lunes, 7 de agosto de 2023

En "Hambre de realidad", el escritor David Shields propuso "la muerte de la novela" mediante la creación de una "antinovela" que cuestionaba el estatuto de la ficción y la estructura imaginativa en la literatura, estableciendo -lo que él cree- una escritura basada en "retazos de la realidad". Hastiado del chirrido de los grandes relatos y narrativas, opta por mezclar citas de otros autores, por extraer memorias y anécdotas personales y volcarlas en un solo aparato de "no ficción". "La realidad no reconoce derechos de autor", señalaba Shields, muy suelto de cuerpo, muy desprendido de ficcionalidad y muy tambaleante de pluma. David Markson ya había hecho algo parecido con Esto no es una novela, en una paráfrasis a Magritte. Se trataba de una miscelánea de citas, anécdotas, escenas veladas, situaciones que encuentran su propio ritmo interno de acuerdo a la agencia de su otro personaje, siempre esquivo, proteico: el lector.

¿Pero hasta qué punto no hay también en ese ejercicio de subvertir el engranaje ficcional de la narrativa clásica, una forma de reconfigurar la ficción consustancial al despliegue de la escritura? Esa pregunta nos remite, de nuevo al problema de la pugna entre literatura y vida, o entre las categorías mercantiles de ficción y no ficción. Lo que se comunica como la vida en oposición a la literatura ¿es expresable sin ese componente ficticio? ¿es intraducible el lenguaje de la vida? Y las obras que se venden como no ficción frente a la ficción. ¿no pasan acaso bajo el cedazo de una mirada repleta, a su vez, de relatos, narrativas e imaginarios? Había quien, por ejemplo, concebía en la crónica, en las memorias y en los testimonios una suerte de "paraliteratura", pero eso sería reducir su alcance, circunscribir sus posibilidades a un horizonte meramente conceptual y abstracto, porque lo cierto es que dichas escrituras beben de la realidad inmediata o acontecida, aunque lo hacen, muchas veces, con el propósito de capturar "su verdad" y expresarla con un estilo. En definitiva, lo que se cuenta no es exactamente lo que sucede. Un mismo hecho puede cargar con un crisol de reconstrucciones, y estas, a su vez, inaugurar su propio reino simbólico, porque, como decía un escritor por ahí: "si no lo cuento, me parece que nunca sucedió".

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