domingo, 25 de julio de 2021

“En los primeros días del estallido social de 2019 en nuestro país, hubo quienes hablaron de desobediencia civil y, más tarde, otros, de desobediencia revolucionaria. Pero (…) no se trató de ninguna de tales modalidades de desobediencia al derecho. Esos primeros días fueron extremadamente violentos, por una parte, y, por otra, no tenían ni la intención ni la capacidad de sustituir al gobierno. Es efectivo que se convocó luego a un plebiscito constitucional, pero esto gracias a una reforma que se hizo a la propia Constitución vigente, de manera que la futura Constitución que espera el país será solo una nueva Constitución y no una nueva primera Constitución, por utilizar aquí el lenguaje de Kelsen. Para haber sido una “nueva primera Constitución” tendría que haberse pasado por encima de la de 1980 a la hora de empezar a marchar hacia aquella.

Aquellos días, que se prolongaron durante meses, hicieron recordar a la petición de Gabriela Mistral: menos cóndor y más huemul, una demanda que enlaza con la que el escritor Carlos Fuentes hacía para toda América Latina, pidiendo que algún día nuestra imaginación política, económica y moral igualara a nuestra imaginación verbal. Nuestra Mistral decía que la historia de Chile se parece más a un cóndor carroñero que a un pacífico y sensible huemul y que lo deseable era que algún día este predominara sobre aquel.

Por otra parte, la aguda y prolongada violencia que trajo consigo ese estallido social hace pensar en lo siguiente: si quienes la usan o aprueban no tienen reparos éticos a la violencia con fines políticos, deberían pensar al menos en si las bazas están o no a su favor a la hora de emplearla. Si no los detiene su conciencia, al menos tendría que frenarlos el cálculo de expectativas, supuesto que, como ocurría entonces, las bazas no estaban a su favor. Lo que importa es la capacidad individual y social de decir “No”, lo cual no incluye necesariamente el recurso a la violencia, y menos a una violencia continuada. La violencia puede ser una chispa inicial, pero no tiene por qué transformarse en un fuego permanente. Se puede decir “No” sin fabricar una bomba que se envía a un empresario o se coloca en la puerta de un banco en la antesala de una comisaría. Decir “No” todas las veces que se requiera, porque el poder, cualquier de ellos, es muy dado a pasar gato por liebre”. Desobediencia, Agustín Squella.

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