lunes, 4 de diciembre de 2017

Una montonera de termitas voladoras, a lo mejor a raíz del calor, sobrevuelan la ampolleta encendida de la pieza. Vuelan encandiladas con la luz artificial, abriéndose paso a través de la ventana abierta. Dejo que sobrevuelen un momento. Al hacerlo una de ellas toca la ampolleta y cae. Y así sucesivamente van cayendo una a una tal cual si fuesen pequeños ícaros en decadencia. Ya en el piso, un tanto agónicas, botan sus alas y siguen andando a rastras hacia las sombras. ¿No es esta acaso una metáfora de lo sagrado? ¿No era acaso esa ampolleta un ídolo falso que irradiaba luz pero que mataba al tocarlo? ¿No eran acaso esas termitas voladoras simples feligreses encandilados con la luz, dispuestos a sacrificarse ante su dios y caer en picada contra la madera del mundo? Vacilaba sobre eso, al barrer las alas moribundas de las termitas en el suelo, y su brevísimo culto profano en proceso de desintegración.

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