sábado, 19 de junio de 2021

Por un Valparaíso sin Congreso

Como se sabe, en el lugar del mítico Hospital Deformes de Valparaíso, Pinochet mandó a construir el Congreso Nacional, un impresentable palacio, con el fin de trasladar las oficinas legislativas desde la Alameda santiaguina. Lo hizo, según un amigo, con la clara intención de dejar un legado de arquitectura para cuando cediera el poder. Así también lo afirmó la artista visual holandesa, Eva Olthof, cuya relación con Valpo se remonta a la cinta de Jordi Ivens. "Yo venía de trabajar en una exposición sobre la idea del panóptico, y el edificio del Congreso posee una mirada de panóptico post traumático. Bueno, hay varias cosas en esta ciudad, y en el país, que todavía siguen recordando el período de Pinochet; lo mantienen presente". Estas fueron las palabras de la artista visual sobre la construcción de ese evidente símbolo de poder. El Congreso aún permanece en el puerto siendo el epicentro de la corrupción política chilena durante más de tres décadas. Para aquellos que creían que el legado de Pinochet había terminado, ahí está la prueba material de su equivocación. El Congreso representa, hoy por hoy, la memoria viva del dictador, el arco del triunfo del nuevo orden.

Han sido muchos los intentos de llevarse a esa mole de vuelta a Santiago, de donde nunca tendría que haber salido. Pero, a vista y paciencia de reformadores y beligerantes, continúa ahí impertérrita, alimentándose de los impuestos robados a la gente, para que parásitos burócratas de todos los sectores sigan vampirizando a la población y dirigiendo sus vidas. ¿Se habrán preguntado los presidenciales y constituyentes acerca de este hecho crucial? ¿Lo harán alguna vez? Tengo severas dudas.

Me acuerdo que para el 18/10, a partir de esa insurrección llamada estallido, corría el rumor de que querían extirpar de raíz ese tumor maligno llamado Congreso, contra todo pronóstico. El amigo decía que el Congreso, en cierta forma, rompió con la mística de la ciudad, precipitándola hacia la decadencia en la que hoy está sumida. Según él, sirvió de catalizador para los agentes negativos que de ahí en adelante descuidaron y arrasaron con la vida propia del puerto. Por supuesto, reflejado en el tejido social, en el diseño urbano, pero también explicado a nivel, si se quiere, cósmico, subliminal. Algo habría muerto con el Hospital Deformes: un espíritu, una determinada manera de sentir Valparaíso. En cambio, algo se habría desatado con el Congreso: una sombra, una fosa de bajos astrales.

Conviene visualizar el fin del Congreso, repetía el amigo. Al menos, imaginar su eventual fin. Habría que influir en esa idea mediante egregores que vayan creando una conciencia colectiva con la suficiente entidad para hacer posible esa realidad. De esa forma, y sin el Congreso enquistado en pleno corazón porteño, se abriría la puerta para imaginar otro Valparaíso, uno que retomara sus viejos colores, sus grises, sus atmósferas lovecraftianas, sus Cuevas del Chivato, sus paseos y edificios de corte europeo, su vida turística y portuaria, en suma, su clase, su estilo. Solo imaginen, en el lugar de esa horrible mole, una ampliación de la Plaza O Higgins. Un pulmón verde en el lugar que antes era ocupado por las Cámaras de Diputados y Senadores. Qué distinto sería. Qué digno sería entonces el puerto de Valparaíso sin su principal mal endémico.

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