miércoles, 10 de noviembre de 2021

Durante la clase sobre la unidad de Poder y ambición, expliqué cómo estas temáticas se podían apreciar en la literatura a través de la tragedia, hasta que un cabro pidió la palabra y me dijo si podía preguntar algo. “¿Usted quién cree que está más capacitado para ser presidente?” Una muy buena pregunta, le dije de inmediato. El cabro comentó que tal vez la pregunta no estaba tan fuera de contexto, después de todo. Una compañera suya, animada por la participación, me preguntó a su vez: “¿Usted es de izquierda o de derecha?”. Silencio por algunos segundos. Luego, el cabro de la pregunta dijo, decidido, que habláramos de política. Los del fondo se sumaron a la moción, con sumo entusiasmo. Curiosamente, el tema político surgió a raíz del tema de Poder y ambición, y fue genial porque no hubo necesidad de engancharlos, el ánimo de la clase estuvo de por sí conectado con la temática.

Volví sobre las preguntas que me habían hecho los cabros, y traté de responder la primera, pero, al instante, la cabra de la segunda pregunta insistía en que respondiera la suya. Entonces, la respondí frente al curso, confesando que yo había sido de izquierda, pero que, últimamente, después de una profunda reflexión, me había inclinado por el centro ¿Por qué? Porque había visto los recientes acontecimientos políticos y había comenzado a desilusionarme de las propuestas de izquierda, las cuales no creía que hubieran logrado ni lograran realmente un cambio sustantivo en la sociedad. La clase política sigue siendo la misma. Siguen existiendo los problemas de siempre. En suma, no creía que esas ideas garantizaran un cambio real, todo lo cual me llevó a una postura, si se quiere, centrista, aunque tampoco inclinado hacia la derecha, porque eso sería apoyar abiertamente el sistema de cosas. La cabra de la segunda pregunta asintió, al parecer, satisfecha por mi respuesta rápida, superficial, y luego retomó la primera pregunta de su compañero: ¿por cuál candidato votaría? Le respondí que ya había analizado a todos los candidatos y francamente ninguno me convencía al cien por ciento.

El cabro de la primera pregunta se levantó, más animoso que nunca, para preguntarme qué opinaba sobre “el jardín”. Todos los cabros, al escuchar hablar sobre este, se mantuvieron intrigados. ¿Qué quería decir con eso? El cabro continuó explicando lo que quería decir, señalando que el jardín se refería a que Kast se peleaba con Boric y a que un abuelo (señalando a Artés) estaba de candidato. Los compañeros se rieron al escuchar la referencia al abuelo. Después, el cabro siguió hablando algo sobre un hijito de papá. Le hice saber que Boric era ese hijito de papá. “Sí -confirmó el cabro-, el que su papá vendió unos terrenos por más de mil millones”. Volvieron a reír los cabros. En el lapso de unos quince minutos, la clase pasó de hablar sobre el poder y la ambición en la tragedia literaria a burlarse en tono medio en serio, medio en broma, de los candidatos a la presidencia de Chile.

La cabra de la segunda pregunta, para seguir con la discusión, dijo que su madre de izquierda iba a votar por Boric. Le dije que mi madre también era de izquierda y votaría por él. Luego, la chica siguió comentando que su madre estaba decepcionada, al ver cómo el candidato se equivocaba una y otra vez, y que incluso ahora quería que saliera Kast. Al mencionar al candidato de derecha, los cabros del fondo empezaron a hablar al unísono, confundiéndose sus voces. Voces de dudas y cuestionamientos. Más allá de esto, la cabra retomó lo que decía, señalando que si ganara alguno de los dos, Boric o Kast, sería por un margen estrecho. Esa era su teoría. Una contienda reñida. A esa altura de la clase, la política ya se había tomado el corazón de los contenidos, de modo que hice un alto y le hice saber al curso que lo que estábamos discutiendo tenía especial vínculo con el gran tema de la última unidad del trimestre. Hice hincapié en que el análisis de los cabros se acercaba mucho a la realidad, ya que el escenario político en Chile, hoy por hoy, está polarizado. Ante esta aclaración, la cabra de la segunda pregunta volvió a hablar y dijo que Kast, a su juicio, ha destacado porque es más “puntudo”, “no tiene miedo” y “dice las cosas así y así”. En cambio, Boric, según ella, nunca sabe nada, siempre está como improvisando. Dicho esto, al fondo de la sala, unos cabros gritaron “El cifras”. Volvieron a reír.

La discusión política dirigió el destino de la clase. Un espíritu de asambleísmo se asomó de pronto en la clase de Media, pero tenía que, como profe, volver a reconducirla hacia su objetivo curricular. De este modo, traté de concluir lo que los cabros habían expuesto hace unos momentos, señalando que todo tenía que ver con lo que estábamos viendo, con la unidad del Poder y la ambición en la literatura, aunque, en el fondo, supiéramos que esta nutrida y entretenida digresión excedía por mucho las posibilidades temáticas del ramo. El interés por el devenir político del país y por la confrontación ideológica había conquistado, de manera genuina, la voluntad de conocimiento de los alumnos. Estaban dispuestos a seguir hablando, chacoteando, incluso proponiendo ellos mismos una actividad de debate, cosa que, de todas maneras, estaba contemplada como evaluación sumativa.

Al saber que los cabros estaban dispuestos a seguir los temas estudiados, traté de unir la discusión política con lo relativo a conceptos del género dramático, en particular, los relacionados con la tragedia griega: la peripecia y la anagnórisis. Difícil, pese a que la explicación fluía y se entendía, tomando como ejemplo los casos de los Pandora Papers sobre políticos descubiertos en casos de corrupción y evasión de impuestos. En ese sentido, había que entender la anagnórisis como la revelación de verdades incómodas.

Mientras explicaba, los cabros continuaron conversando, a propósito de la política chilena. El cabro de la primera pregunta me preguntó si acaso creía que el voto debía ser obligatorio. Le respondí que, en un principio, no, pero que, dada la alta tasa de abstención durante las últimas elecciones, se haría necesario para poder continuar con la democracia representativa. La cabra de la segunda pregunta dijo que los de derecha tendían a ser más unidos, justamente porque iban en bloque a votar y, en cambio, los de izquierda “se la pasaban peleando”. El resto de la clase, ambos cabros, los más participativos, siguieron discutiendo sobre el voto electrónico, el rol de los empresarios en la economía, el rol del Estado, el cuarto retiro, incluso sobre la igualdad de género. A medida que las intervenciones se hacían más intensas, los cabros al fondo, que ya parecían la barra brava de un debate televisado, comenzaron a aplaudir cada argumento, en señal irónica de aprobación.

Lo que, en otra época, podría parecer simple desorden, se transformó, sin más, en una clase dinámica, más allá de los rígidos lineamientos curriculares; una clase viva, haciéndose a sí misma a partir del eje político y su libertad de expresión. Qué diferencia podía apreciarse con respecto a los tóxicos pseudo debates en redes sociales, donde pulula la funa y la cancelación al que piensa distinto y, sobre todo, con respecto al adoctrinamiento en aquellas viejas asambleas universitarias que no terminaban nunca y en el que siempre ganaba el que gritaba más fuerte. El aula escolar se había vuelto, por fin, una mini convención democrática, sin otro fin que el desarrollo de las ideas y el entendimiento y comprensión mutuos, carente de la bulla de las militancias y la ceguera de las banderas.

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