lunes, 20 de junio de 2022

Otro relato onírico para el futuro libro, "Onirómano".

Los agitadores

Se reencontró con una amante y, en un cuartucho de hotel, tuvieron sexo. Un sexo desenfrenado, sofocante, sin palabras. Todo se dejaba expresar entre vaivenes y fluidos. La diversión era en una habitación de madera. Desde la ventana, se desprendía un extraño gas. La cuestión duró más o menos lo que duraba una película porno amateur. Al acabar, ambos conversaron sobre lo que estaba sucediendo en la ciudad. De fondo, se escuchaban sirenas y bombazos, cada vez más fuertes.

Al rato, la mujer se fue, apenas sin despedirse. Él recordó que tenía que escapar, porque estaba siendo perseguido por unos sujetos. Salió así del hotel rápidamente. Al asomarse, se dejaba ver una auténtica revuelta, con manifestantes corriendo por las calles, encapuchados quemando neumáticos y policía persiguiendo a los disidentes. Las calles tenían mucho parecido con el plan de Valparaíso. Toda la gente iba rumbo a los cerros o camino a las plazas, huyendo del caos. El ambiente se sentía cálido, el cielo estaba nublado, al punto de confundirse con el gas de las lacrimógenas y la sensación era la de estar en los años ochenta o en un futuro hipotético, un futuro de conflicto social.

Mientras él observaba al gentío huir, se oían ruidos, ruidos de algunos agentes desconocidos que intentaban rodear la cuadra en la que él estaba, esperando a que el conflicto se detuviera un poco para seguir avanzando. En eso, antes de ser descubierto, él comenzó a perder la consciencia, sin explicación, y se sintió, de pronto, en otro lugar, esta vez, a la intemperie. Se trataba de un páramo inclinado, que tenía la forma de algún cerro del interior. Solo unas pocas casas rústicas se dejaban ver a lo largo y ancho del terreno.

De repente, apareció un gentío bajando en caravana hacia el centro. La huida en sentido inverso era rumbo a la costa. La amenaza, al parecer, venía desde el cielo o el destino era el límite de la ciudad. Un rumor apocalíptico lo invadía todo. Siendo arrastrado por el gentío que se desplazaba sin freno, caminó horas y horas y llegó hasta la última calle antes de la orilla. Antes de poder doblar en la próxima cuadra, trató de esconderse para no ser visto por aquellos agentes que merodeaban toda la ciudad, pero, sin tregua, él perdió nuevamente el conocimiento, esta vez, de forma irreversible, producto de una fatiga imbatible.

Al despertar, se encontró en una habitación, llena de símbolos e inscripciones ilegibles en las paredes. Desde la puerta entreabierta se alcanzaba a ver lo que parecía una reunión. Aquellos que participaban le eran completamente desconocidos. Intuyó que formaban parte de la revuelta que se estaba gestando afuera. Acudió a la reunión, temiendo que en ella se encontrase con alguien inesperado. Y así lo hizo. Ahí estaba sentada su amante, sonriente, complaciente, y más al frente, junto con otros sujetos, un tipo rudo, musculoso, debatiendo algo incomprensible y con la facha de algún agitador social. La mujer espía se paró, al ver a su amante en la reunión, y se acercó al tipo rudo para hablarle algo al oído. Enseguida, ella sacó de su chaqueta un misterioso rollo de tela. Lo desenrolló frente a todos en la reunión, dejando a la vista la bandera de Chile. Todos en la reunión se sorprendieron al verla y lo señalaron inmediatamente, mirándolo con sospecha. Él, cada vez más nervioso, no lograba entender nada de lo que estaba pasando. Luego, el tipo rudo agarró una silla para colocarla en medio del salón. Lo hizo para invitarlo a sentarse. Él sabía que si se revelaba contra todos ellos no habría posibilidad de salir vivo. Entonces, temeroso, obedeció. En el momento en que él fue empujado para pasar adelante, un silencio invadió la escena, un silencio solo comparable con su consciencia al momento de ser emplazado por infiltrado, por traidor a la causa. Lo que ocurrió después, puertas adentro, quedará sepultado en el sótano de la historia, seguramente, como el destino de aquel gentío tratando de surcar el puerto hacia el horizonte.

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