viernes, 11 de febrero de 2022

Otro fragmento de la novela romántica existencial que estoy escribiendo:

-¿Sabes lo que puede llegar a pasar si lo cuento? Todo el mundo me creerá, así que apróntate-, me dijo. Entonces se acercó hacia mí, amenazante. Francamente, ya no sabía qué hacer. Sin duda, ella estaba dispuesta a eso y más. -¿No te gustó jugar conmigo? Ahora asume las consecuencias-. Sus palabras volvieron a repetirse en mi cabeza. El orden nuevo era su salida, su excusa, ¿o acaso un nombre para el aciago futuro? –No entiendo nada. ¿Por qué haces esto?-, le pregunté, confundido por sus dichos cada vez más crípticos. -Hazte el huevón. Lo sabes perfectamente-. Sacó un teléfono celular de su bolsillo. –Si llamo ahora, ya sabes lo que puede pasar-. Ella me miró con una mirada de odio penetrante. –Por favor, lo que sea que estés pensando, no lo hagas. Por lo que más quieras, hablemos.-, le dije, cada vez más desesperado. -¿Quieres que te lo vuelva a repetir?-, contestó. –Ahora, ¡ándate!, si no quieres que llame a los pacos-. En ese momento, supe realmente que lo decía en serio. Debía desaparecer de su vida, para siempre. -Te estás equivocando-, le dije, con suma tristeza, antes de caminar rumbo a la puerta. Apenas me escuchó. Su mirada se volvió más fría. Luego, se dio la vuelta rumbo a la ventana, como queriendo evitarme, a toda costa. Seguí caminando, descolocado, sin poder asimilar lo que estaba ocurriendo. En cuanto abrí esa puerta y salí, supe que ya no habría espacio para el pasado, y sería desechado como esas mismas bolsas de basura que se acumulaban todos los días en la entrada de su casa. Lo que en su tiempo fue un gesto de amor, se había vuelto la metáfora del destino de nuestra historia.

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