lunes, 6 de febrero de 2023

Continúa el proyecto de novela romántica y existencialista, quizá mi texto más complejo, pero en lo complejo está el desafío. Aquí otro extracto:

Ella se emocionó hasta las lágrimas. Todos fueron a felicitarla. Faltaba yo, el escritor que reniega de sí mismo. Me levanté para darle mi respectivo abrazo a la estrella de la noche. Ella lo recibió muy sensiblemente, totalmente entregada a ese instante de felicidad. Por un segundo, logré conectar con su corazón. Y no lo digo en sentido metafórico. Literalmente, con ese abrazo, sentí por primera vez los latidos del corazón de Judith, retumbando sobre su pecho y el mío, en una especie de secreta conexión entre dos cuerpos que ya se conocían, pero que recién en ese momento consiguieron la chispa, la chispa que desataría, en adelante, una historia incendiada.

En algún punto, por ínfimo que fuese, siempre estaba presente Judith, aludida indirectamente o como el indicio de una posibilidad en nuestro universo simbólico. Ella, muy intuitiva, ya lo sabía, y había decidido jugar conmigo al juego de las sincronías, con tal de darle algo de picante a nuestros esporádicos encuentros. Pero lo cierto era que ninguno de nosotros había conseguido la suficiente conexión con el otro, todavía. Habíamos llegado al punto de tenernos a la distancia, de orbitarnos sin llegar siquiera a tocarnos, y era preferible ese abismo de indeterminación, con tal de no perder la perspectiva de las cosas y de los hechos. La soledad era el costo de seguir queriendo, de sabernos unidos, de alguna manera, sobre la base de nuestra pura sugestión.

En cierta medida, siempre fuimos eso, cuerpos danzantes, heridos, cada cual más errático que el otro, palpando un arraigo que no fue tal, que no consiguió la suficiente entidad, mirada ni horizonte, a lo mucho, la promesa, la carne, el incendio del tiempo.

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