miércoles, 21 de mayo de 2025

Parásitos de la conciencia (digresiones y líricas infectas) Hacia un manifiesto parasitista

A J. Pinto.



¿Y si te dijera que nunca hubo un antes del virus

Que la normalidad pretendida

era igual de mórbida, solo que deambulábamos en ella,

anestesiados, plagados de ilusiones e hipocresías?

La división creada por el patógeno no es tal,

Siempre estuvo ahí, injerta en la mirada del extravío

estirando el elástico de nuestro maniqueísmo.


Para Camus, “cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemne de ella”. De acuerdo a La peste, la normalidad es un orden ilusorio. De hecho, la existencia de nuevas normalidades confirma el absurdo mismo de la existencia, ya que si esta tuviera sentido por sí sola, esa sería la norma, pero las circunstancias que se presentan indistintamente en la novela y en la realidad han demostrado justamente todo lo contrario. El virus no es lo absurdo. El virus solo expone la fragilidad de la norma, la falta de articulación de un sentido unívoco.


La bizarra sensación después de ver la película de Cronenberg, El almuerzo desnudo: la sensación de escribir frente al pc como el bicho que te encomienda una misión y, en un acto de onanismo compulsivo, imaginar que uno hace la de Guillermo Tell y asesina virtualmente a sus posibles conquistas. Es el precio de volverse un exterminador, de hacer del antídoto el virus, de escribir nada más que por un impulso adictivo.

...

Parra, cuando le explica a Benedetti, acerca de su famoso cuento "Gato en el camino": "el cuento propiamente tal yo no lo concibo, como tampoco concibo la novela propiamente tal. Me interesan más bien en su estado de bocetos, o de bichos más o menos informes; me interesa más un renacuajo que la rana completa: me interesa más el insecto a medio camino, que el insecto perfecto. Tal vez debido a eso no he persistido en el trabajo de la prosa, que es más coherente que el poético". A raíz de la anécdota, aspirar a lo mismo. Relacionada con la frase de Mallarmé: "yo no he creado mi Obra sino por eliminación", se puede llegar a una aspiración realmente auténtica en la vida, frente a tanta obsesión por la integridad, por el cumplimiento de proyectos concebidos como totalidades: familia, estudios, compromiso. Generalmente uno no puede asimilar la vida sino a través de fragmentos, en nuestros momentos más fortuitos a cuentagotas o inclusive en forma de descargas en los de mayor intensidad.

Uno debiese aspirar a ser el significante de su propia vida como un Libro mallarmeneano, o como el punto seguido de un artefacto parriano. Esa manía occidental de poner punto final allí donde solo existe el umbral hacia otra página en blanco. Ese engendro de la eficiencia y sombra del progreso entrometida incluso hasta en la intimidad emocional. Uno debería tener por objetivo ser un destello milagroso dentro de una vida prestada. La escritura no me pertenece, la mente no me pertenece, soy un vástago de la sociedad porque ella vive en mí. Uno debería pretender escribir, o aspirar a vivir, siempre en miras de lograr la página en blanco absoluta. Dejar que las ruinas de tus proyectos (edificios artificiales) escriban en tu lugar.

Yo no aspiro a la felicidad, yo aspiro a la obra. Uno tiene por obligación actuar siempre como la piedra que contiene en sí tanto el comienzo como el ocaso de aquellos edificios. Yo no quiero familia. Solo quiero pensarme como el parásito de mi creación, el proceso entre la mano que la arroja y el rostro amoratado. Esa es la vida que te escribe, el insecto que intuye su muerte al multiplicarse por mil.


Hoy en Chilito resulta más artístico, turístico, montar cuantiosas ferias del libro con todo su gueto de amiguismos y de inversiones, que la existencia de escrituras que simplemente se dispongan a recrear lo humano en su intemperie. El circo estéril de la crítica ha promovido el hermetismo de los criterios por sobre la intuición del gusto que aflore del órgano de lo cotidiano. Si, por ejemplo, figuras como Teillier lograron instalarse en círculos literarios, fue precisamente porque sentían ese habitar poético siempre a pesar de la crítica, operando casi siempre como un acecho dialéctico de aquellas voces circundantes a la tradición, para envolver esas manchas tarde o temprano bajo su paradigma.

Lihn hablaba de escribir correctamente poesía, más en relación al oficio que a una lógica de producción, oficio posible a raíz, y muy en el fondo, a pesar del impulso vital: "el mismo Rimbaud/que probó que la odiaba (la literatura) fue un ratón de biblioteca,/y esa náusea gloriosa le vino de roerla". Sin embargo, Rimbaud se fue al África. Lihn destinó su escribir al inxilio. El Chico Molina, conocido como Bartleby chileno, no escribió nada. Son lecciones que vienen de la voluntad para canalizar el caos propio, más que ejemplos morales. Se tiende a caer en un academicismo que se fagocita a sí mismo, parasitando a sus huéspedes con el fin de prosperar, cuando hay que escribir fuera de la ley. O también se cae en vanguardismos que afloran al ritmo de la bebida energizante de la imagen, quedándose solo en lo espectacular, en su pista de baile, no en su transmutación, cuando hay que escribir siempre a raíz del silencio y organizar el ruido interno.

Qué patética la vanguardia que "quiere ir" adelante del resto, pero detrás de un sueño americano: plata, libros, mundo ¡nada de eso es el bien peligroso de las palabras! Hay que concebir una escritura que excave en el África interna -su punto de subdesarrollo, su tercer mundo- y que haga de su tinta combustible en la zona baldía de los maestros. Duchamp fue vanguardia no por contingencia histórica, sino porque su gesto es el del asco frente al orden establecido. Su asco fue el estilo del siglo. Hoy, sin embargo, vemos la prostitución del ritmo interno arrasando en las ferias y en los museos, avalados por la teta del estado, cuando el sentido de la poesía, a decir de Holderlin, era el de ser "la más inocente de las ocupaciones", inocencia como fuerza y recreación.

Prevalece la poesía que propicia el espectáculo, la pantalla donde los egos se masturban, "en línea" con los intereses de narcos editoriales. En palabras de Duchamp: urinarios del pensamiento al servicio de la cloaca de la contemporaneidad. Frente a ese caos, solo queda reinaugurar los vómitos joviales, la higiene desaforada que nos reconcilie con nuestra respiración, nuestro anonimato y nuestra oscuridad.


¿El virus ha muerto?

Ha dicho Jorge Zamora, disidente activo de la plandemia, que “todo lo que está ocurriendo hoy en día se produce gracias a que las personas creen básicamente dos cosas: 1 que el virus existe y 2 que la PCR detecta enfermedad”. Según él, no se descubrió un nuevo virus, solo se hizo un constructo virtual consistente en secuencias genómicas que no son originales, sino que fueron dispuestas como si de un Frankenstein virtual se tratase. Sarscov 2, para Jorge Zamora, no existe en la realidad y es tan solo un constructo virtual binario. Sí, tal cual se oye. Zamora es uno de los pocos chilenos que se la juega con una tesis tan atrevida, y se propuso hacerlo con argumentos racionales y científicos. Él sostuvo que, al no haber aislamiento ni secuenciación del genoma del virus, sencillamente no se puede afirmar su existencia a ciencia cierta. Similar a tomar la foto de un OVNI y suponer su estructura completa para afirmar que existe, asimismo, con el Sarscov 2 suponemos su estructura en fotos, pero no ha sido individualizado su genoma real, y con eso es imposible afirmar que este presunto virus tenga siquiera la capacidad de enfermar y, por ende, de matar. Zamora, para seguir argumentando su temeraria tesis, citó a Wu Zunyou, jefe del Chinese Center for Disease Control (CDC), quien declaró este año que “el virus no fue aislado”. Sin virus aislado, no puede existir genoma del mismo. Por ende, no puede haber pandemia.

Lo dicho por Zamora resultaría inmediatamente censurado por los talibanes del Ministerio de la verdad de Bil Gates, redes sociales y farmacéuticas asociadas y coludidas. Y eso es lo realmente preocupante. Ya no tanto el contenido de su tesis, de por sí provocadora y transgresora, sino que la falta de debate y aun de disenso científico en torno a este bicho, ya no se sabe si real o imaginario.

¿Y qué pasa con los millones de muertos? Esa misma pregunta se le hizo a Zamora en una transmisión en vivo. Él simplemente respondió que el problema radica en el engaño de las PCR, que realmente no detectan el supuesto virus. Lo que hacen es identificar ciertos síntomas asociados a otras enfermedades afines, para luego ser clasificados arbitrariamente, y de acuerdo a protocolos dudosos, como “positivos” falsos o verdaderos.

Si todo lo dicho por Zamora resulta ser cierto, solo cabría pensar en las desastrosas consecuencias para la ciudadanía engañada y en la aterradora verdad tras toda esta trama conspirativa. Los que llaman conspiranoicos a tipos como Zamora caen en el juego de la verdad “científicamente comprobada” por los medios oficiales y atacan al mensajero pero no al mensaje, falacia del hombre de paja muy usada hoy por hoy para aplacar cualquier atisbo de crítica tachándola directamente de “negacionismo”. Todos los que desconfían del relato de la pandemia pasarían a ser negacionistas. En última instancia, solo se pueden debatir dos grandes posiciones enfrentadas: la de los promotores del origen natural del virus, provacunación y obedientes de las medidas sanitarias; y la de los promotores del origen artificial del virus e incluso negadores del mismo, antivacunación y desobedientes de la narrativa plandémica. Como ha venido siendo la tónica en materia de ideas, durante todo este tiempo, ambas posturas maniqueas se mantienen en pugna, en un estrecho conflicto por la verdad y el poder.

Que el virus ha sido usado por “manos negras”, me inclino a pensar que sí.

Que el virus no tiene un origen tan espontáneo como creemos, me atengo al beneficio de la duda.

Ahora, que el virus no existe y todo no es más que un macabro circo para someternos, me resisto a creerlo del todo, pero una intuición me lleva a pensar siempre en el peor de los escenarios como factible, a juzgar por la dramática sucesión de hechos acontecidos a lo largo y ancho de esta coyuntura histórica.

Después de todo, mantengo el sano escepticismo y solo puedo afirmar que los virus no están vivos, y que incluso son llamados, en ciertos tratados de medicina, “partículas zombie”. Estaríamos ante la amenaza constante de un zombie invisible, seguido de cerca por el miedo que alimenta la maquinaria.

Así, el virus es verdad y es mentira. Verdad en cuanto discurso del poder. Mentira en cuanto su inexistencia puede probarse.

El virus es vida y es muerte. Vida porque sobrevive en nuestra mente. Muerte porque parasita lo que vive.

“Un virus en acción es casi invisible, la luz fusela su cuerpo. Se lo puede observar bien con el microscopio Electrónico, únicamente Después de muerto”, rezaba Gonzalo Millán, en Letra muerta, del libro Virus.

Solo nos queda el pensamiento y su respuesta inmune

El lenguaje y su imbatible viralidad.


Ocaso de metal

Las palabras apuntan al final de finales

Hierven mentes y corazones

El desastre se vuelve la norma

Hombres y bestias azuzan el fuego

Descalabro de la razón

Traición de la luz

Se cierne la noche sobre el páramo

Se hunden las naciones

Se demuelen las obras

Las hienas del poder muerden la carne

La materia se resiente

El mal se vuelve metálico

Y los profanos pagan su deuda

El diablo renueva temporada

La Tierra precipita la agonía

Tras su rostro, reflota el horror

El vacío nihilista, hambriento de furia

Falso Dios de este mundo

Carcelero de ilusiones

disemina la mentira, cual peste

sobre su imaginario oxidado

Ya no hay misión, ya no hay sentido

Los bastardos acometen su crimen

Ecos sin voz se estrellan contra el muro

Sombras sin sustancia

Revelan lo real

La sangre ardiente y el alma desnuda

Se cierne la noche sobre el páramo

Se destruyen los proyectos

Se asfixian las gargantas

Los buitres de la discordia rapiñan la carne

La materia se retuerce y se revuelve

El caos se vuelve ácido

Y los blasfemos (de toda laya)

Montan su teatro

El absurdo renueva temporada

El cielo se precipita a su agonía

Tras la máscara, reflota el horror

El vacío absoluto

De lo que no tiene nombre

Ocaso de metal, cae el conjuro

Sobre los enemigos de espíritu

Ocaso de metal, cae el hechizo

Sobre los parásitos de la consciencia.


No estoy contra cogito ergo sum, pero, sin embargo, dudo de que haya una certeza equiparable a Dios y a los conceptos elementales y artificiosamente elaborados por la cualidad fracturadora de la mente.

La palabra duda, más aún, el hecho de dudar, envuelve su etimología y definición en un orificio autófago para quien la erija como concepto. El querer establecer de ese artificio una certeza es precisamente y se vuelve en ese orificio, y hasta lo que dije, cabe la duda, se ve envuelto.

Conceptos parafernálicamente físicos: Pensamiento, yo, imaginación, ensueño, verdad, etc, etc, etc. no son más que espejismos que la mente [ese virus extra humano] incrustada en este animal bípedo proyecta y hace perfectible por medio de los cinco sentidos del susodicho animal. Apoyo a Burroughs al decir que: “el lenguaje es un virus”, pero el virus es para mí mejor dicho la mente, y, junto con ello, un parásito ontológico que corroe nuestra susceptibilidad haciéndola justamente susceptible, y por consiguiente, hambrienta de retribuciones ¿Respuestas?

Etapa final= fractura.

Por lo dicho, el pensar puede volverte como un orificio autófago, aunque creo o dudo que lo sean o ya lo somos o lo soy. No se puede imaginar una vida humana (con todas sus fracturas) en un cuerpo artrópodo, por ejemplo (como si Kafka supo hacerlo, pero solo siguiendo una línea humanoide).

De esa forma, la figura humana necesita de la oscuridad flemática de una pangea.

El caos inicial es la pangea máxima.


Una poética de la oscuridad

Echar a andar el engranaje del pensamiento para constatar que no produce sino su propia y adhesiva repetición. Quizá sea posible concebirse, fuera de la rutina o dentro de ella, entre sus grietas, uno mismo como una máquina de excretar frases, simples sentencias que sean embriones de pensamiento total, a la manera de haikus o de parábolas indias, pensar así como ritual cognitivo para tu vida tanto psíquica como cívica, pensares equivalentes a musculaturas y respiraciones: un sístole díastole de escritura. El momento en que la letra entre sangrando en la vena y salga divorciada de algunos de tus orificios, de tu sistema completo, a la manera de una criatura, como el músculo del brazo o el sudor de una fiebre, ese puro proceso de adicción y de expulsión podría ser lo único, el placer y el deber escribir. Que los textos actuaran como molinos que emulen la violencia creadora de la sangre.

Ahora bien, es preciso que esa máquina de ficción en su curso inmortal purifique la falsa antinomia de los conceptos: la vida desconoce exclusividades, contiene las contradicciones porque son brochazos de un lienzo cósmico, no porque se borren a si mismas en él. Los conceptos binarios son como fisuras de un sistema nervioso: yo no amo sin odio, yo no vivo sin morir, yo no intuyo el núcleo sin la superficie. Las cicatrices del pasado pueden ser surcos donde florezcan nuevos sentimientos, eso lo sabían los griegos: el paroxismo de las cosas diluye sus opuestos, pero para llegar a esa verdad es preciso atravesar todo lo intrincado de las oposiciones del mundo, sentir la adversidad en tus órganos, ser tu mismo en algún punto el engendro de la adversidad de tu mundo civilizado.

Para conquistar la abismal pulcritud de una realidad pura como hoja, es preciso que te deshagas y que seas más negro que la tinta. De esa forma iniciática se podría llegar a escribir en cierto punto de inflexión. Se trata de una poética de la oscuridad, como ya lo revisaron Lihn, Millán y otros metapoetas. Por eso, en parte, la crueldad de la que hablaba Artaud, a nivel ético, siendo duro consigo mismo para que, en ese acto, germine una nueva apertura en y desde los otros, incipientes pero inherentes a esa cosmovisión.

Con todo, y por todo lo anterior, no puedo ser positivo, no puedo simplemente obviar el proceso vital del conocimiento, el ruido y el aceite de esa máquina. Para, al fin, ser o deber ser, debo contaminarme de ese ruido y de ese aceite, para saber, para aprehender, concebirlo todo, para intuir la la paz auténtica de toda esa mecánica, una ecología de la mente. Por eso, escribir implicaría volverse negro e indescifrable como tinta hasta que la página en blanco -tu realidad- aparezca virginal y total, como una ventana abierta después de tu primera y última noche de bodas.

No es posible escribirse por entero, ergo, hago de mí una obra por correspondencia absoluta. Nadie ama a nadie, por lo tanto, en esa nada es posible que seamos oscura significación, como un vacío oriental: prodigios de oscuridad, sombras de mundos.

martes, 20 de mayo de 2025

Esto no es una arepa: el tostador es chileno

Frente a la polémica de la empresa Ilko y la denominación del clásico tostador de pan como "parrilla para arepas", cabe aludir al origen del artefacto. Se trata, por supuesto, de un producto cien por ciento chileno. El historiador José Pedro Hernández expuso que el tostador se creó en el campo y luego se popularizó en los años cincuenta, con el auge de la migración hacia las ciudades. Eso sí, no tendría ninguna patente industrial, por lo que se ha usado en diferentes partes de Latinoamérica. Incluso habría llegado hasta Europa. El solo hecho de que no tenga patente explicaría, tal vez, por qué Ilko hizo esa modificación, buscando adaptar la función del tostador al mercado venezolano, y no al revés.

Tras el cambio, se generó un parte aguas, entre quienes defendieron su apropiación cultural y quienes apelaron al elemento identitario del artefacto, propio de nuestro país. En virtud de todos esos recuerdos de niño, cuando nuestra bisabuela nos servía pan amasado en esa clásica rendija de hojalata, y también tostaba algunas sopaipillas que nosotros mismos moldeábamos a mano, prefiero reivindicar el carácter nacional del tostador, que se identifica con nuestra industria y con nuestra cocina, a la vez que con nuestra memoria.

Al momento de calibrar el fuego, tratábamos que el pan batido o la hallulla no se quemaran. Nada mejor que unas tostadas con margarina o con queso. El tostador era muy práctico para el desayuno y para la once, aunque había que procurar dejarlo a fuego lento. Esas cenizas dejadas por la masa en el suelo, ese olor a quemado que lo envolvía todo, también nos pertenecen. Y no, no se trata de restringir su uso al venezolano ni a cualquier otro, se trata de respetar la idiosincrasia del tostador, y no hacerlo aparecer como otro objeto al servicio de la producción en serie y de la mercadotecnia sin arraigo histórico ni color local.

En señal de protesta, el otro día, publiqué una foto en la que aparece un pan batido entero encima del tostador y, debajo, la leyenda: esto no es una arepa. Se trataba de imitar lo que hizo Magritte con su ya famoso: esto no es una pipa. No es el sentido literal, es la representación que nos hacemos del tostador lo que cuenta.

lunes, 19 de mayo de 2025

Pedí prestado en la Biblioteca Severín el Diario de Mario Góngora del Campo, editado por Leonidas Morales. Al principio, no tenía ninguna intención de pedir nada, solo hojear alguno que otro libro, sin expectativas. Hace tiempo me venía resonando el nombre del historiador, luego de leer su reflexión sobre la crisis del Estado de Chile. En cierta manera, el libro se me apareció y fui llamado a leerlo.

El Diario de Góngora contiene anotaciones personales que el escritor realizó entre 1934 y 1937, y que comprenden su época como estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, un periodo muy convulso de su carrera. Al terminar el diario, Góngora desertó de las leyes y se abocó de lleno a la historia y a la historia política. Eché un vistazo, hojeé algunas páginas del diario y me sorprendió el estilo de su escritura, distendido, sin demasiado artificio, con algunos pasajes más reflexivos y otros descriptivos. Ya había leído antes el diario de Luis Oyarzún y el de Alfonso Calderón, que tienen una inclinación similar, pero matizada por sus propias lecturas y sus propios avatares.

Había algo en la escritura de estos textos que se acercaba al tono de lo consuetudinario, aunque, bajo la apariencia de lo prosaico, latía la experiencia vital enriquecida con la propia mirada de sus protagonistas y la lectura situada de un momento histórico. En el Diario de Góngora puedo advertir estas mismas inquietudes. Al cerrarlo, una madrugada del martes 21 de diciembre de 1937, un joven Góngora, en un momento crítico de su derrotero de vida, escribió: ¿Qué será de mí? No sé. Todas las ideas, todos los planes, todas las teorías han caído y quiero solamente entregarme al viento que pasa, encontrar en él una respuesta, viva y fresca”.

En la perplejidad del texto, se puede percibir algo así como un tejido orgánico, una cuestión palpitante, la propia vivencia de su autor, vivida sin tapujos, expuesta sin concesiones, además, la libertad de dejarlo todo, de nuevo, y prepararse para lo que viene, otros proyectos inciertos y, consecuentemente, otros escritos, escritos de otra naturaleza, porque lo componen otros pensamientos, otra vida. Todo aquel que ha hecho de este oficio una realidad palpable, ha experimentado algo más o menos similar, si es que antes no ha consumado una misión secreta y silenciosa, hermética al mundo exterior.

domingo, 18 de mayo de 2025

Las gaviotas

Mientras reviso el escritorio, fuera de la ventana se puede ver una multitud de gaviotas encima de los techos de los edificios. A veces, sobrevuelan el parque del condominio y van de un techo a otro para reunirse con las demás. No es una cuestión reciente: hace varias semanas que las gaviotas se volvieron nuestras nuevas vecinas. Sus graznidos se hacen cada vez más numerosos, cuando no se escucha demasiada bulla y no se aprecia gente alrededor. Hay detalles en esa bandada de gaviotas que resultan incomprensibles: el hecho de que se vayan con rumbo desconocido por las noches y vuelvan durante el día; el hecho de que sobrevuelen los techos sin descender, como si temieran el contacto humano (no las culpo); la necesidad de posarse en grupo aquí y no en otro recinto de la zona, ¿será que son aves descarriadas, que perdieron su verdadero espacio? ¿Será que solo están de paso por un tiempo, en estos lados, para luego marcharse sin retorno?

Aún no puedo comprender el motivo por el que estas gaviotas, aves marinas, volaron tan lejos y se agruparon precisamente en este lugar, de manera tan misteriosa. Quizá migraron en busca de alimento –basura humana, por ejemplo- y encontraron en el vecindario una zona de distribución para abastecerse y volver a los parajes costeros, de donde pertenecen. Cuando las gaviotas graznan entre ellas, de manera estruendosa, pareciera, verdaderamente, que están tramando algo o planificando su próximo movimiento con fines ocultos, vetados al intelecto. De inmediato recordé “Los pájaros” de Hitchcock. El lenguaje del cine puede ser un lenguaje alado. En la película, las gaviotas amenazan Bodega Boy con sus ataques en bandada, sembrando el caos en el pueblo, sin otra explicación que su naturaleza salvaje. Podía ser una emanación del inconsciente o un fenómeno fantástico. Aparte, recordé el clásico cuento “La gaviota” de Chéjov. También el lenguaje de la literatura puede ser un lenguaje alado, con el que emprender vuelo o tirarse en picada contra la tierra. En el cuento, hablaban de una “gaviota embalsamada” y una “gaviota muerta” que representarían el presagio fatal, el estancamiento creativo, la pérdida de la libertad y, en definitiva, la advertencia sobre un destino funesto.

No quisiera seguir pensando en las gaviotas hostiles de la ficción, pero su imaginario continúa sobrevolando el cielo nublado. Las gaviotas que puedo ver desde mi pieza demuestran, en cambio, una actitud serena. Vuelan y graznan sin molestar a nadie. Solo observan, de cuando en cuando, el actuar de los humanos allá abajo, con suma distancia, aunque siguen en sus menesteres, inadvertidas. En el momento que escribo esto, sin embargo, las gaviotas del frente graznaron desesperadas y volaron rápido al ser espantadas por un tipo en un balcón del último piso. Las que no fueron alcanzadas por el ataque se quedaron ahí, estoicas, contemplativas, yo diría que incluso abstraídas. Mientras tanto, la parte del techo que alojaba a las aladas forasteras permanece vacía, como símbolo del territorio arrebatado. Solo un jote solitario que se confunde con la bandada, caminó por ahí, tratando de pasar desapercibido, un jote perdido, sobrepasado en número por las gaviotas, pero independiente por naturaleza, acaso en busca de algún rastro de carroña. A las gaviotas se les vio siempre unidas, actuando como un equipo. Al jote le bastó con aparecer una vez para esconderse y esperar la estela de la muerte. Pronto oscurecerá, y el secreto lenguaje de los pájaros será lo único que me acompañará en esta helada noche de domingo. En mi propio nombre hay inscrita un ave guacha, nostálgica de un cielo distante.

sábado, 17 de mayo de 2025

"Todo escritor es un Dios avergonzado. Todos terminamos escupiendo el barro de Adán y llorando a Eva en la página que quemamos"


"El infierno de lo visible es peor que el purgatorio de lo oculto. En las sombras, todos los textos son perfectos"
— adaptado de Edmond Jabès.

Reflexión crítica sobre el Estado Leviatán y la Noción de Estado

La metáfora del Estado como un Leviatán, para el pensamiento de Thomas Hobbes, representa un poder absoluto que se impone sobre el conjunto de la sociedad con el fin de mantener un determinado orden político. El hombre en su estado natural sería, bajo esta visión, nada más que “un lobo para el hombre”. Ahora bien, la metáfora original tiene un marcado carácter monstruoso. El Leviatán bíblico era, de hecho, una fuerza de la naturaleza, poderosa e indomable. El alcance del Leviatán, hoy por hoy, podría extenderse no solo al Estado, sino que a grupos criminales como las mafias y a corporaciones transnacionales que, de hecho, arrasan con las soberanías de las naciones e influyen poderosamente en las condiciones de vida de los ciudadanos, sin un contrapeso real. ¿Es posible pensar todavía en un Estado absoluto frente a entidades que ejercen un poder más influyente? Esta idea tampoco contempla la posibilidad de que, en muchos contextos, el Estado mismo sea corruptible. La historia tiene ejemplos de sobra, al respecto. El gran problema con ese pensamiento del Estado, desde la mirada de Hobbes, sigue siendo el de la legitimidad popular y la falta de pluralismo social, en el contexto de un mundo cada vez más globalizado.

Por otra parte, en el texto de Lesly Llatas Ramírez, “Noción de Estado y los Derechos Fundamentales en los tipos de Estado”, se realiza una definición de Estado según los parámetros contemporáneos. Se puede destacar la idea de Estado como una sociedad política autónoma organizada para estructurar la convivencia de las personas, de acuerdo a ciertas normas constitucionales. Además, para la autora, el Estado siempre posee una concepción ideológica que lo respalda. Este es el punto que resulta problemático, ya que esa concepción, muchas veces, no responde a los intereses de la ciudadanía. Estas desavenencias entre el Estado y la ciudadanía son las que provocan, luego, la falta de representatividad del sistema político de la nación. La falta de respuesta estatal frente a situaciones que ponen en peligro a la sociedad, es entendida como ineficiencia y, en el peor de los casos, complicidad y corrupción. Hay casos vigentes en los que el Estado soberano choca con el derecho internacional, al cual debiera estar subordinado. Es cosa de remitirse a ciertos regímenes autoritarios y al intervencionismo extranjero de algunas potencias mundiales.

Frente a un escenario sociopolítico tan complejo como el del mundo actual, las nociones de Estado, de Estado de derecho y de Estado nación entran en un conflicto importante, desdibujando sus principios elementales. Entonces, es cuando conviene examinar la realidad circundante, realizar un diagnóstico profundo de la situación país, repasar aquellos conceptos políticos que se daban por hechos y proponer una nueva manera de articularlos. El gran desafío que afronta nuestra nación, en particular, sigue siendo el de la crisis del Estado chileno, como hubiera pensado el historiador Mario Góngora, en circunstancias de que nuestra propia nación fue “pensada y creada por el Estado”. La autora Lesly Llatas habla desde la realidad peruana, y señala que es necesario “imaginar el país que queremos” y que se precisa “discutir ideas para avanzar y dejar atrás la desesperanza que parece dominarnos”. Surgen así un par de preguntas que pueden servir de punto de partida para repensar nuestra propia realidad: ¿Cuál es el modelo de sociedad que queremos construir, de cara al futuro, en pleno siglo XXI? ¿Y qué clase de Estado es el que de verdad necesitamos para garantizar la realización de un proyecto país, que no sea solo un montón de promesas sobre una hoja en blanco ni otra tentativa populista más, condenada al olvido de la historia?

El descenso enfermizo a la tumba

“El punk no está muerto, pero huele raro” Jello Biafra

Se quedó mirando los barrotes. Lucían tan herméticos como el féretro de aquel cementerio. Pensó en el motivo que lo había llevado a aquel velorio, el siempre estridente motivo de la muerte. Mientras más pensaba en ella, sentía que algo en su mente no terminaba de rimar. Sentía que su cerebro se descomponía en cuanto recordó un cúmulo de osamentas perdidas, una Báltica tibia, a medio tomar, un montón de orina y de mierda arriba de un escenario maltrecho, con parlantes saturados de rabia. Ya no sabía distinguir si la calavera que aparecía en sus sueños era la de Misfits o la del monólogo de Hamlet.

De pronto, todo el calabozo se vino a negro. Reinó el silencio. Ante su conciencia, emergió la figura de GG Allin. Lo quedó mirando estupefacto, acaso sin comprender lo que estaba ocurriendo. –Te falta mucho, cabrito. ¡Con el punk no se juega!”-, exclamó, en buen chileno, la voz de GG Allin, con una mirada amenazante y un rostro carcomido por los gusanos. Cuando intentó acercarse a la figura de su ídolo, una bruma cubrió sus ojos. Volvieron los pasos y los sonidos de fierro. La imagen de la muerte se le hizo más parecida a un punketa en pelota invocando la distorsión que a un esqueleto sepultado con flores y abono para el camposanto.

Había algo en la idea de la pudrición que lo empujó, aquella vez, fuera de la misa solemne, rumbo al patio de los mausoleos y los sepulcros. Quería creer que en ese reinado de silencio su ruido interno podría salir explotado y reventar los tímpanos de sus enemigos. Imaginó una tocata noise en medio de los espíritus. Una tocata distorsionada como las de antaño. Imaginó que los muertos en su mente lo harían pedazos en un mosh brutal, así que se apresuró a agarrar ese skate, acompañado de su testigo fantasma, y dio un salto que cruzó por completo la lápida de un antiguo presidente socialista. Su salto fue tan intrépido que dibujó en el aire mortuorio una estela de fuego. Tomó su skate y corrió luego hacia una tumba abierta que había allí, como esperándole ser enterrado. Se arrojó en ella de manera furtiva, como si se hubiese arrojado al público en medio de una noche hardcore. Allí se quedó tendido hasta que, para sorpresa de todos los presentes, agarró un cráneo, lo miró fijo y se grabó cantando una extraña canción visceral, una canción disonante, nauseabunda, solo reproducible más allá de la materia.

viernes, 16 de mayo de 2025

Dos contrapuntos a la idea transhumanista de la inmortalidad

En respuesta al escritor Rodrigo Juri, quien apoya de manera ferviente el transhumanismo:

-Así como yo lo veo a futuro, y dadas las condiciones geopolíticas actuales, la sociedad transhumanista será más bien como una proyección Cyberpunk más que una utopía cibernética en donde todos tendrán acceso a las bondades del sistema. Dicho sea de paso, se perpetuarán las mismas reglas del juego, los mismos mecanismos de control, la misma mentalidad depredadora del poder, solo que mucho más sofisticada a un nivel cuántico. Y lo más seguro es que China, en muy poco tiempo, se apuntale como modelo social a seguir, los líderes tecnócratas sigan alucinados con su carrera espacial y las cosas en Sudamérica y el resto del orbe sigan supeditadas a los movimientos de las potencias. No veo mucha evolución humana interior, así como van las cosas, para serte franco (y aquí es donde cobra relevancia la cuestión axiológica y filosófica), solo una profundización de la mentalidad moderna, ahora en una etapa de "Cuarta Revolución Industrial" (como pensase Klaus Schwab) el mismo ánimo materialista desmedido y la misma atávica ambición de poder. Dudo mucho que el grueso de la población, que vive en condiciones de sobrevivencia, acceda a volverse Homo Deus, como pretenden los tecnócratas. Será una cuestión elitista. Es mi diagnóstico basado en las condiciones actuales del sistema. ¿Cómo será de aquí a doscientos años? No lo sabremos y no nos incumbe. Pero para eso está la especulación científica, la literatura de ciencia ficción e incluso la propia concepción tradicional sobre ciclos cósmicos, que puedan anticipar posibilidades o escenarios hipotéticos frente a los cambios de paradigma.

-¿Aceptaría meterse nanobots en el cuerpo con tal de lograr la inmortalidad?

En respuesta al escritor Jorge Collao, quien cuestiona la idea de la inmortalidad:

-He ahí el punto estimado: vivir mejor, no más. Calidad de vida, que no cantidad artificial. A mí me gustaría por supuesto vivir muchos años, pero hasta donde me dure el organismo, sin pretender subvertir el orden natural.

-Es como en el cuento El inmortal de Borges, al final te condenas a vivir innumerables vidas, pero también sufres innumerables muertes, las de los otros y la de todo a tu alrededor. Lo veo más como una maldición que como una bendición: una muy tortuosa forma de infierno, en la que, tarde o temprano, se anula la memoria, el tiempo y la propia identidad. Creo en otra forma de inmortalidad, no fisiológica tecnócrata, sino que simbólica, perdurable en un legado cultural. Sin ir más lejos, el mismo Borges está, a mi juicio, inmortalizado en sus obras y en su imaginario, aunque todo apunte a la pronta desaparición cósmica. Pretender un legado perdurable en vida, lograr la realización en vida (sea en forma de acciones concretas o de obras) es quizá insignificante comparado con la duración del universo, pero es, a mi juicio, el último gesto digno, pese a nuestra limitada comprensión de la propia existencia.

jueves, 15 de mayo de 2025

Comentario a inicio de “Hijo de ladrón” de Manuel Rojas

El narrador protagonista de Hijo de ladrón parte su relato con dos preguntas en una: “¿Cómo y por qué llegué hasta allí?”. Desde ahí, trata de recapitular lo que fue su experiencia en la cárcel, lugar que no es detallado al principio, pero que cobra entidad conforme avanza el relato. El sujeto reconstruido por la voz narrativa se trata de un sujeto desorientado y vacilante. Su voz comienza tratando de buscar alguna mínima certeza que le permita seguir con la narración, y para eso se va interrogando a sí mismo y se cuestiona sobre su propia memoria, sobre sus recuerdos más inmediatos y luego, sobre su experiencia del todo traumática producto de su encarcelamiento. No indaga en los hechos vividos en la cárcel, no tiene tiempo, está demasiado embotado o atravesado por el cansancio o el sufrimiento, de modo que el tiempo para la voz narrativa es un factor indeterminado, algo que vuelve aún más dubitativo al protagonista. Tiempo que, sin embargo, se volverá determinante para su vida, una vez liberado. A propósito, Tiempo irremediable era el título original de la novela, antes de llamarse Hijo de ladrón.

Conforme avanza, la voz del protagonista se limita a mencionar episodios que lo marcaron física y anímicamente, para recobrar algo de fuerza y prepararse para lo que viene. De esa manera, detalla su salida de la cárcel. Acá la voz narrativa expresa una incertidumbre evidente. Señala que para el protagonista nada es fácil, ni siquiera el propio hecho de morir, se manifiesta además una desazón y una impotencia: “¿Qué hacer? No era mucho lo que podía hacer; a lo sumo, morir; pero no es fácil morir”. Lo que debiera ser una situación catártica, al protagonista lo encontró perplejo. Una paradoja vital se produce en ese momento. La voz narrativa delimita, en este punto, la vacilación existencial que envolvió a Aniceto Hevia y que condicionó el rumbo de sus pasos de ahí en adelante.

Recién en la parte dos del inicio, la voz narrativa recobra, poco a poco, los puntos de referencia que constituían la vida pasada de Aniceto. Lo marcó la pérdida de un amigo, primera persona íntima a la que menciona; luego, su arribo al puerto de Valparaíso y su atropellado zarpe al norte por culpa de una serie de personas con cargos de poder, a las cuales Aniceto desprecia. Es en este punto del relato que se dejan entrever visos a una mirada anarquista, la cual resuena con la propia biografía de Manuel Rojas y el recuerdo de sus años de persecución política en la década del 20. La voz narrativa de Aniceto deja patente su desprecio contra lo establecido, y es en ese mismo momento en el que comienza a reconfigurarse su identidad, difuminada durante su tiempo de encierro, sobre todo cuando se asume como un sujeto inmigrante, desahuciado, abandonado por el Estado, literalmente “sin Dios ni ley”, expuesto a la intemperie y al desarraigo. Uno como lector no puede imaginarse a Aniceto Hevia sin esas variables, sin esa voz que surge del encierro, sin esa zozobra humana, sin esa memoria que pugna por ser reconstituida, y sin esa tan marcada conciencia social que emana desde la propia subjetividad golpeada del protagonista, una conciencia real, orgánica, nunca impostada.

Durante el episodio del tren y del extravío en la frontera chilena, se recuerdan con mayor claridad y nitidez los eventos. Será por su calidad de dolorosos e injustos. Y esto, de alguna manera, permite anticiparnos al tenor de la narración a lo largo de toda la novela. El carácter introspectivo y reflexivo se hace más patente, a medida que la voz articula la memoria de manera progresiva y se asienta sobre los hechos que marcan el derrotero de Aniceto y sus andanzas dignas de un personaje de teatro picaresco a la chilena, claro está, sin ascenso ni redención posible. Es ahí en donde se anticipa, luego, la clásica reflexión sobre la “herida” que el mismo protagonista se hace, con el procedimiento del monólogo interior, propio de la narrativa contemporánea de corte existencialista, que yo llamaría “diálogo con la propia conciencia”. La herida existencial ya estaba contenida desde el inicio, ya estaba supurante, solo que no estaba expresada abiertamente, producto de la vacilación del protagonista, por lo que la voz narrativa se limitó a expresar la desorientación y a tratar de reconfigurar el centro psicológico del personaje.

Las preguntas al principio abren una brecha e invitan a conocer el motivo de la caída del protagonista y la razón de su (mala) suerte. Incluso, podrían leerse como versión chilenísima, porteñísima, de las viejas preguntas filosóficas “¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?”. Podría decirse que Aniceto hizo suyas esas preguntas porque reflejaron su propio estado del ser en ese instante. Esas preguntas invitan a viajar al infierno del protagonista, su propio tormento interior y sus circunstancias avasallantes. Pero, lejos de ofrecer salidas lógicas o razonamientos, pueblan de mayor incertidumbre la conciencia del propio lector, interpelado por la indignidad en la que vivían Aniceto y sus propios compañeros, sus “camaradas de ruta”. Al identificarse con el protagonista, sin embargo, se logra ese pacto de verosimilitud que permite, en cierta forma, reflejarse en la humanidad rota de Aniceto, la cual, a su vez, se proyecta en la situación de todos los hombres desposeídos en su condición de paria social.

El comienzo de Hijo de ladrón, al estar narrado en primera persona, en calidad de rememoración, consigue ese carácter íntimo, descarnado y confesional propio de la escritura de diarios de vida o del testimonio autobiográfico, otro signo de la narrativa contemporánea, que hace de la psicología del individuo el centro de gravedad. Y he aquí que la narración ofrece más preguntas que respuestas. ¿Cómo saber en qué punto lo que estamos leyendo es enteramente ficticio o tuvo un eco en la realidad fáctica del escritor? ¿Cuánto de ficticio y cuánto de fáctico hay en tal o cual parte de la novela? Preguntas que uno como lector puede hacerse, si tiene el afán de buscar los nexos posibles entre vida y literatura.

Es evidente que hay elementos de la vida del propio autor en la narración del protagonista, pero tampoco podemos reducir su riqueza narrativa a esa búsqueda entre ficción y realidad, sobre todo cuando la voz narrativa configura, a partir del relato del protagonista, un mundo ficcional posible, con ciertas referencias a una época y a un contexto determinado: el Valparaíso de principios de siglo, visto desde la mirada del abandono social y la precariedad. La resonancia con el presente es inevitable. El contexto de recepción de la obra se vuelve punto focal de reverberación, sobre todo cuando se lee en la misma ciudad representada en la novela, bajo otras circunstancias históricas. Pero ¿será el Valparaíso de Hijo de ladrón el mismo que el vivido por Manuel Rojas? Es más ¿habrá alguna relación remota entre el Valparaíso imaginado y vivido por el autor, y el Valparaíso del tiempo presente? ¿Cuánto del Valparaíso (Chile) de Hijo de ladrón hay todavía en el Valparaíso (Chile) de hoy? Son preguntas que surgieron producto de esta lectura, y que permiten problematizar la mirada sobre el espacio vital y el imaginario de la ciudad, hasta nuestros días. De partida, la cárcel sigue estando arriba en el cerro, y los reos que salen en libertad continúan bajando hacia el “plan”, que es como se llama al centro de la ciudad. El mar de Valparaíso sigue siendo el horizonte abierto en el que se funden los marginados.

El punki profanador de tumbas y “el descenso enfermizo a la ruina”

"El punk no está muerto, pero huele raro". Jello Biafra 

Dicen que un punki de nombre Diego Soto, alias Madame Castel Nebrada, fue visto rayando el mausoleo de Salvador Allende y profanando el de Ernestina Pérez Barahona, en el Cementerio General de la comuna de Recoleta. También se le vio saliendo de una tumba, agarrando un cráneo –a lo Hamlet- y saltando en skate, en los alrededores del cementerio. Según consta, el punki habría asistido a un velorio con sus amistades, para luego hacer lo que hizo, con total libertinaje, acaso al límite de la locura y la estupidez.

¿Quién es realmente Diego Soto? ¿De quién se trata este personaje? No hay mucho que decir sobre él, pero sí sobre su presunta obra. Lo que se sabe es que realizó, hace años, una exposición artística organizada por la propia Municipalidad de Recoleta, llamada “El descenso enfermizo a la ruina”. Además, era el vocalista de una banda punk llamada “Sukeban”, activa en la escena under del punk en Santiago, cuya leyenda en su página de instagram reza: “nos gustan los problemas, grindnoise/powerviolence. Ruido de mierda”.

Tras un operativo policial, la PDI logró dar con la casa de Castel Nebrada. Allí encontraron restos de osamentas junto al cráneo sustraído. Diego Soto había sido llevado al psiquiátrico por una vecina, lugar en el que se concretó su detención. Mostró indicios de haberse cortado los brazos. El bizarro episodio impactó a medio Chile, y claro que tuvo una repercusión política. Desde el PS condenaron los hechos y reivindicaron la figura de Allende. Desde la oposición, aún no se pronuncian. Eso sí, hay constantes comentarios que aluden a la supuesta ideología derechista de Castel Nebrada, cuestión inviable, sencillamente por la falta de antecedentes que den cuenta de su ideario. Lo más probable es que se trate de un tipo desequilibrado que busca llamar la atención, un sujeto que se creyó el cuento de “cagarse en todo”, acaso sin una noción real de lo que significa la anarquía, en su sentido filosófico, o acaso sin una noción real siquiera de lo que significa realmente el punk, en términos vitales de rebelión y no de mero nihilismo autodestructivo.

Algunos se preguntarán si en el vasto mundo del punk realmente tienen, entre los suyos, sujetos capaces de hacer cuestiones reñidas con la ley, la moral y las buenas costumbres. Y la verdad es que sí. Basta con mencionar a los Misfits, la mítica banda yanqui de horror punk, liderada por Glenn Danzig, cuya leyenda cuenta que fueron detenidos por profanar tumbas en el cementerio de Crescent City de St. Louis, en Nueva Orleans. Fue en el año 82, pleno apogeo del punk y de sus variantes más extremas, como el hardcore y el noise, estilo ruidoso que el propio Castel Nebrada decía practicar con su banda.

Por otro lado, a Diego Soto se le vio con una polera de GG Allin, uno de los cantantes punks más salvajes de la historia, y puede que esa haya sido su inspiración real: desafiar directamente las normas y las leyes, cagarse hasta en sí mismo, luego de haberse cagado hasta en la muerte y en el descanso eterno del prójimo. La única gran diferencia es que GG Allin llevó su performance hasta las últimas consecuencias, muriendo en su ley y haciendo de su propia figura corrompida y corruptora una leyenda entre los fans del punk más visceral, cosa que Castel Nebrada difícilmente pueda lograr, considerando su falta de consistencia, en su visión y en su conducta, aun en medio de la parada caótica, y teniendo en cuenta, sobre todo, un contexto cultural y sociopolítico que no le favorece. Los efectos saltan a la vista: repudio transversal de todo el espectro político y carne de cañón para “tirarle el muerto” al adversario. Incluso en la propia comunidad punk se han mostrado reacios con el “show”. Hay quienes lo acusan de ser un perkin que distorsiona la causa y que le hace el juego a los enemigos del punk, ridiculizando el estilo y haciendo aparecer a sus seguidores como unos verdaderos energúmenos. Otros, mientras tanto, prefieren guardar silencio, un silencio de ultratumba, antes de meter más ruido y distorsión de la que ya existe en todos lados.

¿Qué más se sabe de Castel Nebrada? ¿Cuál será su destino final? Solo se sabe que sigue detenido a la espera del proceso en su contra; que su madre y su hermana acudieron ante la policía en calidad de testigos; que el propio Municipio que alguna vez presentó su obra ahora realizará acciones legales; que hasta una mentalista televisiva llamada Latife Soto ha salido en pantalla, y ha dicho que el punki profanador “perderá la cordura y sufrirá consecuencias terribles” y ojo, no solo de tipo judicial. ¿Será la ruina del miserable?

Hay una canción de la banda mexicana Garrobos que sirve de contrapunto sarcástico para este caso, digno de un Chile hardcore, rayano entre lo peligroso y lo delirante: “Deambulando en cementerios/¿Cuántos vivos mueren parados?/Deambulando en cementerios/¿Cuántos muertos viven hincados?/No estamos muertos/Somos las calaveras que esperan su momento/Que esperan su final, el final del sufrimiento”.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Gueorgui Gospodínov, escritor: "Nuestro superpoder es que la IA jamás tendrá una infancia que contar"

P. ¿El escritor es más necesario que nunca hoy?

R. Sin duda. Aunque lo humano no ha llegado a desmoronarse del todo, ahora, con la inteligencia artificial, las cosas se han complicado mucho más. Pero la inteligencia artificial jamás tendrá una infancia o historias personales que contar, así que todavía le llevamos un paso por delante, aún tenemos ese súperpoder, el relato personal.

La sombra de la desgracia y el Anti Tour Patrimonial

La sombra de la desgracia vuelve a arremeter en Valparaíso. El miércoles pasado ocurrió un siniestro en una casona frente a la Iglesia La Matriz, que alcanzó a casi a toda la cuadra alrededor. La más afectada fue la clásica tienda de cecinas Sethmacher, fiambrería artesanal que data del año 1944. Se quemó un lugar muy concurrido por los porteños. La firma familiar, a cargo de la charcutera alemana, Birgit Raupp, afirmó que, ante los hechos, se verán obligados a cerrar hasta nuevo aviso.

Días después, la fachada del Bar Inglés amaneció vandalizada con rayados. El Bar estaba pronto a abrir sus puertas, luego de ser restaurada a causa de un derrumbe. Otro clásico de Valparaíso sufre las consecuencias de la anomia, el abandono sistemático y el embate del tiempo. Pese a todo, su dueño ha dicho que seguirá adelante con el bar. De forma estoica, el inmueble del Bar inglés resiste, exactamente, desde el año 1861. Se trata de uno de los locales más antiguos, sin duda, vestigio vivo de una ciudad que ha atravesado los avatares de tres siglos.

Tras ese infame vandalismo, se supo que el Bar El Irlandés cerrará sus puertas para siempre. Hace veintiún años se había instalado el local en el sector de Bellavista, volviéndose una alternativa pintoresca dentro de la bohemia del puerto. Su fundador, Nigel Gallagher, apuntó directamente a la indolencia de las autoridades frente al deterioro progresivo de la ciudad en materia de seguridad y de vida urbana. En este caso, fue categórico al momento de establecer el cierre del bar, sin posibilidad de reapertura.

De cara al mes del patrimonio, Valparaíso vuelve a debatirse entre incendios, vandalismos y cierres abruptos de locales. Bajo este escenario complicado, se convocó a una actividad irónica: el Anti Tour Patrimonial, organizado para el sábado 24 de mayo, día en el que se celebrará el famoso Día de los patrimonios. La idea de este anti tour es que se realice un recorrido no por los sitios “más bonitos” de la ciudad, sino que, justamente, por los sectores destruidos, descuidados, abandonados, echados a su suerte, como una forma de visibilizar la herida supurante del puerto, más allá de su imagen aséptica y decorativa. Crear conciencia sobre la ruina, desde las ruinas, una suerte de “meta conciencia” del desastre.

Lo bueno es que el recorrido tendrá lugar, mayormente, en el sector de la Plaza Echaurren y alrededores, zona afectada por la delincuencia, la vulnerabilidad y la decadencia urbana en lo social, lo cultural y lo estético. Es cosa de remitirse al sitio eriazo dejado por aquel incendio del 2007 provocado por una explosión de gas, sitio que aún persiste a casi veinte años de la tragedia. Las cenizas aún pueblan los recuerdos de los vecinos. Y también basta con señalar el estado lamentable en el que se encuentra el Teatro Pacífico, el legendario “teatro de los pescadores” en el que se proyectaban películas de romanos, los recordados “western” y filmes de serie b. Fue, en su momento, centro neurálgico de la cultura en el barrio puerto. Hoy por hoy, enfrenta su destrucción, luego de estar siendo desmantelado.

Si disuelven para siempre la estructura del viejo teatro, correrá la misma suerte que tantos otros espacios afines: el olvido y el destierro de una sombra epocal que, en virtud de un progreso materialista y carente de arraigo, arrasa con todo lo tradicional, castrando de plano la memoria arquitectónica de Valparaíso, lo que tiene de humano, lo que tiene de histórico. Esperemos que el Anti Tour haga efecto y haga ver en los residentes y en los visitantes el rostro de la pérdida, ante la cual no caben medias tintas: o se recupera lo perdido o se lo destina a la obsolescencia. Cada espacio desafortunado se ha vuelto una metonimia de Valparaíso, las partes han invocado el malestar general. El todo de la ciudad se resiente en cada uno de sus rincones. Cada paso en falso resuena, con dolor, en su centro y en todos sus márgenes.

Pepe Mujica cruzó el "Rubicón" de Rockefeller

“Venir a verlo a usted es para nosotros como cruzar el Rubicón”, ironizó Mujica al encontrarse con el multimillonario norteamericano, y uno de los fundadores del Grupo Bilderberg, una especie de club de las personas más influyentes del mundo. La expresión “cruzar el Rubicón” significa dar un paso decisivo a pesar de sus riesgos. Dicha alocución recuerda la decisión de Julio César de regresar a Italia, cruzando el río Rubicón, sin permiso del Senado. Mujica reconoció que Rockefeller es “símbolo de una realidad”, y remarcó que reconoce “las realidades”.


Mujica reconoce que reunirse con Rockefeller es como cruzar el Rubicón

Y dicho por un medio de izquierda:

Marihuana libre en Uruguay: Mujica, el amigo progre de Soros y Rockefeller

lunes, 12 de mayo de 2025

"La inquisición líquida: feminismo, poder y la herejía de Javier Rebolledo", Claudia Molina B.

"Lo que Falsas Denuncias plantea no es una negación del fenómeno de la violencia machista. Eso lo saben incluso quienes, con ira preformateada, hoy lo acusan de “revictimizar” y de “atacar al movimiento”. Lo que expone el libro, en cambio, es un fenómeno real y documentado: que también existen denuncias falsas. Que también hay hombres injustamente acusados. Que también hay mujeres que instrumentalizan la ley. Y que la justicia, lenta, clasista y muchas veces sexista en todos los sentidos, no está preparada para lidiar con estos matices.

¿Y qué hizo el sector más institucionalizado del feminismo chileno? En lugar de leer, debatir o incluso refutar con argumentos, reaccionó con lo de siempre: silenciamiento, cancelación y ataques ad hominem. Porque este no es el feminismo de las sufragistas, ni el de las obreras del salitre, ni el de las compañeras que pelearon contra la dictadura. Este es otro: uno capturado por la burocracia, por el mundo académico corporativo, por las ONGs financiadas desde arriba, y por la comodidad del discurso monocorde. Un feminismo líquido, hueco, cómodo para el poder porque ya no incomoda a nadie —salvo cuando alguien les muestra el espejo."

sábado, 10 de mayo de 2025

Paternidad

(Ejercicio narrativo de escritura creativa)


Esa mañana, ella mandó un mensaje misterioso: había soñado conmigo. Era un sueño extraño. Yo la llevaba en un vehículo y nos quedábamos hablando de un videojuego por horas. Absorto por el sueño y la situación en sí misma, le pregunté qué más pasaba. Ella dijo que no sabía. Luego agregó que, de la ventana del vehículo para afuera, todo se veía oscuro. No dio mayores detalles. Sin embargo, lo más inaudito de todo, vino después. Ella me señaló que, en el asiento trasero, había dos niños, los cuales, supuestamente, yo tenía que ir a dejar a alguna parte. No especificó dónde. Sorprendido por la referencia a estos niños, le pregunté si eran suyos. Me dijo que no, que no lo eran. Después, le pregunté cómo terminaba el sueño, qué ocurría. Ella me contestó que la dejaba en su parada, pero, antes de eso, me daba la clave del videojuego al cual me había invitado a jugar, una clave alfanumérica.

Cuando acabó de contarme su sueño, le propuse que teníamos que jugar aquel juego, aunque no supiera exactamente de qué clase de juego se trataba. Ella asintió. Entonces, le conté mi intriga respecto de esos niños en la parte de atrás del vehículo. Ella me dijo que quizá se trataba de una señal, una señal de que iba a ser padre. Le respondí que podría ser una premonición. La soñadora terminó preguntándome si iba a estar en la casa aquella tarde, para “dejarse caer”. Le confirmé que sí, que iba a estar. Al rato después, no volvió a decir nada. No respondió ningún mensaje.

En tanto, me quedé en la casa, imaginando las posibles relaciones de ese sueño conmigo. Sabía que ella era aficionada a los videojuegos, ¿pero la alusión a ese juego habrá sido una metáfora de lo que ella tramaba? Lo que me llevó al misterio de los niños en la parte de atrás del auto. Ella mencionó que no eran suyos. Sin embargo, al rato, sugirió que la presencia de esos niños en el sueño podía significar que quizá sí me veía como un padre, o como alguien que podía llegar a serlo. Yo estaba lejos de quererlo, ni por asomo, aunque el magnetismo del sueño me llevó a imaginar la idea, por lo atractiva y bizarra.

¿Por qué niños a los cuales tenía que ir a dejar? ¿A dónde? ¿A alguna guardería, con su hipotética madre o, peor aún, a un orfanato? ¿Esa era su limitada concepción sobre mi persona, la de un simple cuidador o protector? Inmediatamente después, la sugerencia a formar parte de ese juego ¿habrá sido una propuesta subliminal para invitarla a mi vida, o para jugar a que era parte de ella? En suma, la sola posibilidad de que me soñaran como un posible padre me producía ansiedad; y la asociación al juego dentro del sueño, o al sueño del juego, resultaba, por lo menos, sugestiva, proviniendo de su imaginación desatada, de su aparente desapego al compromiso, promovido por su aire juvenil.

Tal vez ella solo haya deseado soñar que ese juego se volvía realidad, para regocijarse en la idea, sin que llegara a concretarse, para comunicármela y dejar instalada, ahí, en el interior, la semilla de esa conciencia: la terrible conciencia de ser padre.


De pronto, cayó la noche. Cerré los ojos. Era ella. Últimamente todo el tiempo se debatía en torno a sus espasmos interiores. Me inquietaba el hecho de proyectar la idea atrapada en su vientre, porque eso era en un principio: el milagro provocado por el placer, y luego la idea en nuestra mente sobre la creatura y todo el molde de una nueva realidad que ella traería consigo. Un Golem existencial, el dilema del origen y del fin.

Todo era ella. Su sueño acuñaba imágenes paradisiacas, seguidas de escenarios idílicos, sueño por el cual debíamos luchar y organizar nuestro aniversario juntos, toda una novela que añora consentidas patologías y sensaciones, no del todo escritas, pero tampoco, no del todo olvidadas.

Durante la velada, ella miraba al cuadro de su madre, mientras conversábamos entre copas sobre lo que seríamos en el futuro. Ella, hermosa como nunca, dionisiaca en ese instante etílico y, a la vez, preocupada por el rol que adoptaríamos, jovial en su decisión. Nuestra familia era distante como un mito, pero estábamos felices de forjar una, como si se tratase de una espada prohibida. Ella ideaba la estructura del mundo que construiríamos. Se veía dispuesta a todo, aunque, en el fondo, no podía ocultar su ansia.

No me explico cómo, cómo no pude percatarme antes de los síntomas de la concepción, cuando ella misma había declarado que no estaba interesada nada más que en nuevos espacios para nuevos encuentros que, paradójicamente, no habíamos podido construir del todo, sino hasta ese milagro imprevisto, la ciudad que ya se empieza a vislumbrar en su interior, ella que todo lo vuelve realidad, que todo lo vuelve sangre, vida.

No faltaba mucho tiempo para enfrentar a nuestros familiares y sobrellevar la causa de nuestro temprano y perfectible amor. Como siempre, charlamos de lo lindo, mientras me tapaba los labios con la mirada. Allí dedicamos tiempo a saldar cuentas en carne. Después de un recuento matinal, no quedó tiempo para la recomposición del olvido. Seguimos adelante, unidos en la causa, como atados por un lazo espiritual.

Ella se despidió para cumplir su parte. Yo, por primera vez después de tanto tiempo, me encontré conmigo mismo. Aunque no fuera perfecta nuestra causa común, debía cumplir con la promesa: enfrentar el fantasma de mi padre, ése que hizo de mí un agente meditabundo, sin otro rumbo en la vida, pero con algunas cuantas ideas y emociones en el pecho.

Llegó el momento, el momento en que acudió ese hijo del capital, al Congreso de Escritores Anónimos, como si fuese posible concebir semejante cofradía en el Chile de hoy. Lo seguí como a un zorro, pero con la paciencia de un monje rabioso. Reservé en un hotel muy cercano. Caminé hasta el apartamento del presunto progenitor. Me resguardé así en el escondrijo en la azotea, sin que nadie pudiera verme. 

Zorro, cauteloso, esperé. Al rato, decidido a todo, fui a destino. El acceso estaba bloqueado con una contraseña. Entonces, apurado, revisé entre mis bolsillos, hasta que encontré un papel con una extraña clave alfanumérica, escrita con lápiz pasta: nigredo33. La coloqué cuidadosamente en el tablero, y fue así que entré a aquella habitación, donde me encontré finalmente con mi padre.

Asustado, no me reconoció al principio, hasta que lo obligué a hacerlo. Estaba salpicado en lágrimas y orgulloso de mis aportes a la Sociedad de la cual él es el máximo gestor, pero mi resolución era más fuerte, era la que venía desde muy adentro. ¡Le revelé el secreto! La terrible conciencia de ser su hijo. Lo agarré fuerte. Lleno de espanto, al verse enfrentado por quien creía haber abandonado, anónimo como su propio pensamiento ambicioso, sufrió de una convulsión cardiaca y exhaló así su último aliento en el acto, sin otro remedio que el recuerdo y ahora el vacío de nuestras ausencias reencontradas.


Agitado, regresé al cuarto. Miré el reloj. Ella me estaba esperando sobre la cama, envuelta de una sensualidad a toda prueba. Aunque hubiera cumplido mi parte del trato, me sentía, sin embargo, despojado de mi poder. Me sentía a merced de su presencia. Ella le había ocultado la verdad a su familia, la verdad sobre nuestra nueva creatura, y la había revelado. Era el sacrificio necesario para zanjar este secreto compromiso, esta herejía con nombre de futuro.

Mi padre había muerto frente a mí o tal vez yo crecí sabiendo que algún día lo vería morir solo por llegar a conocerme. Privado de mi creador, me propuse cuidar el legado de su ausencia. Quizá esa fue siempre mi vocación, y nunca la puse en práctica, sino hasta ahora, que la cojo fuerte entre mis brazos, como privándola de su antiguo mundo. Ella se levantó, fue por un vaso de agua y volvió a un costado de la cama, mirando nuestra foto de matrimonio como por inercia. Apenas sonrío. Nadie dijo nada en toda la noche.

viernes, 9 de mayo de 2025

Hipótesis de lectura sobre “Tema del traidor y del héroe” de Borges

Leímos “Tema del traidor y del héroe” de Borges para Teoría literaria del Magister. Había que escribir una hipótesis de lectura sobre el cuento. La mía consistió en la apreciación de una mirada que interpreta la ficción y la historia como relatos apócrifos, susceptibles de ser recreados el uno en el otro, como en un fractal que recurre y permite lecturas alternativas. Se trataba de socializar la hipótesis, con tal de discutirla y ojalá ampliarla. Fue así que un compañero hizo una analogía curiosa: comparó el caso de Fergus Kilpatrick y Nolan con la relación entre Batman y Harvey Dent, convertido en Dos Caras, en la película del Caballero de la noche. Decía que el montaje dramático que Nolan plantó para resguardar la honra de Kilpatrick, tras descubrir su traición, equivalía a la historia que Batman estaba dispuesto a asumir sobre su villanía, para limpiar la imagen moral de Harvey Dent luego de morir y conservar el orden y la esperanza en Gótica. En ese sentido, para el traidor y el héroe Kilpatrick, aplicaría perfectamente la frase: "o mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano". Kilpatrick sería algo así como un Harvey Dent borgesiano, quien devino traidor a causa del caos (verdad), y luego fue redimido por un relato ficticio. Nolan, por su parte, coincide en su apellido con el director de la película, y su rol en el cuento de Borges es similar al de un fabulador que prefiere ocultar la verdad en nombre de un bien mayor.

En el cuento, se habla sobre los distintos paralelismos en la historia, entre la vida de Julio César y la del conspirador irlandés, por ejemplo, o entre el propio relato sobre la muerte de Kilpatrick y la tragedia “Macbeth” de Shakespeare. Habría en cada uno de esos relatos “una secreta forma del tiempo”. Podría decirse, incluso, que, como el propio narrador señala, hubo una “transmigración de las almas” o una suerte de “armonía preestablecida”, la cual se puede atribuir al influjo de una lectura metafísica de Leibniz. Para dicha teoría, no existiría una interacción causal entre las mónadas (cuerpo particular, sustancia viva), sino que una sincronía orquestada de antemano por Dios. Cada mónada sería el reflejo de la existencia de todas las otras, en un tiempo eterno. Entonces ¿será posible que la traición y el heroísmo sean relatos preexistentes, que se manifiestan en la materia y que luego son encarnados por diferentes personajes a lo largo de la historia, gracias a un narrador que hace las veces de traductor del infinito? De esa forma, la idea de los espejos podría compararse a la idea de fractal: reflejos como si fueran ramificaciones. Todos los relatos latentes de la historia vendrían de un mismo origen, y se tocarían en cierto punto, una y otra vez, en una resonancia de sentido sin atajos. Cada cual haría de su propia historia, relato absoluto, y cada mecanismo de ficción revelaría, a su vez, una verdad apócrifa (como ocultamiento, no como falsedad). Pero esta compleja lectura, lejos de entusiasmar al exegeta, podría también provocar el horror ante lo inconmensurable, ante lo absolutamente indecible, inenarrable con nuestros limitados medios de expresión. “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible”, afirma, categórico, el narrador, mientras discurre sobre su argumento.

miércoles, 7 de mayo de 2025

Beat en Chile: el despertar del elefante al ritmo de la disciplina

Resonancias de una época perdida

Cuando supe de la llegada de Beat al Movistar Arena, no pude evitar acordarme de aquel mítico concierto de King Crimson de octubre del 2019. Mucho ruido ha corrido debajo del escenario, desde entonces. Y me refiero al escenario mundial. De pronto, creo que King Crimson, con su potencia sónica y su propuesta musical, abrió una realidad alternativa y Chile nunca volvió a ser el mismo. Más de cinco años han transcurrido y, pese a todos los cambios vertiginosos, los encierros, los fracasos y las incontables divisiones que hemos vivido, en términos humanos, la música sigue ahí, constante y sonante, uniendo lo que se creía desarticulado para siempre: el tejido social vibrando al ritmo de la excelencia y el virtuosismo. El supergrupo Beat, compuesto por el gran vocalista Adrian Belew, por el maestro del “stick”, Tony Levin, el batero de Tool, Danny Carey y el legendario guitarrista Steve Vai, se propuso hacer historia en nuestras latitudes con lo mejor de la época ochentera de King Crimson, en un revival tan nostálgico como vibrante, y lo lograron con creces. Un puro ritmo fractal remeció las conciencias de los allí presentes, en una ceremonia progresiva que invitaba a los melómanos a hacerse parte del rito, con una escucha activa y con una sensibilidad entrenada, a prueba de simplismos y de fórmulas que matan la imaginación.

Compré Platea Alta con tal de tener una vista panorámica del señero espectáculo. Para mi sorpresa, era el mismo sector en el que estuve para el concierto del Rey Carmesí. En esa ocasión, lo llamé “la corte del Rey”. Un deja vu que me transportó a un periodo de mi vida que guardaré con llave en la memoria, un periodo pre pandemia y pre estallido, una antesala a la nueva década que fue rematada con gloria, de la mano de los maestros del progresivo, y luego fue desatada con caos, dadas las circunstancias de aquellos tiempos. Pero esta vez, el giro fue distinto. El nuevo sonido evocó lo mejor de ese entonces, el misticismo y la compenetración mental con la música, sin el descalabro sociopolítico de los días siguientes. Parecía que, en este concierto, se hubiera puesto play a una grabación atesorada en alguna carpeta o baúl en un entretecho, libre de los avatares históricos. Solo el rock progresivo, con su libertad y sofisticación, sometido únicamente al imperio del ritmo, el ritmo imponente de la disciplina sonora.

Primera parte del show

Para calentar motores, entró de telonero el eximio bajista Jorge Campos, quien fuera miembro de grandes emblemas chilenos como Congreso y Fulano. Su presentación fue a oscuras, casi en su totalidad, y su música creaba una atmósfera envolvente que servía de entrada perfecta para lo que se vendría después. El hecho de que estuviera solo tocando, de cara a un público del todo respetuoso y comprometido, dotó a la interpretación de Campos de un carácter muy íntimo y orgánico. Se creaba el mantra necesario para un show progresivo “de otro planeta”, o quizá, sencillamente, de otro mundo, dentro de este mismo, parafraseando la enigmática frase de Paul Éluard. Una vez que Campos se despidió, las luces volvieron a encenderse y se dejó ver, nítida, majestuosa, la figura del elefante sobre el escenario, el elefante que hace alusión directa a Elephant Talk, tema que arranca el Discipline de King Crimson, y que arremete, con un poderoso estruendo animal, en la era ochentera de los pioneros del prog rock.

El elefante se levantaba frente al púlpito del Movistar Arena, reclamando soberanía. Y así lo hizo, en el momento que el supergrupo subió al escenario. La ovación fue unánime. Una sola voz panegírica rodeaba todo el recinto. Entonces, partió el show con el tema Neurótica, de Beat. En una parte de la canción, dice: “El hedor y el ruido, sí, sí/El repertorio resonante de aulladores no está tan mal”. Una punzante crítica social con ese estilo tan irónico de Belew, logró un sonido abrasivo de la mano de la técnica percusión de Danny Carey, el pronunciado bajo vanguardista de Levin y las virtuosas y veloces cuerdas de Steve Vai. Se sintió la marca Crimson, por el profesionalismo de los músicos, aunque claro, la ejecución de Vai tenía un sello muy distintivo. La guitarra sonaba muy diferente a la de Fripp, sin dejar de ser fiel a la estructura de los riffs y los pasajes instrumentales. Eso le dio un plus impensado a la banda. Luego, siguieron con Neal, Jack and me, en clara referencia a dos grandes escritores de la generación Beat norteamericana: Neal Cassady y Jack Kerouac. Belew habría leído “En el camino” al momento de componer las canciones. Fripp le había sugerido usar esa inspiración como base lírica para los temas del álbum. Se trataría no tanto de un álbum conceptual como de un álbum con una idea fuerza: la generación beat, que, al mismo tiempo, remite a la idea de ritmo, misma idea que luego usarían para esta nueva encarnación. En el set siguieron Heartbeat y Sartori in Tangier, ambos cortes del mismo álbum. El sencillo sonó, literalmente, como un ritmo del corazón, aplacando las emociones con una cadencia melodiosa. Por su parte, Sartori in Tangier hacía referencia al libro homónimo de la esposa de Cassady. La vibra ochentera se hacía sentir, con directas alusiones a aquella generación de los cincuenta, un pasado histórico en donde el imaginario cobraba la forma de la rebeldía, expresada en el estilo de vida y en la literatura. El tiempo, durante el concierto, reverberó en un salón de ecos, desde diversos espacios.

Con el tema Model Man fue el turno del álbum Three of a perfect pair, el último de la trilogía ochentera. Aquí se lució la interpretación vocal de Belew, con unos tonos muy bien definidos que dotaron al tema de una sensibilidad exquisita. Una parte de la letra reza: “noto el silencio, advierto las señales, siento la tensión, la tensión en mi cabeza”. El personaje lírico la cantaba de tal manera que parecía una interpelación al público o un dialogo con su propia conciencia atormentada. Siguió Dig me, que forma parte del lado b del álbum, un lado b enteramente consagrado a la disonancia controlada y a la experimentación, como suele ser en gran parte del repertorio del Rey Carmesí. Al rato, tocaron un tema más accesible: Man with an open heart, con una voz muy parecida a David Byrne (Belew tocó con él en Talking Heads) y un estribillo que resuena mucho y que me recuerda a ciertos tópicos que la propia banda maneja, la repetición de canciones alusivas a un hombre con determinadas características, y la referencia constante al corazón dentro de su propia trilogía, ya sea en forma de corazón abierto o bajo un ritmo cardiaco. Industry y Larks Tongues in aspic parte 3 dieron el cierre experimental macizo para la primera parte del espectáculo. Los que realmente conocen a King Crimson sabrán apreciar estas joyitas infravaloradas dentro de su repertorio más clásico, sobre todo la continuación de ese extraño tema instrumental llamado “lenguas de alondra en gelatina”, cuya estructura y representación resulta del todo enrevesada para quien no está acostumbrado al sonido Crimson, pero que será enteramente vacilable para el fanático del progresivo que entiende de secciones complejas, historias conceptuales, ideas abstractas o simplemente, imágenes poéticas surgidas desde la locura.

Segunda parte del show

El tema que abrió la segunda patita fue Waiting Man, también del álbum Beat. Corte preciso con una letra muy ad hoc. Hasta en esos detalles fueron geniales. Después de un breve lapso de tiempo para recargar energías, y luego de aquella presentación de hace años con la banda completa, el grupo regresaba reformado: I come back, come back/You see my return/My returning face is smiling/Smile of a waiting man. Un tema que fue pura vibra, una mezcla de anhelo por un pasado glorioso y proyección de una posibilidad futura. El ritmo es puro anhelo y proyección, siempre. Continuaron con uno de los temas más entrañables de su producción ochentera: The sheltering sky, “El cielo protector”, pieza instrumental de su álbum Discipline, que evoca una melodía oscilante entre la ensoñación, la adversidad y la visión, basada en la novela homónima de Paul Bowles. Al momento de sonar Sleepless, un hit ochentero de la banda, el público reaccionó de inmediato. Un tema que sacudió el sueño, literalmente, con ese bajo stick, cortesía de Levin, sonando cañón. Insomnio progresivo, para una noche que estaba lejos de acabar y que terminaría resonando en nuestro interior estupefacto.

El arranque definitivo del disco Discipline, el que inaugura la trilogía ochentera, vino con Frame by frame, que se traduce como "Cuadro por cuadro". En su letra, también decía: paso a paso. Y así fue como se sintió la vibra de la canción. En esta parte, Steve Vai brilló con luces propias, dándole un toque personal al prolongado riff de Robert Fripp en las partes instrumentales. Algo sumamente complejo que la maestría de Vai pudo ejecutar con talento y eficacia. Después tocaron Matte Kudasai que en japonés significa “por favor, espera”. Ciertamente, un corte más armonioso y reposado, dinámica que caracteriza la estética de Crimson, siempre oscilante entre la calma y la tempestad, entre la luz y la oscuridad. La mente maestra sabía conducirla con disciplina. Esa era la idea fuerza de Robert Fripp, expresada con justicia por el supergrupo. En este punto, no podía faltar Elephant talk, aquel “barrito” de elefante que abre el disco Disciplina. Honestamente creo que es una de las canciones más memorables, con mucha personalidad. El fraseo de Belew repitiendo, a cada rato, talk, talk, y refiriéndose a argumentos, comentarios, diálogos, discusiones, debates, expresiones, exageraciones, nos “habla”, de la dificultad para comunicarse. El lenguaje deviene cacofonía, saturación. En ese momento, de hecho, la gente conectaba con la música, sin comprender mucho la letra. Una situación tan intensa como paradójica.

Enseguida, continuaron con Three of a perfect pair, el tema que inaugura el disco homónimo. Acá el concepto versa sobre tres términos de un par perfecto, es decir, un tercer factor que se suma a otros dos. Podría interpretarse como otra mirada, otra verdad que se suma a otras dos en oposición. King Crimson siempre buscó desafiar los límites, con juegos de palabras y metáforas que obligan al oyente a ir un poco más allá del sentido literal y a desplegar, una vez más, una escucha activa. En ese punto del concierto, en todo caso, la gente se notaba absorta, muy compenetrada con la muralla musical creada por el supergrupo, tanto así que podían perfectamente seguir tocando, más allá de las limitaciones de horario y de lugar. El broche de oro para cerrar el show, fue, sin duda, Indiscipline, del álbum Discipline. Nuevamente, el Rey Carmesí jugando con los opuestos. Un tema, en apariencia, desordenado, pero que estaba tocado con una precisión milimétrica. Destacó la voz de Belew como en un monólogo frente al espejo, con ciertos exabruptos que dotaron de intensidad al conjunto. Steve Vai sobresalió, igualmente, interpretando la guitarra abrasiva de Fripp, siempre bajo su toque virtuoso. El bajo de Levin sonó potente, en sintonía con el guitarrista y con la percusión de Danny Carey que, gracias a su paso por Tool, pudo hacerle frente a los complejos cambios de ritmo del Rey Carmesí, su maestro espiritual.


El bis y el cierre

Todos pensamos que con Indiscipline terminaría el show. Pero no. Estábamos equivocados. Los músicos bajaron sus instrumentos y salieron del escenario, solo para devolverse unos minutos después y continuar con el esperado bis. En el fondo, todos lo intuimos. Solo esperábamos la confirmación. Fue así que Beat regresó a la arena para desplegar, otra vez, su artillería rítmica y riffera. Por eso mismo, tocaron el poderoso Red, de aquel legendario álbum homónimo de 1974, para muchos, el mejor álbum de King Crimson, en su etapa más cruda y directa. Fue el único tema que no pertenecía a la época ochentera. En cuanto sonó ese potente riff, las luces sobre los músicos se volvieron rojas como la sangre. Sobre el público cayó otra penumbra enrojecida y el gran elefante que presidía la ceremonia se volvió tan rojo que parecía furioso. Y esa era la idea: representar una furia incontenible. Aquellas cuerdas afiladas me empujaron de vuelta a aquel concierto de King Crimson de octubre del 2019. Volvieron a mí los recuerdos del estallido que ocurriría solo una semana después. Explosiones, gritos, arrojos, sucedieron mientras la barricada sonora continuaba su faena. Violencia sublimada en estado puro, catarsis de emociones negativas, transmutadas en una evocación sin tregua. Para terminar, Beat tocó Thela Hun Ginjeet, anagrama de Heat In The Jungle, “Calor en la jungla”, otro clásico del disco Discipline, con un coro muy pegadizo, un ritmo hipnótico y unas cuerdas frenéticas. Ciertamente, durante el clímax del concierto, el Movistar Arena había subido su temperatura y se había convertido en una verdadera jungla, no por su caos, sino que por su conexión primitiva con un ritual, un auténtico ritual de desintegración que luego devino en una epifanía, una manifestación, un acontecimiento.

Tras el show de King Crimson, recuerdo que el regreso fue bastante difícil. Había una aglomeración de melómanos que, dada su urgencia, parecían intuir lo que vendría una semana más tarde, una fecha que nos marcó para siempre. Fue muy distinto en el caso de Beat. Estaba igual esa sensación de haber vivido algo épico, aunque no estaba aquel desorden ni desenfreno de antaño. El show terminó tarde, casi cerca de las doce. Alcancé a tomar fotos, cosa que con el tío Robert no se habría podido. Sé que las palabras que pueda haber escrito por acá siempre serán insuficientes para reproducir todo lo vivido en esa bendita arena. Quizá solo reste el silencio, después de haber escuchado a los monstruos de Beat, pero, como dijo el propio Robert Fripp, sabiamente: “algunos encuentran el silencio insoportable, porque tienen demasiado ruido dentro de sí mismos”.

lunes, 5 de mayo de 2025

Pierre-François Lacenaire, el poeta asesino.

"Llego a la muerte por un camino equivocado, subo por una escalera... He querido explicar el por qué de este viaje, de esta ascensión mortuoria... Lo digo sin vergüenza y sin miedo, no por el placer de librarme a enseñanzas impuras, lo juro, sino para arrojar luz sobre mi último recogimiento." fueron las palabras que escribió Pierre-François Lacenaire, el llamado "poeta asesino", en sus memorias, antes de ser ejecutado en París en 1836. Guillermo Mas Arellano señala que el personaje en cuestión sería imposible de publicar hoy en día, debido a la corrección política. Dice que en aquella época, de hecho, convirtió su celda en un verdadero salón literario, hasta la hora de su ejecución. ¿Por qué cometió los crimenes que cometió? Sus abundantes lecturas y sus propios escritos hablarán por él:

"Lacenaire admitió que había pasado su existencia “meditando siniestros proyectos contra la sociedad”, actitud que, según Jean-Marie Kellerman, es digna de elogio. Un crítico de la época lo llamó “poeta de los tribunales y teórico del derecho al crimen”. Muchísima gente aplaudió a Lacenaire mientras se desarrollaba su procesamiento. En la cárcel, en espera de su ejecución, compone una obra que se publicará, en 1836, bajo el título Memorias, revelaciones y poesías de Lacenaire, escritas por él mismo en la Conciergerie. André Breton incluyó a este poeta patibulario, con todos los honores, en su célebre Antología del humor negro (1940; versión definitiva en 1966).

Para Baudelaire, Lacenaire fue “un héroe de la vida moderna”. Dostoievski leyó el sumario del caso Lacenaire, un material que le sirvió para Crimen y castigo. Las memorias de Lacenaire inspiraron directamente el cuarto canto de Les chants de Maldoror, del Conde de Lautréamont. Michel Foucault, analizando la fama alcanzada por Lacenaire (de neta extracción burguesa) en el momento cumbre de su juicio, cree que este personaje representa el surgimiento de un tipo de delincuente adorado por las masas: el criminal romántico burgués. He aquí otra de las más citadas frases de Lacenaire: “Hace falta todo tipo de gente para construir un mundo... o para destruirlo”.

Pierre-François Lacenaire: el poeta asesino.