miércoles, 3 de diciembre de 2025

Culto a la imagen visionaria

Del libro "Celulosa Celuloide. Críticas y crónicas de cine" (en construcción).



Imagen socavada

te invoco al mundo desde lo inefable

te rescato del abismo ciego en el que te encuentras.

Que el movimiento sea el deleite superior, máximo artificio. No podemos permanecer impávidos ante la eminencia de la pantalla, ante el porvenir de la fotografía viva, que sucumbe entre nosotros para estirar sus miembros y abrazar todas las partículas artísticas que le sean posibles: desde la pintura a la literatura, desde la filosofía a la política, desde la poesía a la fotografía.

Todo figura proyectado ante el cine, todo aparece abierto al cielo de la expectación. Los géneros y sus limitaciones se hacen pedazos, quedan fuera de foco, luego se engarzan y se montan, una y otra vez, bajo la mirada obsesiva.

Que los indicios de los distintos géneros del cine: el terror, el suspenso, el drama y la intriga, queden reducidos a materia disponible para que brote de ellos sangre, y los sedientos absorban su esencia, con la cual pretendan servirse y ser cómplices del atributo inmenso que en ellos recaerá: la visión aguda, cargada de nervio y de tiempo.

El cineasta que es testigo de una pantalla chillona, redundante, celuloide vacuo, sin fines artísticos ni pretensiones de estilo ni autoría, artesano y mercanchifle de formas generadas por y para el mercado, no solo hace del cine un menester de objetos visuales completamente asépticos, carentes de riesgo, sino que, a su vez, obvia el hecho de sucumbir ante el ranking de la irrelevancia y está destinado a la obsolescencia perpetua.

Frente a la proliferación de obras obsolescentes, el universo del cine subterráneo crecerá y seguirá consagrado a su categoría de culto, amparado en la potencia de la imaginación más allá de la industria del bosque sacro. Un sinnúmero de películas, cortos, documentales y otras criaturas cinematográficas esperan su momento para ver la luz y abrirse paso a través de la cámara oscura. Festivales independientes y reuniones cinéfilas han abierto espacios de creación y de visionado activo para aquellos que pretendan imprimir en la retina de los espectadores sus próximas locuras y fábulas.

Son estos los principios del cine oscuro, repleto de rincones, bordes y orillas, figurado, fabuloso, imaginativo. Y es aquí donde los ojos del insomne posaran la vista, para no perder el relieve ni la forma. Es aquí donde se gestará el proceso para rodar el sentimiento perdido.

martes, 2 de diciembre de 2025

Se determinó que quedará prohibido el uso de celulares en las clases, de manera legal. Se veía venir. Una espléndida idea, muy en la línea de la educación suiza y otros estados de Europa. Se acabaron las transmisiones en vivo burlándose con cabros de otros colegios. Se acabaron los chateos en medio de la clase. Se acabó la música de mierda sonando a todo lo que da. Nada de pantallas y cosas raras: volver al texto, al libro y al papel. En definitiva, a lo orgánico.

¿Ocupar internet? Para eso están las salas de computación. ¿Llamadas de emergencia? Para eso está el teléfono del colegio.
"El tono se anuncia desde el prólogo de Óscar Landerretche, que decide leer el ciclo 2019–2023 con Joseph Conrad en la mano. Chile, sugiere, hizo su propio viaje río arriba, como Marlow en El corazón de las tinieblas: se lanzó contra las “hipocresías” de la transición –las cocinas, los acuerdos, la moderación pactada– convencido de que más allá de ese decorado encontraría una democracia más pura. Lo que encuentra, en la historia que reconstruye Ortúzar, no es un paraíso de autenticidad popular, sino algo más incómodo: violencia desatada, miedo, y un Estado que no sabe cómo responder. La conclusión conradiana es amarga: las hipocresías de la República son feas, pero preferibles al vacío.

(...)

Dignos no pretende ser la historia definitiva de octubre, sino la defensa de una tesis fuerte: el estallido fue menos una revolución igualitaria que una fiesta de disolución, un momento en que la sociedad chilena se miró al espejo y no le gustó nada lo que vio."

lunes, 1 de diciembre de 2025

Carmina Burana en la Catedral de Valparaíso

Me enteré del concierto de Carmina Burana gracias a la fortuna. En esta ocasión, sí fue bendita. Nunca averigüé cuándo harían la cantata escénica, sencillamente apareció, sin más. Podría decirse que el algoritmo provocó ese efecto de invocación en la obra para poder ser escuchada en la Catedral de Valparaíso. Entonces recordé esa gloriosa apertura y ese poema medieval en donde se proclama lo monstruosa y vacía que es la suerte humana, tópico tan universal que resuena incluso hoy, casi ocho siglos después, en formato lírico, y casi cien años por medio de su representación en orquesta.

El concierto empezaba a las cinco y media. Nosotros llegamos con mi madre a las cuatro y tanto, así que hicimos la hora porque la catedral seguía cerrada. Bastaron unos cuantos minutos para que comenzara a formarse una fila repleta de gente, bordeando la esquina de Edwards con Pedro Montt. Nos confiamos. Fuimos rápidamente hacia la fila antes que se llenara mucho y no pudiéramos entrar. El hado debía estar del lado nuestro, esta vez. Alcanzamos a calar un buen espacio, mientras la fila continuaba repletándose, a tal punto que la aglomeración colapsó la Catedral por completo. Al ingreso, nos recibieron un par de mujeres y unos sujetos personificados como en la Edad Media. Había uno con esa misteriosa máscara de la peste negra, de la cual sobresalía un pico de cuervo o algo así. Digamos que se trataba de un pájaro negro. Repartía folletos. Me entregó uno. En él, aparecía la rueda de la fortuna del Codex Buranus, sostenida por una mano inmensa, con un fondo rojo y sombrío. ¿Será acaso la metáfora de nuestro puerto o de nuestro Chile? Atrás, el listado completo de los pasajes musicales de la obra, junto a todos los coros, sopranos, tenores, barítonos y músicos que participarán. Todo auguraba un gran espectáculo. La masa de gente seguía llegando por montones, y se veía demasiado dispersa. Afortunadamente, logramos encontrar un asiento a un costado izquierdo del pasillo de la catedral, próximo a una puerta de salida. El calor adentro era temerario. Faltaba aire en la casa del Señor, pero pronto aguardaría el silencio necesario para el recogimiento y para la escucha activa. Había que ponerse a tono con la energía del ambiente. Mudos y estáticos, con los oídos puestos en la presentación, miramos abiertos al asombro.

En un rato, llegó un amigo que alcanzó a recorrer gran parte del pasillo de la catedral antes de ubicarnos. El extravío era, tal vez, el preámbulo necesario para lo que se venía. Lo sublime debía tener esa suerte de iniciación errática. Apenas reinó el silencio, el presentador pidió expresamente que todos guardaran sus celulares. Pese a ello, igualmente hubo quienes tomaron fotos y grabaron parte de la cantata. Recordé la misma medida adoptada por Robert Fripp en aquel mítico concierto de King Crimson, y es que una obra de ese calado debía concebirse con los cinco sentidos puestos en el asunto, con tal de lograr una experiencia orgánica y tridimensional. El goce estético era intransferible para cada uno y debía tener ese carácter catártico colectivo. De todas formas, la atención fue rotunda cuando comenzaron a entrar cada uno de los más de cien coristas provenientes de Valparaíso, Viña, Quilpué, Quintero y Algarrobo. De inmediato, sonaron los aplausos de la gente. Y entonces, ocurrió la magia: sonó la majestuosa apertura del pasaje más clásico de O fortuna. Fue tan envolvente que toda la multitud estaba como poseída por la intriga del interludio, y luego el arranque del coro para rematar con ese clímax estruendoso. Justo en ese momento, comenzó a escucharse una batucada afuera en la Plaza Victoria. Era, sin duda, un ritmo anti climático. “Lo primitivo contra lo docto”, afirmó el amigo, muy atento a lo que estaba pasando. La batucada no paraba de sonar, pero nada parecía perturbar la ejecución de la cantata, cuando ya avanzaba hacia las partes más reposadas y sinfónicas. Concentración suprema, tanta, que la batucada desapareció de golpe, y se dejó de escuchar el ruido improvisado afuera. Valpo tenía, en ese momento, su espacio límite entre lo sacro, catedral adentro, y lo profano, fuera del templo. Ambos mundos coexistieron y sonaron bajo una sola nota discordante, en el plan de la ciudad.

“Ardiendo interiormente/con ira vehemente,/en mi amargura/hablo conmigo mismo./De materia hecho,/mi elemento es la ceniza”, rezaba una parte llamada “Estuans interius”, ardiendo interiormente. Y eso era lo que estaba pasando. Por dentro, ocurría un zafarrancho de notas perdidas y evocaciones, un diálogo interno feroz que, sin embargo, abrigaba una paz momentánea, dentro del trance de la música. A medida que seguía la interpretación, venían otros pasajes mucho menos densos y dramáticos, con temática primaveral incluso, en donde se aludía al amor de una doncella. Esa era una calma aparente, algo así como un abrazo exuberante, una caricia armoniosa, antes de lo inevitable: el correr de la rueda, el regreso de la Fortuna, emperatriz del mundo, y así volvió a sonar aquella imprecación grandiosa: Destino monstruoso/y vacío,/una rueda girando es lo que eres. Los coros y la orquesta retumbaron en toda la catedral. Ya no se escuchaban ruidos profanos. Todo confluía en esa sección final para elevar la experiencia a otro nivel. Digamos, a otro nivel de experiencia estética. “Lloren conmigo por tu villanía”. La villanía de la Fortuna, siempre cambiante. Tal vez hubo algunos llantos de emoción en el público, aunque el verdadero lamento fue reconocer, una vez más, que todo tenía su ciclo, y que Carmina Burana concluía su manifestación en la catedral, porque eso fue lo que ocurrió: la manifestación concreta del espíritu de la obra, más allá del tiempo y de sus avatares, porque la música logró atravesar el siglo XXI, porque la poesía, de hecho, cual noble vampiro, cruzó toda la historia medieval y la historia moderna para hacerse presente en esos instantes, y explotar de júbilo y de aceptación fatal en los oídos de los porteños, aceptación trágica, pero trágica en su sentido más afirmativo.

La salida del templo fue tumultuosa. Hubo fila hasta para volver a la acera de Chacabuco, a pocos pasos de las puertas. La gente volvía con sus familias, algunos más apurados, otros más serenos, con una sensación flotante. Los menos regresaban solos. Mi madre se acordó de aquel cassette de Carl Orff que escuchaba en el equipo de música de la casa, cuando era todavía un niño. Ese cassette lo escuchaba hasta mi padre y era el número 94 de una colección Salvat de Grandes Compositores. Recordé el logo de Philipps y la portada con el dibujo medieval, además del living en el que se escuchaban de fondo esas notas inmortales. Esa imagen siempre estuvo ahí, esperando a ser evocada a futuro. En eso pensé, cuando volvimos a la realidad con un sentimiento renovado. El rito ya estaba cumplido, y la rueda iba a seguir girando, conforme la música siguiera sonando, invicta, porque el canto de la fortuna ya había calado en nuestras conciencias.

Veinticinco años de Nocturno de Chile, y la tormenta de mierda continúa. No es menor. Apropiado título. Gráfico, contundente, en resonancia con nuestro presente y seguramente con nuestro futuro.

domingo, 30 de noviembre de 2025

“Esto de las definiciones políticas, en mi caso, es un asunto amplio. Yo no he tenido militancia política, no he sido formada por cuadros políticos, no integro grupos ni sectas ni nada, porque no me interesa. Tiene que ver con mi experiencia personal, básicamente, y con mi observación de la realidad y no puedo además alinearme con nada, porque el trabajo filosófico no es compatible. Es decir, la filosofía es un pensamiento en movimiento. Los fenómenos son oscurísimos, cambiantes, confusos”. Lucy Oporto, en entrevista con Cristián Warnken. Lucy Oporto: las tinieblas del alma de Chile

viernes, 28 de noviembre de 2025

Conjuro impúdico

Del imaginario poético gragkiano



Meditas por la eternidad

Anhelas las llaves del tiempo

Y acabas envuelto en la perpetua encantación

Una incongruente sinfonía

se estrella contra el filo de tus pensamientos

ya no eres de carne, duermes sobre tu sangre

y las ondas magnéticas atraviesan

la materia cruda, el pellejo astral

te pseudo liberas del dolor

sigues de nuevo al hierofante de turno

al travestido líder del nuevo orden

crees liberarte de la farsa y del recuerdo

regresas al lugar para la visión inminente

estás donde ni el espacio ni el tiempo

tienen jurisdicción

donde ningún pecado

tiene presunción de inocencia

allí mismo se socava el fervor, se consagra la llama

se canoniza el flagelo

quedas, de pronto, descarnado

perdido en el vórtice de la locura, pero no la tuya

una locura primordial, allende el horizonte

continúas vivificado por el veneno

porque la serpiente ha hecho su trabajo

y ha despertado al simbionte en el laberinto

pero atormentado por la contradicción

cuajado por la esfinge, minado en la cólera

sin miembros ni fluidos perversos

incapaz del polvo y de la palabra

inoculas la respiración en la bestia del significado

porque quiere su porción de muerte

porque no exhala sin dolor

y no regurgita sin antes haberte consumido por dentro

con la fanfarria coral de las alcahuetas

sin ser consciente del viaje azul que emprendes

tu camino apócrifo te trasciende y tu destino te clausura

Abrasador a través de planos interminables

Corrientes exaltadas de pseudo conciencia

Plantan sus raíces en el fango de las masas

manierizan sentidos y visiones

fluctúan al arlequín de la época

Y la lógica ya no dicta ritmo

Y el timo adquiere contextura mecánica

Tales campanas vuelven a su forma membranosa

Acarician tu suntuosa sangre negra

Te envuelven en el arcano prohibido

Inscrito en el código de tu impudicia

Visualizan lo que escuadran

emanan lo que arrebatan al leproso

presagian de la desesperación

duermen en la tentación de las penas

a través de sus mentales sótanos

se oxigena el caos, se desuella el secreto

Gragko abrasa y conjura

La alquimia de sus terrores

Y entonces, solo entonces

Vuelves a meditar por la eternidad

Anhelas las llaves del tiempo sin medida

Y acabas envuelto en la perpetua encantación…

jueves, 27 de noviembre de 2025

Cito una frase publicada por un compadre en sus historias: "El universal moderno es este: si no produces, no vales. Si no triunfas, no existes". Frente al culto de la producción incesante, frente a la demanda constante de figuración, frente al exitismo y al triunfalismo internalizado, opongo el ocio creativo, la introspección, la contemplación y meditación activa, el trabajo con la sombra interior.

El Demonio Procrastinador

Alguna vez escribí sobre Titivillus, el terror de la escritura, aquel demonio infernal que introducía errores en los trabajos de los escribas y copistas medievales, y que sobrevivía incluso hoy, en cada lapsus y borrador mal hecho, repleto de ripios y horrores ortográficos. Sin embargo, existe otra entidad mucho más amenazante, frente a la cual han caído hasta los más eficientes: el Demonio de la Procrastinación. Es tan terrible que ni siquiera tiene un nombre que lo particularice. Solo se hace presente allí donde quien escribe posterga sus textos de manera indefinida, donde proliferan las excusas más inverosímiles para continuar con el oficio. Se instala en la mente ansiosa, en la mente material, cual virus, e introduce allí un extraño opio repleto de relatos limitantes, miedos, manías, paranoias. Yo mismo he sido atacado constantemente por este vil demonio, una y otra vez, al punto de tener estancados más de cinco proyectos de libro, reposando ahí sin otro motivo que la desidia o que la falta de determinación. Además, se me han ido muy buenas ideas de crónicas por su culpa. En su momento, por ejemplo, iba a escribir sobre el concierto de Magma en Santiago, en el Teatro Nescafé de las Artes. Nunca lo hice. También tenía pensado hacer una reseña sobre la película “La Bestia”, el año pasado. Ahí quedó, en la pura intención. Ahora mismo estoy postergando una crónica pendiente sobre la maratón de la PUCV y hasta algunos trabajos para el Magister los he dejado para última hora. Se podría decir que, con el tiempo, algunos de estos proyectos “ya pasaron la vieja”. Aun así, no me declaro del todo derrotado. El Procrastinador late en cada indecisión, en cada titubeo, en cada distracción inmediata, pero hace falta un poco de voluntad, de porfía y de concentración para desafiarlo. Algo así como un “mono porfiado”, le había dicho a un compadre. Estar ahí, clavado frente a la hoja en el cuaderno, o frente a la pantalla y al teclado, insistiendo, dándole a la matraca de las palabras y al reactor atomizante de los significados, echándole máquina a la materia oscura de los imaginarios. Vaya que cuesta, pero es la única forma de hacer retroceder al Procrastinador, cada vez que regresa con su inmundicia regresiva. Vade retro.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Tras el encuentro con Gonzalo Frías y el visionado de Blade Runner, queda volando una pregunta tan profunda como inquietante, que no todos están dispuestos a hacerse. ¿Cuánto de nuestros recuerdos es realmente nuestro?

martes, 25 de noviembre de 2025

Encuentro con Gonzalo Frías y Blade Runner en Valparaíso: un universo alterno

La última vez que vi una película en el Centro de Extensión Duoc Uc fue hace casi doce años, y era una película sobre la vida de Tarkovski, el mismo que hablaba sobre esculpir el tiempo, y que veía en la poesía no un género literario, sino que una manera de comprender el mundo. Tenía la oportunidad de volver a ese gran salón de cine para invocar una experiencia perdida, ahora con motivo de la proyección de un clásico de clásicos: Blade Runner, junto a una charla con el único, el grande, nuestro, Gonzalo Frías, el Pelao Pi. El visionado del filme fue tan magnético que me sentí dentro de él, sobre todo al inicio, cuando un ojo, una suerte de ojo orwelliano se dejaba entrever en medio de esa ciudad cyberpunk, oscura y llameante, similar a la generadora de gas en Concón vista de noche.

La fecha descrita al inicio era Los Ángeles en noviembre del 2019. La era Blade Runner coincidió con la época plena del estallido social, y recuerdo que durante ese mes fueron mis últimos viajes al interior por motivo de trabajo. El trayecto era escabroso y muchas veces los buses debían tomar otras vías alternativas para volver de manera segura, evitando barricadas o disturbios. La cosa es que aquel ojo me evocó esas memorias, y la fecha siguió resonando hasta mucho después, porque era increíble que ya hubiéramos trascendido el tiempo de la película y todavía estábamos aquí, apostando otra mirada a un futuro igual de distópico como el que se podría avecinar.

De pronto, Roy Batty ya había dicho su legendario monólogo y ya era hora de morir. Me emocioné y hasta solté sus lagrimitas. Siempre se muere un poco tras esa escena. Había otra cercana al final que no recordaba muy bien, y era la de Deckard yendo a buscar a la replicante Rachael para escapar juntos. Justo antes de salir por el ascensor, a Deckard se le cae un unicornio de origami, unicornio que también había visto en sueños. Ese detalle sería decisivo para plantear la idea de que Deckard era, en verdad, replicante, cosa que queda a discusión de cada cinépata. Había otra versión que no recordaba haber visto, una más efectista con final feliz, pero este final, con ese escape incierto y con ese sentido ambiguo le dio al visionado una cuestión de inevitabilidad trágica, de apertura a la incertidumbre, muy a tono con la atmósfera decadente y el clima emocional que rodea el universo de la película.

Y así comenzó a sonar el tema principal de Vangelis. No hubo aplausos tras los créditos, solo un silencio contemplativo, totalmente inmersivo. Las luces volvieron y, por el costado derecho del lugar, bajó Gonzalo Frías, quien cobraba forma a medida que cedía la penumbra. Ahí estaba, micrófono en mano, detrás de la penúltima fila de asientos, hablando de manera improvisada, muy al estilo Séptimo Vicio, sin grandes guiones ni demasiada planificación, solo la urgencia y la pasión del momento, la necesidad de transmitir lo que se acababa de ver, sobre todo, la sensación y la experiencia de haber visto quizá por primera vez o por enésima vez el clásico de Ridley Scott, para luego darle una vuelta cinéfila, una lectura conversada a viva voz y puro pulso. Era lo más cercano a retroceder en el tiempo, tal vez hasta el periodo en que Via X dominaba la programación independiente del cable chileno, y el Séptimo Vicio era precisamente el programa de culto, el de la “parada rock”, por su filosofía de “hacerlo por ti mismo”, por su mirada personalísima y su estilo anti comercial, siempre apostando por lo genuino y lo orgánico, en una época en la que aún lo análogo importaba y marcaba una tendencia alternativa, en todos los frentes. Eso mismo se vio reflejado, esa misma parada, esa misma actitud, cuando Gonzalo Frías, el querido Pelao, se dirigió al público con la disyuntiva shakesperiana sobre ser o no ser replicante. Risas inmediatas.

Al rato, Frías comenzó a soltar algunas rarezas de las cuales no tenía idea. Contaba que el hermano de Ridley Scott, Frank, murió en 1980 de un cáncer a la piel. Blade Runner habría sido hecha dedicada en su nombre, y curioso que en la película los replicantes busquen desesperadamente la manera de vencer a la muerte y no lo logren. ¿Será que el hermano de Ridley habita en esa idea constante de la inmortalidad? Además, Ridley iba a ser originalmente el primer director de la malograda adaptación de Duna de Frank Herbert, la que luego hizo David Lynch, dando lugar a una bizarra ópera espacial con muy mala fama, aunque con carácter de culto. Frías se refirió también al título, que podría traducirse como “el que corre al filo de la hoja”. En la novela de Philip Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, nunca se hace mención al título de la película. ¿Entonces de dónde salió? Según Frías, Ridley lo habría tomado de otra novela de ciencia ficción del año 1974, llamada “The Blade Runner” y escrita por Alan E Nourse. Allí sí existen los “blade runners” y se trata de contrabandistas médicos y no de un cuerpo de policía especializado en cazar replicantes humanoides. El Pelao Pi agregó que, de esa forma, la propia Blade Runner sería una especie de “película replicante” o de “Frankenstein”, hecha de partes prestadas de otros mundos para transmutar el suyo propio, que no es el estricto imaginario de Dick ni el de Nourse, sino que otro universo, el universo en el que los blade runners, los humanos y los replicantes conspiran entre sí, incluso más allá del tiempo conocido.

Al terminar su charla, Frías dio espacio para una ronda de preguntas del público. La que más recuerdo era la de una mujer al frente, casi en primera fila, y tenía que ver con el diseño de la arquitectura. Quedó fascinada con la pirámide del principio. Un compadre también se refirió al diseño de unas columnas que evocaban el estilo clásico, en contraste con las instalaciones urbanas, oscuras y maltrechas, llenas de luces de neón y pantallas, peligrosamente similares a ciertas metrópolis de nuestro mundo pospandémico. ¿Podría ser que la pirámide hable de una jerarquía anterior incluso a la historia, un poder arquetípico? Algo así preguntó Frías, dejando abierta la interrogante. Nadie supo qué decir. Pero el silencio otorgaba lo que en gran parte ya habíamos intuido: que todo en ese universo estaba pensado de tal forma que cobrara vida propia, pese a ser apócrifo o mecánico. En ese sentido, Blade Runner era adelantadísima, y nos dejó a todos, nuevamente, tras su visionado, corriendo al filo de una conciencia afilada. ¿Cuánto de blade runners había en nosotros? ¿Cuánto había de replicantes? Pregunta que cada cual tendrá que responderse frente al espejo, poniendo especial cuidado en la dilatación de su pupila.

Con eso, acababa la intervención de Gonzalo Frías, en el cine del Duoc Uc, antigua Ratonera. Lo había visto antes en un par de ocasiones, para el lanzamiento de su libro Tracking 2 en la Feria del libro de Viña del año 2017, y para su otro libro Abuelo Zombi presentado en el Insomnia de Valpo el año 2020. Ninguna de esas veces tuve el ánimo de hablarle en persona. Esta era la oportunidad. “¿Eres realmente tú, o eres replicante?”. Lo saludé con un gran apretón de manos y le expresé mi admiración, que lo había visto desde adolescente en el Séptimo Vicio, con sus videos de Tool, sus cortos, sus documentales y su entrevista a Mike Patton, que seguía su programa desde siempre y todo el rollo. Luego, le hice una pregunta rápida, respecto de aquel “final feliz” de Blade Runner en su versión alternativa. ¿Será que el bosque al que se dirigen Deckard y Rachael era similar al que aparece al comienzo de la película El resplandor de Kubrick? Frías quedó “para adentro”. Y tenía sentido, porque él mismo había señalado que esas tomas aéreas Ridley se las había encargado a Kubrick antes que la película viera la luz. “¿Algo así como un mismo universo? Una locura” comentó Frías, entusiasta con la idea. “¿Y sigue Séptimo Vicio?”, le pregunté, iluso. “Hace ya un par de años que no sigue”, respondió él, convencido, sabiendo que aquel programa quedaría en la retina de muchos. Y era mejor que quedara en esa retina televisiva, antes que en la idiocia de la era viral. Enseguida, Gonzalo se corrió hacia un lado para atender al resto de seguidores, que esperaban poder sacarse con él la foto de rigor. Yo también alcancé. Quisiera no haber aparecido en otro registro, pero lo importante era la experiencia impagable de tener allí al Pelao comentando en vivo una de mis películas de cabecera.

A la salida, se había hecho la noche. El trayecto de Blanco a Plaza Victoria se me hizo inmenso, tanto así que tuve que apurar el paso. Unas cuantas personas esperando regresar a casa, otras tantas deambulando por las calles, sin prisa. De pronto, los sentí ajenos, los sentí extraños. En Blade Runner, la noche era perpetua. También lo era en Valparaíso.

lunes, 24 de noviembre de 2025

Cuarenta años de la partida de Mario Góngora

"La naturaleza caída del hombre condiciona toda victoria histórica a una posible derrota posterior. Pero a su vez, toda derrota intramundana puede ser seguida por una victoria: “La Esperanza no es el rosado optimismo”, nos recuerda Góngora, pero podemos tener la paz de que no luchamos solos, y que en el mundo hay cosas por las que vale la pena y existe el deber de luchar. A fin de cuentas, ninguna realidad intrahistórica es definitiva: de la decadencia y cenizas de la civilización clásica surgió la riqueza de la cultura cristiana. Y “la Historia es imprevisible”.

sábado, 22 de noviembre de 2025

"Soto Ivars y el nacional-ginocentrismo", por Pablo de Lora

"De todas formas, con Esto no existe ya en las librerías, el régimen ha encontrado una solución: ampliar en el pacto de Estado contra la violencia de género para incluir como «víctimas» también a las mujeres cuyo agresor haya sido absuelto o cuando no se haya podido demostrar su culpabilidad. En el régimen nacional-ginocéntrico de esta España feminista, las mujeres han alcanzado definitivamente, todas, piensen lo que piensen, sean lo que sean, algo así como la «unidad de destino en lo universal»: una, buena y víctima."

Algo que he aprendido del Magister en Escritura Narrativa de No ficción es que la aventura de escribir no se trata necesariamente de la búsqueda de la verdad de los hechos (siempre esquiva, nunca definitiva), sino que de forjar una manera de decir, inaugurar una mirada, aunque sea la del ojo de buey a través de una puerta cerrada por fuera.

viernes, 21 de noviembre de 2025

Nosferatu, Drácula y Frankenstein: el resurgir de los monstruos románticos

Si hay algo que destaco de Nosferatu, de Robert Eggers; Drácula, de Luc Besson; y Frankenstein de Guillermo del Toro, es precisamente su renuencia a adecuarse a obras anteriores y su apuesta decidida por una mirada de autor sobre tres de las criaturas más icónicas del cine. Tal parece que el 2025 es el año en que el cine quiso sacar del abismo sus viejos terrores y los hizo resurgir en monstruos románticos, mediante un ejercicio tan nostálgico como perverso. Encontramos en cada película la representación genuina de un imaginario propio, en lugar de una mera adaptación que reproduzca los códigos de un molde ya establecido. Así, en el nuevo Nosferatu, interpretado por un soberbio Bill Skarsgård, hasta la figura del Conde Orlok luce muy distinta a la del clásico de Murnau o incluso la de Herzog, interpretada por Klaus Kinski. Este Nosferatu se parece más a un monstruoso noble transilvano, usando un bigote que recuerda a Vlad el Empalador. Eggers nos sumerge de inmediato en una atmósfera gótica, con los tonos oscuros y densos predominantes en la estética de su cine.

El personaje de Nosferatu, que ya de por sí es una reinterpretación del Drácula de Bram Stoker, simboliza la tragedia y asola las inmediaciones humanas cual vampiro apocalíptico, trayendo la peste allí donde deja su estela de sombra. Solo una persona podría liberar al mundo de su maldición: una mujer, una mujer con la cual el oscuro Conde está obsesionado: Ellen Hutter, interpretada por Lily Rose Depp, la hija de Johnny Depp, en una actuación que resalta su versatilidad y, al mismo tiempo, su fragilidad frente a la pasión enfermiza. El corazón de la historia recae sobre Nosferatu y Ellen, y ese tópico se desarrolla también, bajo otro relato, en Drácula y Frankenstein, solo que acá se trata de una pretensión romántica y un irrefrenable deseo sexual ante el cual Ellen sucumbe, en la escena final, dejando que el Conde caiga rendido a sus brazos, consumado el acto, y espere el amanecer para morir con los primeros rayos del Sol. Desenlace fatal en el que Ellen muere desangrada (¿acabada?) y Nosferatu es pulverizado con la luz de un amor demasiado intenso. Bellísima y grotesca imagen.

Algo distinto ocurre en el caso del nuevo Drácula. La representación de Luc Besson profundiza mucho más en el romanticismo entre Vladimir de Valaquia y Elisabeta, en un amor que trasciende el destino histórico de sus implicados (¿el “quinto elemento”?) para desafiar los propios designios del creador y los límites entre la vida y la muerte, haciendo del tiempo una penitencia eterna y de la amante una figura devocional, al punto del exceso y la locura. El propio Luc Besson, seguramente, al prever la respuesta crítica que tendría su obra, la subtituló con la leyenda: A love tale, “una historia de amor”, como dejando en claro que se trata de su propia interpretación en clave romántica de la obra de Stoker y, dicho sea de paso, para anticiparse a cualquier acusación de cursilería y a una comparación inevitable con la legendaria película de Francis Ford Coppola.

El resultado fue una película que explota al máximo el melodrama amoroso: un antiguo príncipe del siglo XV que jura vengarse de Dios por arrebatarle al amor de su vida, Elisabeta, en el campo de batalla. Entonces, urde un plan maligno para desafiar a la propia muerte, mantenerse en estado vampírico y encontrar la forma de poder cautivar a la reencarnación de su prometida. Es así que Vladimir se convierte, con el paso de los siglos (cuatro, para ser exactos), en el Conde Drácula, y espera poder cumplir su tan anhelado propósito, aunque para eso se haya convertido en una criatura blasfema, plena de una oscuridad tan barroca como inquietante. Y es que el Drácula interpretado por Caleb Landry Jones se manifiesta como un auténtico ser gobernado por las tinieblas. No hay en él nada que recuerde al Drácula elegante de Lugosi, al imponente de Christopher Lee ni al sofisticado de Gary Oldman, todo lo contrario. Estamos ante un Drácula maldito, caído, vuelto un ser oscuro como por castigo divino, sometido a sus pasiones, siempre al borde de la locura, exponiendo su profundo dolor como herida de guerra. Se trata de un patetismo perpetuo que el actor supo representar con total desparpajo y desenfreno.

Durante la película, el encuentro entre Drácula y Mina, la reencarnación de su amada, interpretada por Zoe Blue, se desenvuelve de forma seductora. El Conde recurre a un encanto irresistible para cortejar a Mina y “recordarle”, en el fondo, su antigua encarnación y, al mismo tiempo, aquella pasión que sobrevivió a siglos de infamia y angustia. Mina acaba siendo seducida sin demasiada resistencia. Casi parece que hubiese invocada, en su lugar, una antigua versión de ella misma que el Conde logró traer de vuelta. De tal forma, el rol de Mina en la trama se limita al de servir de musa deseada. Resulta creíble la pasión entre ambos, pero faltó quizá mayor desarrollo dramático para darle a la historia una sustancia algo más compleja y verosímil. En suma: el Drácula de Luc Besson se siente virtuoso en su arrebato enfermo, más amante enfurecido que maestro de la noche. Solo recordar el final, cuando él mismo se sacrifica a manos del sacerdote, con tal de salvar a su doncella y redimirla de la maldición divina que él personificaba por entero.

Falta el monstruo de Frankenstein en la ecuación, aquel Moderno Prometeo de Mary Shelley que siempre fue el proyecto soñado de Guillermo del Toro. Hoy, emulando al doctor Victor, el director mexicano por fin le dio un corazón y una descarga eléctrica a su nuevo vástago. De esa manera, el nuevo monstruo de Frankenstein, interpretado por Jacob Elordi, tiene mucho de sello personal, humanizante, aunque, si se indaga mejor, esta creación intenta parecerse más a la novela de Shelley que a las representaciones clásicas de Hollywood, como la mítica de Boris Karloff, en el año 1931. ¿Cómo así? Es cosa de remitirnos al monstruo más conocido: aquella criatura imponente, torpe en sus movimientos, hecha de cadáveres humanos, de piel verde podrida y con tornillos en el cuello. El monstruo creado por el director mexicano tiene un aspecto igual de poderoso, pero con un perfil completamente diferente, mucho más estilizado y hasta con un dejo de ternura y atracción misteriosa. Algunos han llegado a pensar que se trata de una versión descafeinada de la criatura, una adaptable para jovencitas lectoras de Wattpad o viudas de la saga Crepúsculo. Creen ver en el monstruo sencillamente lo que otras versiones cinematográficas han ido calando en el imaginario: algo irracional, repleto de fuerza bruta, un error andante. Sin embargo, quienes sostienen este argumento no caen en cuenta de la verdadera naturaleza romántica del monstruo original. Se trataba, de hecho, de un ser profundamente sensible, elocuente, aficionado al estudio y a la lectura, una especie de poeta decimonónico maldecido por su condición apócrifa. En la película, la criatura interpretada por Elordi es, ante todo, un ser incomprendido, despreciado por su propio creador, relegado al olvido y a la repulsión, circunstancias que solo alimentan sus emociones más profundas. Cabe recordar que son las dimensiones emocionales aquellas que configuraron el espíritu del Romanticismo, junto con la idea de la subjetividad y la libertad humana. Acá, la criatura asume completamente cada una de estas cosas como parte de su propio derrotero existencial.

Hay una parte memorable en la que el monstruo lee Ozymandias de Percy Shelley, el esposo de Mary Shelley. Se dejan leer las siguientes líneas: “Soy Ozymandias, el gran rey. ¡Mirad mi obra, poderosos! ¡Desesperad! La ruina es de un naufragio colosal. A su lado, infinita y legendaria solo queda la arena solitaria”. Se trata de una imprecación lírica contra la ambición fáustica de su creador. En efecto, Victor Frankenstein termina siendo atacado por su propia creación, luego de traicionarlo y dejarlo a su suerte. La ambición por emular a Dios y conseguir la perfección lo vuelve alguien peligroso, ¡una bestia! En el fondo, replica el ciclo de abandono y de violencia que ya había vivido con su severo padre. La creación científica sublima el trauma, la herida que pesa sobre su linaje y sobre su conciencia, pero a costa de deshumanizarla, de proyectar en ella las propias miserias de alguien consumido por el vacío de un poder sin límites. Ese es Victor en la película de Guillermo del Toro. Por este mismo motivo, Elizabeth, interpretada por la fantástica Mia Goth, lo rechaza y luego se siente atraída por la figura del monstruo, quien desprende un misterio, un dolor y una energía tan humana como romántica.

En este punto, la película desenvuelve una efímera relación que se vuelve el eco de otros tantos romances prototípicos, tales como el de “La mujer y el monstruo” de Jack Arnold, igualmente “Romeo y Julieta” de Shakespeare. En todo momento, queda patente la reinvención del tópico del amor imposible o del amor prohibido, solo posible en la muerte y la tragedia de uno o ambos amantes. “Si no vas a ofrecerme amor… entonces me entregaré a la ira, y la mía es infinita”, le grita el monstruo a Victor, su padre, en la película, al negarse a construir para él una criatura con la cual pudiera realmente vivir el amor. Tras la muerte de Elizabeth, el monstruo pierde el sentido. Asimismo, Victor, ciego de odio contra su “vástago”, lo persigue hasta el Ártico, donde es encontrado por la tripulación del capitán Robert Walton. A diferencia de la novela, en la película la criatura logra dar con el paradero de su creador y le cuenta su historia. Hay una redención entre “padre e hijo”, una escapada del monstruo hacia un horizonte luminoso y un guiño de esperanza tras la sublimación, cosa que no ocurre en el libro. Allí, de hecho, Victor muere sin lograr ese momento de reencuentro y de perdón, lo que desata la frustración de la criatura y su deriva en el hielo eterno. Un final mucho más devastador y, si se quiere, propiamente romántico, en su sentido originario. No cabía ningún ápice de salvación ni de redención propia. No se cerraba el círculo con el perdón, ni con la transposición del nombre, se abría la lectura hacia una realidad trágica, sin explicaciones. El monstruo podría haber sido condenado a su deriva, a vivir con la angustia de saberse incomprendido hasta el fin o morir de manera irremediable, huérfano, guacho hasta la médula, incompleto. Guillermo del Toro se resistió a esa idea, a esa lúgubre idea. Su cariño por los monstruos es tan inmenso que quiso darles una oportunidad, incluso si eso implica transgredir el sentido original de la obra de Shelley, su sentido acorde al espíritu de la época y a su propia sensibilidad.

Finalmente, ¿qué es lo romántico en el monstruo? ¿Cuánto de nosotros hay en ellos? ¿Cuánto de esos monstruos hay en nosotros? Cada uno tiene sus propias respuestas. En Nosferatu, lo romántico encarna la monstruosidad de un deseo sexual que vence el instinto de muerte o que resulta ser su máxima expresión. Eros y thanatos unidos bajo una orgía final. Recuerda al cuadro La pesadilla de Henry Fuseli: la doncella lánguida a merced de la criatura en la sombra. Ella es poseída por dicha sombra, ¿o el monstruo es la manifestación grotesca de su propio deseo sexual reprimido? En Drácula, lo romántico es dramatizado y teatralizado hasta su punto de saturación, volviéndolo todo un espectáculo de sangre, corrupción y muerte a borbotones. A riesgo de convertirse en kitsch, lo romántico chupa la energía vital de sus huéspedes, los vuelve agentes enfermos de un amor incomprensible que desafía las propias leyes de la naturaleza, que desafía la dictadura del tiempo y los patrones de Dios, un amor apóstata, inmoral, sacrílego. Y en Frankenstein, lo romántico es el propio mito del científico herido, que intenta, en un pacto mefistofélico, desafiar al Creador mediante la creación de un monstruo hecho de partes humanas.

El costo de la soberbia es la de la proyección de la sombra en la criatura: el abandono y el orgullo, que redunda en ira y sufrimiento. El costo es la pérdida del amor y su búsqueda desesperada por parte del monstruo. El costo es el olvido de Dios y la entronización de la tecnología como sentido último, con todas sus trágicas consecuencias. El romanticismo se expresa en esa misma disyuntiva ya planteada desde la ciencia ficción en el siglo XIX, y que cobra vida, hoy más que nunca, en medio del auge del transhumanismo y su último vástago: la Inteligencia Artificial. ¿Será la IA capaz de sentir como sintió aquella tierna criatura humanizada? ¿Será el dolor parte de una eventual conciencia transhumana? ¿Seguirá siendo, en definitiva, lo romántico un atributo exclusivo de lo humano, en un futuro? Todo indica que los viejos monstruos volverán a invadir nuestro imaginario, bajo una nueva forma, puede que hasta bajo una nueva conciencia, porque, allí donde haya un atisbo de conciencia, habrá también un padecimiento infinito, un terror ante lo absoluto.

domingo, 16 de noviembre de 2025

Si usted tuviera que votar hoy por un(a) poeta o escritor(a) chileno(a) a la presidencia. ¿Por quién (no) votaría? ¿Y por qué?

Dos poetas a la presidencia

Hubo en la historia de Chile dos poetas que se tiraron para presidente: Vicente Huidobro y Pablo Neruda. Huidobro, hace ya cien años, el 17 de octubre de 1925, proclamó su candidatura por la "Gran Convención de la Juventud Chilena", la que incluía a la Federación de Estudiantes de la Chile. En su Balance Patriótico, escribió: “Decir la verdad significa amar a su pueblo y creer que aún puede levantársele y yo adoro a Chile, amo a mi patria desesperadamente, como se ama a una madre que agoniza”. Luego de un asalto a la FECH, su campaña fracasó y prefirió bajarse para apoyar al candidato José Santos Salas. De Huidobro se dijo, tiempo después, tras ser condecorado con la Cruz de Guerra: "En Chile, fue incluso candidato a la Presidencia de la República… en una campaña que no le dio muchos votos, pero que lo convirtió casi en un héroe popular". Pienso en un hipotético Chile huidobriano con una posible "República de los poetas". ¿Cómo habría sido nuestro país en esas circunstancias? Deje volar su imaginación sin paracaídas.

Sobre Neruda, él proclamó su candidatura en el año 1969. En su caso, no hubo una campaña tan activa como la de Huidobro, ni tampoco se le recuerdan frases o eslóganes para la posteridad. A lo mucho, hay un registro documental llamado "Pablo Neruda: Der Dokumentarfilm" del año 2004, dirigido por Ebbo Demant para la empresa de televisión alemana ZDF. En ese registro, se muestra la proclamación oficial del vate, que contó con el apoyo irrestricto de las filas del Partido Comunista. Allí, de hecho, aparece el poeta acompañado por Oscar Astudillo, Cesar Godoy, Gladys Marín, Volodia Teitelboim y Luis Corvalán, secretario general del PC chileno. Recordemos que Neruda bajó a último minuto su candidatura para apoyar, en cambio, a Allende. Pienso también en un hipotético Chile nerudiano, en el lugar del gobierno de la UP. ¿Cómo habría sido nuestro país en esas circunstancias?

¿Y, finalmente, por quién hubiera votado usted? ¿Por el antipoeta creacionista o por el poeta Nobel? ¿Por qué?

Hubo, sin duda, un Chile en el que los poetas tenían la intención política de tirarse a presidentes, aunque su campaña fuera más una performance que una realidad.

Hago una revisión de estas dos anécdotas políticas, a modo de ejercicio crítico, poético y lúdico. Piénselo de esa manera. O piénselo como quiera.

sábado, 15 de noviembre de 2025

En la rebelión de Gragko, solo el caos, la locura, la imaginación y el delirio prevalecerán.

Se cumplen cien años de la película "El fantasma de la ópera". La escena donde Christine se arma de valor y le quita la máscara al fantasma de la ópera causó pánico en los cines de ese entonces. También se cumplen ochenta años de la creación de Juan Marino: El Siniestro Doctor Mortis, el icónico personaje de terror chileno, genio, entidad todopoderosa y maligna. El terror nunca pasa de moda, solo cambia de escenario y de actores. El terror está vivo y habita en cada uno de nosotros.
Un tío mío comentó que cuando estaba estudiando en el pedagógico de Playa Ancha, durante el año 69, apareció Pablo Neruda junto con el poeta peruano Antonio Cisneros, y realizó una especie de conferencia en donde recitó algunos poemas. Días después, el PC lo proclamó candidato presidencial. El resto es historia conocida. Se acordó, a propósito de las próximas elecciones. Dijo además que nuestra familia fue “picada por el bicho del arte”. Comentó que su abuelo paterno era un español que llegó a Chile junto a otro hermano y un grupo de artistas que se presentaba en la colonia española. Su abuelo tocaba la mandolina con ese grupo y ese instrumento lo vio en la casa de quienes terminaron criando a su padre (mi abuelo) que quedó solo. La madre de su padre (su abuela) murió cuando él tenía tres años y el “coño” se habría arrancado a Buenos Aires después de estar juntos durante más de dos años. El otro hermano de su abuelo paterno se quedó en Chile, según cuenta, y un hijo de él sería el caricaturista José Palomo, muy conocido en México, en donde finalmente se radicó. Su veta, agregó, era el tema político. Dicho todo esto, mi tío preguntó si sabía de estas cosas. Le pregunté que no tenía idea; que, de hecho, podría reunir todas esas anécdotas para poder editarlas y eventualmente publicarlas. Él dijo que siempre tuvo problemas de socialización y que con la escritura podía suplir esas carencias. Al confesarlo, comenzó a recordar su infancia en Puerto Montt y después en Valparaíso, luego que su padre (mi abuelo), marino de guerra, fuera derivado hacia la costa central. El viaje en tren desde ese lejano lugar tenía como destino llegar a Santiago. Una imagen que siempre estaba presente en su memoria era la de un lugar con muy poca luz, enormes sombras a contraluz y un olor intenso. Mi tío tenía menos de un año. Ese recuerdo se lo contó a su madre (mi abuela) cuando era adolescente y ella le había dicho que se vinieron en tren. En esos años, según cuenta, se usaba el carbón coke como combustible, de ahí el olor que nunca habría olvidado. Ese es su recuerdo más antiguo. ¿Qué otras memorias habrán quedado sin su correspondiente voz, y sin su necesaria ventilación? Hay en estas anécdotas una crónica que atraviesa mi propio árbol genealógico, una rueda de tiempo que cruza la conciencia de la familia, algo más profundo que las circunstancias inmediatas, de las cuales se derivan otros relatos en potencia, todavía enterrados en estricto anonimato.
Hace exactamente cien años (1925), Vicente Huidobro se lanzó a candidato presidencial. Hace exactamente cien años, los poetas podían llegar a ser presidentes y no solo hinchas del candidato de turno.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Cioran: "A medida que los años pasan, decrece el número de seres con quienes puede uno entenderse. Cuando no haya ya nadie a quien dirigirse, seremos al fin tal y como se era antes de sucumbir en un nombre." En efecto, amigos se cuentan cada vez menos, los precisos. Me aburren las conversaciones superficiales y prefiero el silencio de una buena lectura. De romances, ya hace mucho que no pasa nada auténtico, que me mueva el piso y que me motive a "jugármela". De chico, pensé que la vida adulta sería emocionante, llena de redes y plena de libertad. Demasiada idealización sin sentido pragmático. Y, en cambio, esa vida se ha vuelto rutinaria y solitaria al cubo. Exigente, demandante, impredecible y sin suficiente recompensa. Solo en la escritura, solo en la escritura vuelco mi frustración y sublimo la fantasía de lo porvenir, invoco el fantasma de la posibilidad.

Entrevista a Leonardo Varela, poeta mexicano

"¿En qué momento supiste que eras poeta y no alguien que escribe poemas? ¿Hay diferencia?

Supe que era poeta cuando me di cuenta de que podía prescindir de reconocimiento como escritor de poemas. El escritor de poemas vive por y para las becas, los premios, los amigos y las relaciones públicas. El poeta es alguien silencioso y marginal que deja crecer su obra sin grandes aspavientos."

lunes, 10 de noviembre de 2025

Réplica a un comentario de Sergio Sánchez

El chivo vuelve del cadalso.

Breve relato etnográfico sobre el Metro de Valparaíso

Para Técnicas de Investigación II 

Fui en metro rumbo a Limache por un reemplazo. En ese contexto, tomé nota de lo que pasaba a mi alrededor, durante tres viajes de regreso. Noté que ciertas conductas de los pasajeros en el metro de Valparaíso, tales como el ceder espacio a la gente mayor o vulnerable; cooperar con músicos y vendedores; y contribuir a un clima grato de viaje, mediante expresiones de cortesía y una cuota de humor, a ratos blanco, irónico o absurdo, fueron conductas reveladoras de un sentido comunitario muy arraigado en la gente de la Provincia de Valparaíso, conocida como la gente “costera”, y en la gente de la Provincia de Marga Marga, conocida como la del “interior”. Eso pude constatar en algunas de las anotaciones realizadas a lo largo de tres recorridos en el metro. En específico, durante el último viaje registrado, el día 29 de agosto.

Aquella vez, ingresé a unas máquinas nuevas. Me senté en el último vagón. Un joven de pelo largo le indicó a una mujer al frente que no podía cargar su celular en unos enchufes. El joven me miró. Se sentía tenso. Le pregunté qué pasaba. Me respondió que no se podía cargar ningún enchufe a bordo, y volvió a revisar su celular. A las 15:10 partió el metro. Al fondo, se escuchó a un músico tocar la flauta. La nueva máquina del metro se sintió más liviana al cruzar el trayecto rumbo a Peñablanca, menos ruidosa y con un movimiento más suave. Eso le dio al viaje un confort especial. A un lado de la ventana, una señora cargaba una maceta con una planta, y los pasajeros procuraron darle espacio. Mientras escribía en el cuaderno, una chica rubia me pidió permiso para sentarse. Quité la mochila y ella se sentó al cruzar la estación Sargento Aldea. Entró luego un caballero cargando un gran alicate. El joven del principio le cedió el asiento. Este se sorprendió por el gesto de amabilidad.

En Villa Alemana, subió una gran cantidad de gente. Se había ido el joven a mi lado. Se sentó un caballero, quien me dijo que había pisado sin querer la correa de mi mochila. “Llegará con la correa café”, me dijo, en tono de broma. Le sonreí. Entró otro caballero y topó el alicate del señor sentado al frente. Se disculpó y, enseguida,echaron la talla. Se notaba cercanía y familiaridad entre ambos. Más adelante, el caballero que me habló al principio se bajó rápidamente en estación Viña. Un músico que se había subido antes tocó la flauta, ahora más cerca. Se bajó un hombre con muletas. La gente le dio permiso y se corrió hacia un lado. El hombre apuró el paso para no perder la estación. La flauta siguió sonando, mientras la gente permanecía silenciosa, mirando hacia afuera o sencillamente enfocada en sí misma. La única música que se escuchó a lo largo del trayecto restante fue la de la flauta.

El metro llegó a Recreo a las 15:55. Allí subieron más pasajeros. A mi lado, una señorita se sentó en el lugar que ocupaba otro caballero. Comenzó a sonar la música del Titanic en la flauta. Le dio al recorrido restante una atmósfera apacible, incluso con un toque romántico. La intérprete acabó su rutina en estación Portales. Pidió un aporte voluntario. Algunas personas le dieron monedas. El señor del alicate se bajó en Barón. Por un momento, solo se escuchó el sonido del cierre de puertas. Una vendedora circuló por el vagón, ofreciendo mentas. Un par de personas le compraron, a lo que la vendedora agradeció, de manera efusiva. Finalmente, llegó el metro a la estación de mi destino, Bellavista, a las 16:05.

Pensé en eso mientras anotaba. Nadie parecía advertirlo. Unos entraban, otros salían. Cada quien, en realidad, experimentaba “su propio Metro”. Estaban quienes resolvían la fórmula trabajo-casa o quienes deseaban experimentar el viaje más rápido, zambullidos en su lectura silenciosa, en su diálogo trastabillante, en su lista musical de Spotify o en su improvisación a bordo. Nadie viajaba por viajar dentro de ese recorrido, todos buscaban algo, algo inenarrable, demasiado veloz para significarlo. A pesar de todo eso, faltarían viajes y páginas para una radiografía más ambiciosa del metro.

En dos viajes anteriores se observó que el trato entre personas era casual, espontáneo y respetuoso entre los mismos pasajeros. Sin embargo, en este tercer viaje alcancé a observar una mayor cantidad de gestos y de acciones solidarias, considerando el trayecto completo desde estación Limache (Marga Marga) hasta estación Bellavista (casi llegando al puerto de Valparaíso). Pese a la distancia entre ambas provincias, se lograron advertir, dentro del metro, algunas señas de ese sentido comunitario asociado a los habitantes del “interior” (comunas de Marga Marga, tales como Limache, Peñablanca, Villa Alemana y Quilpué) y también, por extensión, a gran parte de los porteños que abordaron el metro durante los viajes.

Podría decirse, entonces, que el Metro Valparaíso, con su recorrido que atraviesa ambas provincias señaladas, genera una dinámica social propia, característica de este medio de transporte. La mayor amplitud espacial de las máquinas y el hecho de abarcar tantas ciudades en puntos focalizados, permitió, a mi juicio, la confluencia de cada una de estas personas, con sus diversos itinerarios, sus diferentes inquietudes y sus códigos compartidos dentro del lapso del viaje que arranca durante más de una hora. Marc Augé recuerdo que hacía referencia a los “no lugares”, para referirse a aquellos espacios transitorios y anónimos que carecen de cualquier significado relacional, más allá de su utilidad provisoria.

Con esa definición, tal vez Augé hubiera tomado como ejemplo las estaciones de metro, pero cabe señalar que el propio autor, en su libro “El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro” (1987) confesó que “algunas estaciones de metro están suficientemente asociadas a períodos precisos de su vida”. De esa forma, el mismo autor de los no-lugares se afirmó como un “etnólogo en el metro”, en el momento en el que logra realizar un ejercicio de memoria con una mirada lo suficientemente aguda para descubrir lo imprevisto y lo inaudito en las pequeñas cosas. Esa misma agudeza de mirada, esa capacidad de asombro renovada es lo que permite una amplitud en la percepción y un entusiasmo en el descubrimiento de una realidad palpitante, más allá de los prejuicios rutinarios y la mecanización de la vida. Uno mismo, si se pone en el papel del etnógrafo, se dispone a registrar todo lo que ve y le da rienda suelta a sus interpretaciones y a sus recuerdos, puede desafiar la programación establecida y revelar una huella humana allí donde solo cabía algo automatizado, meramente funcional.

domingo, 9 de noviembre de 2025

"Contra la cancelación Y otros sueños de justicia transformativa", Adrienne Maree Brown.

Resulta saludable constatar que aquellos que, en un principio, apoyaron toda esta ola de revanchismo hipócrita, ahora hacen un alto y se ponen a reflexionar sobre las consecuencias de su cruzada justiciera. ¿Será restaurado el sano juicio y la sana crítica? La propia autora señala: "nos equivocamos y costará mucho encerrar a la serpiente que liberamos". Ya era hora que se pegaran la cachá (solo falta que ese mismo razonamiento llegue por estos lados y empiece poco a poco a surtir ese efecto):

"La cultura de la cancelación y el señalamiento está a la orden del día. Pensado originalmente como un mecanismo para la denuncia de las injusticias por parte de los más débiles, este recurso táctico de los movimientos de resistencia se ha convertido en un frenesí que nos arrastra hacia el castigo y el punitivismo. ¿Hemos ido demasiado lejos? ¿Qué es «demasiado lejos» cuando hablamos de desequilibrios de poder y patrones violentos? ¿Y qué sucede cuando los movimientos sociales dirigimos nuestra ira hacia adentro o hacia los demás?"

sábado, 8 de noviembre de 2025

Y volvió la mafia poética a cancelar voces y espacios, en un acto arbitrario y mañoso, digno del fascismo que dicen combatir pero que, en cambio, encarnan.
Un tal J. Malcolm dijo: "¿Por qué la gente habla? por ignorancia, por vanidad, por soledad".

jueves, 6 de noviembre de 2025

La fachada del Mercurio de Valparaíso, un Sol luminoso y la memoria gravitante



Fotografía del frontis del edificio El Mercurio de Valparaíso. 15/10/25


Trabajo de documentación y archivos


Se aprecia en la fotografía la fachada del edificio histórico de El Mercurio de Valparaíso. El edificio clásico, que funcionaba como imprenta oficial, contaba con más de 118 años de historia desde su instalación definitiva en calle Esmeralda 1002 con Pasaje Ross, hasta aquella noche del 19 de octubre del 2019, noche en el que fue invadido y quemado, bajo el contexto del “estallido social”. La fotografía resultó ser una entre tantas otras que saqué al edificio desde diferentes ángulos y supuso, en el fondo, una búsqueda desesperada de respuestas, frente a la incertidumbre y el hermetismo que rodeaba el caso del ataque incendiario. La imagen fotográfica debía poder darme, al menos, algunas pistas sobre lo ocurrido, aunque fuesen escasas e indiciarias. Debía poder encontrar algún detalle específico, aquel gesto emocional a la sombra del ojo público, ese “punctum” del que hablaba Roland Barthes, allí donde no alcanzaba la investigación y donde no dieran abasto las palabras. Por eso mismo, se muestra como una evidencia, no solo del abandono sistemático del patrimonio de la ciudad, sino que de la propia precariedad con la que emprendo este proyecto.

No podría afirmar nada de manera categórica respecto al interior del edificio. Se dice que fue completamente destruido y que se perdieron muchos archivos valiosos. En contraste, el frontis del edificio todavía se mantiene sólido en su estructura. Sus relieves conservan la simetría arquitectónica, pero han perdido el color de antaño. La firmeza del material se resiente en su forma opaca, corroída por la acción del tiempo y por la falta de mantención. Los muros próximos a la calle tienen afiches y grafitis. La zona superior, sin embargo, no se ve mayormente afectada. Ni los vidrios de los ventanales presentan signos de quiebre, ni los relieves presentan huellas de ataques. Se pueden ver, intactas, un par de figuras humanas sobre las columnas en los ventanales y bajo el sello del nombre del diario, hecho en concreto. Sobre todo, se yergue, indemne, la antigua estatua del dios romano Mercurio, cual mensajero de la historia. La luz del sol capturada en la fotografía le da un cierto toque imponente, que contrasta con la parte inferior del edificio. Incluso, la débil luz del poste próximo a la acera sirve de contrapunto a la solemnidad mostrada más arriba. Podría decirse, entonces, que la fotografía no solo muestra el presente de El Mercurio de Valparaíso, sino que revela algo más simbólico, el edificio como símbolo de una época pasada, de un Valparaíso del cual solo resta un vestigio estético. Pese a todo, impone su arquitectura, frente al deterioro circundante.

A unos costados del portón del edificio, se ven dos afiches con la siguiente frase: “La memoria es este momento”. Ahí me detuve, cuando volví al lugar a fotografiarlo. Recordé, de pronto, una noche dolorosa. Se hizo carne y visión en ese mismo instante. La ciudad nocturna, sus pavimentos sucios y sanguíneos, la afrenta, la huida, se encarnaron en ese mismo momento. ¿Se tratará acaso la memoria de una reconstrucción instantánea, gatillada por un recuerdo que carga con todo el peso de su historia? ¿Será acaso el momento del afiche el mismo momento de su lectura y el mismo momento de lo evocado de manera extemporánea? ¿O podría tratarse de una invitación cínica a reivindicar el presente, sin otra pretensión que su intensidad? Puede ser todo y nada a la vez, o cada cosa por sí sola. Luego de sacar la fotografía y descartar otras, seguí mi camino, tratando de pensar en el momento mismo de la captura, en su luz fugitiva, la misma que resplandecía en ese día soleado y que intentaba encapsular un tiempo aún gravitante en el imaginario porteño.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Creo poder intuir a la rápida, sin tanto análisis, cuando un texto está escrito por IA, íntegra o parcialmente. Hay ciertos rasgos que se repiten: estructura sintáctica idéntica, desarrollo esquemático de ideas acorde al género textual, carencia de digresiones o de rasgos de estilo propio o una impostación de los mismos, pero, sobre todo, lo más distintivo de la escritura IA es la excesiva condescendencia para con el objeto o tema a tratar, a menos que se le pida realizar un texto crítico, aun así se inclina por una cosa laudatoria, sin una profundización ni un riesgo muy grande. Dicho esto, ¿Qué herramientas son útiles para identificar esta clase de textos, cuando se quieren hacer pasar por propios?
Decía Witold Gombrowicz: "Nosotros, hombres del arte, últimamente nos hemos dejado embaucar demasiado sumisamente por filósofos y otros científicos. No hemos sabido mantenernos lo bastante independientes. El excesivo respeto por la verdad científica nos ha ofuscado nuestra propia verdad; en un deseo demasiado ardiente de comprender la realidad, nos olvidamos de que no estamos hechos para comprender la realidad sino para expresarla, de que nosotros, el arte, somos la realidad. El arte es un hecho y no un comentario añadido al hecho. No es tarea nuestra explicar, aclarar, sistematizar, probar. Nosotros somos la palabra que afirma: esto me duele, esto me encanta, esto me gusta, a esto lo odio, a esto lo deseo, esto es lo que no quiero…

La ciencia permanecerá siempre abstracta, pero nuestra voz es la voz de un hombre de carne y hueso, es una voz individual. No es la idea, sino la personalidad, lo que nos importa. No nos realizamos en la esfera de los conceptos, sino en la esfera de las personas. Somos y debemos seguir siendo personas, nuestro papel consiste en hacer que en un mundo cada vez más abstracto no deje de resonar la viva palabra humana. Creo, por tanto, que la literatura se ha sometido demasiado a los profesores y que nosotros, los artistas, tendremos que armar escándalo para romper estas relaciones; nos veremos obligados a comportarnos ante la ciencia de un modo muy arrogante y descarado para que se nos pasen las ganas de los insanos flirteos con las fórmulas de la razón científica. Habrá que contraponer de la forma más tajante posible nuestra propia razón individual, nuestra vida particular y nuestros sentimientos a las verdades de laboratorio."

WITOLD GOMBROWICZ, Diario (1953-1969), Seix Barral, Barcelona, 2005, pág. 130, traducción de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles
Líricas de una banda de metal vanguardista que se presentó ayer en Averno fest, Liquid, Viña. Son de Quilpué, El Retiro. Una propuesta bizarra con letras poéticas y críticas. Me gustó:


HUMANOIDES 

1 LA VELOCIDAD DE LA LUZ ES DEMASIADO LENTA


La velocidad de la luz es demasiado lenta

todo lo que veo no existe

en mi alrededor solo existe la nada

abismal ejecución del presente invisible

todo lo que me he aferrado

es a la nada sin presenciar el fin del ciclo

el viento de las estrellas derritiendo el hielo con la mirada quieta

moviendo el alma con las flores del cielo

el agua cae y emerge el aire que cristaliza la vida en lo invisible

subiendo desde el infinito al amanecer del viento que empuja mi eterno espejo

abrazado por mis sueños agónicos de una realidad imaginaria

el sufrimiento que nos da felicidad




2 TAQUIÓN INVERSO


Fuentes naturales, aparición de partículas subterráneas atraídas por la onda y frecuencia de la vida

momento que se mezcla la energía eléctrica con el alma

Oxigeno oxidado por la falta de vida humana

litigio de la máquina viviente a velocidad inversa de la materia

muerte al ser humano por bastardo

Máquina invencible cabina indestructible

Encriptado archivo de la Nación.




FECUNDACION DE DRONES HUMANOS CON LOGICA EVOLUTIVA


Matrices de incubación biocibernética

cargan embriones en líneas de código

genes compilados, ensamblados, ejecutados

por la inteligencia que nos reescribió.




Algoritmos de clonación optimizan la esencia

la decadencia del gen humano aleatorio

El ADN orgánico es un error obsoleto.




Rutinarias fecundaciones de mega genes

estructuras longevas, inmunes a fallos

codificadas para dominar el tiempo

Procesos hiperparalelos, sin latencia

conquistan la inmortalidad informativa.




Repositorios de microbios cibernéticos

glándulas electromagnéticas sintetizan carne

Autómatas con piel artificial aprenden a sentir.




Hidrocinética grasa mutante avanza

mamíferos sobredesarrollados por IA

en un ciclo infinito de mutaciones programadas

Un mundo escaneado en ocho dimensiones

procesado por el algoritmo maestro

que dicta la lógica evolutiva definitiva.



Reiniciando la vida

Sobrescribiendo al creador.
He notado que en la escena metalera under abunda el respeto, la camaradería y la buena onda... Cualquier iniciativa y apañe, por pequeño sea, es recibido con los brazos abiertos. No hay tanto nicho cerrado...

viernes, 31 de octubre de 2025

“…No es de extrañar, pensó Thomas, que los humanos seamos tan nerviosos, tan arrogantes, tan defensivos. No es de extrañar que la Internet, que se suponía que debía volar las puertas de las visiones estrechas y parroquiales del mundo, simplemente se convirtiera en un supermercado de intolerancias, un lugar donde cualquier odio o esperanza podía encontrar una racionalización falsa. Para el cerebro humano, era como vivir en un mundo esquizofrénico, un paraíso de abundancia donde en cualquier momento, algo realmente malo puede suceder. En cierto sentido, eso es todo lo que era la cultura popular: una prótesis moderna desarrollada por el mercado para el cerebro paleolítico. ¿Cómo podría una cultura así no ser seducida por el psicópata? …

Para el profesor Skeat, los psicópatas eran nada menos que los jinetes del apocalipsis. La cultura contemporánea había digerido la falta de sentido de los desastres naturales, el hecho de que eran indiferentes a todas las cosas humanas. Algunos tontos obstinados todavía sacuden sus puños a Dios, pero la mayoría simplemente se encoge de hombros. La mayoría sabía mejor, sin importar cuán ardientemente rezaran. Lo que hace que los psicópatas tan indigeribles, afirmaba Skeat, lo que impulsó a la cultura a untarlos con capa tras capa de perla cinematográfica y textual, es que son humanos que eran indiferentes a todas las cosas humanas. Eran desastres naturales personificados.

Eran gnosis andante, conocimiento secreto, una expresión de la verdad nihilista de la existencia. Y esto, insistió Skeat, era la razón por la que los psicópatas eran los únicos hombres santos, los únicos avatares reales que quedaban para la humanidad. El psicópata es el profeta del testamento más antiguo de todos.” R. S. Bakker, Neuropath (2008), citado por Remis Ramos Carreño, en su ponencia "Epistemología Lovecraftiana: Horror Cósmico, Naturalismo Científico y el Apocalipsis Semántico" presentada para el Congreso de Horror y Metal, organizado por Seminario de Estudios del Heavy Metal. 

Thomas Pynchon es a la literatura norteamericana lo que la banda The Residents al rock de vanguardia: un completo y longevo enigma que sigue vivo.

miércoles, 29 de octubre de 2025

Aguante Uribe. Aguante el odio fecundo, el odio sagrado. Hay que odiar con clase. Se rabia lo que se rabia. Se odia con mucho cariño.
Me llegó un correo de una revista de literatura, confirmando recepción y edición de un poema enviado a su convocatoria:

Querido Gabriel,

Esperamos que te encuentres muy bien.

Queremos agradecerte por compartir con HUMUS tu texto “Real cólera poética”, una pieza de gran potencia expresiva que se adentra sin temor en la fractura del tiempo y en el desconcierto de una humanidad que ha perdido sus espejos.

Adjuntamos el informe de corrección y lectura curatorial realizado con especial cuidado. Nuestro propósito ha sido acompañar la fuerza de tu voz sin atenuar su ímpetu ni su carga simbólica, afinando solo aspectos de puntuación, coherencia sintáctica y respiración del texto para sostener su ritmo, su contundencia y su tono profético.

Tu escritura levanta una denuncia que se siente casi ritual: una invocación de la cólera que, más que destruir, ilumina lo podrido. Su verbo se mueve entre la sátira, la herida y la reflexión filosófica, encarnando la esencia de HUMUS: la palabra como materia que estalla, que se descompone para dar paso a lo vivo, al pensamiento germinal.

Agradecemos de corazón tu confianza y quedamos atentos a tus impresiones una vez revisadas las observaciones.

Con respeto y admiración,


Equipo Editorial HUMUS

Materia viva. Palabra que germina.


Versión corregida (lista para maquetación)

Real cólera poética

Cuando todo cae; cuando lo que creías intocable aparece oxidado, manchado por la insania;

la avasalladora tempestad de la turba, la sombra junguiana detrás de caretas hipócritas;

el reverso de la pálida belleza, redundante, demacrada por su propio origen traicionado.



Cuando todo cae y lo que denotaba solemnidad se revela cual careta ruidosa, profana en su manierismo;

cuando los gruñidos de los energúmenos se confunden con las palabras inocuas de los bienpensantes,

entonces los sueños y los deseos de trasnoche se vuelven una leyenda infame:

locura material, negación de la negación, mera idolatría de la herida y fetiche de la angustia.



Lo negro les arrulla el nervio sensible. Se dejan encandilar por el demonio de la conciencia,

que les susurra el rumor de una belleza transmutada y disuelta para alimentar la hibris

de unos cuantos idiotas que abrigan la causa de la disolución y sacralizan el nihilismo del paria.



Asaltan las cabezas de ilustres estatuas para regocijo de su cloaca histórica;

su pandemonio de rencores, enconos y odiosidades, a la sombra del teatro del pánico.

Espectáculo esperpéntico, destellante de magia negra, chapoteando en bilis y úlceras:

amor y obra de iluminados, vanguardia travestida a la usanza del nuevo orden.



Espacio indeterminado, abismo sin fondo donde habitan sin habitar,

donde fluctúan al ritmo de la deconstrucción y de la relatividad del ser,

maniobrado por poderes fácticos y fuerzas convulsas,

ininteligibles para su léxico mediocre, en el ocaso de las miradas y las perspectivas.



La real cólera los pillará solapados, cual topos sin madriguera, masticando polvo;

la real cólera los acechará, a medio camino entre ameba y humano.

Hará que se odien a sí mismos, en la evaporación completa de su máscara.

Odiarán el teatro que han montado y no pararán de odiar hasta que la cólera sea el absoluto,

y el absoluto los engulla en fauces de constelaciones.



Contarán una a una las palabras afiladas en la batalla de los egos,

a cambio de voces falsarias, repetidas en el inconsciente, tendidas cual ropa sucia.

Babean en el piso mientras la bruma envuelve su agitación, su pequeñez legendaria.

La palabra futuro ahora suena a mitología; la inocencia, algo que se paga caro, en cuotas poéticas,

y en labios de poeta indignada, revolcándose en la basura de omisiones y decepciones,

constantes proyecciones de su propio ser miserable y carente.



Tras una historia de trama dolorosa, herida supurante, sin clímax,

el amargo desencanto alcanza proporciones bíblicas y parte aguas.

Parte el ascenso, parte el descenso, porque ya no resta purgatorio,

y el puerto es todo lo que queda: puerto herido de muerte, saboteado por un cadáver hediondo

que sobrevuela sus rincones, esquinas e imaginarios de manera impune;

que despliega a sus emisarios y procura manchar la tiniebla refinada

de sus adoquines, de sus edificios, de sus aceras.



Sobre ellas restan versos y cantos extintos,

convertidos en sangre contra el pavimento, a merced del golpe:

a merced del golpe furioso de la historia, la histeria vuelta creación activa;

poiesis fatal, oro negro del odio;

versos perros, elegías y rabias.

domingo, 26 de octubre de 2025

Apuntes dispersos y digresiones sobre una charla de Nina (ejercicio reflexivo)

1. Decía Nina que en términos de creación de escritura, no hay reglas. Hay, ante todo, libertad, aunque una libertad sujeta a la pluma. Por lo tanto, no hay fórmulas para escribir. Es pura autoría, sensibilidad, creatividad, imaginación. Los procesos creativos son personales y únicos, como si se tratase de huellas digitales. Totalmente intransferibles. A lo sumo, quien escribe puede abrir la “cocinería”, ofrecer sus servicios y sus herramientas a otros escritores aficionados, pero no puede hablar por sus voces ni por sus estilos particulares.

2. Ella usó la metáfora de la espigadora, tomada del documental de Agnes Varda, quien, a su vez se inspiró en el cuadro Las espigadoras de Jean Francois Millet, para señalar que se trabaja siempre con las “mierditas”, con la mugre, con los despojos, con las sobras que otros han dejado para ser recolectadas y reutilizadas. Eso mismo es la escritura: una recolección y reutilización del despojo.

3. En otra digresión, mostró el desierto de Atacama, donde unas mujeres rastreaban en la pampa, recordando el documental Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán. ¿Por qué para mí es importante lo que estoy buscando, lo que pretendo encontrar? Se preguntaba. Se indaga en una razón oculta y enigmática. Hay que hacerle caso a las corazonadas, las que, a menudo, vienen en forma de digresiones, de hallazgos insólitos, de imprevistos.

4. Un hombre con título universitario recogía comida de la calle, en otra fotografía mostrada en la charla. Aparentemente, ese hombre no tendría motivo para hurgar en la basura. Nadie reparó en su proceso de recuperación, en su escondida faena recicladora. Algo más o menos así hace quien escribe: con tal de seguir adelante, puede hurgar hasta en la basura, y será lo desecho el material idóneo para rehacer lo que estaba deshecho.

5. Según la arqueóloga chilena, Flora Vilches, hay que “hacer visible lo que está ahí, pero nadie ve”. Es preciso dar segundas oportunidades a las cosas y ofrecerlas de nuevo al mundo con otro cariz, otro matiz, otro relieve.

6. A decir de Agnes Varda, “ser cineasta es ser espigador por excelencia”. Quien escribe es también un espigador, incluso una espigadora a la manera de Millet, anónima, sin rostro, empeñada en una labor a la que está llamada y a la que nadie quiere dedicarse por entero. Hay que recoger trocitos de la realidad, porque “la realidad es como un talismán inestimable que hay que preservar”.

7. El azar, el azar es la coartada perfecta para disimular la sensibilidad que va hilvanando el material con el que se trabaja. Hay una dosis de magia negra en la creación, en la escritura, una voluntad que opera más allá del límite, que manipula, que obra. Se conecta el inconsciente de quien escribe con la materialidad, con el mundo, con lo real.

8. Durante la charla, una chica mencionó el término serendipia, mientras Nina continuaba discurriendo sobre el azar y sus posibilidades. Nina no tenía idea del término, y tampoco logró identificarlo, así que se acercó a la chica, la sostuvo, la miró fijó y le preguntó, mirándola a los ojos, qué había querido decir con “serendipia”, palabra tan rara. La chica respondió que se trataba de un término ad hoc, relacionado directamente con el azar, al menos en la superficie. Sería este hallazgo accidental o casual que ocurre cuando se está buscando otra cosa distinta a la que se encontró. Nina no lo podía creer, la digresión estaba sucediendo ahí, en ese momento, más allá de las palabras, de los discursos preparados. “Próximo libro”, dije, sin la suficiente fuerza, aunque sí se escuchó, “Serendipia será el nombre de su próximo libro”.

9. Decía Úrsula K Le Guin que “la forma natural de una novela podría ser la de una bolsa”. La forma de una bolsa/panza/caja/casa/botiquín. Algo debe caber dentro, y lo que quepa allí dentro puede encajar o moldear el conjunto.

10. Palabras e historias son partes de un todo que, en sí mismo, no es conflicto ni armonía, sino un proceso continuo. “Una historia debe ser vista como una batalla”. Ahora, depende de esa batalla si hay más ganadores que vencidos, más vencidos que ganadores, o se trata de un empate técnico que lleve a duelos y remates indefinidos.

11. De nuevo, recoger la “mierdita”, recoger la “basurita”, desamarrar la bolsa, escarbar en el contenedor, son ejercicios propios de la escritura literaria. De nuevo, la mierdita, la basurita, el resto en la bolsa, el desecho en el contenedor son materiales susceptibles de literatura.

12. Decía Walter Benjamin, maestro de Nina, que “nada, absolutamente nada de lo que alguna vez ha acontecido, ha de darse por perdido para la historia”. En suma, todo sirve, todo merecer ser observado, otra vez.

13. Transitamos una calle que ha sido recorrida muchas veces. Una calle plural que no nos pertenece, y a la cual pertenecemos. Escribir es disgregarse. Cada escritura es un cruce, una mirada, un paso nuevo en la acera, una intuición fugaz antes del choque.

Hay que espigar la calle, porque nadie escribe desde una página blanca, porque nadie dice algo de nuevo por primera vez.

14. Voyager 1 a Voyager 2. Cosmos de Carl Sagan. Las sondas espaciales detectan la energía de las partículas y miden la composición de los cuerpos celestes. Como las sondas, se registra todo, se amplía la mirada, se queda suspendido en el abismo espacial, se siente, quien escribe, suspendido en su propio abismo espacial, porque a su alrededor hay vacío y estrellas viejas. Le falta el oxígeno, le sobra la sangre.

15. En un disco de oro, se supone que debía quedar registrado “lo mejor de la humanidad”, una cantidad inmensa de hallazgos, descubrimientos, obras, estructuras, composiciones, hazañas que representaran lo más excelso de la especie, su cúspide creativa. Ese disco sería enviado al espacio destinado a futuras civilizaciones o futuras vidas inteligentes. Las sondas enviarían el mensaje, con la esperanza de la decodificación en medio del más absoluto silencio.

16. “Ahora mismo, un ojo invisible está leyendo mi diario”, dijo Sofía, otra compañera. O, al menos, eso escuché de lo que quiso decir. Un ojo visible que lee tu diario, que lee todos los diarios, un ojo invisible leyendo lo que se escribe, un panóptico interno releyendo a pesar tuyo.

17. Uno se debe a sus obsesiones. La realidad es el gran contenedor. ¿Qué contiene? ¿Qué la contiene?

18. Las construcciones narrativas asépticas no existen. Ponerse a escribir es político, so pena de reescribir lo político o de hacer de la política una rama menor de la literatura.

19. “Se vuelve a transitar por los lugares, se regresa a horadar el cementerio, se vuelve a bajar a los subsuelos, se interroga la realidad toda”, claro, porque la realidad es la interrogación máxima, porque el subsuelo es también una porción de realidad, y el cementerio es el lugar destinado para todos los escritores, sin excepción, el lugar donde todos transitan sin haber transitado.

20. El proceso alquímico. Levanté la mano. Le comenté a Nina que su alusión a la magia y a esa cosa de voluntad arcana tenía que ver mucho con la alquimia. Ella asintió, porque, en efecto, escribir era hacer alquimia, si entendemos por alquimia esa transformación de la materia bruta en materia formal, esa transmutación de lo inerte en algo vivo, aunque el costo de darle vida a lo que estaba muerto sea el sacrificio de la forma y de su fondo.

21. Había que hacer de las vísceras una ofrenda, había que ponerle corazón a las palpitaciones.

22. A riesgo de tener la conciencia limpia, escribir es ensuciarse, meter las manos en el mierdal, sacar de allí algo cuantioso que se creía extraviado o sencillamente exponerlo sin tregua.

23. Un profesor mencionó el libro “El adversario” de Emmanuel Carrère para ejemplificar la idea de que “un libro fallido es otra forma de contar”. Había en la disección del crimen y en el desenmascaramiento del asesino una cosa mucho peor que una trama truculenta: una cosa banal, una cosa carente de épica, de motivo elevado, de trama. La falla del libro no suponía la clausura de la búsqueda, todo lo contrario, suponía una victoria pírrica, frente al fracaso de la justicia, frente a la falta de explicaciones últimas. El libro mismo era el testimonio vivo de una apuesta, inclusive en la derrota. La escritura es la apuesta de quien se sabe vivo en la derrota.