sábado, 27 de mayo de 2023

Sobre La noche del oscura del alma de San Juan de la Cruz: la pasión del santo y el calvario del poeta.

La noche oscura del alma: desde hace mucho que me viene resonando ese verso legendario, y no es hasta ahora que lo retomo y lo repito cual mantra, al redescubrir la poesía mística del poeta español San Juan de la Cruz. ¿Pero qué me hizo leer con otros ojos a este poeta, en apariencia, tan lejano? Pues, una gran disyuntiva vital y existencial que también podría denominar como “mi noche oscura del alma” y un esfuerzo intelectual por revisitar el misticismo poético de aquellos entonces, ante la amenaza de un mundo y de un lenguaje cada vez más secularizado y nihilista al punto del paroxismo. La noche oscura del alma refiere a un viaje, el viaje de la Amada al encuentro con el Amado, que no es otra cosa que la metáfora del viaje del alma desde su prisión corporal hasta su reunión con Dios, su origen.

San Juan de la Cruz supo ver en el símbolo de la noche la cualidad incomprensible de lo divino, aquella que se avizora en los peores momentos para el espíritu humano. Tras su encierro por parte de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, al fundar la Orden de los Carmelitas Descalzos con Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz vivió un auténtico éxtasis poético, sufriendo una penitencia solo comparable a la voluntad de su fe. Fue en ese período que San Juan escribió sus poemas místicos. Fue en su propia “noche oscura del alma” que hizo de su poesía un remanente de la belleza, a través del ejercicio del dolor, el dolor de la carne que sufre y del alma que añora su regreso con lo Absoluto.

Sin esa cárcel, puede que la experiencia mística de San Juan no haya sido posible. Sin esa prueba divina, no hubiera vivido lo que vivió ni hubiera escrito lo que escribió, tras sufrir en carne propia el desarraigo, el desamparo, la desconexión con la fuente. Pero hay en esa visión poética dos lecturas: una, la del poeta que dialoga con lo inefable, que hace de la nada la santidad, el umbral del silencio, la impotencia de la palabra para con Dios; y la otra, la del poeta que vislumbra la pasión del Dios-hombre en las sombras, para abrir camino hacia la redención. En el poeta, ambas lecturas confluyen y van a dar al mismo destino.

Cada quien, al momento de escribir, hace de su pasión un ejercicio mudo por incomprensible e inabarcable, o una voluntad férrea y extática en su sed por la verdad. La noche oscura del alma puede ser, a su vez, el infierno del santo y el calvario del poeta, y el necesario purgatorio de sus pasiones, la sublimación de su propia vida incomprendida: “¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable, más que alborada! ¡Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada!”



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