Un colega de lenguaje tenía el cuaderno de un alumno, un cuaderno con poemas escritos a mano. Se permitió hacer correcciones sobre los textos. Aclaró que contaba con la venia del propio cabro, para hacer las veces de editor. Por supuesto que no cualquiera podía darse ese lujo, sobre todo cuando se trata de textos tan precoces, envueltos todavía de esa cosa íntima, celosamente oculta al resto. "Aún hay patria", repitió el colega, y sabemos que la legendaria frase repetida por Manuel Rodríguez "aleonó" a sus soldados para no claudicar y defender la libertad de la naciente República. En cierto modo, la arenga trascendió su contexto y adquirió una connotación metafórica, más allá del horizonte político. "Aún hay patria", es decir, aún hay cabros que se salvan, que leen, que rumian, que tantean un lenguaje poético. Hay entonces, en la alusión a la patria, un atisbo de poesía, o en la alusión a la poesía, un sentido "patrio", una pertenencia que se reclama, que se proclama y que se constata, al momento de anunciarla, al momento de decirla.
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