sábado, 5 de octubre de 2024

Dos visiones contraintuitivas sobre el Guasón 2

(alerta de SPOILER: no leer si no ha visto la película)

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Fui a ver el Guasón 2 al Insomnia, sin expectativas, luego de leer las críticas que destrozaron esta secuela. La mayoría coincidía en que la primera había dejado la vara muy alta, que era innecesaria, que intercalar demasiado musical y poner a Lady Gaga como Harley Quinn se trataba de una medida artificiosa, maquinada por la Warner para justificar el enorme presupuesto. Y sí. Confirmo que la secuela se sentía radicalmente distinta, yo diría que incluso había momentos que recordaban más a La La land, a un La La land bizarro más que al primer Guasón del 2019.

Sin embargo, algo ocurrió en esa sesión del Insomnia. Pese a la mala idea que me había hecho de este Guasón, disfruté la película de principio a fin, desde otro ángulo. En el momento de la trama donde se desarrolla el juicio contra Arthur Fleck, unos locos sentados muy atrás, en las butacas del fondo, comenzaron a hacer ruidos. La cuestión fue in crescendo: sonó la apertura de una lata (supongo que no era de cerveza, supongo); luego, el desagradable sonido de la masticación, que se volvió reiterativo y siempre crocante; y, por si fuera poco, las risas y comentarios desatinados. Yo miraba hacia atrás, a ver si les paraba el carro, pero nadie a su alrededor, al menos los que se sentaban en las butacas del fondo, se mostraba especialmente molesto. Muy sospechoso.

Me volví a concentrar en el juicio, de tanto en tanto, cuando la película alternaba sus musicales con la dupla Harley-Joker (Gaga-Phoenix). Fue en esos instantes que advertí la relación entre el boicot sonoro que se estaba gestando en la sala y el espectáculo circense en el que se había vuelto el propio juicio contra el Guasón en la película. Su risa nerviosa irritaba al juez y era el festín de sus feligreses en el estrado, mientras en la sala de cine continuaba el carnaval grotesco de la interrupción, con las masticadas que iban en aumento, las toses furtivas, las risas a pito de nada y los murmullos sin sentido. Fue tanto que, llegado a un punto, increíblemente, no quise interrumpir a nadie y solo seguí viendo la película y su resonancia caótica fuera de la pantalla, en medio de la propia audiencia al fondo de la sala que, merced a su desatino, parecía imbuida de ese espíritu payasesco y nihilista propio del Guasón. ¿La risa de esos idiotas habrá sido la risa del que desprecia el espectáculo que está viendo, o la risa del que festina con el sufriente libertinaje del protagonista?

A punto del clímax, el alboroto dentro de la sala había parado. Quizá porque el propio Guasón estaba encontrando su fin, entonces las risas devinieron un silencio atroz, apenas un aplauso de protocolo que se disolvió demasiado pronto, con el encendido de las luces. Fuera del cine, de noche, nadie volvió a reír.

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