viernes, 12 de noviembre de 2021

Leí otro de los textos que la alumna escritora me manda. Sin duda, en sus líneas se advierte ese impulso en ciernes, ese llamado, esa suerte de tabú discursivo u oficio culposo. Siempre es grato leer algo de tus estudiantes, sobre todo cuando están recién empezando y todavía no corren el riesgo de contaminarse con malas influencias de ciertos círculos literarios. Aquí sí se puede hacer un trabajo de relojería, incentivando su talento y orientándola en el camino que solo ella conocerá, algún día. Comparto uno de aquellos textos:

El libro que nunca te escribí

El libro que nunca te escribí tiene las páginas manchadas por borrones que dibujan la silueta de ese otro tú, el que era la génesis de las palabras más hirientes. En esas páginas acecha la sombra de tus otras manos, las que agarraban todo lo que yo era para despedazarlo metódicamente.

El libro que soñé con escribirte tenía tu nombre en la dedicatoria y una historia hermosamente nuestra entre versos.

El libro que soñé con escribirte no tenía la historia verdadera, la de tus silencios infértiles, la del dolor que me regalaste, ni la desilusión que sembraste en mis jardines, de la que germinaron incontables escritos.

El libro que te quise escribir era el más largo del mundo, porque tenía una carilla por cada día a tu lado. El que podría escribir tendría exactamente 127 carillas con sus planas manchadas de sangre, 20 hojas donde se hacía notar mi frustración, 15 carillas donde me preguntaba por qué tú y no otro, 41 hojas donde se desdicen todos mis declaraciones en el eco de tus errores, y página a página crece la distancia entre nuestras manos y los agradecimientos finales son siempre despedidas.

Si te escribiera todos los libros del mundo ahora, me quedarían cortas las palabras, para relatarle a quien lo leyera la trama que nos ataba.

Si te escribiera ese libro ahora, tendría que poner en sus párrafos todas las cosas que no quiero decirte ni debería.

Si publicara ese libro hoy, quien lo lea sabría cada detalle morboso de todos los peores momentos en que me lastimaste [sin saberlo y con intención] (en que nos lastimamos) y pensaría que soy estúpida por aun así escribir que me gustaría que no me hubieras hecho tanto mal. Y se reiría de mí, por poner que lo peor que me pasó en la vida fue dejarte de amar, que todo el espacio de la adoración ahora lo ocupa un agujero de tinta.

No escribiría nunca ese libro, porque no hay manera en que nadie entienda que se pueda amar a quien te hizo daño, aun siendo consciente de que te está deshilachando lentamente.

No escribiría ese libro nunca, porque lo leerías pensando en que corrigiendo sus errores tendrías otra oportunidad, como si pavimentar el siguiente tramo de una calle anulara los baches de la anterior, como si pudiera borrar toda esa angustia de cuajo y volver a quererte.

No escribiría nunca ningún libro, porque soy incapaz de moldear en estética todo ese martirio, porque no hay ni un poco de prosa ni de poesía en esta historia, ni moraleja ni sentido alguno.

Todos los libros que nunca te escribí, ni escribiría, los llevo conmigo siempre, y me aterra que algún día alguien más los lea con ojos juiciosos.

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