viernes, 25 de abril de 2025

 Estuve tanto tiempo pendiente de no caer mal, temeroso de dar mi opinión honesta, escondido entre rostros hipócritas, jugando un papel que no me correspondía, cargando un peso que nunca fue mío, repitiendo el catecismo redundante de los otros y creyendo encajar en el esquema de los demás, que ya no espero nada, excepto hacer lo que tengo que hacer, sin excusas y pensar a mis anchas, sin traicionarme a mí mismo, de nuevo.

miércoles, 23 de abril de 2025

En virtud del Día del libro, conviene conocer las distintas lecturas de los candidatos presidenciales. Si no convencen sus ideas y sus propuestas políticas, puede que sí lo hagan sus preferencias literarias.
En el bloque de izquierda, Gonzalo Winter, candidato del Frente Amplio, recomendó el manga “Ataque a los Titanes, Antes de la Caída. Tomo 2” de Hajime Isayama. No dio ninguna justificación sobre su elección. Supongo que su juventud tiene mucho que ver. Carolina Tohá, candidata del PPD, propuso a Francisca Solar con su libro “El buzón de las impuras”. Según dijo, el libro “cuenta una historia que todos deberíamos conocer, como es el incendio de la Iglesia de la Compañía, pero también todo lo que pasó alrededor de eso, como la emancipación de las mujeres y la aparición de movimientos que criticaban a la Iglesia”. Jaime Mulet, candidato de Federación Regionalista Verde Social, leyó el libro “Desarrollo a escala humana” de Manfred Max-Neef y otros autores. Según él, “inspira, porque pone a la persona y el territorio en el centro, desafía a un modelo, y la verdad es que la economía y la política no son solo cifras y promedios, sino que pone en el centro al territorio”.
En el bloque de derecha, Johannes Kaiser, candidato por el Partido Nacional Libertario, está leyendo “El cero y el infinito” de Arthur Koestler. Kaiser señaló que “ese libro cambió la historia de la Francia de la posguerra”. José Antonio Kast, candidato por el Partido Republicano, propuso “Chile Tomado” de Iván Poduje. No dio ninguna justificación sobre el libro elegido, aunque el subtítulo puede ayudar: “pobreza, crimen, inmigración, narcotráfico”. Evelyn Matthei, candidata de Chile Vamos, por su parte, leyó “Equipo de rivales, el genio político de Abraham Lincoln” de Doris Kearns Goodwin. Sobre su elección, dijo que el libro “muestra la enorme habilidad política del presidente estadounidense Abraham Lincoln al integrar en su equipo a máximos rivales para sostener la unidad de las fuerzas políticas que se oponían a la esclavitud. Es una lección de cómo debemos deponer intereses personales y superar las diferencias en pos de un bien superior”.
En la carta independiente, Harold Mayne-Nicholls leyó “Los valientes están solos” de Roberto Saviano. El candidato indicó que el libro “aborda todo el tema de la justicia italiana contra la mafia en Sicilia. Vale la pena”. Finalmente, Franco Parisi, candidato del PDG, propuso como lectura el libro “Going infinite” de Michel Lewis. Parisi señaló que “es un autor que le gusta bastante. Se trata de las criptomonedas y un cabro que hizo las más grandes estafas. Lo interesante es que donaba mucha plata al Partido Demócratas de Estados Unidos”.
Sobre el profe Artés, no fue consultado y no hay ningún libro recomendado. Algunos suponen que pueda ser “El capital” de Marx o “Así se templó el acero” de Nikolai Ostrovski.
Si usted no entiende nada de ideologías ni de propuestas de programas de gobierno, siempre es bueno conocer las motivaciones y la psicología profunda de sus candidatos por su universo de lecturas. Como dice el viejo adagio: “por sus lecturas los conoceréis”.

Reflexión crítica (ejercicio para Políticas públicas)

El desarrollo de los estados modernos ha sido influido, en mayor medida, por los acontecimientos políticos ocurridos durante el periodo de la Ilustración y, más concretamente, por el republicanismo y el constitucionalismo posteriores a la Revolución Francesa. A partir de ahí se han consolidado muchos de los países que actualmente conforman el mapa mundial. Estos procesos, sin embargo, no han sido del todo pacíficos ni diplomáticos. Paradójicamente, muchas de las conquistas civilizatorias que hoy se dan por sentadas en prácticamente todo Occidente y Oriente, tales como el establecimiento de constituciones para cada Estado nación, la idea de democracia representativa y la soberanía popular, han sido instaladas mediante enfrentamientos de todo tipo. Es cosa de citar los procesos de independencia en muchos países de Latinoamérica y, sin ir más lejos, la serie de revoluciones, contrarrevoluciones y conflictos ocurridos durante las guerras mundiales del siglo XX, en prácticamente todo el mundo. Por todo esto, resulta una tarea titánica el poder legitimar aquellos principios establecidos en las constituciones de cada Estado soberano, sin antes proceder con una desconfianza radical, dados los antecedentes históricos.

En pleno siglo XXI, muchos de los estados modernos continúan con su propia estructura constitucional y con su propia soberanía, pero se ha acrecentado, en muchos frentes, una profunda crisis de representatividad política, un descontento ciudadano del pueblo contra sus gobiernos y contra el propio Estado. De un tiempo a esta parte, entrando en la segunda mitad de la década, ha aumentado dicha crisis, tanto a nivel nacional como internacional, producto de diversos factores muy complejos, como el advenimiento de la pandemia, la saturación del sistema financiero mundial, el despliegue de distintas revueltas e insurrecciones, el descrédito de los líderes políticos, el aumento del desarrollo tecnológico en desmedro del factor humano, la disolución de las identidades individuales y sociales y la falta de arraigo en una sociedad cada vez más “líquida”, parafraseando a Zygmunt Bauman.

Frente a este escenario adverso, se han llegado a cuestionar los propios valores promulgados durante el auge de las repúblicas modernas. Ya no resulta tan representativa una democracia que siempre favorece a una elite económica y a una casta política. Ya no parece que el Estado nación sea tan soberano, cuando los tratados internacionales y los intercambios comerciales con otros países se realizan sin consultar a la ciudadanía, y cuando esos mismos acuerdos están mediados por intereses de poder y de dominio, y ya no tanto por cuestiones valóricas, morales o siquiera ideológicas. ¿Es posible hablar de un Estado soberano cuando el conjunto de la sociedad ha perdido su sentido de identidad y de pertenencia con su nación? Como hubiera pensado el historiador Mario Góngora, la crisis del Estado en Chile en el siglo XX se ha vuelto un problema crucial, en circunstancias de que nuestra propia nación fue “pensada y creada por el Estado”. Dicha crisis tiene su propia historia y sus propios motivos, pero también es un reflejo de los avatares mundiales que se han precipitado en el último tiempo. En parte, la crisis del mundo en el presente siglo es también la nuestra. Para poder enfrentarla, hay que partir por recuperar nuestro sentido más profundo de soberanía.

Cardenio o el libro perdido de Shakespeare

Ni Cervantes ni Shakespeare se conocieron en persona, pero el dramaturgo habría leído el Quijote y, de hecho, habría escrito una obra protagonizada por un personaje de la novela. Esa obra se llama “La historia de Cardenio” y se basa en un episodio de la primera parte, aquel en el que se cuentan las aventuras amorosas de Cardenio con Luscinda. Para Cervantes, en cambio, Shakespeare nunca existió y, por lo tanto, nunca podría haber escrito ningún libro sobre ninguna de sus obras.

Se sabe que el escritor argentino Carlos Gamerro escribió una novela llamada “Cardenio”, en la que todo gira en torno a los rastros de aquella obra perdida. Con esto se demuestra, una vez más, otra de las tantas facetas del Quijote y su insuperable carácter poliédrico, capaz de envolver a sus contemporáneos y de volverlo todo una meta ficción prolongándose hasta nuestros tiempos.
La Unesco estableció el día internacional del libro y del derecho de autor un 23 de abril, para honrar la memoria de tres escritores que murieron ese mismo día, en 1616: Miguel de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. En realidad, Cervantes murió un 22 de abril, pero la fecha de defunción oficial se anotó para el día siguiente, el día de su entierro. De esa forma, todo coincidió, y los tres escritores se convirtieron en el rostro visible de la efeméride del libro. Por otro lado, el hecho de que se trate de un español, un inglés y un mestizo tiene un simbolismo potente. Podría decirse entonces que, de acuerdo a estos parámetros, la "anglósfera" (Shakespeare) y la "hispanósfera" (Cervantes) determinan el canon literario para la posteridad en Occidente, y el Inca Garcilaso aporta el precedente mestizo, propiamente hispanoamericano.

martes, 22 de abril de 2025

Dimite Klaus Schwab, fallece el Papa Francisco, ¿quiénes quedarán a la cabeza?

Dimite Klaus Schwab, el fundador del Foro Económico Mundial, quien fuera presidente ejecutivo del Foro de Davos durante más de cinco décadas. Su renuncia ocurrió justo después del fallecimiento del Papa Francisco. Muy simbólico todo. Atrás quedan los líderes que representaban ciertos paradigmas, ciertas visiones de mundo. Schwab se había propuesto hacer de la globalización económica un equivalente de prosperidad a toda regla, y acabó precipitando un globalismo a ultranza, muy en la línea de la corporatocracia. Por su parte, el Papa Francisco había instalado la idea de una Iglesia más abierta a la gente y en sintonía con los "nuevos tiempos". Por decirlo de otra manera, quería que la Iglesia se "modernizara" y adoptara como propio el catecismo progresista de moda, todo eso mientras el Vaticano sigue enfrentando sus propios demonios.

Ahora que no están a la cabeza ni Schwab ni el Papa, se avizora una sensación de cambio aparente, aunque un cambio cosmético, sobre todo por parte del Foro Económico, ya que fue elegido, de inmediato, como presidente interino, el ex CEO de Nestlé, Peter Brabeck-Letmathe, otro de los grandes plutócratas de la distinguida sede. Entre tanto, la elección del sucesor de Bergoglio vuelve a reflotar antiguas profecías apocalípticas respecto a la posibilidad de un "Papa negro". Cualquiera de los candidatos podría precipitar el "Juicio Final", según señalan las visiones de Nostradamus. Dicen que el próximo Papa podría ser un superior general de los jesuitas, vestido de riguroso negro, o un Jefe de la Iglesia de origen africano, como, de hecho, los hay de candidatos en el reciente cónclave. Muchas voces apuntan al cardenal Robert Sarah, proveniente de Guinea, cuya postura va muy en la línea contraria a la que manifestaba Bergoglio: una línea conservadora, ortodoxa y doctrinaria, contra el Islam y "anti woke". Sería, de todas maneras, un cambio en el guion. Los acólitos de tinte progresista y los líderes del mundo pondrían el grito en el cielo y se preguntarían si acaso el Espíritu Santo es ahora fascista de ultraderecha. Esa puede ser perfectamente la tónica que quieran seguir, o que quieran hacernos creer. Establecer un orden de cosas acorde a su dualidad. Quién sabe. Por lo pronto, cabe esperar el final de la temporada. Puede que todo cambie, para que nada cambie, y que el resto del mundo se siga contentando con tener nada para poder ser feliz.

lunes, 21 de abril de 2025

La película Cónclave de Edward Berger se estrenó a fines del 2024. Trata precisamente sobre el cónclave que se realiza tras la muerte del Papa. El cardenal Lawrence, interpretado por Ralph Fiennes, participa de dicho cónclave y, a medida que avanza la trama, se precipitan ciertos conflictos internos que, de no resolverse, pueden socavar los cimientos de la propia Iglesia en su totalidad. Hoy, 21 de abril del 2025, ha fallecido el Papa Francisco, irónicamente, el día siguiente al Domingo de Resurrección, y el ambiente del cónclave ya se ha tomado el Vaticano. De hecho, ya están en regla los candidatos de la sucesión. Para muchos, pareciera que ya hubieran preparado desde antes el escenario para este cambio de orden. Para otros, la película se anticipó a los hechos y reflejó, en la ficción cinematográfica, una realidad contingente: la crisis institucional de la Iglesia Católica como bastión de la tradición en un mundo cada vez más secularizado y fragmentado.

La institución eclesiástica enfrenta sus propios cismas, sus propias luchas y sus propias contradicciones. Las palabras del cardenal Lawrence en la película Cónclave reflejan muy bien esta sensación de incertidumbre generalizada, la zozobra de la fe en medio de la debacle espiritual, sobre todo la de los acólitos, desafiados ante esta nueva prueba, quizá una de las definitivas: "La certeza es el gran enemigo de la unidad. La certeza es el mortal enemigo de la tolerancia. Ni siquiera Cristo estuvo seguro al final. "Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?" Gritó en su agonía en la novena hora de la cruz. Nuestra fe es algo vivo, precisamente porque camina de la mano de la duda. Si solo existiera certeza, y ninguna duda, no habría ningún misterio, y por lo tanto, no habría necesidad de la fe".

Las lecturas literarias del Papa Francisco

"En ¡Viva la poesía!, Francisco ahonda en la lista de autores de su formación, como Dante, Fiódor Dostoyevski, Jorge Luis Borger o Tolkien. Un ejercicio que también desplegó en su autobiografía, publicada en el verano austral de este 2025 con el título Esperanza.

Sobre el ruso, escribió: “Desde joven me encanta Dostoievski. Y, desde la época de mi rectorado en la Facultad de Filosofía y Teología de San Miguel, me encanta también la lectura y el análisis que de ese gran escritor ruso y de su mundo religioso ha llevado a cabo Romano Guardini. Es un ‘ser mítico’ el pueblo de Dostoievski y Guardini, sin ninguna idealización. Aunque pecador, también miserable, representa a la humanidad auténtica, y es sano y fuerte a pesar de su degradación, dado que está inserto en la estructura fundamental de la vida, en una vocación compartida, en un sentido que lo trasciende”.
... Todos los personajes de Dostoievski experimentan la tensión del vivir, el mal, el dolor, la degradación, el pecador, y, sin embargo, Sofía, la compañera de Versílov en El Adolescente, o su marido, el peregrino Makar, así como Sonia, la amiga de Rodión Raskólnikov, encarnan la santidad de un pueblo de pecadores”.

Sobre Borges, Francisco comenta que cuando hacía las veces de profesor de Literatura, tuvo la idea de invitar al hombre de El Aleph a dar una charla, y ante su sorpresa, un Borges ya en la ceguera aceptó. “Cuando, con apenas veintisiete años, me convertí en profesor de Literatura y Psicología del colegio de la Imaculada Concepción de Santa Fe, impartí un curso de escritura creativa para los alumnos…Lo invité a dar algunas clases sobre el tema de los gauchos en la literatura y él aceptó; podía hablar de cualquier cosa, y nunca se daba aires.
... Con sesenta y seis años, se subió a un autobús e hizo un viaje de ocho horas, de Buenos Aires a Santa Fe. En una de aquellas ocasiones llegamos tarde porque, cuando fui a buscarlo al hotel, me pidió que lo ayudara a afeitarse. Era un agnóstico que cada noche rezaba un padrenuestro porque se lo había prometido a su madre, y antes de morir recibió los sacramentos”.

"En el caso de la novela con ficción nos enfrentamos a una realidad caótica; el mundo no tiene orden. It is a tale/Told by an idiot, full of sound and fury./Signifying nothing. Eso es un caos absoluto. Lo que hace la literatura es dotar a ese caos de un orden. La ficción puede hacerlo. ¿Cómo? Manipulando la realidad.
(...)
La historia es la de un loco que sale a la calle con un farol encendido en pleno día y que va por las plazas, por los mercados, por las calles gritando «Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado». La gente, que ha olvidado o no ha leído el fragmento, cree que el loco está feliz y eufórico porque Dios ha muerto —y porque lo hemos matado—. Pues nos hemos librado de Dios.
No es verdad. Nietzsche es muy ambiguo pero a mi modo de ver, es evidente que el loco no está contento: está muy triste, está completamente desolado. Y es lógico, porque si Dios no existe, como dice Iván Karamazov, todo está permitido.
Por eso, a medida que avanza el libro, este loco sin Dios siente una nostalgia de Dios, una nostalgia de un mundo ordenado." Javier Cercas.
De lo que se deduce que tanto la ficción literaria como la creencia religiosa buscan en el caos el orden, a ratos naufragan, a ratos encallan sobre las aguas de la realidad indeterminada.

domingo, 20 de abril de 2025

Apuntes y reflexiones sobre el símbolo de la cruz y el símbolo del huevo

¿Cuál es la relación entre el símbolo de la cruz y el huevo? ¿Cuál es la relación entre la crucifixión y la resurrección de un hombre al que llamaban el Mesías y de quien se decía que salvaría a la Humanidad? Se preguntarán los ateos más radicales y los positivistas más escépticos. Difícil responderlo si aún creen en el prejuicio de Augusto Comte sobre la era mítico-teológica como era superada por una presunta "Religión de la Humanidad", en donde no cabe ni una remota idea de lo inmaterial, ni el espíritu ni Dios. No es tan difícil de entender, si se abre la mirada hacia lo metafísico y hacia lo que se considera sagrado. Nuevamente, si se reconcilia lo humano con lo divino y se mira desde un prisma simbólico, más allá del dogma de lo evidente y lo medible. Hay que ir un poquito más allá de la materia.
En primer lugar, el huevo. El huevo conforma una metáfora arquetípica, encierra la creación y la renovación constante. Significa el inicio, el renacimiento de una vida no solo física, también una vida interior. Esa idea estaría presente en varias tradiciones religiosas, no solo la cristiana, y en el folclor incluso de muchas culturas. Para los indios, según el Upanishad, el huevo viene del no ser y engendra los elementos de la naturaleza. Para los egipcios, el signo del huevo era la potencia de la vida. En las tumbas de Beocia, por otro lado, fueron descubiertas algunas estatuas de Dionisio con un huevo en la mano. En ciertos países de Europa, se decía que los campesinos comían huevos después de sus labores agrícolas, con el fin de obtener buenas cosechas que se asocian al ciclo de la vida. En algunas tumbas antiguas de Suecia, Finlandia y Rusia, se encontraron huevos de barro, colocados ahí como reliquias que simbolizaban la inmortalidad del alma, envuelta en la materia. Los muertos salen de sus tumbas, así como el ave sale del cascarón. Hay, sin ir más lejos, un paralelismo entre Jesucristo y el ave fénix. Vuelta a la vida desde las cenizas. Milagro viviente.
Recordar a Herman Hesse con su alusión a Abraxas en Demian. "El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas". Cristo resucitado es esa potencia que rompe un antiguo mundo, es la luz que se abre paso en las tinieblas del ser, es la voluntad misma irrumpiendo en medio de la noche. Un rito similar se puede encontrar en los relatos sobre otras figuras míticas de diversas tradiciones, tales como Osiris (egipcio), Tammuz (babilónico) u Orfeo (griego). Hay un contexto distinto, pero una idea fuerza, un arquetipo idéntico. Por lo mismo, sin aquella dualidad, no era posible la obra. Se necesitaba de la pasión, de la cruz y del encierro, en resumidas cuentas, de la sombra, para completar el ciclo y reconciliar los opuestos en un equilibrio perfecto. Esa danza cósmica de muerte, duelo y resurrección es propia del acto alquímico y recrea la evolución de la conciencia, en todo orden.
“Por el fuego, la naturaleza se renueva íntegramente” era la traducción del INRI colocado encima de la cruz del Nazareno. En el fondo, se trata de una fórmula alquímica. Y no es el fuego físico, es el fuego interior que purga las impurezas del alma para luego purificarlas. Quien se inicia en el misterio, debe morir. Así mismo, el crucificado sacrifica su ser mortal, para pasar por la oscuridad y luego iluminarse y renovarse en una nueva vida. Jung decía: "ningún árbol puede crecer hasta el cielo, sin que sus raíces lleguen al infierno". Y ese infierno puede ser representado como el umbral, "Sábado Santo", el abismo disolvente, el vacío sagrado, el silencio del ser, el limbo entre una antigua forma de vida y un nuevo despertar.
En suma, para la liturgia oficial, la Pascua culmina la Semana Santa con el milagro de la Resurrección (piedra angular de la tradición cristiana), pero para la tradición interior se trata del verdadero comienzo. Quien atraviesa su propio vía crucis, tiene que estar dispuesto a llevar su cruz de manera estoica (Viernes Santo); luego, atravesar su propia "noche oscura del alma" (Sábado Santo); si lo logra, podrá removar la piedra del sepulcro, revelarse y liberarse, trascendiendo las sombras que lo mantenían dormido, en un estado silente (Domingo de Resurrección).
En eso se puede resumir la victoria del Resucitado y el reino del Redentor en los corazones. Para el cristianismo, se establece un nuevo régimen ontológico. Se consuma una escatología y una teleología, fundamentada en la esperanza histórica. Sin ese acontecimiento, nada tiene sentido y todo se reduciría a un nihilismo eterno y a un ciclo sin fin de violencia y destrucción.

sábado, 19 de abril de 2025

El Vía Crucis porteño y la Cruz del Cerro Placeres: un halo de muerte y de misterio

El Vía Crucis porteño, realizado por los vecinos de la Parroquia de Lourdes del Cerro Placeres, cumple setenta y tres años. Cada Semana Santa, se organizan para planificar el recorrido que realizarán. Eligen a los candidatos ideales para personificar a las mujeres piadosas, a los feligreses devotos y también a los romanos. La elección del actor que hará de Cristo tiene, sin duda, un componente ritual. No cualquiera puede emular la obra y hacer el papel de mártir, en condiciones un tanto adversas. Hay que estar convencido y “creerse el cuento”, desdoblarse de manera crística.

Según la propia tradición, la ruta sacra consta de quince estaciones. En la primera, que comienza en Avenida Placeres con San Luis, Cristo es condenado a muerte. Luego, se siguen el resto de las estaciones a través de las calles, en la Universidad Santa María y después se sigue por Avenida Matta, hasta llegar al monumento y terminar en Plaza La Conquista, donde Cristo es crucificado, para pasar a la última estación, donde sale del sepulcro y resucita de entre los muertos, ante la reacción extática de los vecinos.

Junto con la quema del Judas, el Vía Crucis ha persistido y se ha vuelto una recreación dramática en la que la gente del sector crea comunidad. Un sincretismo genuino. Uno de los pocos que resiste, ante la ola disolvente. Hay anécdotas que envuelven la procesión, como el frío que amenaza a los vecinos al anochecer, atmósfera perfecta para el simbolismo del evento. Toda una carga emocional y vital dota al Vía Crucis de un carácter viviente. Los vecinos, por sus testimonios, pareciera que cargan en sus propios corazones un dolor personal que luego subliman de manera catártica a través del acto colectivo.

Hay más. En el trayecto, se encuentran con la legendaria Cruz del Cerro, más arriba de la Santa María. Se dice que dicha cruz tiene más de 115 años instalada allí, por la primera misión evangelizadora que se predicó en el sector, según la propia Junta de Vecinos de la Parroquia Lourdes. Cuenta la leyenda que antiguamente, antes de ser reemplazada por una cruz metálica el año 61, la cruz era de madera, y aparecía muchas veces envuelta en llamas. La gente de la época creía que se trataba del mismísimo diablo, deambulando por la zona, cada vez que ardía, señal de su presencia. Otra leyenda cuenta que, después de la epidemia de viruela y el terremoto de 1906, fueron instaladas algunas fosas comunes en los cerros de Valpo. Una de esas fosas habría sido hecha en los alrededores de la cruz, dotándola de un aura fúnebre, señalando el lugar en donde descansan los restos de los porteños afectados por el sino trágico.

Detrás de cada cruz, hay un halo de muerte y también de misterio. La historia detrás de la cruz de Placeres le inyecta misticismo a la clásica procesión. La vía sagrada de la cruz en el puerto ha terminado, y con ella reposan su alma atormentada los caídos y alivian sus angustias los vivos, en espera del acto final, que luego los devotos porteños celebrarán en grande, con harto pescado, vino y huevos de pascua, el mismo día de la resurrección, completando así el ciclo y la promesa eterna que se renueva año a año.
¿Por qué se puede decir que el cuadro de la crucifixión de Gustave Doré es puro romanticismo? Porque recordemos que el romanticismo busca, antes que nada, remecer la sensibilidad y la conciencia del espectador mediante la expresión subjetiva y el despliegue de la imaginación y la fantasía. Para ello se vale de lo dramático y también de lo ominoso. La muerte de Cristo en la cruz, caída la noche, con una luz celestial e intrigante atravesando el cielo, representa precisamente esa visión romántica.

"Debajo de la imagen se encuentra un pasaje del Evangelio de Lucas, que enfatiza la profunda oscuridad que se apoderó de la tierra durante la crucifixión."



En defensa de Judas

(Recopilación de textos sobre el discípulo elegido)

Mucho hilo que cortar respecto a la figura de Judas: el único apostol traicionero ante los ojos de la Iglesia y, sin embargo, el único elegido que envió a su maestro hacia el camino que ya le estaba designado por mandato divino. Judas el enviado, el verdadero seguidor, el auténtico cristiano, la traición se torna aquí traducción fiel del original. Fue tal su devoción que aceptó escribirse a si mismo en la lista negra de la historia y aceptar la ignominia milenaria que hoy por hoy aceptamos sin mayor reparo. Los móviles de su tan mentada traición son tan difusos como las circunstancias de su muerte ¿Perdió la fe simplemente y, en un acto de egoísmo ateo, lo vendió a los romanos como falso profeta? o ¿Entregó a su maestro porque así debía ser con tal de cumplir la obra redentora que ya le había sido encomendada al mesías? Fue pese a todo algo así como el guardián que hizo lo que tenía que hacer, así como Virgilio acompañó a Dante hasta el infierno para luego reencontrarse con el Paraíso. Sin ir más lejos, considero que el beso de Judas fue quizá el primer acto de vanguardia del que se tenga data.
...
La quema del Judas en los cerros, algunas como un deja vu de la infancia sobre las casas ahora hecha cenizas y moneda oxidada. ¿Será que olvidamos ya el precio que pagamos por los ídolos crucificados en la memoria? Algunos de los niños que me recordaban a mí mismo, decían que iban a quemar al polémico discípulo de Cristo para "vengar a los damnificados por el incendio". Qué imagen más bella, y por lo mismo terrible. En el chivo expiatorio de la nostalgia, aquellos niños, a su manera, con un montón de monedas viejas, sobre los escombros, con una lejana vista al mar, crean su propio reino de Dios pagando el fuego con el fuego.
...
Una chica en la película "El último beso" dijo textualmente que el matrimonio se inventó cuando las parejas vivían máximo hasta los 30. El jovencito de la película buscaba refugio en ella por su espontaneidad y tentación. Le encontraba la razón más atemorizado que convencido sobre la idea de huir del compromiso con el amor de su vida. Ella le invita al funeral de la muerte de un amigo. Al no llegar se da cuenta de la traición. De una pasión clandestina. Lectura bíblica del filme: El jovencito fue Judas en su miedo. En su deseo de sexo libre de responsabilidad. El último beso puede ser el que desperdicie o corone su suerte. La chica amante, la María Magdalena que solo llama a vivir su pasión, seduce pero huye al menor atisbo de problemas. Solo queda el jovencito con la cruz en su conciencia y su amor, la chica embarazada que ahora le desprecia pero en el fondo no puede perdonarle haber acabado con lo que fueron e iban a ser. Para él en realidad fue el futuro, su incertidumbre, o más bien el compromiso su verdadera cruz, cuando se supone que sea su salvación, siempre y cuando aquel amor no se agote en la pura promesa, porque incluso para eso hay que pagar un precio altísimo: poner en una balanza el tiempo y el orgullo por un fin que se cree absoluto. No importa al fin y al cabo la verdad ni cuánto dure esa promesa. La leyenda cuenta que el crucificado regresa a la vida luego de tres días de silencio y oscuridad. El matrimonio sería entonces el lapso en que se sacrifica la libertad por la promesa de un amor que promete volver y cambiarlo todo, la garantía de un paraíso para el que se hipoteca hasta la palabra empeñada, el triunfo moral del corazón después del luto, la vida y todo lo demás.
...
Amos Oz en su novela Judas planteó una idea hasta el día de hoy controvertida: La posibilidad de que el Judas Iscariote de la Biblia no haya sido un traidor, sino que, por el contrario, el mayor devoto de los discípulos, el primer y el último cristiano. La idea de Amos no era someter esa posibilidad a una tesis, sino que desarrollarla de manera polifónica en un libro con una trama que mezclara la novela de aprendizaje con la novela de desamor. Así como Borges en su cuento Tres versiones de Judas, planteaba un giro radical, explicando el por qué la supuesta traición constituía en realidad un hecho necesario para completar la misión de Cristo en la tierra. El libro sobre Judas le valió a Amos el descrédito social en su pueblo de origen. Sin embargo, contrario a lo que se piensa, dijo "sentirse orgulloso" de ser llamado traidor por el simple hecho de oponerse a ideas fundamentalistas. Sin ir más lejos, equiparó la relectura de la traición con la de Max Brod hacia su amigo Franz Kafka. Dijo que si Max no lo hubiese traicionado, quemando sus manuscritos, nadie habría sabido de su obra. Lo mismo se podría decir respecto a Judas y su maestro. Si no lo hubiera entregado a los romanos, no habría habido crucifixión, ni mucho menos, resurrección. En resumidas cuentas, no habría habido obra. El cristianismo como tal no hubiera estado completo sin ese sacrificio. Asimismo, la literatura no sería tal sin aquel acto de "mala fe", sin aquel acto deshonesto pero brillante de la publicación. Amos lo supo y lo llevó hasta las últimas consecuencias, convirtiéndose en el traidor de su cultura, pero a cambio de un prestigio de otro orden. Un oscuro prestigio. Un prestigio literario. Todo escritor que sea llamado como tal por la sociedad, en definitiva, tiene que tener un poco de Judas.
....
Quema del Judas en los años sesenta. Cerro Barón. Tengo la impresión de que antes la quema del Judas tenía otro motivo, un motivo si se quiere más apegado a la tradición. Un motivo ceremonial. Se recuerda con nostalgia aquel acto de la quema porque reunía a todo el barrio. El fuego tenía entonces un sentido de destrucción pero también de reunión. La calavera en el muñeco representaba a la muerte. Su quema era un nuevo comienzo. El rito de hoy en día, por su parte, se ha politizado. El muñeco ya no simplemente simboliza la muerte, sino que se identifica con los políticos. En el Cerro Castillo, por ejemplo, queman a Trump. En Venezuela hacen lo mismo con Maduro. Incluso en Valpo queman a Jorge Castro. Las monedas que se desprenden de los muñecos en llamas serían lo que la gente desearía tomar de vuelta. El valor de cambio de sus ilusiones. La politización del Judas, plenamente identificado con el "traidor al pueblo". Se perdió quizá el sentido original, religioso, pero el rito adquirió, en cambio, un significado político. La gente sublima, a través de ese acto simbólico de la quema, la indignación colectiva. No solo se venga de su opositor, sino que también procura incendiar su legado.
...
El actor Luca Lionello, que interpretó a Judas en La Pasión de Cristo de Mel Gibson, era un declarado ateo hasta antes de comenzar el rodaje de la película. Cuando este acabó, se convirtió al cristianismo, y no solo eso, también bautizó y confesó a sus hijos. Su personaje traicionó al Mesías en el filme, pero en realidad esto acabó siendo el rito para su conversión fuera de la pantalla. Ya vemos que el celuloide tiene cualidades evangélicas: envuelve tanto a traidores como escépticos.
...
La figura de Judas siempre ha representado, para las masas, la figura del traidor. Pero hay quienes sostuvieron, como Borges, que Judas en realidad era el auténtico discípulo que posibilitó el destino de su maestro, sin el cual no habría crucifixión, no habría rito fundante ni cristianismo. No hay que quedarse en el mero dogma. Hay que apropiarse del simbolismo y reencarnarlo. Un ejemplo de esta rica apropiación se da cada año, sagradamente, en la Plaza Waddington de Playa Ancha, desde el año 97, con la clásica "quema del Judas", es decir, la quema del traidor de turno, en torno al cual la comunidad hace catarsis y consagra sus lazos. Recordemos a René Girard, con su libro El chivo expiatorio. Según su visión, el rito del sacrificio sería el mito fundante de las civilizaciones. Si Girard estuviera en Valpo, definitivamente, viviría en la República Independiente.

viernes, 18 de abril de 2025

Gracia y Fundamento (crónica)

Viernes Santo. Era tarde noche. En el escenario de Plaza Victoria, había un coro de jóvenes con música rock pop de fondo, cantando unas canciones cristianas. Una joven directora dirigía la orquesta. Pasé por ahí, antes de regresar a la casa, y me impresionó la gran cantidad de gente que presenciaba el espectáculo. Frente al escenario, había unos puestos en donde se colocaban las personas a cargo del evento. Le pregunté a un cabro que atendía ahí y hacía entrega solidaria de ropa. Me dijo que era un evento musical en espera del Vía Crucis que, en ese momento, venía desde la Iglesia de la Matriz, rumbo hacia la Catedral de Valparaíso. El cabro me entregó una tarjeta en la que decía “Gracia y Fundamento”. Ese era el nombre de la fundación a cargo: Gracia y Fundamento, una iniciativa relativamente nueva que se propone entregar un “mensaje de esperanza, de restauración y transformación a través de Cristo”. Guardé la tarjeta y me quedé un rato a escuchar la música de los jóvenes cantantes cristianos, mientras anochecía en el plan. Al frente, en la Catedral, estaban unas señoras vendiendo ramos y velas, frente a las rejas abiertas, seguramente también en espera del Vía Crucis.

La Plaza Victoria se volvió, de pronto, el lugar en el que los creyentes se congregaron para recrear la procesión y la pasión de Jesús. Mientras tanto, la Plaza se llenaba. Los jóvenes seguían cantando, luego de prenderse las luces de los postes. Una que otra gente casual pasaba por ahí, uno que otro se quedaba a hacer la hora o simplemente vacilaba el ambiente. Unos punkis llegaron y le preguntaron algo al cabro de la ropa solidaria. Se llevaron un par de bolsas, se rieron y siguieron su camino. Se fueron a echar debajo de un árbol. Uno de ellos llevaba el ritmo de la música, meneando la cabeza repetidamente, como en un concierto de hardcore. Las guitarras se volvían un poco más afiladas y los riffs más potentes, pero el tono, lejos de ser agresivo, era más bien solemne, acorde con el mensaje evangelizador. Habían visos a bandas como Stryper, incluso, o ciertos pasajes de Jesucristo Superestrella, ciertos tonos calcados, idénticos.

Todos parecían extasiados, escuchando el despliegue de talento del coro. En eso, un hombre solitario, mal vestido, sucio, seguramente un vagabundo, se levantó y fue donde una señora, que estaba haciendo unos gestos de súplica con las manos, muy compenetrada con el show en vivo. La señora estaba al lado de los guardias del evento. El hombre, insistente, le preguntó a ella si podía ayudarlo, o al menos eso parecía estar pasando, puesto que yo me encontraba a un costado, frente al escenario. Era evidente la incomodidad de la señora y de los allí presentes, ante la insistencia del pobre tipo. Entonces, imbuida por la atmósfera “solidaria y caritativa” abrió su cartera para pasarle unas pocas monedas. El hombre las recibió, aunque no parecía muy satisfecho. Uno de los guardias del evento lo divisó y lo acompañó lejos del lugar, llevándolo más allá del sitio del escenario. Fue en ese instante, cuando estaba cerca del coro, que el hombre se exaltó y movió el micrófono de la directora de la orquesta, para luego apegarse al lado de una cantante, interrumpiendo la música. Un par de guardias fue de inmediato a encarar al hombre, y uno de ellos lo increpó de tal manera que salió corriendo, hasta la esquina de Molina con Condell, cerca del cine Insomnia. Todo ocurría mientras los jóvenes continuaban su coro, estoicos, y entonaban un aleluya seguido de alusiones líricas a la santidad y el amor.

Cuando el hombre vagabundo se alejó, la orquesta se detuvo un momento, para recordar el sentido de la actividad: honrar la obra de Cristo, su sufrimiento que también era el nuestro y el de los allí presentes, la gracia y el perdón que también aguardaba a los desposeídos o a los que perdieron su “norte”, a los que, arrojados a la calle, por destino o circunstancia, se volvieron locos e incomprendidos en su voluntad errática. Un joven del coro comenzaba a decir algunas palabras reflexivas. Se trataba de rememorar la procesión del hombre que era hijo de Dios, castigado por los incrédulos los mortales. La mayoría aguardaba, desde hace rato, la recreación de su llegada, ahí, en la Plaza de la Victoria, frente a la Catedral y frente al retail, aún abierto, durante un feriado renunciable, con alguno que otro comprador impune. La mayoría se quedó, fiel a su convicción, pero luego anocheció, y como aún no llegaba el Vía Crucis, me retiré antes de tiempo. El hambre fue más grande. Ya no había rastro del hombre vagabundo. Su sombra se había dispersado en las calles aledañas. Lo único seguro, a esas horas de la tarde, era la pronta llegada del mártir, así que los porteños, sus feligreses, volvieron a cantar, con gracia y fundamento, como quien espera un milagro encarnado.
“La esencia dual de Cristo, el anhelo tan humano tan sobrehumano del hombre para llegar a Dios ha sido siempre un profundo e inescrutable misterio para mí. Desde mi juventud, mi angustia primera, la fuente de todas mis alegrías y amarguras ha sido ésta: la lucha incesante e implacable entre la carne y el espíritu. Llevo en mí las fuerzas tenebrosas del Maligno, antiguas, tan viejas como el hombre y aún más viejas que éste; llevo en mí las fuerzas luminosas de Dios, antiguas, tan viejas como el hombre y más viejas que éste. Y mi alma es el campo de batalla donde se enfrentaban ambos ejércitos”. Nikos Kazantzakis.

"El crucificado de Nikos Kazantzakis", Antonio R. Rubio Plo

"La última tentación de Cristo fue polémica en los años 80 por la adaptación al cine de Martin Scorsese, fiel a un texto en el que no faltan los consabidos tópicos de la relación de Jesús con Magdalena o de Pablo como inventor del cristianismo. Kazantzakis defendió su libro ante ortodoxos y católicos alegando que, al final, Cristo vence todas las tentaciones mundanas y acepta en la cruz la voluntad del Padre. Sin embargo, su Cristo parece un personaje de tragedia griega, abocado al sacrificio como Ifigenia o Edipo, un Cristo que pretende ser muy humano, aunque se asemeja a un icono hierático.
En contraste, Cristo de nuevo crucificado está más próximo a los rasgos de un Jesús amoroso y redentor. Kazantzakis debió de conocer el relato El gran inquisidor de Dostoievski, en el que Cristo vuelve a la tierra para ser condenado de nuevo por un inquisidor al que le resultan subversivas sus palabras de amor y de paz. Es lo mismo que le sucede a Manolios, un joven pastor de una aldea de Anatolia durante la guerra grecoturca de 1922. Manolios ha sido designado por el pope Grigoris para encarnar a Cristo en una representación de la Pasión, pero nunca llegará a hacerlo en la Semana Santa, pues muere a manos de sus convecinos, instigados por el propio pope, en la noche de Navidad. Esta fecha tiene un alto valor simbólico para Kazantzakis, que entiende que Cristo ha venido al mundo para padecer (...)
Caifás y Pilatos reviven en este Cristo de nuevo crucificado, y esta afirmación de un maestro de la aldea lo resume bien: «Cuando un individuo sufre una injusticia y esa injusticia es provechosa para la comunidad, entonces es justo que aquel la sufra». De ahí que se crucifique de nuevo a Cristo. Con todo, un amigo de Manolios exclama: «¿Cuándo nacerás, Cristo bendito, sin que seas crucificado, para vivir entre nosotros por toda la eternidad?». En esto, precisamente, reside la esperanza de la Resurrección."

"Carl Jung, Cristo, el ave fénix y la piedra filosofal", Alejandro Martínez Gallardo.

"Lo que es importante y significativo para mi vida es vivir con la máxima plenitud posible para que la voluntad divina se cumpla dentro de mí. Esta tarea toma tanto de mí que no tengo tiempo para nada más... Lo que la naturaleza pide del manzano es que produzca manzanas, y en el peral que produzca peras. La naturaleza quiere simplemente que sea un hombre. Pero un hombre consciente de lo que soy y de lo que estoy haciendo. Dios busca la conciencia en el hombre... Este es el verdadero nacimiento y resurrección de Cristo en el interior. Si más y más hombres conscientes alcanzan esto, esto es entonces el renacimiento espiritual del mundo. Cristo, el Logos -esto es, la mente, el entendimiento, brillando en las tinieblas." - C.G. Jung Speaking: Interviews and Encounters with C.G. Jung

jueves, 17 de abril de 2025

“La pasión de Cristo 2″ de Mel Gibson


"Gibson también describió la trama como un “viaje psicodélico”, y mencionó que incluirá elementos visuales y narrativos que llevan al espectador a dimensiones sobrenaturales.
“Creo que para contar la historia adecuadamente, tienes que comenzar con la caída de los ángeles, lo que significa que estás en otro lugar, en otro reino. Necesitas ir al infierno. Necesitas ir al Sheol”, declaró en el podcast."
El Reino Unido acaba de declarar que la definición legal de mujer se circunscribe al sexo biológico. Chesterton dijo: 'Llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde'. Ese día ya llegó. Tanto J K Rowling como las "Terf" deben estar celebrando. Vaya paradoja. 

Ricardo Santander Batalla, ¿Fue Jehová un cosmonauta?

"En 1964 el escritor porteño Ricardo Santander Batalla publicó su libro "¿Fue Jehová un cosmonauta?", título que acaparó no sólo las miradas de los chilenos y latinoamericanos, sino también las de los europeos, pues en España se vendieron 50 mil ejemplares y la editorial que confió en el talento literario de este también escultor fue "Plaza & Janes".
Estudió en la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar, institución de la que sería posteriormente profesor y director, transformándose a través de la docencia en maestro de varios artistas nacionales.
En la década del cincuenta, continuó su enseñanza en la Academia de San Fernando en Madrid, a la vez que se dedicó a conocer y estudiar los principales museos del mundo, entre ellos el Museo del Prado y el Louvre.
Junto con sus clases en el BB.AA. de Viña, Santander también fue el encargado de arte y cultura del municipio de la ciudad, participó en la creación de la Sala Viña y de la Feria de artesanía. Reconocido en el Salón Nacional de BB.AA. y Premio Regional de Arte de 1979, entre otros galardones, su obra lo llevó a ser candidato al Premio Nacional de Arte el año 1991.
Ricardo Santander también desarrolló una llamativa faceta como escritor, ya que su libro "¿Fue Jehová un cosmonauta?" planteaba que "las razas son producto de la diversidad de emigrantes galácticos que llegaron a la Tierra"; una idea que proseguiría en su texto siguiente "¿Fuimos extraterrestres?"
El primer título fue editado en España por Plaza & Janes, llegando a vender 50 mil copias en ese país, siendo también comentado por el posible plagio que habría hecho de su contenido el autor hispano J.J. Benítez. Santander contaría después que el español "hace unos años vino a Chile y llegó a mi casa para conversar sobre mi libro. Ya lo había leído y le pareció muy interesante. Tiempo después, apareció su texto 'Los astronautas de Yahvé'. Son similares. No es una copia fiel, pero el hombre se agarró de mi historia".
Ricardo Santander Batalla se declaraba un escritor de temas religiosos que tenía su propia visión de la creación del mundo e ideas políticas, las cuales no estaban asociadas a iglesias o partidos.
"Tengo un salvoconducto: soy artista. Siempre a los artistas los han considerado chiflados y no escapo a la regla, lo cual me importa un bledo", dijo alguna vez."


miércoles, 16 de abril de 2025

Fuguet hizo un símil irónico entre Vargas Llosa y Boric: “Yo creo que la política para Vargas Llosa fue el gran acto punk (…) fue candidato porque pensaba que con sus ficciones, con sus ideas, con su locura, podía cambiar el Perú, y eso es imposible. La literatura sirve para muchas cosas, pero no para cambiar un país. En ese sentido, la figura de Boric es muy “vargalloseana”, es alguien que cree que leyendo puede cambiar el mundo”.

El “apartidismo” como postura ciudadana: hacia un nuevo pluralismo político

Para una auténtica ciudadanía, no monismo ni politeísmo sino un auténtico pluralismo.

La tesis elegida corresponde a la planteada por la autora Adela Cortina en su libro “Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía” de 1997. El pluralismo, de acuerdo a su perspectiva, se puede definir como una característica intrínseca de las sociedades modernas, (o así debería serlo), aquella en la que cobra sentido la convivencia entre grupos de personas con diferentes visiones y diversas formas de realización. Ahora bien, la autora plantea el pluralismo como horizonte y desafío, como un propósito a conseguir o como una hoja de ruta, en un mundo cada vez más globalizado, que puede tender al caos o a posiciones monolíticas. De ahí que Cortina diferencia entre monismo, politeísmo y pluralismo.

Para ella, el monismo puede expresarse en una sociedad donde se comparte un solo código moral para todos, algo muy en común en dictaduras, regímenes autoritarios, teocracias y autarquías. Por su parte, el politeísmo es el otro extremo: una sociedad en donde todos sus miembros tienen distintos códigos sin puntos de acuerdo ni de convergencia, haciendo imposible el diálogo y las tomas de decisiones, propiciando, como consecuencia, el individualismo y el relativismo moral y valórico. Por eso se precisa hacer la diferencia con el pluralismo. Según la propia autora (Cortina, 2003), en una conferencia llamada “Pluralismo moral. Ética de mínimos y ética de máximos”: “Pluralismo querría decir que en una sociedad hay distintas éticas de máximos que hacen distintas propuestas de vida feliz, y esas distintas éticas de máximos comparten unos mínimos de justicia que se concretan en valores y en principios”. (Cortina, 2003).

El auténtico desafío, claro está, radica en aplicar ese pluralismo al terreno de la realidad, en el que convergen los conflictos y las desavenencias en todo orden de cosas. Y en este caso, es preciso concentrare en el terreno de lo político. Cortina ofrece algunas luces al respecto, al momento de desarrollar su tesis en el ámbito de la ética y los derechos humanos. Menciona Fuentes (2024): “La ética discursiva reconoce unos derechos pragmáticos por medio del discurso, para que este tenga sentido: el derecho a participar en los discursos y el derecho a no ser obligado mediante coacción interna o externa al discurso”. (Fuentes, 2024, p. 239).

Con tal de integrar el pluralismo en la arena política, cabe reconocer la realidad de cada nación específica, y el grado de satisfacción de los ciudadanos con respecto a la representatividad de sus políticos. A juzgar por los hechos ocurridos últimamente en Chile, en este caso, (la radicalización del “malestar social” desde octubre del 2019 en adelante) y por el clima sociopolítico percibido de un tiempo a esta parte, se puede sostener, con cierto grado de certeza, que reina la desconfianza hacia la clase política en general, la polarización entre grupos partidistas sin ánimo de reconciliación y una lógica de rivalidad que ha hecho insostenible un auténtico proyecto país, con miras al futuro.

Ante la crisis de la representatividad partidista, en nuestro escenario, ha surgido el fenómeno del “apartidismo”, que se puede resumir, básicamente, en una postura política que toma posición en contra de cualquier partido establecido, y que opta por la vereda de la autonomía, más allá del aparato partidario. Se trata de un fenómeno no muy bien acogido por el sistema político institucional, y sobre el cual recaen una serie de prejuicios que dan cuenta de su incomprensión. Los autores Sandra Solano, Benjamín Temkin y José del Tronco y (2009) se han aproximado al concepto, desde la realidad sociopolítica mexicana. Para ello, parafrasean al autor Russell Dalton, politólogo entendido en la materia, quien establece la diferencia conceptual entre apolíticos, partidarios rituales, apartidarios y partidarios cognitivos: “Los «apartidarios» son los electores «independientes» con altos niveles de movilidad cognitiva; es decir, es su falta de identificación lo que los separa de los partidarios cognitivos”. (Solano, Temkin y del Tronco, 2009, p.124).

He aquí que, tomando las palabras de los autores, es preciso destacar el carácter independiente de los “apartidarios”. De ninguna forma, un “apartidario” o “apartidista” debe ser considero alguien “apolítico”, quien suele estar asociado a la apatía o al desinterés político. Un apartidario puede ser, de hecho, todo lo contrario: un ciudadano con todas sus letras, consciente de sí mismo y de las problemáticas de su sociedad, con voz y voto, que sencillamente descree de las autoridades de turno y del contubernio partidista que ha agotado su capacidad de representar a quienes dice representar, por desgaste o incumplimiento de sus propuestas o, peor aún, debido a intereses espurios que rebasan cualquier mínimo moral o legal. En este punto, se puede volver a los dichos de Adela Cortina sobre los “mínimos morales”. Estos mínimos de justicia son viables, de manera plena, solo en una sociedad con democracia liberal, y con un estándar ético de derechos humanos, establecidos de forma constitucional.

En el debate político chileno se ha hablado mucho de los “mínimos civilizatorios” para hablar de consensos mínimos que debieran zanjar el debate ciudadano. Pues esos mínimos, al ser constitutivos de la organización democrática de la sociedad civil, trascienden cualquier interés partidario específico y pasan a expresarse, de manera pragmática, en cuestiones tan fundamentales como el derecho a la libertad de pensamiento, el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la libertad de asociación, sin que por ello haya atisbo de discriminación ni injerencia de ningún poder ajeno. Por lo mismo, se hace urgente tomar en cuenta estos derechos y aplicarlos al ejercicio de una política soberana, que recaiga enteramente en la ciudadanía, y que no sea mediada ni tutelada por el orden partidario imperante. Los autores argentinos Juan Marco Vaggiones y Silvina (1997) han analizado este panorama, desde su propia realidad país: “La relación de los ciudadanos con los partidos políticos está cambiando en las sociedades contemporáneas y la participación ciudadana como ideal democrático, busca otros canales para su substanciación. Pero la “ciudadanía” no es un concepto homogéneo”. (Vaggiones y Brussino, 1997).

Claramente, la ciudadanía no es homogénea, es heterogénea, y es aquí en donde cobra relevancia el concepto de “pluralismo” ya esbozado por Adela Cortina. La autora señalaba que solo un pluralismo de orden político podía aspirar a consensos cívicos, morales y éticos en donde se compartan mínimos entendimientos sobre la justicia y, como resultado, una articulación orgánica entre cada una de las partes involucradas, logrando una cohesión y una coherencia en el plano de la práctica política. Ese es el ideal a aspirar, de acuerdo a la lectura de Cortina. Pero se precisa, antes que nada, de una voluntad real para generar un cambio –sin intermediarios de un partidismo dogmático- y conseguir, con esfuerzo y sacrificio, una identificación plena con un proyecto nacional. Y para eso, se requiere de una planificación a largo plazo. Un “trabajo de hormiga” sobre las conciencias. Se necesitan zanjar los obstáculos que impiden la comunicación, los traumas que proyectan la animadversión entre distintos sectores ideológicos, las desigualdades de base entre los diferentes grupos socioeconómicos, sin que por ello se apunte a una homogeneidad en los proyectos de vida, sino que a una diversidad plural que permita su coexistencia y la sana competencia, bajo mínimos marcos regulatorios de convivencia dentro de un Estado de Derecho. Suena a algo demasiado solemne y abstracto, pero recordemos que nuestra Carta Magna así lo establece. El paso decisivo recaerá, de seguro, sobre las próximas generaciones, si es que no cae antes el “peso de la noche”. Junto con el pluralismo sobreviene la libertad; y junto con el apartidismo viene, por cierto, la independencia, y para ser libres e independientes hay que ser responsables. Sobre todo, conscientes.

Decía Gabriela Mistral, nuestra poeta Nobel, a propósito de la autonomía y la independencia, en una carta a Eduardo Frei Montalva:

"No tengo pues, compadritos políticos que velen por mí. He deseado y, hasta hoy, realizado, el hecho absurdo pero absoluto, de vivir ayuna de partido, tan libre, – y tan sola – como el pájaro más solo y más desvalido a la vez. Creo que es la única manera de no tener clan que me gobierne. Pero he guardado el amor del pobrerío y esto por doctrina, una doctrina que mira sólo a la independencia, a fin de juzgar los hechos del mundo sin dictados que signifiquen órdenes de rojos ni de negros… Esta soledad es muy dura de vivir, hasta suele ser un poquito… pavorosa, pero deseo morirme así, mirando a los hombres solamente como a seres humanos y no como a sectas y a clanes". Gabriela Mistral.



Bibliografía

· Cortina, A. (2003). Conferencia «Pluralismo moral. Ética de mínimos y ética de máximos». Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile, 6 de mayo de 2003.

· Fuentes, N. (2024). Ética cívica transnacional y éticas aplicadas: La propuesta de Adela Cortina hacia una ética global. Revista de Filosofía UCSC, 23 (2), 217 – 247.

· Temkin, Benjamín; Solano, Sandra; Tronco, José del. Explorando el «apartidismo» en México: ¿apartidistas o apolíticos? América Latina Hoy, vol. 50, diciembre, 2008, pp. 119-145. Universidad de Salamanca, Salamanca, España.

· Vaggione, J. y Brussino, S. (1997): El apartidismo y el apolitisismo. Un análisis a partir de la sensación de falta de poder. Anuarios CIJS, U. N. de Córdoba, pp. 307-320


En otra clase de Investigación en el Magister, fue citado Abelardo Castillo para hablar sobre su libro "Ser escritor". Allí se hablaba de "consagrar la vida a la literatura", y que para tener ese grado de convicción o de fatal obsesión, se necesita de una "desinhibición cognitiva". En pocas palabras, apropiarse, de lleno, del oficio de la palabra. En lo que atañe a la crónica, el profesor señaló que la crónica es lo que hacen los distraídos. ¿Qué quiere decir esto? que hay que desviar la mirada, allí donde nadie más ve nada, deslindarse de lo establecido, buscar la anécdota curiosa, el detalle mínimo, la acción disruptiva, el hecho anónimo. Por lo mismo, el cronista siempre llega tarde, a propósito. Se demora porque requiere trabajar con la materia humana, rumiar la experiencia y convertirla en un texto orgánico. También, "la crónica debe permitirse la elucubración", a decir de Gabriela Wiener, o sea, la historia vívida, la escucha activa, permitir la voz digresiva ahí donde hay una pretensión de uniformidad, que se oxigene la conciencia y que entre un poco de luz en los intersticios.

martes, 15 de abril de 2025

En la clase de hoy, la profesora explicó un texto de Esther Cross, quien, a su vez, citó a Nabokov, cuando decía que “entre el lobo de la espesura y el lobo de la historia hay una zona gris. En esa zona reside el arte de la escritura”. Mencionó además una cita de Steiner, quien señaló que “la máscara se lleva debajo de la piel”. Lo que buscaba plantear la autora era que, intencionalmente o no, siempre terminamos hablando de nosotros mismos, y que desde el momento en que nos sentamos a contar algo, estamos haciendo ficción. Hay ahí, en el vínculo literatura-vida, o entre escritura-realidad, una disputa abierta que no acaba de zanjarse, y de la cual fluye todo el aparato crítico.

lunes, 14 de abril de 2025

Una emboscada en Montedónico

En Montedónico, el fin de semana pasado, ocurrió una emboscada. Delincuentes balearon a quemarropa a un hombre que iba en vehículo junto a su familia. El hombre fue llevado de urgencia al Cesfam de Quebrada Verde, pero murió por la gravedad de los disparos. Su madre y la pareja de ella, en cambio, sobrevivieron. Según dicen, los criminales serían integrantes de una banda llamada "Los Enanos". Entre las autoras del tiroteo estaba una mujer apodada "La Negra" junto a su hijo de diecinueve, la misma que, hace unas semanas antes, había incendiado una vivienda vecina en la población.

Sobre Montedónico siempre cayó esa maldición de estar pisando un territorio sin dios ni ley, tomado por el narco y el hampa. Se hablaba mucho sobre la "Calaguala" o "Puertas Negras" como sectores míticos por su peligrosidad, aunque Montedónico marcaba un precedente, allí "donde el diablo perdió el poncho". Cuando supe la noticia, algo me decía que había algo distinto. Algo había ahí que repercutiría en mi pasado y mi presente. Resulta que mi madre también supo del crimen y le llegó de cerca, porque ella había trabajado durante años como trabajadora social en ese barrio. Pero lo más lamentable no era eso, sino que conoció al hombre asesinado a sangre fría. De hecho, fue su caso, lo atendió y lo asesoró.

-Era un buen cabro-, me dijo. -Cuando te llevé a Montedónico, él estuvo a tu lado cuidándote. Al salir de la pega, me hizo una señal afirmativa con el dedo-, comentó, en un recuerdo sentido y doloroso. No lo podía creer. Ese hombre muerto, en el pasado, me había conocido y hasta me había acompañado. Solo tenía un par de años más que yo. ¡Qué tragedia! Es más. Mi madre dijo que hasta conoció a la victimaria: a La Negra, quien siempre tuvo un trato distante. Tanto el hombre como La Negra vivían en el mismo barrio. Lo más terrible es que nunca pudo intuir ese desenlace fatal y sangriento. Se los comió el mal endémico de la zona, la humanidad herida y corroída de Montedónico.

Hago un rápido ejercicio de memoria. Es inútil. No logro recordar nada más que destellos de un barrio idealizado, prístino bajo mi ingenua mirada de niño bien. Nunca me hubiera imaginado, años después, que solo sabría de aquel joven guardián por su asesinato abrupto, sirviendo de titular para el diario La Estrella. Le habían dicho que se fuera, pero nunca hizo caso. Se quedó donde se crío, donde las papas queman y las balas matan. Quienes lo conocieron, sabían que quería un camino honesto. Ese camino le costó la vida entera. Otro rostro que se pierde olvidado, y la memoria vuelve, de nuevo, ensangrentada.

Javier Rubio Donzé, España contra su leyenda negra (fragmento)

"En abril de 1992 Mario Vargas Llosa tachó de progresistas acomplejados a los intelectuales que arremetían contra el V Centenario del Descubrimiento de América por ser incapaces de desprenderse de las orejeras del marxismo. Aquellos opinólogos (más moralistas que materialistas) de los que hablaba nuestro premio Nobel, por entonces solo hablaban de la faceta más cruel de la conquista, dando cifras descabelladas de decenas de millones de muertos. Algunos de ellos incluso se atrevían a imputar a los españoles el dudoso honor de haber cometido el mayor genocidio de la historia. Aquel día de 1992 Vargas Llosa prosiguió con este encendido alegato:
«Quienes se indignan tan terriblemente por los crímenes y crueldades de los conquistadores españoles contra los incas jamás se han indignado por los crímenes y crueldades que cometieron los conquistadores incas contra los chancas, por ejemplo -que están bien documentados-, o contra los demás pueblos que colonizaron y sojuzgaron, ni contra las atrocidades que cometieron uno contra el otro Huáscar y Atahualpa, ni han derramado una lágrima por los miles, o acaso cientos de miles (pues ninguna comisión de profesores universitarios se ha puesto a calcular cuántos fueron), de indias e indios sacrificados a sus dioses en bárbaras ceremonias por incas, mayas, aztecas, chibchas o toltecas. Y, sin embargo, estoy seguro de que todos ellos estarían de acuerdo conmigo en reconocer que no se puede ser selectivo con la indignación moral por lo pasado, que la crueldad histórica debe ser condenada en bloque, allí donde aparezca, y que no es justo volear la conmiseración hacia las víctimas de una sola cultura olvidando a las que esta misma provocó.
No estoy en contra de que se recuerde que la llegada de los europeos a América fue una gesta sangrienta, en la que se cometieron inexcusables brutalidades contra los vencidos; pero sí de que no se recuerde a la vez que remontar el río del tiempo en la historia de cualquier pueblo conduce siempre a un espectáculo feroz, a acciones que hoy nos abruman y horrorizan. Y de que se olvide que todo latinoamericano de nuestros días, no importa qué apellido tenga ni cuál sea el color de su piel, es un producto de aquella gesta, para bien y para mal.
Yo creo que sobre todo para bien. Porque aquellos hombres duros y brutales, codiciosos y fanáticos que fueron a América —y cuyos nombres andan dispersos en las genealogías de innumerables latinoamericanos de hoy— llevaron consigo, además del hambre de riquezas y la implacable cruz, una cultura que desde entonces es también la nuestra. Una cultura que, por ejemplo, introdujo en la civilización humana esos códigos de política y de moral que nos permiten condenar hoy a los países fuertes que abusan de los débiles, rechazar el imperialismo y el colonialismo, y defender los derechos humanos no sólo de nuestros contemporáneos, sino también de nuestros más remotos antepasados.
Los incas no hubieran entendido que alguien pudiera cuestionar el derecho de conquista, y criticara a su propia nación y se solidarizara con sus víctimas, como lo hizo Bartolomé de las Casas, en nombre de una moral universal, superior a los intereses de cualquier Gobierno, Estado o patria. Ese es el más grande aporte de la cultura que creó al individuo y lo hizo soberano, dueño de unos derechos que los otros individuos y el Estado debían tener en cuenta y respetar en todas sus empresas. La cultura que daría a la libertad un protagonismo desconocido, en todos los ámbitos de la vida, alcanzando gracias a ello un progreso científico y técnico y una abundancia que haría de ella el sinónimo de la modernidad». Javier Rubio Donzé, España contra su leyenda negra.
No veo muchos posteos lamentando la muerte de Vargas Llosa. ¿Será que pasó al olvido, sin posibilidad de apelación, únicamente por sus preferencias políticas? ¿Será tanta la hostilidad hacia el contrincante político, tanto el encono, que hasta una carrera entera consagrada a la literatura acaba siendo opacada por dicha razón? Según esta forma de pensar ¿Ese es el destino crítico que le espera a cualquier escritor que -de aquí a futuro- no baile al ritmo de sus caprichos ideológicos y de su monserga progresista barata? Buenas noches, y que se vayan a la ciudad con sus perros, a reunirse con las visitadoras y a hacer la guerra del fin del mundo.

domingo, 13 de abril de 2025

Mario Vargas Llosa: La verdad de las mentiras (fragmento)

Desde que escribí mi primer cuento me han preguntado si lo que escribía «era verdad». Aunque mis respuestas satisfacen a veces a los curiosos, a mí me queda rondando, cada vez que contesto a esa pregunta, no importa cuán sincero sea, la incómoda sensación de haber dicho algo que nunca da en el blanco.
Si las novelas son ciertas o falsas importa a cierta gente tanto como que sean buenas o malas y muchos lectores, consciente o inconscientemente, hacen depender lo segundo de lo primero. Los inquisidores españoles, por ejemplo, prohibieron que se publicaran o importaran novelas en las colonias hispanoamericanas con el argumento de que esos libros disparatados y absurdos —es decir, mentirosos— podían ser perjudiciales para la salud espiritual de los indios. Por esta razón, los hispanoamericanos sólo leyeron ficciones de contrabando durante trescientos años y la primera novela que, con tal nombre, se publicó en la América española apareció sólo después de la independencia (en México, en 1816). Al prohibir no unas obras determinadas sino un género literario en abstracto, el Santo Oficio estableció algo que a sus ojos era una ley sin excepciones: que las novelas siempre mienten, que todas ellas ofrecen una visión falaz de la vida. Hace años escribí un trabajo ridiculizando a esos arbitrarios, capaces de una generalización semejante. Ahora pienso que los inquisidores españoles fueron acaso los primeros en entender —antes que los críticos y que los propios novelistas— la naturaleza de la ficción y sus propensiones sediciosas.
En efecto, las novelas mienten —no pueden hacer otra cosa— pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es. Dicho así, esto tiene el semblante de un galimatías. Pero, en realidad, se trata de algo muy sencillo. Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos —ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros— quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar —tramposamente— ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo insatisfecho.
¿Significa esto que la novela es sinónimo de irrealidad? ¿Que los introspectivos bucaneros de Conrad, los morosos aristócratas proustianos, los anónimos hombrecillos castigados por la adversidad de Franz Kafka y los eruditos metafísicos de los cuentos de Borges nos exaltan o nos conmueven porque no tienen nada de nosotros, porque nos es imposible identificar sus experiencias con las nuestras? Nada de eso. Conviene pisar con cuidado, pues este camino —el de la verdad y la mentira en el mundo de la ficción— está sembrado de trampas y los invitadores oasis suelen ser espejismos.
¿Qué quiere decir que una novela siempre miente? No lo que creyeron los oficiales y cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, donde —en apariencia, al menos— sucede mi primera novela, La ciudad y los perros, que quemaron el libro acusándolo de calumnioso a la institución. Ni lo que pensó mi primera mujer al leer otra de mis novelas, La tía Julia y el escribidor, y que, sintiéndose inexactamente retratada en ella, ha publicado luego un libro que pretende restaurar la verdad alterada por la ficción. Desde luego que en ambas historias hay más invenciones, tergiversaciones y exageraciones que recuerdos y que, al escribirlas, nunca pretendí ser anecdóticamente fiel a unos hechos y personas anteriores y ajenos a la novela. En ambos casos, como en todo lo que he escrito, partí de algunas experiencias vivas en mi memoria y estimulantes para mi imaginación y fantaseé algo que refleja de manera muy infiel esos materiales de trabajo. No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo. En las novelitas del francés Restif de la Bretonne la realidad no puede ser más fotográfica, ellas son un catálogo de las costumbres del siglo XVIII francés. En estos cuadros costumbristas tan laboriosos, en los que todo semeja la vida real, hay, sin embargo, algo diferente, mínimo pero esencial. Que, en ese mundo, los hombres no se enamoran de las damas por la pureza de sus facciones, la galanura de su cuerpo, sus prendas espirituales, etcétera, sino exclusivamente por la belleza de sus pies (se ha llamado, por eso, «bretonismo» al fetichismo del botín). De una manera menos cruda y explícita, y también menos consciente, todas las novelas rehacen la realidad —embelleciéndola o empeorándola— como lo hizo, con deliciosa ingenuidad, el profuso Restif. En esos sutiles o groseros agregados a la vida, en los que el novelista materializa sus secretas obsesiones, reside la originalidad de una ficción. Ella es más profunda cuanto más ampliamente exprese una necesidad general y cuantos más numerosos sean, a lo largo del espacio y del tiempo, los lectores que identifiquen, en esos contrabandos filtrados a la vida, los demonios que los desasosiegan. ¿Hubiera podido yo, en aquellas novelas, intentar una escrupulosa exactitud con los recuerdos? Ciertamente. Pero aun si hubiera conseguido esa aburrida proeza de sólo narrar hechos ciertos y describir personajes cuyas biografías se ajustaban como un guante a las de sus modelos, mis novelas no hubieran sido, por eso, menos mentirosas o más ciertas de lo que son.
Porque no es la anécdota lo que decide la verdad o la mentira de una ficción. Sino que ella sea escrita, no vivida, que esté hecha de palabras y no de experiencias concretas. Al traducirse en lenguaje, al ser contados, los hechos sufren una profunda modificación. El hecho real —la sangrienta batalla en la que tomé parte, el perfil gó- tico de la muchacha que amé— es uno, en tanto que los signos que podrían describirlo son innumerables. Al elegir unos y descartar otros, el novelista privilegia una y asesina otras mil posibilidades o versiones de aquello que describe: esto, entonces, muda de naturaleza, lo que describe se convierte en lo descrito. ¿Me refiero sólo al caso del escritor realista, aquella secta, escuela o tradición a la que sin duda pertenezco, cuyas novelas relatan sucesos que los lectores pueden reconocer como posibles a través de su propia vivencia de la realidad? Parecería, en efecto, que para el novelista de linaje fantástico, el que describe mundos irreconocibles y notoriamente inexistentes, no se plantea siquiera el cotejo entre la realidad y la ficción. En verdad, sí se plantea, aunque de otra manera. La «irrealidad» de la literatura fantástica se vuelve, para el lector, símbolo o alegoría, es decir, representación de realidades, de experiencias que sí puede identificar en la vida. Lo importante es esto: no es el carácter «realista» o «fantástico» de una anécdota lo que traza la línea fronteriza entre verdad y mentira en la ficción.
A esta primera modificación —la que imprimen las palabras a los hechos— se entrevera una segunda, no menos radical: la del tiempo. La vida real fluye y no se detiene, es inconmensurable, un caos en el que cada historia se mezcla con todas las historias y por lo mismo no empieza ni termina jamás. La vida de la ficción es un simulacro en el que aquel vertiginoso desorden se torna orden: organización, causa y efecto, fin y principio. La soberanía de una novela no resulta sólo del lenguaje en que está escrita. También, de su sistema temporal, de la manera como discurre en ella la existencia: cuándo se detiene, cuándo se acelera y cuál es la perspectiva cronológica del narrador para describir ese tiempo inventado. Si entre las palabras y los hechos hay una distancia, entre el tiempo real y el de una ficción hay un abismo. El tiempo novelesco es un artificio fabricado para conseguir ciertos efectos psicológicos. En él el pasado puede ser posterior al presente —el efecto preceder a la causa— como en ese relato de Alejo Carpentier, Viaje a la semilla, que comienza con la muerte de un anciano y continúa hasta su gestación, en el claustro materno; o ser sólo pasado remoto que nunca llega a disolverse en el pasado próximo desde el que narra el narrador, como en la mayoría de las novelas clásicas; o ser eterno presente sin pasado ni futuro, como en las ficciones de Samuel Beckett; o un laberinto en que pasado, presente y futuro coexisten, anulándose, como en El sonido y la furia, de Faulkner.
Las novelas tienen principio y fin y, aun en las más informes y espasmódicas, la vida adopta un sentido que podemos percibir porque ellas nos ofrecen una perspectiva que la vida verdadera, en la que estamos inmersos, siempre nos niega. Ese orden es invención, un añadido del novelista, simulador que aparenta recrear la vida cuando en verdad la rectifica. A veces sutil, a veces brutalmente, la ficción traiciona la vida, encapsulándola en una trama de palabras que la reducen de escala y la ponen al alcance del lector. Éste puede, así, juzgarla, entenderla, y, sobre todo, vivirla con una impunidad que la vida verdadera no consiente.
¿Qué diferencia hay, entonces, entre una ficción y un reportaje periodístico o un libro de historia? ¿No están ellos compuestos de palabras? ¿No encarcelan acaso en el tiempo artificial del relato ese torrente sin riberas, el tiempo real? La respuesta es: se trata de sistemas opuestos de aproximación a lo real. En tanto que la novela se rebela y transgrede la vida, aquellos géneros no pueden dejar de ser sus siervos. La noción de verdad o mentira funciona de manera distinta en cada caso. Para el periodismo o la historia la verdad depende del cotejo entre lo escrito y la realidad que lo inspira. A más cercanía, más verdad, y, a más distancia, más mentira. Decir que la Historia de la Revolución Francesa, de Michelet, o la Historia de la conquista del Perú, de Prescott, son «novelescas» es vejarlas, insinuar que carecen de seriedad. En cambio, documentar los errores históricos de La guerra y la paz sobre las guerras napoleónicas sería una pérdida de tiempo: la verdad de la novela no depende de eso. ¿De qué, entonces? De su propia capacidad de persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su magia. Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque «decir la verdad» para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y «mentir» ser incapaz de lograr esa superchería. La novela es, pues, un género amoral, o, más bien, de una ética sui géneris, para la cual verdad o mentira son conceptos exclusivamente estéticos. Arte «enajenante», es de constitución antibrechtiana: sin «ilusión» no hay novela.
De lo que llevo dicho parecería desprenderse que la ficción es una fabulación gratuita, una prestidigitación sin trascendencia. Todo lo contrario: por delirante que sea, hunde sus raíces en la experiencia humana, de la que se nutre y a la que alimenta. Un tema recurrente en la historia de la ficción es: el riesgo que entraña tomar lo que dicen las novelas al pie de la letra, creer que la vida es como ellas la describen. Los libros de caballerías queman el seso a Alonso Quijano y lo lanzan por los caminos a alancear molinos de viento, y la tragedia de Emma Bovary no ocurriría si el personaje de Flaubert no intentara parecerse a las heroínas de las novelitas románticas que lee. Por creer que la realidad es como pretenden las ficciones, Alonso Quijano y Emma sufren terribles quebrantos. ¿Los condenamos por ello? No, sus historias nos conmueven y nos admiran: su empeño imposible de vivir la ficción nos parece personificar una actitud idealista que honra a la especie. Porque querer ser distinto de lo que se es ha sido la aspiración humana por excelencia. De ella resultó lo mejor y lo peor que registra la historia. De ella han nacido también las ficciones.
Cuando leemos novelas no somos los que somos habitualmente, sino también los seres hechizos entre los cuales el novelista nos traslada. El traslado es una metamorfosis: el reducto asfixiante que es nuestra vida real se abre y salimos a ser otros, a vivir vicariamente experiencias que la ficción vuelve nuestras. Sueño lúcido, fantasía encarnada, la ficción nos completa, a nosotros, seres mutilados a quienes ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los apetitos y fantasías de desear mil. Ese espacio entre nuestra vida real y los deseos y las fantasías que le exigen ser más rica y diversa es el que ocupan las ficciones.
En el corazón de todas ellas llamea una protesta. Quien las fabuló lo hizo porque no pudo vivirlas y quien las lee (y las cree en la lectura) encuentra en sus fantasmas las caras y aventuras que necesitaba para aumentar su vida. Ésa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones: las mentiras que somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y frustraciones. ¿Qué confianza podemos prestar, pues, al testimonio de las novelas sobre la sociedad que las produjo? ¿Eran esos hombres así? Lo eran, en el sentido de que así querían ser, de que así se veían amar, sufrir y gozar. Esas mentiras no documentan sus vidas sino los demonios que las soliviantaron, los sueños en que se embriagaban para que la vida que vivían fuera más llevadera. Una época no está poblada únicamente de seres de carne y hueso; también, de los fantasmas en que estos seres se mudan para romper las barreras que los limitan y los frustran.
Las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas: llenan las insuficiencias de la vida. Por eso, cuando la vida parece plena y absoluta y, gracias a una fe que todo lo justifica y absorbe, los hombres se conforman con su destino, las novelas no suelen cumplir servicio alguno. Las culturas religiosas producen poesía, teatro, rara vez grandes novelas. La ficción es un arte de sociedades donde la fe experimenta alguna crisis, donde hace falta creer en algo, donde la visión unitaria, confiada y absoluta ha sido sustituida por una visión resquebrajada y una incertidumbre creciente sobre el mundo en que se vive y el trasmundo. Además de amoralidad, en las entrañas de las novelas anida cierto escepticismo. Cuando la cultura religiosa entra en crisis, la vida parece escurrirse de los esquemas, dogmas, preceptos que la sujetaban y se vuelve caos: ése es el momento privilegiado para la ficción. Sus órdenes artificiales proporcionan refugio, seguridad, y en ellos se despliegan, libremente, aquellos apetitos y temores que la vida real incita y no alcanza a saciar o conjurar. La ficción es un sucedáneo transitorio de la vida. El regreso a la realidad es siempre un empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos. Lo que quiere decir que, a la vez que aplacan transitoriamente la insatisfacción humana, las ficciones también la azuzan, espoleando los deseos y la imaginación.
Los inquisidores españoles entendieron el peligro. Vivir las vidas que uno no vive es fuente de ansiedad, un desajuste con la existencia que puede tornarse rebeldía, actitud indócil frente a lo establecido. Es comprensible, por ello, que los regímenes que aspiran a controlar totalmente la vida desconfíen de las ficciones y las sometan a censuras. Salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad.

Extraído de la introducción del libro “la verdad de las mentiras”, Mario Vargas Llosa.

“Adolescencia" en Chile: la cruda realidad escolar

(comentario sobre la serie y sobre la violencia en los colegios de nuestro país)

Hace poco hubo una riña con armas blancas entre estudiantes del Colegio Nacional de Villa Alemana. También, en Parral, unas alumnas del Colegio Providencia se atacaron a plena luz del día. Habrían usado tijeras. A estos hechos, se suman algunos ataques a profesores por parte de ciertos jóvenes desregulados, más la cobarde agresión a una profesora por parte de dos apoderadas de una escuela de Temuco. Es esta una parte del escenario psicosocial que permea los colegios de Chile. En ese contexto, la serie “Adolescencia” se vuelve una de las más vistas, sobre todo y considerando la realidad en Reino Unido, la cual, a juzgar por los hechos y por la representación cinematográfica, no se queda atrás en términos de violencia e indisciplina.

En el episodio 2 de la serie, se muestra de manera muy realista el mundo educativo por dentro, filmado por un plano secuencia predominante. Los detectives, para investigar la muerte de la joven Katie Leonard, a manos del chico Jamie Miller, ingresan a la escuela y pareciera que en la entrada estuviera inscrita la frase de la Divina Comedia que aparece en la puerta del infierno al inicio del viaje de Dante: “Quienes entran aquí, abandonad toda esperanza”.

La escuela donde estudiaron los implicados en el crimen -la víctima y el victimario- deja entrever la más absoluta indiferencia ante la sensible muerte de la estudiante. Los compañeros siguen su vida como si nada: cuentan chistes, se burlan de medio mundo frente a los profesores y los propios detectives; el respeto brilla por su ausencia, no hay jerarquía ni orden; su atención se dispersa y está cooptada por las pantallas de sus celulares; proliferan los chismes de pasillo, las humillaciones cibernéticas, el lenguaje en clave como código de guerra, un mundo hermético para los adultos, quienes pecan de ser demasiado condescendientes o sin posibilidad de conectar realmente con los intereses y las necesidades de los alumnos.

Punto aparte el tratamiento –a mi juicio, sesgado- sobre la manósfera como posible influencia en la conducta de Jamie, la olla a presión de la violencia se manifiesta de forma análoga, pero sobre todo, de manera digital, a tal punto de concebir la idea de una “dark web”, una red tóxica a la que los jóvenes, con banda ancha ilimitada y mucho tiempo libre, estarían expuestos, sin la oportuna y eficiente supervisión de sus padres.

Sale a flote la clásica “banalidad del mal” de Hannah Arendt. Inevitable: los jóvenes no se conmueven ante la violencia. Para muchos, de hecho, es parte de su orgánica. A propósito, me ha tocado ver casos en que los cabros animan y hasta festejan como gracia el agarrarse a combos. “La ley del más choro y del más vío”. La realidad escolar se ha convertido, para ellos, en un juego de GTA. Ante el abandono de un Estado indolente, burocrático hasta la náusea, ante la pérdida sistemática de los referentes de autoridad, muchos cabros replican lo que ven en sus propias casas y en las calles. Se podría decir que se ha vuelto parte de su paisaje habitual y de su psiquismo. Insensibilizados, su percepción moral está embotada.

Hay un parangón inevitable entre la serie y nuestra realidad educativa chilena, una rima que hace ruido. En la serie, profesores y directivos están desbordados. Ninguno toma medidas efectivas. Tanto los padres como sus hijos se lavan las manos, y se genera una cultura de la irresponsabilidad, en la que se permite que reine el desorden y la falta de propósito, sin oposición. Es por eso que muchos de los pasajes más crudos de la vida escolar en Adolescencia resuenan con nuestro contexto, peligrosamente. Es por eso que quizá, de manera irónica, tuvo tanto éxito también por estos lares. Por lo pronto, no ha habido casos de tiroteos ni de masacres al nivel gringo. Sin embargo, otro tanto ocurre en los alrededores y en las inmediaciones de gran parte de la comunidad educativa, asediada esta por la inconsciencia de muchos subnormales involucrados en la delincuencia y el crimen organizado, porque “estudiar no sirve para nada”, “porque trabajar es de perkines”.

sábado, 12 de abril de 2025

Tormenta perfecta (versión alternativa)

Esa noche, él había empezado a comprender el extravío del tiempo. Las horas perdidas, una época ardiendo en la memoria. Reminiscencias de un amor que creía enterrado, un rostro de mujer que creía deslavado, pero que volvía a aparecerle en el espejo roto. La verdad es que su corazón aún abrigaba esas oscuras pulsaciones. Su propia sombra le parecía la señal de un pasado hermético, entre palabras y pasiones mendaces. Quería creer que el tiempo no volvería por él, buscando devorarlo. Sin embargo, allí estaba, cual Saturno, tanteando sus pasos y las huellas todavía frescas.

–Ella-, se decía. –su nombre volverá a buscarme-.

Parece escrito a fuego por un inquisidor y zozobra al momento de nombrarlo. ¿Cuál era el motivo de su agitación? Pensó, cuando vino a su mente, de nuevo, el recuerdo agridulce de aquellos besos, los gemidos y la saliva de azufre, la poesía ebria de aquellas horas insomnes. En medio de la nostalgia, arremetió contra la violencia y maldijo la hipocresía de sus antiguos círculos, satanizando su imagen.

¿Por qué tenía que ser de esa forma? ¿Por qué tenía que pasar? Se preguntó si acaso había algo malo que purgar en su interior o solo era la intuición de un nuevo orden, en el cual él ya no tendría lugar. Entonces ella, la otra y su sombra, ella volvía para enseñarle el abismo de las emociones y para caer en el vórtice de una nueva conciencia. Él dobló esa esquina, desprevenido, sin acaso intuir la mirada convertida en su verdugo, una mirada penetrante, metálica. Cada vez que se alejaba del lugar y rehuía la mirada, su antiguo mundo reía y se burlaba de él, no sin antes desatar una conspiración en su contra, una auténtica campaña de terror.

El ladrido de los perros, como cancerberos de la calle, avisaba el nombre fatídico, el grito y el golpe, la herida, el pavimento y luego el silencio. Más tarde, la huida. Ella lo había dejado tendido en el suelo, con sumo rencor, un rencor sin retórica ni metáforas, un rencor bruto. Malherido, se dijo si acaso los versos que le debía a su antigua amada eran esas palabras falaces arrojadas como sangre recorriendo ahora el asfalto, testigo de su caída y de su incomprensible dolor.