La formación original de Black Sabbath con Ozzy Osbourne a la cabeza fue, sin duda, la que definió para siempre el sonido del naciente heavy metal para la posteridad. La historia de los "dedos cortados" y el implante metálico de Tony Iommi, aunque no haya sido exacta, contribuyó a la creación del mito, y se sabe que toda gran historia merece un relato fundante que la sostenga y una figura visible. A principios de los ochenta, luego de la expulsión de Ozzy, se incorporó el legendario Ronnie James Dio y más tarde, un gran número de vocalistas (incluso Ian Gillan de Deep Purple) que intentaron suplir la ausencia del Príncipe de las Tinieblas. Paralelamente, Ozzy realizó una exitosa carrera solista marcada por la tragedia, tras la muerte del eximio guitarrista Randy Rhoads. Yo creo que casi todos los metalheads que he conocido concuerdan en que la época Ozzy de Sabbath fue la más icónica, pese a que la voz del Príncipe no haya alcanzado los rangos de Dio, pero tenía ese sello distintivo que la volvía única, esa amalgama sonora que fue el magma para la erupción de estilos que explotaría más tarde, a fines de los setenta con la New Wave of British Heavy Metal y durante los ochenta, con la sofisticación virtuosa del heavy, el nacimiento glorioso del Power, la rebelión del Thrash y la gravedad del Doom. Desde el primer disco de Sabbath, el homónimo, con aquel tema de arranque, se produjo una fuerza simbiótica entre la voz dramática de Ozzy Osbourne, los acordes tenebrosos de Iommi en la guitarra, la profundidad del bajo de Geezer Butler y la potente percusión de Bill Ward en la batería. Fue a partir de esa vibración eléctrica que, como dijo Andrew O Neill en la Historia del Heavy metal: "... llegó el Big Bang, el riff más atronador que jamás se había oído". Recuerdo, a vuelo de murciélago, aquel rústico compilado de Sabbath en mp3, escuchado en mi pieza de adolescente. Sonaba Iron Man. También recuerdo a una chica con la que salía y con la que fuimos un par de veces a tocatas en el Anemia. Lo único que me quedó grabado de aquellos rancios episodios fueron sus palabras, dichas en ya no me acuerdo qué contexto: "cuando muera Ozzy, se me romperá el corazón". Este es el momento en que los oscuros corazones gritan y se retuercen, en nombre del sonido metálico, en nombre de aquella luminosa oscuridad que forma parte de nuestra imaginación, la expresión más sincera de la sombra que nos acompaña hasta la tumba. Buen viaje, Príncipe y saludos a Dio y a Lemmy, en el Olimpo del rock and roll o en el inframundo, vacilando con el cola de flecha y sus feligreses, un último y ardiente concierto.
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