izquierda woke, progresista, desconectada de sus bases (e incluso de la realidad misma); puede que contra el aumento de la delincuencia de corte extranjero o su impacto mediático; puede que contra una fórmula errática de hacer política. Se aprende tarde que en materia política, sobre todo en tiempos de maquiavelismos, no gana necesariamente el “mejor candidato”, el más virtuoso, el más correcto, el más carismático: gana el que sabe estar en el momento justo, en el lugar indicado y sabe exactamente qué hacer. En este caso, sabe leer el contexto político.

Kast era el que debía pasar. Y vaya que cuesta asumirlo. No es tan difícil de entender, después de todo, si uno logra abstraerse del chantaje emocional y se permite un análisis más profundo. En el 2021, el contexto lo tenía Boric, por eso ganó, no por ser el mejor, ni mucho menos. Aún en esa época, el estallido estaba “caliente” y había un proceso constitucional en curso. Las expectativas eran altas sobre el joven candidato. Así mismo, fueron las distintas decepciones. Altísimas, como el costo político de sus errores. Y esa gestión amateur, unida a una escasa autocrítica, acabó por pasarles la cuenta a todo el mundo de la izquierda socialdemócrata. Con respecto a Kast, a él lo salvó el nuevo contexto. Una doble derrota constitucional a cuestas, un clima de inseguridad creciente y una inmigración extranjera descontrolada, manifestándose en bandas de crimen organizado con mentalidad “caribeña”, cada vez más brutales. Sumarle a eso el caso Fundaciones, la carencia de otros candidatos de izquierda con liderazgo y se abre de golpe la puerta del averno, lo suficiente como para que crezca la reacción y arroje un knockout certero, sin defensa oportuna.

“Aunque ambas candidaturas son pro globalismo, el resultado es lo más conveniente para Chile… Ojo será un statu quo, pero estable. Lo del PC habría sido la caída”, comentaba por interno un amigo. Posibilidades, hipótesis, supuestos que se barajan después de la fiesta (¿o farsa?) eleccionaria. Yo no sé. Lo único seguro es que no habrá fascismo, en el sentido original e histórico del término fascismo. A lo sumo, más neoliberalismo guzmaniano y un poco más de “mano dura”. En todo caso, no mucho más. Y de nuevo, vuelven las posibilidades, las hipótesis y los supuestos ante la falta de certezas. “Frente a la destrucción de los grandes relatos, no hay convicciones en nada”, decía otro amigo, muy en la línea de Lyotard. Y tenía razón. Le llamaba la atención la ambivalencia del voto chileno. Hace unos años, habían aprobado una Nueva Constitución y habían elegido de presidente a un activista que pasó de la FECH al Congreso. Después, rechazaron dos intentonas constitucionales para luego elegir a un presidente del signo contrario. No se trata de esquizofrenia política, se trata de la volatilidad de las masas, fluctuante, en sintonía con el devenir de los tiempos. Lucy Oporto dijo algo muy valioso: “los fenómenos son oscurísimos, cambiantes, confusos”. Lo dijo en entrevista con Cristián Warnken para un programa llamado “las tinieblas del alma de Chile”. Qué título tan apropiado para proyectar simbólicamente el sendero chileno del presente, de cara a un futuro muy poco auspicioso.

¿Derrota del octubrismo? El amigo, muy convencido, dijo que sí. Yo diría que no del todo. Más bien, un golpe. Repito: un golpe fatal, pero no de muerte. La calle volverá a rugir, como ya lo ha hecho antes, hasta en tiempos de relativa tregua. Lo cierto es que el triunfo de Kast representó más que simplemente el ascenso de un derechista republicano al gobierno; representó algo todavía más impactante a nivel histórico: el primer triunfo democrático de la derecha conservadora, quizá desde tiempos de Alessandri, ya que Piñera podría considerarse, más bien, un liberal de centro derecha, en ese sentido. Aún no se alcanza a dimensionar el impacto que esto tendrá mañana. A mi juicio, se trató de una señal política contundente contra lo que se venía fraguando, su exceso, su desparpajo. Si no estoy equivocado, Kast sería el primer presidente electo que votó por el Sí. Eso equivale simbólicamente a una herida letal para el mundo de la izquierda más clásica, su legado, su memoria. Hoy, sin duda, estarán de luto y guardará fuerzas para volver a la carga con mayor determinación, pero el curso de los acontecimientos históricos es irrevocable, y la historia misma tiene unos giros que ningún guionista en las sombras podría siquiera replicar. Ahora, soy consciente de que Kast representará un problema para Chile, pero de otro orden: soberano, geopolítico, por su cercanía con Israel y su llegada con Estados Unidos. Veremos qué pasa. Hay que permanecer vigilantes. Por lo pronto, el silencio reina en la pieza. Cae la noche y su peso cae como el sueño, tan pesado como el mundo, como la historia.

¿Es el peso de la noche, en Chile, eterno? Esta mezcla forzosa entre Ennio Moltedo y Diego Portales trata de aunar dos mundos, en apariencia, distantes: el mundo político y el mundo poético. ¿Será esa metáfora la apropiada para leer la novela política que estamos viviendo?

Decía el gran Armando Uribe en sus memorias: “¡Si hasta en literatura las metáforas resultan sospechosas, peligrosas, y pocas veces vividas! En política pueden ser perversas (…) Las metáforas usadas por los políticos son falsas e inducen al error”.

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