domingo, 11 de febrero de 2024

"El mal latente en todos". Reseña de "Cuando acecha la maldad" (2023) de Demian Rugna

De la nueva película de terror argentina, "Cuando acecha la maldad" (2023) de Demian Rugna, puede hacerse una lectura espeluznante. Más allá de la crítica política, demasiado contingente y maniquea, hay un trasfondo mucho más sórdido: la capacidad de contagio del mal. Aquí la posesión demoniaca puede incubarse en cualquiera, sin contemplaciones. La violencia se transmite y le permite al mal abrirse paso entre los habitantes del campo. Así como el demonio busca una oportunidad para expandir sus influencias y sembrar el caos y la confusión, también el sentimiento del odio polariza, enajena a sus individuos y divide a una comunidad completa.
Los "embichados", que es como se llama en el campo a los animales que tienen gusanos en su herida, representan a aquellos que pudieran ser los "encarnados" por el demonio. La sola idea de ser poseído lleva a los habitantes a la paranoia total. Se sospecha de cada personaje, y se hace patente la fragilidad de un espacio humano sin el amparo del Estado, convertido en sí mismo en una entidad burocrática, parasitaria. La enajenación de los individuos conlleva la ruptura del tejido social. El terror es el efecto de la desarticulación. Los hermanos Pedro y Jimi temen ser "embichados" por los demás personajes, tal cual en los tiempos de pandemia proliferaba la sospecha de contagio por coronavirus.
Nadie se salva. Desde "El Ruiz", dueño del campo, hasta los niños de un poblado, pasando por los hijos de Pedro. Cada quien es susceptible de sucumbir al mal invisible, al mal reptante que parasita de sus huéspedes humanos y se manifiesta, luego, en forma de agresión, rencor y corrupción. La idea de una encarnación maligna con forma orgánica me recordó mucho a la clásica Possession (1981) de Zulawski, en la que el protagonista se enfrenta a un doppelganger oscuro, fruto de todo el odio acumulado por las tensiones con su ex esposa. En Cuando acecha la maldad, también podría decirse que los "encarnados" se alimentan del odio y la violencia de sus propios huéspedes humanos. Por lo que el demonio no vive por sí solo: sobrevive precisamente gracias a ese nutriente de perversidad.
Con un guiño a La gallina degollada de Horacio Quiroga, también ese mal, esa cólera orgánica, esa disfunción del espíritu se hace manifiesta en la propia familia de Pedro, en su incomunicación e incomprensión. Cuidado con lo que piensas y dices, parece rumiar la consciencia del protagonista, porque te puede llamar tu propia ex difunta y proyectar en ti tus propios pensamientos. Cuidado con lo que haces y con tus acciones, porque cada acto errático o malicioso puede contagiarse a tu alrededor e invocar un infierno. "El infierno son los otros", decía Sartre. En Cuando acecha la maldad, no queda espacio para la reivindicación ni la sublimación. Es la catarsis trágica de algo inevitable: la encarnación misma del mal con el rostro de un niño pequeño. Ese niño crecerá y se volverá hombre. En suma, el mal no es un ente extraño, es el resultado explícito de la deshumanización.
La lectura política contra el gobierno argentino sería reduccionista, toda vez que el mal representado en la película no se abandera por partidos ni posiciones ideológicas. El mal ataca por igual a hombres, mujeres y niños. Asimismo, la carencia de virtud y la manifestación del odio y la violencia no son patrimonio de ningún sector, es algo latente en cualquiera que le abra las puertas. Puede desplegarse en forma de anarquía o con una dictadura bajo la excusa de la ley y el orden. Acá el mal no discrimina. Cuando acecha la maldad habla precisamente de eso. El mal está latente en todos. 



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