miércoles, 28 de diciembre de 2022

En la sala de profes un colega tenía una gran bolsa de aseo encima de la mesa llena de papeles de guías y pruebas. “¿Recicla?”, le pregunté. “No, voy a hacer una fogata”, respondió, sarcástico. “Es más, colega, tenía pensado hacer un rito de fin de año: quemar todas las pruebas de los alumnos como sacrificio”. La idea del colega, en broma, era hacer ese sacrificio con el fin de purgar el año escolar. “Y así, de paso, sacrifico a los cabros más jodidos”, volvió a decir, con énfasis. Su tono se sintió tan grave que parecía que su deseo era real. Luego, ante la risa de algunos y el silencio de otros, continuó en su faena. En cierta forma, el acto de reciclar pruebas se había vuelto un ritual pagano. ¿En nombre de qué Dios? ¿Moloch? Verdaderamente, en nombre de un curriculum abstracto, en nombre del Dios de las planificaciones, que a fin de año reclama pleitesía.

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