jueves, 15 de octubre de 2015


Día del profesor. En una ocasión, luego de haber terminado una clase, y en medio de una conversación sobre las profesiones y que no sé cómo y en qué momento empezó, un alumno dijo algo sensato: "Nada que ver los profes, les achacan caleta de cosas, y mira cómo les pagan". Si llevásemos esa frase honesta a otro contexto, diría más o menos que todo el mito que gira en torno a los docentes como los mesías de la actualidad es otra falacia si ni siquiera en la práctica se reconoce la labor real del docente en sus condiciones básicas. Es como si le dejasen a Sísifo la tarea de cargar un pedazo de mundo en sus hombros sin recibir nada a cambio, nada más que esa pura responsabilidad sin otro sustento en la vida. Pasa porque la práctica del enseñar está sujeta a la mera lógica del trabajar para vivir. Por eso, la santificación del profesorado responde también a una estrategia reaccionaria. Hay un falso mesianismo en atribuir a los profesores poco menos que la responsabilidad sobre todo lo que ocurre. Lleva a pensar que están destinados a llevar a esa carga porque así lo quisieron, mientras el resto se exime de esa carga disfrutando de mejores condiciones. Si quieren meter a los profesores en el grupo de profesiones que cambian el mundo, entonces no podrían quedar fuera ni doctores, abogados, ingenieros, etcétera. Pero ellos no parecen cargar con ese peso. El doctor salva vidas, el abogado defiende casos, el ingeniero planifica proyectos. Por dinero. Pero no se les achaca nada más. Tampoco quieren otra cosa que el propio ejercicio de su profesión y su recompensa. Como diría aquel alumno, es irónico puesto que al profesor se le considera capacitado (cultural o moralmente) para llevar la bandera de determinada redención social, pero se le paga en cambio ridículamente. Es nada más que el pago por achacarle el futuro de otros -palabra tendenciosa- a costa del propio pellejo.

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