miércoles, 9 de marzo de 2016



Un ex compañero hablaba sobre lo terrible del asesinato de la joven colombiana por parte de su pololo. Lo interesante es que no se refirió precisamente a la implicancia femicida del crimen (como todos lo han hecho) sino que al hecho de que hayan matado a una mujer tan bella. Una respuesta incorrecta a nivel mediático pero completamente honesta, visceral. Si no hubiera querido herir susceptibilidades, debería haber dicho que no importaba que fuera bella y que fuera colombiana, que fue un grave femicidio de todas formas. Que merecía respeto no por ser una hermosura ni ser de otro país sino que por ser simplemente persona. Entonces ya esa respuesta no hubiera tenido el mismo ímpetu. La hubiera adecuado al formato políticamente correcto de la red social. Le hubiera restado espontaneidad. En calidad de hombre también pensé lo mismo que el compadre ¿Y por qué no? ¿Qué motivos pudo haber tenido el pololo para cometer semejante estupidez? ¿Para no valorar a quien tenía a su lado? Nada justifica un asesinato de esa naturaleza, pero al tratarse de una relación de personas desconocidas, nuestro sentido de empatía no es inmediato y parte por identificar la situación de la pareja con la nuestra. Entonces como hombres decimos: ¡Maldito pololo por haber matado! ¡Pobre jovencita por haber estado en manos equivocadas! Aludimos a nuestra propia experiencia y en una situación hipotética imaginamos que si la jovencita hubiera sido nuestra polola no habría pasado eso. Porque siempre a los ojos del horror nos imaginamos más buenos de lo que somos. Porque incluso somos capaces de falsear la realidad para cumplir nuestro más fuerte deseo. Y decimos finalmente ¡Tanta belleza desperdiciada y echada al río de manera fría, como si fuese basura , y uno tan anhelante de algo como eso!

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