miércoles, 16 de abril de 2025

El “apartidismo” como postura ciudadana: hacia un nuevo pluralismo político

Para una auténtica ciudadanía, no monismo ni politeísmo sino un auténtico pluralismo.

La tesis elegida corresponde a la planteada por la autora Adela Cortina en su libro “Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía” de 1997. El pluralismo, de acuerdo a su perspectiva, se puede definir como una característica intrínseca de las sociedades modernas, (o así debería serlo), aquella en la que cobra sentido la convivencia entre grupos de personas con diferentes visiones y diversas formas de realización. Ahora bien, la autora plantea el pluralismo como horizonte y desafío, como un propósito a conseguir o como una hoja de ruta, en un mundo cada vez más globalizado, que puede tender al caos o a posiciones monolíticas. De ahí que Cortina diferencia entre monismo, politeísmo y pluralismo.

Para ella, el monismo puede expresarse en una sociedad donde se comparte un solo código moral para todos, algo muy en común en dictaduras, regímenes autoritarios, teocracias y autarquías. Por su parte, el politeísmo es el otro extremo: una sociedad en donde todos sus miembros tienen distintos códigos sin puntos de acuerdo ni de convergencia, haciendo imposible el diálogo y las tomas de decisiones, propiciando, como consecuencia, el individualismo y el relativismo moral y valórico. Por eso se precisa hacer la diferencia con el pluralismo. Según la propia autora (Cortina, 2003), en una conferencia llamada “Pluralismo moral. Ética de mínimos y ética de máximos”: “Pluralismo querría decir que en una sociedad hay distintas éticas de máximos que hacen distintas propuestas de vida feliz, y esas distintas éticas de máximos comparten unos mínimos de justicia que se concretan en valores y en principios”. (Cortina, 2003).

El auténtico desafío, claro está, radica en aplicar ese pluralismo al terreno de la realidad, en el que convergen los conflictos y las desavenencias en todo orden de cosas. Y en este caso, es preciso concentrare en el terreno de lo político. Cortina ofrece algunas luces al respecto, al momento de desarrollar su tesis en el ámbito de la ética y los derechos humanos. Menciona Fuentes (2024): “La ética discursiva reconoce unos derechos pragmáticos por medio del discurso, para que este tenga sentido: el derecho a participar en los discursos y el derecho a no ser obligado mediante coacción interna o externa al discurso”. (Fuentes, 2024, p. 239).

Con tal de integrar el pluralismo en la arena política, cabe reconocer la realidad de cada nación específica, y el grado de satisfacción de los ciudadanos con respecto a la representatividad de sus políticos. A juzgar por los hechos ocurridos últimamente en Chile, en este caso, (la radicalización del “malestar social” desde octubre del 2019 en adelante) y por el clima sociopolítico percibido de un tiempo a esta parte, se puede sostener, con cierto grado de certeza, que reina la desconfianza hacia la clase política en general, la polarización entre grupos partidistas sin ánimo de reconciliación y una lógica de rivalidad que ha hecho insostenible un auténtico proyecto país, con miras al futuro.

Ante la crisis de la representatividad partidista, en nuestro escenario, ha surgido el fenómeno del “apartidismo”, que se puede resumir, básicamente, en una postura política que toma posición en contra de cualquier partido establecido, y que opta por la vereda de la autonomía, más allá del aparato partidario. Se trata de un fenómeno no muy bien acogido por el sistema político institucional, y sobre el cual recaen una serie de prejuicios que dan cuenta de su incomprensión. Los autores Sandra Solano, Benjamín Temkin y José del Tronco y (2009) se han aproximado al concepto, desde la realidad sociopolítica mexicana. Para ello, parafrasean al autor Russell Dalton, politólogo entendido en la materia, quien establece la diferencia conceptual entre apolíticos, partidarios rituales, apartidarios y partidarios cognitivos: “Los «apartidarios» son los electores «independientes» con altos niveles de movilidad cognitiva; es decir, es su falta de identificación lo que los separa de los partidarios cognitivos”. (Solano, Temkin y del Tronco, 2009, p.124).

He aquí que, tomando las palabras de los autores, es preciso destacar el carácter independiente de los “apartidarios”. De ninguna forma, un “apartidario” o “apartidista” debe ser considero alguien “apolítico”, quien suele estar asociado a la apatía o al desinterés político. Un apartidario puede ser, de hecho, todo lo contrario: un ciudadano con todas sus letras, consciente de sí mismo y de las problemáticas de su sociedad, con voz y voto, que sencillamente descree de las autoridades de turno y del contubernio partidista que ha agotado su capacidad de representar a quienes dice representar, por desgaste o incumplimiento de sus propuestas o, peor aún, debido a intereses espurios que rebasan cualquier mínimo moral o legal. En este punto, se puede volver a los dichos de Adela Cortina sobre los “mínimos morales”. Estos mínimos de justicia son viables, de manera plena, solo en una sociedad con democracia liberal, y con un estándar ético de derechos humanos, establecidos de forma constitucional.

En el debate político chileno se ha hablado mucho de los “mínimos civilizatorios” para hablar de consensos mínimos que debieran zanjar el debate ciudadano. Pues esos mínimos, al ser constitutivos de la organización democrática de la sociedad civil, trascienden cualquier interés partidario específico y pasan a expresarse, de manera pragmática, en cuestiones tan fundamentales como el derecho a la libertad de pensamiento, el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la libertad de asociación, sin que por ello haya atisbo de discriminación ni injerencia de ningún poder ajeno. Por lo mismo, se hace urgente tomar en cuenta estos derechos y aplicarlos al ejercicio de una política soberana, que recaiga enteramente en la ciudadanía, y que no sea mediada ni tutelada por el orden partidario imperante. Los autores argentinos Juan Marco Vaggiones y Silvina (1997) han analizado este panorama, desde su propia realidad país: “La relación de los ciudadanos con los partidos políticos está cambiando en las sociedades contemporáneas y la participación ciudadana como ideal democrático, busca otros canales para su substanciación. Pero la “ciudadanía” no es un concepto homogéneo”. (Vaggiones y Brussino, 1997).

Claramente, la ciudadanía no es homogénea, es heterogénea, y es aquí en donde cobra relevancia el concepto de “pluralismo” ya esbozado por Adela Cortina. La autora señalaba que solo un pluralismo de orden político podía aspirar a consensos cívicos, morales y éticos en donde se compartan mínimos entendimientos sobre la justicia y, como resultado, una articulación orgánica entre cada una de las partes involucradas, logrando una cohesión y una coherencia en el plano de la práctica política. Ese es el ideal a aspirar, de acuerdo a la lectura de Cortina. Pero se precisa, antes que nada, de una voluntad real para generar un cambio –sin intermediarios de un partidismo dogmático- y conseguir, con esfuerzo y sacrificio, una identificación plena con un proyecto nacional. Y para eso, se requiere de una planificación a largo plazo. Un “trabajo de hormiga” sobre las conciencias. Se necesitan zanjar los obstáculos que impiden la comunicación, los traumas que proyectan la animadversión entre distintos sectores ideológicos, las desigualdades de base entre los diferentes grupos socioeconómicos, sin que por ello se apunte a una homogeneidad en los proyectos de vida, sino que a una diversidad plural que permita su coexistencia y la sana competencia, bajo mínimos marcos regulatorios de convivencia dentro de un Estado de Derecho. Suena a algo demasiado solemne y abstracto, pero recordemos que nuestra Carta Magna así lo establece. El paso decisivo recaerá, de seguro, sobre las próximas generaciones, si es que no cae antes el “peso de la noche”. Junto con el pluralismo sobreviene la libertad; y junto con el apartidismo viene, por cierto, la independencia, y para ser libres e independientes hay que ser responsables. Sobre todo, conscientes.

Decía Gabriela Mistral, nuestra poeta Nobel, a propósito de la autonomía y la independencia, en una carta a Eduardo Frei Montalva:

"No tengo pues, compadritos políticos que velen por mí. He deseado y, hasta hoy, realizado, el hecho absurdo pero absoluto, de vivir ayuna de partido, tan libre, – y tan sola – como el pájaro más solo y más desvalido a la vez. Creo que es la única manera de no tener clan que me gobierne. Pero he guardado el amor del pobrerío y esto por doctrina, una doctrina que mira sólo a la independencia, a fin de juzgar los hechos del mundo sin dictados que signifiquen órdenes de rojos ni de negros… Esta soledad es muy dura de vivir, hasta suele ser un poquito… pavorosa, pero deseo morirme así, mirando a los hombres solamente como a seres humanos y no como a sectas y a clanes". Gabriela Mistral.



Bibliografía

· Cortina, A. (2003). Conferencia «Pluralismo moral. Ética de mínimos y ética de máximos». Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile, 6 de mayo de 2003.

· Fuentes, N. (2024). Ética cívica transnacional y éticas aplicadas: La propuesta de Adela Cortina hacia una ética global. Revista de Filosofía UCSC, 23 (2), 217 – 247.

· Temkin, Benjamín; Solano, Sandra; Tronco, José del. Explorando el «apartidismo» en México: ¿apartidistas o apolíticos? América Latina Hoy, vol. 50, diciembre, 2008, pp. 119-145. Universidad de Salamanca, Salamanca, España.

· Vaggione, J. y Brussino, S. (1997): El apartidismo y el apolitisismo. Un análisis a partir de la sensación de falta de poder. Anuarios CIJS, U. N. de Córdoba, pp. 307-320


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