En otra clase de Investigación en el Magister, fue citado Abelardo Castillo para hablar sobre su libro "Ser escritor". Allí se hablaba de "consagrar la vida a la literatura", y que para tener ese grado de convicción o de fatal obsesión, se necesita de una "desinhibición cognitiva". En pocas palabras, apropiarse, de lleno, del oficio de la palabra. En lo que atañe a la crónica, el profesor señaló que la crónica es lo que hacen los distraídos. ¿Qué quiere decir esto? que hay que desviar la mirada, allí donde nadie más ve nada, deslindarse de lo establecido, buscar la anécdota curiosa, el detalle mínimo, la acción disruptiva, el hecho anónimo. Por lo mismo, el cronista siempre llega tarde, a propósito. Se demora porque requiere trabajar con la materia humana, rumiar la experiencia y convertirla en un texto orgánico. También, "la crónica debe permitirse la elucubración", a decir de Gabriela Wiener, o sea, la historia vívida, la escucha activa, permitir la voz digresiva ahí donde hay una pretensión de uniformidad, que se oxigene la conciencia y que entre un poco de luz en los intersticios.
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