martes, 23 de agosto de 2016

En la mañana me dediqué a escribir puro material evaluativo para las clases. Guías y pruebas. Todo de desarrollo. Un colega amigo, entre talla, me decía que para qué hacía tanto desarrollo, si al final resulta más pega para ti mismo. Le respondí que, al contrario, resultaba más cómodo hacer desarrollo, porque solo se trata de colocar un texto acorde a la unidad y formular preguntas generales, enfocadas, claro está, a la reflexión más que a la respuesta certera. Recuerdo que, a raíz de eso, dos alumnas me preguntaron si lo que estaba pasando les servía para la PSU o no, que cuando iba a pasar materia "de verdad" para la prueba. Dejaban entrever que todo lo que se hacía en clases debía estar en función de rendir una buena PSU, como lo quiere nuestro célebre sistema. No parecían, de ese modo, muy entusiastas con nada que excediera ese propósito mayor. Es la idea todavía predominante sobre la escuela como antesala a la vida laboral, una antesala a ratos macabra para algunos, y a ratos fantástica para otros. Como debe ser en un "país de oportunidades". Para no desanimarlas, simplemente les hice saber que la materia venía después. Que después tendrán su dosis exquisita de condicionamiento clásico. Que lo primero era hallarle el "por qué" a la unidad. Incluso a punta de luchar contra "la paja" que se adhiere al espíritu (y que uno mismo todo el tiempo padece). Hallar eso que no se evaluará en ninguna prueba, que incluso tampoco podrán descubrir a lo largo de su vida, ni con una carrera sólida ni con un trabajo soñado, sino que solo lo encontrarán si dejan atrás sus ilusas expectativas y, en un momento de vacío, se atreven a pensar solo por la libertad gratuita de hacerlo.

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