sábado, 30 de diciembre de 2017

Se sucedían tres escenas de forma paulatina en el sueño de anoche. En una tenía sexo con una conocida. Un sexo desenfrenado, hasta sofocante, sin palabras. Todo se dejaba expresar entre vaivenes y fluidos. La diversión era en una habitación de madera. Desde la ventana se desprendía un extraño gas de evaporación. La cuestión duró más o menos lo que duraba una película porno amateur, pero todo se sentía demasiado fugaz, incandescente, como el proceso de una estrella agónica. De repente, la mirada se vuelca hacia otra escena. Un pequeño agujero hacia el exterior dejaba entrever que se desataba una suerte de exilio o guerra civil. La calle tenía mucho parecido con el plan de Valparaíso. En específico, Rawson. Toda la gente iba hacia el mercado, huyendo de algo o viajando hacia alguna parte, abandonando el lugar. El cielo era nublado y la sensación era la de estar en los años ochenta. Mientras observaba al gentío huir o viajar, se oían ruidos dentro del agujero, ruidos de algunos agentes desconocidos que intentaban forzar la entrada. En eso la escena se difumina, junto con el pequeño espacio de voyerista, y se conforma otro ambiente, esta vez en la intemperie. Un páramo inclinado, que tenía la forma de algún cerro del interior. Solo unas pocas casas rústicas se dejaban ver a lo largo y ancho del terreno. De repente aparece un gentío bajando en caravana hacia el plan de la ciudad. La huida en sentido inverso era hacia la costa. La amenaza al parecer venía desde el cielo o el destino era hacia el fondo. Un sentimiento apocalíptico lo invadía todo. Siendo arrastrado por el gentío, llego casi hacia la última calle antes de la orilla, y se sucede otra escena. En ella continúo en la habitación, llena de inscripciones ilegibles en las paredes. Desde la puerta entreabierta se alcanzaba a ver lo que parecía una reunión, no recuerdo si de amigos o de visitas. Hablaban de algo seguramente importante, o tan solo de algo anodino para reforzar una camaradería oculta. Acudo hacia la reunión, temiendo que en ella me encontrase con alguien indeseable. Ahí estaba sentada al parecer la mujer del principio, sonriente, complaciente, y más al frente, junto con otros, una suerte de agente, debatiendo un discurso incomprensible, y con la pinta de algún militante o simplemente de algún agitador social. La invitación era abierta. El agente agarraba una silla vacía y la colocaba cerca del borde. En el momento que formo parte de la reunión, y la discusión se va agotando de manera abrupta, el sueño acaba.

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