lunes, 31 de octubre de 2022

Un hombre vestido de Jesús caminaba a paso cansino en plena avenida. Miraba hacia el vacío, sin expresión alguna. Las personas lo veían con disimulo. Una chica alcanzó a sacarle una foto, procurando que no fuera tan evidente. El hombre seguía su camino, estoico. Una leve sonrisa sugería que ya se había dado cuenta de la atención del resto de los transeúntes. Los ojos estaban puestos sobre él, cual creyentes venidos a menos. Tan pronto el hombre cruzó dos cuadras, se fue alejando de la gente. Ellos dejaron de verlo y de seguirlo. Cuando ya el hombre caminó lo suficiente, pasó por enfrente de un pequeño vehículo y lo abrió. En él metió una bolsa que llevaba guardada debajo del disfraz. Esa bolsa parecía ser su ropa de profano. El hombre Jesús subió al vehículo, le dio marcha y condujo cerro arriba, hacia destino desconocido. Su caminata solitaria por las calles no tuvo cruz, ni tampoco pasión ni resurrección. No hubo invocaciones a Dios ni mucho menos imprecaciones al diablo. Nadie podía reprocharle al cosplayer de Jesucristo su falta de prolijidad y de ritualística. Sin embargo, su misterio permaneció incólume. Su verdad nunca fue revelada. O puede que, tal vez, su disfraz haya sido su única verdad; el camino, su procesión silenciosa; y el auto, su cruz.

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