lunes, 12 de diciembre de 2022

Christian Drosten, virólogo alemán, se ha atrevido a afirmar que estamos ante el “signo del próximo final de la pandemia”, pese a que se alertó sobre el alza de contagios, inclusive con nuevas variantes llamadas “perro del infierno” y “pesadilla”. Drosten se muestra optimista porque cree que el bicho se volverá endémico muy pronto. Mientras tanto, el alza inflacionaria a nivel nacional y la inminente recesión económica configuran el escenario idóneo de incertidumbre. ¿Acaba o no acaba el bicho el próximo año? ¿Será el 2023 más inestable y caótico que este? Cómo saberlo. Nadie tiene las respuestas definitivas, porque pareciera que todo se está gestando de una forma precipitada en lo relativo a la humanidad, su rumbo a futuro. Ni las vacunas probaron ser cien por ciento efectivas y transparentes, ni el origen natural o artificial del bicho ha sido todavía probado, de manera fehaciente. Se respira un aire de inquietud constante, y la gente –cansada de ser señalada y acusada de portadora- ya está exhausta. El virólogo Drosten puede que tenga las mejores intenciones, ¿Pero es este el comienzo del fin de la pandemia? ¿No dijeron lo mismo respecto a otros eventos de carácter catastrófico? El fin de las tragedias y la catástrofe ha sido un mantra constante del sistema, aunque la condición misma de la existencia humana, a lo largo de la historia, ha integrado la tragedia y la catástrofe como parte de su ser. ¿Por qué habría de ser diferente ahora? ¿Qué tiene esta coyuntura que no haya tenido cualquier otra, con peste incluida? Puede que la respuesta esté en la nueva perspectiva sobre las dinámicas de control: cuarentenas forzosas, uso constante de mascarilla, vacunación prácticamente obligada para conseguir un mínimo de vida social. Nada de eso ha sido satisfactorio y, sin embargo, el mantra de lo nuevo se mantiene: se necesita una nueva normalidad, una nueva salud, un nuevo orden y, si somos un poco más osados, una nueva sociedad y un nuevo ser humano. Luego del fin, la revolución, pero he aquí la trampa: no una revolución de la consciencia, espiritual, de adentro hacia afuera, sino que un estado de cosas insostenible como excusa para implantar el próximo status quo.

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