sábado, 26 de junio de 2021

Roberto Merino mencionó algo sobre las “huellas temporales” de Honoré de Balzac. El relieve de lo real y material, inscrito en el tiempo. Eso lo asocié de inmediato con la vez que fui a esperar a un amigo en el frontis del Palacio Carrasco. La estatua La defensa de Rodin permanecía ahí, invicta, impasible al galope rabioso de la historia. Contra viento y pandemia. Justo frente a la estatua, divisé otra reliquia, pero una de otro orden: una cabina telefónica. Curioso me acerqué a esta para tomar el auricular y escuchar el uniforme sonido del tono. Me transporté de inmediato, cual Tardis, hacia una época precovidiana e incluso preuniversitaria, cuando llamaba a la pretendida de turno en alguna cabina de Valpo, con la esperanza de acordar una cita. O cuando llamaba a algún compañero de curso para coordinar una pronta junta en la Plaza. Tiempos en que todo se reducía a lo analógico, y en el que la espera criaba la expectativa, llenando cada instante de pleno significado.

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