lunes, 8 de septiembre de 2025

En memoria de don Albino Misseroni

Ha fallecido don Albino Misseroni. En su tiempo, dictaba la asignatura de Etimologías Greco-Latinas en el Español de la Carrera de Castellano en la PUCV. Fiel lector de Homero, y también de la poesía lírica romana, citaba a Virgilio, a Horacio, a Lucrecio, Catulo y Ovidio, con una soltura envidiable. Respecto de La Ilíada, don Albino decía, irónico, que: "la guerra de Troya fue un lío de faldas". Recuerdo perfectamente una clase en la que nos enseñó la etimología de la palabra “trabajo”, que viene de “tripalium”, un antiguo instrumento de tortura usado por los romanos para someter a los esclavos.

En otra clase, había que salir adelante a escribir correctamente en la pizarra una palabra en latín. Ya no me acuerdo cuál palabra era la que había que traducir, sin embargo, la imagen del tripalium vino a mi mente en ese momento, provocando que colocara una t en lugar de otra consonante que era la correcta. Ante mi fatal error, y frente al curso, don Misseroni me reprendió, enérgico. Un profe de temer, pero, por lo mismo, inspiraba un respeto inmediato. Fuera del aula, en su oficina, en cambio, se mostraba mucho más amable. Había allí una inspiración que emanaba de su figura eminente, una autoridad que se imponía sin fuerza, solo con puro y duro conocimiento. Era la severidad del profesor que exigía firmeza al momento de desentrañar el mismísimo origen de las palabras de nuestro alfabeto. Un profesor de la “vieja escuela”, con carácter, con la categoría que le imprimían sus años de acuciosa lectura y estudio del idioma. Nunca tomé su ramo optativo de Mitología griega, error que nunca me perdonaré.

Con un amigo, ex compañero, lamentamos su partida y concordamos en que se nos fue otro de los grandes, así como Sarrochi de Literatura chilena e hispanoamericana y Parodi de Lingüística. Solos nos queda el emérito profesor Nordenflycht Bresky. Una particularidad de don Misseroni eran sus paseos por la biblioteca del Gimper para continuar con su faena de estudio. Paseaba a través de los pasillos, entre un universo de alumnos que podrían ser sus nietos, con el paso sereno y cansino de un filósofo estoico. Su figura distante, a contraluz, mientras leía un diccionario enorme, era la figura del maestro abocado a su deber. Miramos en retrospectiva aquellos tempranos años de formación universitaria y no sabíamos lo afortunados que éramos de haber sido formados por tan buenos académicos. Lo único que valía era leer, leer y estudiar, estudiar y leer hasta descolocarse. Nada de excusas. Ese fue el legado de don Albino, aprender a leer el propio idioma, con suma rigurosidad, amarlo y practicarlo con la sagrada devoción que demanda.

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