sábado, 28 de julio de 2018

Cuando venía de Pedro Montt rumbo a Carrera, un compadre venía en dirección opuesta a paso rápido, justo a un lado de una joven que caminaba aún más rápidamente. Se acercó a ella de manera un tanto brusca, pero era para ofrecerle un papel. Parche curita, algún flyer, ni idea. La joven iba nerviosa o acelerada. Saltó sutilmente hacia un lado y se le escuchó decir no gracias de forma seca. Al irse aproximando, se pudo distinguir que lo que ofrecía el compadre eran unos papeles con poemas fotocopiados. Alcanzó a ofrecerlos a un par de transeúntes más, con el ritmo apresurado de hace un momento, sin éxito, tal vez indiferentes ante su imprevisible ademán. Después de eso, me ofreció uno a mí, sin decir mucho, solo balbuceando dentro de su errática promoción la palabra "poesía". Pensé en pasarle algunas chauchas a cambio de ese papel poético, solo para matar la curiosidad. Pero fui tan dubitativo que el compadre interpretó eso como una negativa. Cuando ya me había decidido a comprarle uno de esos poemas fotocopiados, el compadre ya se hallaba a más de una cuadra, continuando con su improvisado mercadeo nocturno. Recuerdo uno de los títulos de un poema, vislumbrado a la rápida. Se llamaba "Extrañeza". Era una especie de soneto bastante irregular. Era tal vez el mismo que le compré a otro loco en un barucho de cumming y que luego le regalé a una cita en un ingenuo intento de ligue trasnochado. El poema era extrañeza.

No hay comentarios.: