lunes, 17 de abril de 2017

Amos Oz en su novela Judas planteó una idea hasta el día de hoy controvertida: La posibilidad de que el Judas Iscariote de la Biblia no haya sido un traidor, sino que, por el contrario, el mayor devoto de los discípulos, el primer y el último cristiano. La idea de Amos no era someter esa posibilidad a una tesis, sino que desarrollarla de manera polifónica en un libro con una trama que mezclara la novela de aprendizaje con la novela de desamor. Así como Borges en su cuento Tres versiones de Judas, planteaba un giro radical, explicando el por qué la supuesta traición constituía en realidad un hecho necesario para completar la misión de Cristo en la tierra. El libro sobre Judas le valió a Amos el descrédito social en su pueblo de origen. Sin embargo, contrario a lo que se piensa, dijo "sentirse orgulloso" de ser llamado traidor por el simple hecho de oponerse a ideas fundamentalistas. Sin ir más lejos, equiparó la relectura de la traición con la de Max Brod hacia su amigo Franz Kafka. Dijo que si Max no lo hubiese traicionado, quemando sus manuscritos, nadie habría sabido de su obra. Lo mismo se podría decir respecto a Judas y su maestro. Si no lo hubiera entregado a los romanos, no habría habido crucifixión, ni mucho menos, resurrección. En resumidas cuentas, no habría habido obra. El cristianismo como tal no hubiera estado completo sin ese sacrificio. Asimismo, la literatura no sería tal sin aquel acto de "mala fe", sin aquel acto deshonesto pero brillante de la publicación. Amos lo supo y lo llevó hasta las últimas consecuencias, convirtiéndose en el traidor de su cultura, pero a cambio de un prestigio de otro orden. Un oscuro prestigio. Un prestigio literario. Todo escritor que sea llamado como tal por la sociedad, en definitiva, tiene que tener un poco de Judas.

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