jueves, 31 de octubre de 2024

Panegírico a "la noche de los muertos"

A esta hora, se escucha a algunos chiquillos repetir el clásico “dulce o truco”. Lo hacen de manera entusiasta, coral. Se alcanza a ver a uno con el disfraz del Guasón y a otro con una capa negra y un par de cachos. Podrá parecer una travesura inocente, pero la verdad, carísimo lector(a) es que hay un secreto detrás de todo.

En el Halloween de hoy en día existe un pacto simbólico que se resume en la pregunta: ¿truco o trato? Se puede traducir también como “dulce o truco”. Los niños que recorrieron las calles, vestidos de diferentes personajes oscuros, la repiten puerta a puerta, haciendo suyo el enigma. Quien recibe a los niños, debe enfrentarse a la pregunta como Edipo se enfrentó a la esfinge, o como el incrédulo se enfrenta a una proposición extraordinaria, fuera del orden conocido por su limitado reducto.

En el mundo celta, los sacerdotes y sacerdotisas eran los que recogían las ofrendas por las casas, y posteriormente, aparecieron otras personas disfrazadas que se hacían pasar por los espíritus, para recibir toda clase de ofrendas en su nombre. Incluso se dice que personificaban a los espíritus del invierno que exigían una recompensa a cambio de un buen augurio.

El truco o trato, el “dulce o truco” repetido por aquellos niños refleja un diálogo entre el mundo visible y el invisible, entre la casa que representa la zona segura, nuestro terreno firme, y lo que aparece afuera de ella; algo que, de alguna u otra forma, escapa a nuestro control y nuestra comprensión. Así, la puerta de la casa se vuelve un umbral hacia lo desconocido, una invitación a lo oculto. El umbral representa la frontera límite entre los mundos. Como decía Mircea Eliade: “el umbral es, a la vez, el hito, la frontera que opone dos mundos. Son muchos los ritos que acompañan al franqueamiento del umbral doméstico”.

Desde lo simbólico, nos habla de la voluntad de pactar con aquellos espíritus extraños dándoles un pequeño tributo. Ese tributo serían los dulces, parte del rito para apaciguar a lo espíritus y canalizar su energía. Aun en el contexto desacralizado, descafeinado y comercial del Halloween actual, este gesto tiene un significado profundo, uno ritualístico, remanente de las viejas tradiciones, en donde el sacrificio era necesario para restablecer el orden y no sucumbir ante el caos que sucede a la realidad.

Para la psicología profunda, la interacción en el umbral entre el truco y el trato reflejaría el proceso interno de negociación con la sombra. El trato simboliza la integración consciente de lo oscuro en nuestra psique, entiéndase por “lo oscuro” nuestros miedos arraigados y nuestros deseos reprimidos, muy al fondo en el sótano de la mente. El truco, en cambio, encarna la manifestación de la sombra en nuestra vida cotidiana, su carácter disruptivo. Como señalaba Carl Jung: “Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.

Así que cada vez que vea a algún niño o niña chica por las calles, repitiendo aquella fórmula a viva voz, resguardados por sus padres, de noche, como pequeños monstruillos, piense en cada uno de estos elementos, banalizados por la mercadotecnia y el dogmatismo de ciertas doctrinas. Vea una buena película de terror o lea un buen cuento de misterio y suspenso y disfrute la velada, sin miedo, invitando a los espíritus en son de paz, para sumarse a la fiesta.

lunes, 28 de octubre de 2024

Penumbra de provincia: Veritas Omnia Vincit

"¿Quién te trajo? ¿Qué impulso misterioso
Te arrojó a mi camino? ¿Qué potencia
Infernal te mostró mi obscura vida
Y te dijo: Ahí está, tómala y hiérela?"

Implacable, Amado Nervo.


El sonido de las teclas resonaba en la pequeña habitación. Ángel se sumergía en el fondo de su nueva novela. Sin embargo, aquella noche, las sombras del pasado le arrojaron un oscuro velo.

Mientras Ángel escribía, una llamada lo interrumpió. La voz al otro lado del teléfono, áspera y urgente, era la del inspector Galindo, un viejo conocido de los días en que Ángel realizaba periodismo de investigación.

—Ángel, necesito que vengas a la comisaría. Hay algo que necesitas ver —dijo el inspector, con tono grave.

Intrigado, Ángel se apresuró a vestirse y salió al centro. Al llegar a la comisaría, el inspector lo condujo a una sala donde había un tablero repleto de fotografías y documentos. Entre las imágenes, Ángel reconoció a una mujer que lo dejó sin aliento: Miranda

—¿Qué está pasando, Inspector? ¿Por qué tiene fotos de ella aquí? —preguntó Ángel, exaltado

El inspector le explicó que Miranda, la mujer de la foto, estaba siendo investigada por un crimen ocurrido en misteriosas circunstancias. Las sombras de la tragedia se cernían sobre la ciudad y Ángel se encontró atrapado en una red de intrigas que amenazaban con desentrañar su propio mundo.

Decidido a descubrir la verdad detrás del crimen, Ángel se sumergió en la investigación, desentrañando los hilos de un oscuro pasado que había guardado celosamente. Cada rincón se convirtió en una pista, y cada rostro conocido se volvía sospechoso.

Entre calles adoquinadas y callejones sombríos, descubrió conexiones entre la vida de Miranda y oscuros secretos que se remontaban al período previo al 18 de octubre de 2019.

El misterio del crimen se entrelazaba con la trama de su propia novela, y mientras las sombras del pasado se disipaban lentamente, Ángel comprendió que la verdad podía ser más oscura y retorcida de lo que jamás hubiera imaginado.


Esa misma noche, el inspector Galindo, tras seguir una pista relacionada con el pasado de Miranda, descubrió el cuerpo de un hombre desconocido. El rostro estaba machacado, y un papel arrugado con un mensaje críptico yacía cerca de la escena del crimen.

El mensaje decía: "Veritas Omnia Vincit".

Ángel y Miranda, ajenos al descubrimiento del inspector, continuaron su búsqueda personal.

Días después, mientras Ángel seguía explorando pistas entre versos y anotaciones de sus libros, el inspector Galindo llamó a su puerta. La expresión seria del inspector y su tono grave indicaban que la verdad que ambos amantes temían enfrentar había llegado.

—Ángel, necesito que vengas a la comisaría. Hay algo que debemos discutir —dijo el inspector, consternado.

En la comisaría, rodeados de fotografías y documentos, Ángel y el inspector se enfrentaron a una revelación impactante: el hombre asesinado era un antiguo editor de Miranda

...

Miranda soltó una risa amarga, como si la ironía de la situación se desplegara ante sus ojos.

—Ángel, siempre fuiste un espectador, un observador inocente que creía en la magia de las palabras. Pero Valparaíso no es lo que crees-.

El detective intervino, tratando de desentrañar la verdad ante la acusación.

—Miranda ¿qué quiere decir? ¿Cree que Ángel fue testigo directo, o algo así? Explíquese. 

Ella se levantó. La expresión en su rostro revelaba una mezcla de dolor y determinación.

—Ángel ha sido testigo de lo que Valparaíso quería que viera. Pero, al igual que yo, ha sido manipulado por fuerzas que ninguno de nosotros comprende-, afirmó Miranda.

Ángel también se levantó, desconcertado. -No, no puede ser, es imposible. Muéstrame que no es verdad. Que todo lo que has dicho en todo este tiempo no es más que una invención de tu alma enferma. ¡Dilo!-, exclamó.

...

La tensión se apoderó de la sala de interrogatorios. Ángel y Miranda se encontraban frente a frente, pero el abismo entre ellos era más profundo que nunca. La sala estaba iluminada por la fría luz de un único foco.


Ángel miró a Miranda fijamente. Cuando se sumergió en su inmensa mirada y en su sonrisa irónica, supo que había llegado al punto de no retorno, a ese punto que siempre temió en sus evocaciones poéticas.


El detective los observaba desde la esquina de la sala, con una expresión impasible. El silencio pesaba como un lastre, interrumpido solo por el sonido metálico de unas cadenas afuera, en el pasillo.


—Miranda, Miranda, no puedes seguir negándolo. Habla ya—dijo Ángel. Su voz resonó con una mezcla de dolor y determinación.


Miranda desvió la mirada. Sus ojos evitaron encontrarse con los de Ángel. ¿Cómo volverlo a mirar a la cara, después de todo lo ocurrido? De un momento a otro, ante la presencia inquisidora del detective, Miranda lo enfrentó.


—Tú deberías saber perfectamente todo—dijo Miranda, desafiante.


El detective interrumpió la conversación, llevando consigo la frialdad de la ley.


—Ángel, tenemos pruebas que sugieren que tú y Miranda han estado involucrados en un asesinato y todo indica que ustedes se encuentran en el epicentro de todo-.


Ángel apretó los puños, luchando contra las emociones que rugían en su interior. No quería delatarlo, pero no podía evitarlo. Era demasiado el odio, la rabia contenida. Miranda adivinó el gesto de Ángel, y su expresión se volvió hermética.


Un par de noches atrás, en un rincón de la ciudad, próximo al bar donde solían juntarse para asistir a las viejas lecturas de poesía, un carabinero de civil descubrió el cuerpo de un hombre desconocido. Se apersonó el inspector Galindo a la escena del crimen y dio con un papel arrugado con un mensaje críptico, en el bolsillo derecho del pantalón del occiso.


El mensaje era una frase de Louis Ferdinand Celine. Decía: "Mi corazón, ese conejo tras su pequeña reja de costillas, agitado, encogido, estúpido". Pertenecía a Viaje al fin de la noche.


Galindo no había leído nunca a Celine, pero esa frase lo dejó intrigado. Ya tenía a dos sospechosos. Esa pista literaria podía decirles algo. Podía, incluso, conmover sus corazones y, de paso, sus consciencias.


Ángel y Miranda, luego del interrogatorio, continuaron en su búsqueda personal, ajenos al descubrimiento del inspector.


Días después, Ángel seguía debatiéndose en su habitación, en un ejercicio autocomplaciente, tratando de analizar los pasos que lo llevaron a enredarse en este fatal evento. Mientras eso sucedía, Miranda buscaba la forma más sutil y serena de salir bien librada.


Una noche, el inspector Galindo volvió a llamar a la puerta de Ángel. La expresión seria del inspector y su tono grave sugerían que había avanzado en su investigación, lo suficiente como para decidirse a llamarlo de regreso.


—Ángel, necesito que vengas a la comisaría. Hay algo que debemos discutir —dijo el inspector. Ángel lo acompañó, angustiado, con premura.


En la comisaría, se encontraba Miranda. También había sido llamada. Estaba sentada a una mesa rodeada de fotografías y papeles.


- ¿Reconoce a este hombre? -, preguntó el inspector. Se refería al hombre asesinado. Miranda miró directamente a Galindo, y con un tono tranquilo se dirigió a él.


-Sí, claro. Era Salvador, mi amante-, dijo.


Ángel quedó impactado. Recordó aquella visión en que quedó medio muerto de un golpe en la cabeza y veía cómo Valparaíso se derrumbaba a pedazos. Visiones de aquella pareja misteriosa del pasado, aquella pareja enfrentada hasta la muerte.


—Miranda, ¿Es cierto? ¿Por qué lo ocultaste? ¿Qué es lo que tramas? — le preguntó Ángel, desesperado.


- ¿Recuerdas aquellos versos que me leíste? ¿Aquel libro? ¿Tiene que ver con nosotros? -, volvió a preguntar.


Miranda finalmente alzó la mirada, y en sus ojos se reflejaba la noche de un secreto.


—Ángel, hay cosas que nunca sabrás entender. Por eso dejé que lo descubrieras. No quería contártelo-.


Miró al inspector, cigarrillo en mano, y luego volvió la mirada hacia Ángel.


-Entiende que hubo algo real entre nosotros. Pero el amor es impredecible. A veces, el precio del amor es enfrentar la verdad, incluso si esa verdad significa hundirnos para siempre.


La sala de interrogatorios quedó sumida en un silencio denso. La sombra de una ruptura se volvió una conspiración. La visión onírica de aquellos poetas deseándose la muerte luego de haberse amado con locura se volvía el reflejo fatal de la traición.


¿Quiénes eran? ¿Por qué afectaban sus vidas? La narrativa invencible de aquel crimen se volvió una elegía nocturna para los interrogados, superando el velo detrás de sus pretenciosas palabras. Nada podían hacer ante la ominosa barbarie del corazón, volviendo un mito su propia historia.


domingo, 27 de octubre de 2024

Caso Monsalve: el sentido de la verdad y el poder de la ficción.

Más allá de las circunstancias del caso Monsalve, que son materia de estricta investigación judicial, resulta increíble su efecto en el terreno político, es cosa de leer las declaraciones de los agentes del oficialismo al respecto, y las férreas críticas de parte de la oposición.

No quisiera hacer un comentario sobre un tema que copa la agenda pública y que ya está sobresaturado, demasiado relevante, aunque también, en exceso trivializado, al punto de convertirse en un meme o en materia de cahuín digital. Antes bien quería remarcar un hecho no menor: la capacidad de los hechos para producir relatos, o la creatividad inusitada de los relatos para representarlos, por medio del aparato discursivo.

En esa maraña de relatos, el significado de la verdad figura difuminado, (¿existirá algo como la verdad, independiente de la verdad jurídica, en este punto?), por lo que su búsqueda, para el interesado, resulta una tarea titánica, si no dantesca, dado el escenario político nacional y global.

En ese proceso de búsqueda, se puede caer en tergiversaciones manipuladoras, en miradas obtusas, pero también en figuraciones que van un poco más allá de lo evidente. Es ahí en donde entra el papel de la ficción como mecanismo generador de sentido, el terreno donde todo puede ser posible, en la medida que pueda ser ficcionalizado.

Por ejemplo, el otro día, un compadre me comentó una posible trama conspirativa a raíz del tema: la posibilidad de que lo de Monsalve pueda convertirse en un thriller político con toques de terror, en donde el elemento de discordia sea precisamente el pisco sour. Una vieja disputa sobre la nacionalidad peruana del trago saldría a flote con el caso, con efectos geopolíticos y consecuencias dramáticas para todos los personeros involucrados.

A los agentes de la ley y a los investigadores les compete el esclarecimiento de los hechos, para, al menos, llegar a cierta certeza, más allá de toda duda razonable, sobre todo en cuestiones relativas a crímenes. A nosotros, en cambio, y sobre todo a nosotros, los creadores, los analistas de la realidad, no nos queda más que la lectura razonada de la situación y su efecto para el estado país, además de otro argumento para su recreación a través del aparato de la ficción, lo que, a la larga, le permitirá a la narrativa sobrevivir a lo anecdótico, trascender el tiempo; y a la verdad, no darse de inmediato por zanjada.

sábado, 26 de octubre de 2024

Artaud y Arenas: los renegados del surrealismo

A cien años del Primer manifiesto surrealista escrito por André Bretón (1924), con el cual se consolida el surrealismo como vanguardia, urge rescatar a un par de voces que, en un principio, formaron filas en dicho movimiento o bebieron de sus fuentes para luego desmarcarse y seguir una senda propia. Conocido es el nombre de Antonin Artaud, quien ingresó al Círculo Surrealista en 1924. Su aporte fue decisivo al indagar en un “nuevo orden pasional” que recobrara en el hombre su voluntad poética.

Para Artaud, la poesía era una forma de conocimiento y de búsqueda interior. Veía en el surrealismo una posible respuesta de la libertad literaria, que se traduce finalmente en la libertad de consciencia, en la libertad humana.

El cisma definitivo se dio tres años después de su ingreso al círculo, en 1927, cuando Artaud publicó A plena noche o el bluff surrealista, en el cual explicó las razones de su divorcio con la vanguardia. Básicamente, se trataba de su renuencia a unirse a las filas del Partido Comunista Francés y, peor aún, de trasvasar la revolución poética, aquella “metamorfosis de las condiciones internas del alma” a la revolución política desde una estricta y doctrinaria mirada comunista y marxista.

“El surrealismo ha muerto” —dijo— al abrazar la realidad y “olvidar el deseo”. Al supeditar los principios surrealistas a la causa de la Revolución, Artaud constató que sus antiguos camaradas habían traicionado el verdadero fin del surrealismo. O es que, quizá, el surrealismo nunca fue lo que pretendió ser, realmente. “La belleza será convulsiva, o no será”, decía Bretón, y todo indicaba que, más bien, era: “La belleza de la Revolución será convulsiva, o no será”.

“De hecho, ¿Hay todavía una aventura surrealista? ¿No murió el surrealismo el día en que Breton y sus adeptos creyeron que debían unirse al comunismo y buscar en el dominio de los hechos y de la materia inmediata, la culminación de una acción que normalmente solo podría desarrollarse en los entornos íntimos del cerebro?”, sentenció Artaud, contundente, asqueado del galopante materialismo dialéctico de sus antiguos compañeros que no entendían que la poesía, verdaderamente, estaba en otra parte, no en el campo dialéctico del poder.

El otro renegado del surrealismo es, orgullosamente, chileno. Se trata de Braulio Arenas, escritor reputado y vilipendiado por partes iguales, que, en su tiempo, también adhirió a la poética surrealista. En 1938, junto a Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa y Jorge Cáceres, fundó el grupo surrealista La Mandrágora. Se consideraban dignos herederos de Huidobro, por ende, del creacionismo. Se proponían “buscar lo desconocido y penetrar en el misterio”, premisa que indaga en una búsqueda interior, muy similar a la propuesta por Artaud.

Un hecho muy provocativo marcaría para siempre la reputación de Arenas. Durante un homenaje a Pablo Neruda en el salón de honor de la Universidad de Chile, el poeta se levantó e, imbuido de un carácter rebelde, enfrentó al famoso vate, le quitó de la mano su discurso y lo rompió en su cara. En ese momento todos quedaron paralizados. Se encontraban además los otros integrantes de la Mandrágora. Tras el incidente, Teófilo Cid y Gómez Correa fueron expulsados del salón, por los miembros de las Juventudes Comunistas que organizaron la ceremonia.

El poeta Arenas había hecho carne el lema surrealista: “escandalizar a la burguesía”, pero llevado a otro nivel. ¡Había enfrentado a una vaca sagrada! Neruda, quien llegaría a ser amigo de los surrealistas Paul Éluard y Louis Aragon. ¡Tremendo sacrilegio! Un poeta chileno envalentonándose con otro poeta amigo de los poetas franceses. Surrealismo a la chilena, en estado puro. La choreza será convulsiva o no será.

—No hay surrealistas en Chile —fueron las duras palabras de Elisa Bindhoff, la viuda de Breton, pronunciadas muchos años después, cuando Arenas llegó a París buscando al padre fundador del surrealismo. ¿Realmente no había surrealismo en Chile? ¿Y qué fue entonces de la Mandrágora? El peso de la realidad de los hechos y de la propia tradición literaria les detuvo el automatismo psíquico. ¿Qué fue de Braulio Arenas? Acabó siendo relegado de todos los círculos, tras su desafío al olímpico Nobel de Literatura.

Quien apoyara la causa allendista, durante el gobierno de la UP, luego se volcó en favor del Régimen Militar, dedicándole incluso un himno a la Junta, llamado “Chile es así”: "Era la angustia por doquier,/ era el hampón y era el terror,/ el tribunal al que se dio/ falsa etiqueta popular (…) / Chile es así:/ no tiene nada que ocultar,/ aquí no hay Muro de Berlín". ¿El surrealismo de Arenas acabaría por avivar el fuego amigo? Fueron estos hechos los que marcaron para mal la reputación de Arenas en el medio literario. Gonzalo Rojas, uno de sus más amigos, le escribió unos versos: "Dios pronto le dé ese Premio / Nacional a Braulio y el de Estocolmo si es posible / para que acabe de una vez / con su rencor de payaso pobre".

Lo realmente surrealista pasó años después, en 1984. Contra todo pronóstico, y pese a la “mala leche”, Braulio Arenas recibió el Premio Nacional de Literatura de parte del mismísimo Pinochet. Esa pura anécdota catapultaría para siempre su imagen a la sombra del circuito literario dominante, más afín a la izquierda política. ¿Será que al aceptar ese Premio Nacional había sucumbido a la tentación del poder, traicionando los propios principios surrealistas? ¿O, en realidad, al ser galardonado por el principal enemigo de sus antiguos camaradas, estaba propiciando el cisma dentro de su propio nicho ideológico, “escandalizando” a sus propios compañeros, desafiando el horizonte de sus consciencias, volviéndose, a propósito, un paria, un sujeto incómodo, “cancelable” (de acuerdo al prisma vigente) para inaugurar con eso su poética surrealista definitiva: la poética de la discordia?

Tal vez, con ese gesto, Arenas estaba demostrando, a su manera, un espíritu similar al de Artaud: un gesto de repulsa. A fin de cuentas, su renuencia a dejarse encasillar los hizo encarnar un auténtico surrealismo, un surrealismo sin militancias definidas, un surrealismo abocado por completo a la libertad de la consciencia, a toda prueba y a rajatabla. En definitiva, los verdaderos traidores, los verdaderos asesinos del surrealismo fueron los que lo sometieron al mundo de los hechos y al terreno de la sucia política.

Como mencionó Enrique Gómez Correa, citado por Stefan Baciú: “La misión de la poesía es difícil. Ella no se mezcla con los acontecimientos de la política, con la manera como se gobierna un pueblo, no hace alusión a los periodos históricos, a los golpes de Estado, a los regicidas, a las intrigas de cortes. Ella no habla de las luchas que el hombre emprende y, solo por excepción, con él mismo, sus pasiones”.

“Manteneos puros, libres de todo compromiso, de toda contaminación. Buscad lo desconocido. Penetrad en el misterio”.



La matriz político ideológica del mainstream literario es progresista. Urgen voces en una línea diferente.

Teleféricos en Valpo

Uno de los candidatos a alcalde de Valpo dijo en su campaña que avanzará hacia la creación de teleféricos. Ya se está avanzando en un anteproyecto por el Ministerio de Obras Públicas. El primer recorrido está establecido entre el puerto y Placilla. Sería una idea vanguardista para mejorar el desplazamiento y descongestionar el tráfico, además de contar con una increíble vista panorámica repleta de vértigo. Esperemos que el próximo alcalde, mientras tanto, se ponga las pilas con el rescate de los ascensores históricos, demanda urgente de los vecinos, y remodele por completo el plan de la ciudad tras su deterioro progresivo. Una manito de gato en los cerros, reviviendo sectores patrimoniales, tampoco vendría mal.


viernes, 25 de octubre de 2024

Enrique Gómez Correa, Testimonio de un poeta negro (fragmento)

"Toda idea contemporarizadora del bien debe ser eliminada. Las doctrinas, el mundo total de las ideas hasta ahora conocidas, debe ser arrastrado al más absoluto descrédito. Se pondrá toda idea, aún la más querida, al alcance de este fuego cegante hasta que ella no sea sino un mero fósil. El espíritu deberá ser liberado por primera vez de toda servidumbre intelectual. Será preciso tener la valentía y la generosidad del corazón y del cerebro para sobrevivir a este vendaval que habrá de arrastrarnos a la Edad de Oro del pensamiento. No habrá nunca más dualidad ni primacía entre el instinto y la razón. El pro y el contra se habrán definitivamente abolidos. El destino del pensamiento humano estará en esta aventura." Enrique Gómez Correa, Testimonio de un poeta negro. Enrique Gómez Correa, uno de los fundadores de la Mandrágora, primer grupo surrealista en Chile.

jueves, 24 de octubre de 2024

Fábulas infantiles

 Textos escritos hace muchos años. Mi incursión en la narrativa de fábulas con orientación "infantil".


La Liebre y el Topo


La Liebre saltó dos veces y cayó en un agujero. Al verse toda sucia de barro, la Liebre traviesa empezó a sacudir su cuerpo, con sus patas y manos, provocando un gran revuelo en la madriguera.

- ¿Qué estás haciendo? -, le gritó, furioso, un Topo.

- ¿No te das cuenta que estás ensuciando mi casa? -.

- ¡Ay! disculpa. Por favor, disculpa-, le dijo la Liebre, muy nerviosa.

–No fue mi intención estropear tu casa y ensuciar tus muebles-.

El Topo estaba mudo y golpeó la cola contra la alfombra, en señal de impaciencia. Luego, empezó a recorrer la habitación, ordenando los muebles que habían quedado dispersos. La Liebre, entonces, le dijo que le ayudaría. El Topo no dijo nada, muy enojado.

Pasó un buen rato en que los dos animales, enfrascados en barrer y limpiar toda la madriguera, ni se miraban ni se hablaban. Tan ocupados y ensimismados estaban en su propia diligencia, que solo se escuchaba el sonido del trajín.

- ¡Ya está! -, exclamó la Liebre de pronto. –Todo volvió a su orden-.

- ¿Y cómo lo sabes? -, replicó el Topo. –Tú no vives aquí-.

–La otra vez que caí aquí, esta mesa amarilla estaba en el rincón de allá, y los sillones rojos al lado de aquella puerta-, dijo certeramente la Liebre.

- ¡Ah! tú estás equivocado. Ese es el orden de otra casa-, replicó el Topo.

- ¿Otra casa? -, preguntó la Liebre, muy sorprendida. –Entonces ¿Cuántas casas tienes?

–Mmm… muchas-, respondió el Topo, misterioso. -… más de una-.

–Pero ¿Cuántas exactamente? -, le preguntó, majadera, la Liebre, ansiosa por saber.

–No te lo diré, porque si te lo digo, tendré que decirte donde están, y si sabes dónde están, tendré que limpiar muchas veces y muchas veces más, donde yo vivo-, respondió, un tanto triste y cansado el Topo.

Luego, caminó unos pasos y se arrellanó en el sillón.

La Liebre asomó su cabeza blanca por el agujero de la madriguera.

–No vaya a ser cosa que venga otro como yo, y vuelva a caer de nuevo-, pensó para sí. Y confeccionó un cartel que decía algo así como: “cuidado con el hoyo”. Escrito con tan mala letra que parecía decir: “cuidado con el ojo”.

Mientras tanto, el Topo se había quedado dormido. Como era su costumbre, comenzó a hablar en sueños:

-1, 2, 3… 6, 7, 8… 12, 13, 14…-, murmuró. –Nunca podré terminar, y la comadreja malvada entrará en mi hogar-.

La Liebre, al regresar a la madriguera, había escuchado al Topo hablar en sueños.

–Está profundamente dormido y algo parece decir-, dijo la Liebre.

-Cuenta y cuenta y a algo parece temer. ¿Cuántas casas tendrá? -.

El Topo, que ya empezaba a despertar, agitó sus manos y patas rápidamente en el aire.

- ¡Ah! de nuevo. ¡La comadreja! -, dijo el Topo, despertándose de improviso.

–Esta criatura quiere invadir mis casas y llevarse mis cosas-.

- ¿De qué criatura hablas? -, preguntó la Liebre.

–De la comadreja. Quiere robar las cosas de mis casas-, respondió el Topo.

- ¿Qué estuviste haciendo mientras dormía? -.

–Te hice un cartel para que nadie vuelva a caer en tu casa-.

La Liebre le mostró al Topo el cartel que había colocado en la entrada de la madriguera.

- ¿Qué es esto? Está mal escrito el mensaje. Ahora que me acuerdo ¿Dónde está tu bulto de zanahorias? -.

–Al venir hacia acá, se me cayeron al río-.

–Yo tengo la solución a tu problema. En mi baúl tengo unas cuantas zanahorias que puedes escoger-.

–Y yo tengo la respuesta a tus pesadillas. Descuidado en el andar seré, pero un gran amante de la vida soy, y es que la solución a tu problema es la construcción de puertas, que impedirán la entrada de la comadreja-, señaló muy satisfecha, la Liebre.

Así, el Topo le miró, con rostro misterioso y se pusieron a trabajar con madera del bosque que alguien dejó de más, mientras la Liebre observaba con extrañeza lo que solía ser un simple agujero opaco, sin salida.

Al tiempo que ambos animales seguían en lo suyo, la presencia de una criatura se dejó asomar al fondo del bosque, un pequeño carnívoro de cuerpo alargado y de mirada penetrante.

-Llegó la hora-, dijo para sí. -Hogar, dulce hogar-.




La flor de Karín


Hacía rato que las mariposas se encontraban esparcidas como gotas multicolores sobre las hojas y ramas de aquel charco gris y pantanoso. –Vámonos, vámonos-, le gritaban sus semejantes. –Se está haciendo de noche y debemos volar mucho para llegar a casa-, volvieron a repetir. –No, no quiero irme a casa. Ya que esta flor es mía. Y solo mía. Váyanse ustedes, yo los alcanzo luego-, les dijo la terca Karín.

Efectivamente, la flor del zarzal que había embrujado a nuestra amiga, era muy hermosa y olorosa. Era única, parecía brillar como luciérnaga en medio de tanta monotonía.

- ¡Qué terca es Karín! Nos tendremos que ir sin ella, ya que está alienada por esa flor-, dijeron sus compañeras.

- ¡Ahora sí que nos vamos!, gritaron fuertemente en coro.

–Tendrás que volver sola y muy luego, ya que se está obscureciendo rápidamente-. Volvieron a replicar. Y dando media vuelta, emprendieron su colorido vuelo a casa. Muy lejos de ahí, cerca de la primera catarata junto al volcán.

Cuando ya se esfumaban en el horizonte celeste, un gran resoplido movió las hojas que estaban cerca de la mariposa. - ¿Qué es eso? ¿Quién anda por ahí? -, preguntó asombrada Karín. Luego de un corto silencio, otro resoplido. Y luego otro, y luego, otro más. De repente, abrió sus alas, con un gran bostezo, Tolón, el murciélago. Colgado de una rama, se desperezó, apartando de su cuerpo todas las hojas que habían caído durante el día.

–Mmm… qué linda flor me he encontrado-, dijo entusiasta el murciélago. -Hoy será un gran día para mí. Estoy de suerte. Comencé con un colorido regalo-.

El murciélago se aprestó a tomar la flor del zarzal, volando de manera veloz.

- ¡Ah!... ¿Qué pasó? -, exclamó sorprendido - ¿Qué acaso las flores vuelan? -.

- ¿Qué estás haciendo? Pájaro endemoniado-, le gritó furiosa Karín.

–Estoy tomando lo que es mío-, repitió exaltado, el murciélago.

–Estuviste a punto de hacerme daño, pajarón-.

–No me interesa si te hice daño. Solo quiero mi flor-.

–La flor es mía y solo mía. Yo la vi primero-.

–Nada de cuentos, mariposita. Esta flor es para mí-.

–Tú no te mereces esa flor, ratón volador ¡Eres feo y repugnante! En cambio, yo soy bella y estoy a la altura de esta flor-.

Tolón, un tanto humillado, se quedó enganchado en una rama patas arriba y, en silencio, por un largo rato, no dijo nada. La mariposa, por su parte, agitaba sus alas casi transparentes. Dio un vuelo rápido por el contorno del pantano y se quedó parada sobre un promontorio.

–No podré llevarte a mi casa-, dijo algo pensativa.

-Por un lado, estás fija al pantano y no puedo cortar tus raíces; y, por otro, se ha hecho demasiado tarde-, agregó abatida.

Mientras tanto, el murciélago, receloso, miraba y miraba, sin decir una palabra. Se diría que se había convertido en estatua, por lo inmóvil de su posición. Solo, de vez en cuando, movía sus grandes orejas, apuntándolas hacia la flor. Luego, dejándose caer de la rama, voló hacia la flor y la olisqueó, para después perderse entre las ramas de los árboles.

-¡Bah! se fue el ratón alado-, dijo displicente Karín, observando cómo las hojas caían tras el vuelo del murciélago.

–Ahora sí que es enteramente mía y solo mía-, dijo enamorada y se desplazó confiada hacia la flor.

Karín comenzó a frotar sus transparentes y coloridas alas, dejando una película multicolor sobre sus pétalos.

-¡Ilua!-, bostezó de pronto. -Qué cansada estoy. Me siento igual que el feo murciélago-. Abatida, la presumida mariposa desplegó sus alas como queriendo abrazar a la flor. Luego, Karín se hundió lentamente, en un sueño sin fin.

Entretanto, Tolón venía volando de vuelta, en medio de hojas y ramas oscuras. El murciélago había dado varias vueltas al frondoso bosque. Recorrió abetos, abedules, álamos, alerces, y cuánto hay de árboles y jardines naturales y matinales, que se multiplicaban por toda la fértil y espléndida naturaleza.

–Nada. No he encontrado nada tan bello como esa flor-, dijo, decepcionado, Tolón.

Antes de llegar al pantano, el murciélago miró al cielo y se percató que estaba próximo a llover.

–Huele a húmedo. Habrá tormenta-, aseguró, y se guareció bajo las gruesas hojas de un romero, sin perder de vista la flor.






El pingüino




Había una vez un singular pingüino. Él era diferente al resto por poseer una larga cola amarilla. Le creían un fenómeno, pero él se pensaba un prodigio de la naturaleza, una helada maravilla.

Un día, mientras él nadaba en las aguas congeladas de su hábitat, oyó algo muy extraño. Era como el quejido de un ave. Entonces acudió a ver qué pasaba. Efectivamente lo era, aunque no parecía ser un pingüino.

- ¿Eres de nuestra raza? -, le preguntó.

-No. Sígueme-, le respondió el ave.

De esta forma, siguió a la extraña ave, a pesar de no conocerla, cuando ella despegó de súbito en dirección al oeste.

Parecía que mientras más avanzaba, más calor sentía. Era todo un camino hecho de fundición cristalina con rastros de arena. El ave iba cada vez más rápida y el pingüino se sintió fatigado por la aproximación hacia algo que no le era familiar. Ya casi no veía nada; es más, no distinguía absolutamente nada. Así miró hacia el ave fugaz para oír lo que decía a lo lejos, pero el ave ya no se encontraba allí donde sus ojos se posaron. El pingüino tenía ganas de retroceder, pero no podía, no había caso. Siguió su camino, ciego, como dejándose llevar por un escalofrío o un presentimiento. Halló una luz resplandeciente. Era como un Sol.

-Esa debe ser la salida-, replicó, y corrió a ella. Luego empezó a dormirse de pie.

Abiertos los ojos, el pingüino se encontraba en un lugar vasto, vacío. Hacía calor, sensación que a nuestro amigo le producía náuseas y una sensación de aislamiento terribles. Se distinguían en el ambiente seres inertes, de colores muy vivos y multiformes. Había materia en fragmentos, por todo el suelo. Era un extraño mundo para el pingüino. Un mundo el cual todo su ser no podía comprender.

Caminó lentamente, curioso y cansado. De repente, vio una larga cola que sobresalía desde el suelo de materias. La olió y se escuchó un quejido. Apareció una criatura, con largos pies, nariz alargada, con bigotes, dientes y grandes ojos.

- ¿Quién eres? -, preguntó el pingüino.

-Ten más cuidado, extraño buitre. ¡Yo soy una rata! -, dijo la criatura.

- ¡¿Una rata?!-.

–Sí, yo soy una rata, y tengo unas patas largas para...-.

- ¿Para qué? -.

–No te puedo decir, buitre. Es un secreto muy secreto. Es tan secreto que hasta a mí se me olvida-.

-Bueno, rata. Hasta pronto. Seguiré mi camino por este lugar-.

En su camino, se encontró a otra rata parecida a la anterior.

-Oye, tú, rata, dime ¿Para qué tienes patas largas? -, le preguntó el pingüino.

-No sé de qué hablas. Lo de las patas largas es un secreto. Y es tan secreto que tengo que esconderlo bajo la arena en todo momento para que no se me olvide-, contestó la rata.

Así el pingüino se marchó otra vez, frustrado por desconocer aquel secreto.

De vuelta en su camino, el pingüino halló un lago. Se sorprendió y corrió a él para refrescarse, pero en tanto asomó su pico, esta se volvió materia en fragmento.

- ¿Qué es esto? -, preguntó el dudoso pingüino.

–Es una ilusión-, le contestó una criatura de larga lengua, y patas echadas en el suelo.

- ¿Quién eres? -, preguntó el pingüino, una vez más.

-Soy un lagarto. Repito: L-A-G-A-R-T-O-, respondió la criatura.

– ¿Y qué es, eso? -.

– Pues un lagarto se asemeja mucho a otra criatura: el sapo. Pero yo no soy un sapo, porque ellos tienen una lengua más larga que la mía y saltan con sus patas largas-.

- ¿Tienen patas largas? -, preguntó el pingüino, ante la inesperada respuesta del lagarto.

–Sí, las tienen-, le contestó.

Se fueron al refugio bajo la arena. Ya se hacía de noche y hacía mucho frío.

-Este es mi clima familiar. Me acostumbro-, le dijo el pingüino al lagarto.

Estuvieron un rato junto hasta que el lagarto se despidió sin previo aviso y el singular pingüino prosiguió su recorrido.

- ¿Por qué son tan raras las criaturas de este lugar? Pero ahora sé para qué sirven las patas de las ratas-, se cuestionó el pingüino, mientras caminaba con sus patas cortas.

Y así siguió y siguió por la noche del lugar acalorado. De pronto ¡sorpresa! El pingüino se encontró con el ave del pasaje secreto. Esta vez necesitaba ayuda. El pingüino le aventó su pico al ave para sacarla del abismo absorbente en el suelo.

-Ya te has acostumbrado bastante bien a este nuevo lugar, así que sígueme de vuelta-, le dijo el ave al pingüino.

Súbitamente, el pingüino apareció de vuelta al frío, su hábitat. El resto de sus semejantes le atisbó, y le preguntaron dónde había estado.

-No lo sé. Era un lugar secreto-, respondió el pingüino, sereno y tranquilo.

Tal vez el resto de los pingüinos del mundo no sepan nunca de la existencia de ese misterioso lugar. Sin embargo, nuestro singular pingüino, con el paso del tiempo, ya no lo recuerda en absoluto. Solo él supo hasta qué punto el riesgo de abrirse a lo desconocido pesa tanto como el olvido.

Centenario del surrealismo.

Fragmentos del "Primer manifiesto surrealista" de André Breton (1924):

"Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.
Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente. Reducir la imaginación a la esclavitud, cuando a pesar de todo quedará esclavizada en virtud de aquello que con grosero criterio se denomina felicidad, es despojar a cuanto uno encuentra en lo más hondo de sí mismo del derecho a la suprema justicia. Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más). ¿En qué punto comienza la imaginación a ser perniciosa y en qué punto deja de existir la seguridad del espíritu? ¿Para el espíritu, acaso la posibilidad de errar no es sino una contingencia del bien?"
...
"El hombre propone y dispone. Tan sólo de él depende poseerse por entero, es decir, mantener en estado de anarquía la cuadrilla de sus deseos, de día en día más temible. Y esto se lo enseña la poesía. La lleva en sí la perfecta compensación de las miserias que padecemos. Y también puede actuar como ordenadora, por poco que uno se preocupe, bajo los efectos de una decepción menos íntima, de tomársela a lo trágico. ¡Se acercan los tiempos en que la poesía decretará la muerte del dinero, y ella sola romperá en pan del cielo para la tierra! Habrá aún asambleas en las plazas públicas, y movimientos en los que uno habría pensado en tomar parte. ¡Adiós absurdas selecciones, sueños de vorágine, rivalidades, largas esperas, fuga de las estaciones, artificial orden de las ideas, pendiente del peligro, tiempo omnipresente! Preocupémonos tan sólo de practicar la poesía. ¿Acaso no somos nosotros, los que ya vivimos de la poesía, quienes debemos hacer prevalecer aquello que consideramos nuestra más vasta argumentación."
...
"En este terreno, como en cualquier otro, creo en la pura alegría surrealista del hombre que, consciente del fracaso de todos los demás, no se da por vencido, parte de donde quiere y, a lo largo de cualquier camino que no sea razonable, llega a donde puede. Puedo confesar tranquilamente que me es absolutamente indiferente la imagen que el hombre en cuestión juzgue oportuno utilizar para seguir su camino, imagen que quizá le procure la pública estimación. Tampoco me importa el material del que necesariamente tendrá que proveerse: sus tubos de vidrio o mis plumas metálicas... En cuanto al método de tal hombre lo considero tan bueno como el mío."
...
"El surrealismo, tal como yo lo entiendo, declara nuestro inconformismo absoluto con la claridad suficiente para que no se le pueda atribuir, en el proceso el mundo real, el papel de testigo de descargo. Contrariamente, el surrealismo únicamente podrá explicar el estado de completo aislamiento al que esperamos llegar, aquí, en esta vida. El aislamiento de la mujer en Kant, el aislamiento de los «racimos» en Pasteur, el aislamiento de los vehículos en Curie, son a este respecto, profundamente sintomáticos. Este mundo está tan sólo muy relativamente proporcionado a la inteligencia, y los incidentes de este género no son más que los episodios más descollantes, por el momento, de una guerra de independencia en la que considero un glorioso honor participar.
El surrealismo es el «rayo invisible» que algún día nos permitirá superar a nuestros adversarios. «Deja ya de temblar, cuerpo». Este verano, las rosas son azules; el bosque de cristal. La tierra envuelta en verdor me causa tan poca impresión como un fantasma. Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte."


Yvan Goll, Surréalisme, Manifeste du surréalisme,1​ volumen 1, número 1, 1 de octubre de 1924, portada de Robert Delaunay

miércoles, 23 de octubre de 2024

Jorge Volpi sobre su libro "La invención de todas las cosas"

"¿Y qué hay de la distancia entre la ficción y la mentira? Volpi se remite a una frase de Juan José Saer —"Mientras que todas las mentiras son ficciones, no todas las ficciones son mentira"— justo antes de explicar que "los chimpancés y los bonobos, nuestros parientes más cercanos, ya engañaban, pero el ser humano es el único capaz de convertir esto en un relato, o sea, que el engaño se convierta en una mentira".
Siguiendo con los simios, la capacidad humana (y su afición) por contar historias deriva del "comportamiento performático" de estos animales, es decir, las exhibiciones de fuerza ante el líder del grupo. En realidad no es un desafío para comenzar una pelea, sino "una manera de decirle que podría ocupar su puesto". Otra ficción, al fin y al cabo. Y es que "la construcción de ficciones también está relacionada con el poder". Jorge Volpi

martes, 22 de octubre de 2024

"El lugar del escritor", Luis Eduardo García (fragmento)

"¿Cuál es el lugar del escritor en el mundo?, se pregunta Abelardo Castillo en su magnífico libro "Ser escritor". Y luego responde: «Un hombre que establece su lugar en la utopía». La respuesta no es, desde luego, alentadora, aunque sí realista.

Cuando Abelardo Castillo dice que el escritor busca su lugar en la utopía, lo que está diciendo es que este se ha quedado prácticamente sin piso en un mundo pragmático y estimulado por el consumo. Por esta razón, su labor se ha convertido en una aspiración, en un ideal, en una búsqueda del absoluto: que la literatura es fundamental para enriquecer el espíritu humano, pero no para cambiar el mundo."
No me da el tiempo para una reflexión de más alto calado porque ando full pega, pero puedo resumir lo que está pasando en el terreno político en el país con una relectura de mi tesis de licenciatura: Chile es un pandemonio, territorio del desconcierto.

lunes, 21 de octubre de 2024

Me he dado cuenta que es todo un arte soltar y dejar ir, en el momento adecuado, y de manera conversada. No es fácil atesorar los recuerdos, los sentires y las vivencias y, al mismo tiempo, aplacar la tempestad del corazón, para que todo siga su curso natural. Hay, en el control del apego, una ciencia inadvertida, quizá una alquimia del sentimiento que supera la ruptura y vela por la sana comprensión de la persona querida, más allá del vínculo romántico. Se asume la vereda por la que transitamos y se acepta, con serenidad, el destino.

"Hay que luchar contra la censura interior". Ana Blandiana

“Lo más grave y terrible que está sucediendo hoy en día en el mundo es la corrección política”
– Me resulta impactante la idea de la prohibición total… Esa noción de que un autor no pueda publicar durante años, de borrarlo como figura pública. En España, durante la dictadura, existió una censura enérgica, pero en general se centraba en los libros y no en sus autores. Con la ventaja, es un decir, de que, si te censuraban un libro, podías optar por publicarlo en México o en Argentina. Pero la idea de que un escritor desaparezca públicamente implica una violencia feroz, casi un ensañamiento. Me pregunto en qué medida esa vigilancia, esa censura totalitaria tuvo consecuencias en la escritura y en su propia autoestima como poeta. Durante esas tres décadas de censura totalitaria, ¿cómo sustraerse a esa presencia opresiva? ¿Qué estrategias se pueden desarrollar para sortear la vigilancia asfixiante del poder y no caer en la desesperación?
– La primera medida de autodefensa es no admitir ninguna forma de censura interior. La censura interior es lo que más me asustaba. Es algo que no acepté jamás. Precisamente porque he vivido esa experiencia, me parece que lo más grave y lo más terrible que está sucediendo hoy en día en el mundo es la corrección política, porque la corrección política es la máxima forma de censura interior y de lavado de cerebro.
Yo nunca me he censurado a mí misma. Nunca me he dicho: «esto no lo puedo escribir porque no se puede publicar, porque no se acepta». Yo siempre he escrito lo que he querido. Desde el punto de vista psicológico, esto es muy importante.
Por otra parte, y esto puede sonar extraño, la censura nos obligaba a escribir de una manera que estaba en sintonía con la definición que damos a la poesía. Es decir, teníamos que amplificar los recursos de la imagen y la metáfora, adoptar un lenguaje más cifrado, y justamente por esto la poesía salía adelante.
Yo no viví los años más duros del estalinismo. No tuve que escribir durante la época del proletkult, ese empeño soviético en crear un arte nuevo, una estética de la clase obrera revolucionaria… No era tanto que los poetas tuvieran que manejar un bagaje ideológico determinado, sino que estaban obligados a escribir para los analfabetos, tenían que escribir estupideces para que las entendiera todo el mundo. El resultado fue una literatura vacía por completo de arte."

domingo, 20 de octubre de 2024

Penumbra de provincia V: Umbral en la Cueva del Chivato

I

Mientras Valparaíso se debatía entre la asonada y la reciente revelación de documentos secretos en la Sociedad de Escritores, tras una investigación por presunta corrupción de uno de sus miembros, Ángel intentaba buscar respuestas en las conexiones que unían a Sebastián Mendoza con el Hombre del Ala Rota.

En las sombras de la ciudad, Ángel intentó acceder a una oficina oculta, detrás de la sede de la Sociedad. Sabía que, en alguna parte de la apócrifa República de los poetas, la verdad aguardaba a su descubridor. No podía ser que todo conspirara en su contra para manchar su nombre, durante una época tan convulsa y en un momento tan importante de su carrera.

-Aquí tiene que haber algo-, pensó Ángel, luego de correr a través de un pasillo oculto e ingresar al edificio. -Esta vez, no se saldrán con la suya-.

Todo era tan caótico que ya nadie advirtió su ingreso. Ángel sabía que habría una clave en esa oficina, algo que le permitiera explicar el estado de cosas y su vínculo con Mendoza, miembro de la antigua cofradía literaria a la que asistían con Miranda, celebrando tertulias de cuyo recuerdo solo restan versos ensangrentados.

Las conexiones entre Mendoza y el Hombre del Ala Rota iban más allá de lo evidente. Ambos habrían estado vinculados a la cofradía y sabrían de ceremonias ocultas en donde se conspiraba contra ciertos personajes con motivos todavía no revelados al profano. Así, al menos, lo creía Ángel, en el momento que, agitado, revolvía por completo la oficina de la Sociedad para revisar sus archivos y encontrar aquel documento que le permitiera confirmar su teoría.

En eso, Ángel sintió un ruido. Sabía que debía salir de allí lo antes posible, antes de ser descubierto. Entonces agarró el archivo completo sobre Mendoza y corrió rumbo a la salida. Afuera la asonada seguía sucediendo, y se podían escuchar las bocinas de las fuerzas del orden y la algarabía de la turba. Antes de que Ángel alcanzara a abandonar aquel pasillo, sintió una presencia. Pese a todo, no tuvo miedo. Le era familiar.

-¡Ángel!-, se escuchó gritar. ¡Era Miranda!

-¡Miranda! ¿Qué haces acá? -, preguntó Ángel, agitado.

-Lo mismo me pregunto-. Miranda caminó lentamente hacia Ángel. Su rostro denotaba extrañeza. -Pensé que te habías ido lejos, que nunca más volveríamos a vernos, que lo habías abandonado todo-, dijo Miranda, consternada.

-No puedo marcharme, así como así. Pese a todo, debo saber la verdad-, afirmó Ángel, exhausto, pero convencido.

-Es increíble escucharte decir eso. Es como si hubieras vuelto a ser el de siempre-, comentó Miranda. Ambos se quedaron mirando en silencio, cara a cara, durante algunos segundos.

-¿Y qué es lo que llevas, Ángel? ¿Qué fue lo que encontraste? No me digas que todo tiene que ver con la Sociedad-, preguntó Miranda.

-Después te explico, ahora debemos irnos-, dijo Ángel.

-Creo que sé dónde podemos ir-, afirmó Miranda, muy segura.

Así, ambos salieron del edificio por un pasadizo de emergencia donde nadie, ni las fuerzas del orden ni los insurrectos, pudieron reconocerlos. Era peligroso exponerse en esas circunstancias, y no podían arriesgarse a ser perseguidos, en el caos de la multitud.



II

Se dirigieron rumbo a una plaza alejada de los disturbios. Era la antigua Plaza de los sueños, apenas iluminada por un poste empolillado. Ahí se mantuvieron a salvo, bajo la fría noche.

-¿Crees que todo tiene que ver con Mendoza?-, le preguntó Miranda a Ángel, al revisar la carpeta robada.

-Tengo una intuición que necesito confirmar-, señaló Ángel. -Miranda, debemos volver en otro momento a aquel lugar, cuando haya una tregua. Ahora es muy peligroso.

-¿Estás seguro que ese es el camino? Tal vez debamos averiguar un poco más, antes de seguir con esto-, dijo Miranda, preocupada.

-Estoy seguro, Miranda. Completamente seguro. Solo necesito pruebas. No voy a permitir que las cosas se sigan saliendo de control. Vine a buscar la verdad, y la verdad voy a encontrar-, afirmó Ángel, decidido. Su voz era lo único que se escuchaba en la cuadra, a unos cuantos metros de la verdadera batalla campal que se estaba gestando en el plan de Valparaíso.

-Está bien, lo haremos. Recuerda que yo estoy a tu lado. Me urge la verdad, al igual que a ti, pero creo que debemos resguardarnos. La noche está peligrosa-, mencionó Miranda, algo angustiada.

-Miranda, algo me dice que esta noche ocurrirá algo que nos cambiará para siempre. Una intuición poderosa. No sé cómo explicarlo. Algo como venido de un tiempo remoto, me dice que esta noche ocurrirá un evento que nos marcará. Ya sé dónde debemos ir-, dijo Ángel, en un tono cada vez más intrigante.

Miranda quedó consternada. No sabía qué pensar ante las palabras de Ángel. Sin embargo, confiaba demasiado en él como para echar pie atrás. De todas formas, lo siguió a través de la bruma nocturna que comenzaba a formarse en las inmediaciones. Salieron de la plaza de los sueños y se adentraron de nuevo en la ciudad.

Sabían que era muy arriesgado exponerse. No podían ser vistos en ese plano de realidad, así que se cubrieron los rostros con unas mascarillas. A su alrededor, continuaba el zafarrancho, así que trataron de caminar a través de los desvíos, en los que había algunas tiendas saqueadas, rastros de neumáticos quemados en la calle y unas cuantas personas agolpadas en los muros, junto a otros echados en el suelo, heridos o exhaustos.

La imagen era patética. Valparaíso se había convertido en una sombra monstruosa, una ciudad fantasmática, arrasada por fuerzas incontrolables.

Cuando llegaron frente a un edificio grande y antiguo sabían que estaban cerca de su destino, y lo supieron pronto, porque había en él una figura metálica de un ouróboros.

-Mira, Miranda-, indicó Ángel. -Esa es la señal que estaba buscando-.

- ¿Una serpiente que se come la cola? -, preguntó Miranda.

Ángel asintió. -Estamos cerca. Sígueme-.

El ouróboros era Chile, en esos instantes, aquella criatura que se muerde la cola y que pretende, con eso, asaltar el cielo. La historia tiene forma de serpiente. La de Ángel y Miranda también la tenían.

Caminaron y caminaron a paso firme, sin que nada los perturbara, hasta que Ángel dio con la dirección indicada.

-Es aquí-, dijo.

-Esa es la antigua Cueva del Chivato-, señaló Miranda. -¿Qué se supone que hay en ella?

-Estoy seguro que aquí acaba nuestro camino, Miranda. Aquí encontraremos las respuestas. Es nuestra única oportunidad. Mañana podría ser muy tarde-, dijo Ángel, muy agitado.

-Ángel, sigo pensando que no es la mejor idea, podría ser demasiado riesgoso para nosotros, pero ya estamos aquí, y confío en ti. Confío en que habrá un mañana-, comentó Miranda, un tanto indecisa.



III

Se adentraron en la Cueva del Chivato, que estaba cubierta de algunas rocas y unos pastizales. En otro tiempo, permanecía cerrada, y era apenas reconocible por los transeúntes mediante una placa histórica.

La cueva era muy oscura y húmeda, y apenas se lograba distinguir el camino hacia el fondo. Miranda y Ángel siguieron caminando a través de ella, tratando de buscar algo, alguna pista que les permita resolver el puzzle existencial en el que estaban metidos, y del cual no podían salir.

Tan pronto como pisaron unos charcos de agua estancada, escucharon el sonido de un chapoteo escandaloso. Asustados, siguieron la ruta del sonido hasta encontrarse con un chivo. Tanto Ángel como Miranda, quedaron estupefactos ante la presencia del animal. Pero este apenas se dio por advertido. Ante su extraña serenidad, caminaron cerca de él.

- ¿Será este el chivo de la leyenda, Ángel? -, se preguntó Miranda.

-No lo sabremos hasta seguirlo-, afirmó Ángel, rotundo.

Cuando ya se estaban acercando demasiado al animal, el chivo se asustó, lanzó un alarido estruendoso y arrancó rumbo al fondo de la cueva.

Ángel sabía que debía seguirlo, así que le avisó a Miranda. Ambos corrieron detrás del chivo a través de un recorrido laberíntico. El animal les estaba ayudando a encontrar la ruta adecuada, o eso era, al menos, lo que Ángel intuía.

Al llegar a una mazmorra más abierta e iluminada, el chivo corrió a toda velocidad y se difuminó junto con las sombras hasta desaparecer. Así, Ángel y Miranda lograron encontrar un lugar que no era muy parecido al de la leyenda, pero en el que seguramente podrían encontrar lo que habían estado buscando.

-Miranda, sé que todo esto es una locura. Te traje hasta acá porque estoy seguro que en esta cueva está nuestra respuesta, la respuesta a la herida que nos atraviesa, el rostro detrás del misterio. Si es así, podremos volver a nuestra realidad-, señaló Ángel, entusiasta, pese a todo.

-¿Estás seguro, Ángel? Yo solo sé que estamos atrapados en una cueva de la cual no creo podamos volver a salir. ¿O acaso no recuerdas la leyenda sobre la Cueva del Chivato? Quien entraba por estos lados, no regresaba con vida o, en el mejor de los casos, era hipnotizado para siempre-, mencionó Miranda, agobiada por la situación en la que se encontraban.

-Tranquila, Miranda. Ya estamos acá, así que no vale la pena retroceder. Sigamos avanzando hasta encontrar algo. Tengo en mis manos el archivo sobre Mendoza. Solo falta seguir el rastro del Hombre del Ala Rota-.

-¿Y tú crees que lo encontrarás acá? ¿O que aparecerá otro archivo que nos dé una pista sobre su paradero? ¿Aquí, en este hoyo?-.

-Miranda ¿confías en mí?-.

-Sí, pero de verdad que ya estoy cansada. No puedo más. Siento que el chivo puede volver a aparecer, en cualquier momento-.

-Si confías en mí, entonces tienes que estar a mi lado y creer lo que te digo. Este es el lugar-.

Ángel, entonces, decidido, tomó de la mano a Miranda y la condujo rumbo a otro calabozo. Allí el sonido estruendoso del chivo, que lo inundaba todo, iba desapareciendo, y también desaparecía la humedad y los pozos de agua estancada que ralentizaban sus pasos.

-¿Crees que encontraremos respuestas aquí, Ángel?-, dijo Miranda, con cautela.

Ángel asintió, consciente de que la cueva poseía secretos enterrados en sus paredes que podrían cambiar el curso de la historia.



IV

A medida que avanzaban por la Cueva del Chivato, los escritores descubrieron símbolos en las paredes, inscripciones parecidas a triángulos y escuadras.

-¿Cómo es posible que un lugar como este haya permanecido tanto tiempo oculto?-, preguntó Miranda, asombrada.

-Es el Pacífico, Miranda. El Pacífico con su mar. El mar llegaba hasta estos límites. Los marinos que recorrieron la costa ya sabían de la magia salvaje de nuestro mar, por eso le temían-, señaló Ángel.

Siguieron andando hacia el fondo, hasta encontrar una puerta.

-Mira, Miranda, te dije. Ahí hay una puerta. Seguramente si entramos en ella, encontraremos por fin la verdad, nuestra verdad-, dijo Ángel, muy confiado.

-Ten cuidado, Ángel-, señaló Miranda, todavía muy temerosa de lo que pudiera ocurrir.

Ángel abrió la puerta. Entró junto a Miranda. Quedaron atónitos al encontrarse con una biblioteca antigua y abandonada a su suerte.

-Ven, rápido, Miranda, no hay tiempo que perder. En algunos de estos libros puede que encontremos la clave de los nexos y el origen de todo este conflicto. Apúrate-, indicó Ángel, demasiado ansioso.

-No puedo creerlo. Una biblioteca al fondo de la Cueva del Chivato-, dijo Miranda, todavía estupefacta.

De pronto, ambos se encontraban revisando uno a uno los libros corroídos y polvorientos entre los estantes envejecidos por acción del tiempo y del encierro. Durante el lapso de una hora, todo lo que pudieron rescatar eran obras de literatura clásica, historia universal, política chilena e internacional y uno que otro libro de sus antiguos camaradas de letras.

Había muchos libros, incluso joyas que, en otra época, Ángel hubiera robado sin culpa, pero nada de lo que él estaba buscando, hasta que dio con un ejemplar misterioso. Un manuscrito que contenía, en su interior, la historia sobre los personajes involucrados en su búsqueda personal.

-Aquí, Miranda, mira-, indicó Ángel. -En estas páginas, se menciona un pacto secreto entre el clan de Mendoza y el del Hombre del Ala Rota Un pacto destinado a preservar el equilibrio entre las fuerzas literarias de Valparaíso y las fuerzas del orden político-, explicó Ángel, mientras hojeaba una página del manuscrito.

-¿Preservar el equilibrio? ¿Será la razón por la que quieren transformarlo todo? ¿Algo así como “Orden desde el caos”?-, se preguntó Miranda.

-Como en el lema masónico, Ordo ab Chao-, agregó Ángel, con una expresión seria.

La respuesta estaba oculta en las páginas amarillentas del manuscrito. Mendoza y el Hombre del Ala Rota estuvieron ligados desde muchísimo antes, prácticamente desde los años setenta, y efectivamente ambos, siendo los anfitriones de aquellas míticas tertulias literarias en el puerto, eran también miembros regulares de una logia masónica cuyo rito no era reconocido por la oficialidad.

Todo indicaba que las tertulias eran la fachada cultural a la cual los custodios tenían acceso para iniciar a sus nuevos hermanos. Y el propósito ya lo había intuido Ángel: era influir, de alguna u otra manera, en los hechos políticos ocurridos tras la asonada o, al menos, influir en la posición de sus iniciados durante el transcurrir de los acontecimientos.

Ángel y Miranda se dieron cuenta de que, aunque sus carreras y sus vidas estaban siendo manipuladas, también eran parte de una narrativa más grande, una que apenas alcanzaban a comprender, en su limitado espectro.

-Nuestros destinos han estado enredados en las letras de Valpo desde el principio-, dijo Ángel, con un dejo de resignación. Miranda le tomó la mano, quizá para paliar su propia angustia.

-Pero ahora, debemos decidir si continuamos adelante con nuestra búsqueda o enfrentamos a nuestros verdugos-, comentó Miranda, mirando fijamente a Ángel.

-Debemos exponer esta verdad, Miranda. Nuestro tiempo lo merece. Solo así podremos quebrar la maldición que atraviesa nuestra existencia en este plano. Valparaíso también lo merece-, dijo Ángel, con determinación.

-La leyenda era cierta, entonces. Un tesoro enfermo permanecía al fondo de esta cueva-, mencionó Miranda. De pronto, sus perdidos colores, producto del miedo y la agitación, volvieron a cobrar vida.

Los escritores, ahora armados con el conocimiento sobre este misterio, se prepararon para enfrentar las consecuencias de una posible conspiración allá afuera.

Mientras tanto, Valparaíso permanecía en un receso momentáneo, tras sus disturbios durante la asonada que se había gestado de golpe. El encuentro con el exterior equivalía al encuentro con una mazmorra todavía más incierta y abismante: la del puro instinto sin espíritu.



V

Una tenebrosa música de fondo lo inundó todo, de repente. Era una música que recordaba mucho a Penderecki con sus atmósferas atonales. Ángel y Miranda se dieron la vuelta, asustados, antes de conducirse de regreso al exterior.

-¡¿Adónde van tan deprisa?!-, exclamó una voz lúgubre desde dentro de la cueva.

-¿Quién es? ¡Responda!-, preguntó Ángel, desesperado. Miranda se agarró a su brazo.

La música dejó de sonar de manera progresiva y se sintieron unos pasos chapoteando en el agua de la caverna. Ángel y Miranda se quedaron viendo, a la defensiva, esperando al sujeto que venía hacia ellos. Era un hombre enmascarado, vestido con un traje de gala. Caminaba muy sereno.

-¿Quién es usted? ¿Y qué hace aquí?-, exclamó Ángel, una vez más.

-¿No creen que es demasiado pronto para irse?-, dijo el sujeto-. Permítanme presentarme. Yo soy el Hombre del Ala Rota. Seguramente ya habrán investigado algunas cosas sobre mí y sobre los sucesos que, como ustedes saben, están ocurriendo ahí afuera, pero déjenme explicarles tranquilamente lo que está pasando-.

Ángel miró a Miranda, asombrado. Luego volteó a enfrentar al hombre.

-Así que usted es el cómplice de Mendoza, el “caballero incógnito” al que tanto se referían en las tertulias. Usted es el anfitrión de la logia, y estuvo detrás de todo-.

-No sé qué habrá leído en esos viejos documentos, joven. Le sugiero que se calme. Estoy seguro que podremos resolver todo este embrollo de manera civilizada. Ahora, por favor, señor, señorita, acompáñenme hacia la sala de estar-.

-No creo que eso sea posible-, dijo Ángel, agitado. -No puede estar tan tranquilo en una situación como esta. Afuera, la ciudad se volvió una zona de lucha, y muchos de los implicados en la insurrección formaron parte de las tertulias que usted organizaba junto a su cofradía. Tiene que dar la cara. ¡Ahora!

El hombre se quedó estático, amenazante, frente a ellos.

Miranda, asustada, trató de calmar a Ángel.

-Es mejor que vayamos donde él nos dice. Tú mismo dijiste. Si queremos saber la verdad, tenemos que ir hasta el fondo, hasta las últimas consecuencias-, dijo Miranda, esta vez, decidida.

Ángel miró de nuevo hacia el hombre, que permanecía firme, y asintió. Entonces lo siguieron lentamente hasta llegar a una morada amplia, iluminada con una luz tenue, adornada con un estilo barroco. El piso tenía baldosas blancas y negras.

El hombre invitó a Ángel y a Miranda a sentarse.

-Disculpen mi falta de cortesía, no haberlos invitado antes, pero ya que ustedes llegaron hasta aquí, puede decirse que son los elegidos. Tomen asiento-.

Los escritores se sentaron lentamente, mirando todo a su alrededor.

-Ahora podremos hablar tranquilamente-, mencionó el hombre.

Su sola presencia y el ingreso a esta morada dentro de la cueva le hicieron creer a Ángel que estaba soñando. 

-Dígame algo, ¿es esta la logia no reconocida? ¿es usted acaso el maestro?-, preguntó Ángel.

El hombre suelta una risa muy breve, detrás de la máscara.

-No coma ansias, invitado. Hay muchas cosas de las cuales todavía desconoce o solo cuenta con una visión sesgada o influida por sus propios prejuicios personales. Solicito de usted, si vino hasta con una inquietud, sea capaz de escuchar y de abrirse a todo lo que suceda, de ahora en adelante-.

-No pasará nada, tranquilo-, dijo Miranda.

-Espero que tengas razón-, le murmuró Ángel.

El Hombre del Ala Rota se incorporó y colocó su mano derecha extendida, debajo del mentón, cerca de su cuello. Se mantuvo así durante unos segundos.

-Por favor, invitados. Les voy a pedir que hagan lo mismo. Coloquen su mano derecha extendida, debajo del mentón-, señaló el hombre.

-Es mejor que hagamos lo que nos pide, Ángel-, señaló Miranda.

Así, ambos le copiaron el gesto al extraño hombre, luego de levantarse.

-¿Prometen decir la verdad en todo lo que se les pregunte?, dijo el Hombre del Ala Rota.

Miranda volvió a mirar a Ángel, para que respondiera afirmativamente. De este modo, ambos respondieron que sí, que dirían toda la verdad.

-¿Es esto un jurado?-, preguntó Ángel, escéptico. Miranda le movió el brazo, para que guardara el respeto.

-Le pido por favor que se limite a responder. Así como yo he sido muy cortés con ustedes, lo único que se les exige también es que lo sean acá, en esta morada-, respondió el hombre, muy en serio.

Ángel trataba de mantenerse impasible, por consejo de Miranda, aunque, por dentro, no podía evitar sentirse impactado. Muchas dudas asaltaban su ya perturbada cabeza. Por otro lado, permanecía, a su lado, demasiado tranquila. ¿Sabrá algo que él no? ¿O simplemente le sigue el juego, para ir hasta el fondo del asunto?

-Muy bien-, dijo el hombre. -Escuchen atentamente. Ustedes han venido aquí en calidad de invitados, cosa que no siempre se estila en el templo. Seguramente ustedes ya habían oído hablar de la Cueva del Chivato. ¿es cierto?-.

Miranda y Ángel respondieron que sí. Continuó el hombre.

-Y si han venido hasta acá, eso quiere decir que tuvieron alguna intuición sobre su vigencia, pese a su leyenda mal contada en el mundo profano. El mismo hecho de que hayan podido acceder a la cueva significa que pudieron sortear el primer obstáculo: la incredulidad en el misterio.

Pues bien, buscadores del misterio, regocíjense ustedes mismos por estar acá y ser testigos de lo que vendrá, pronto-.

El hombre se tomó el tiempo para permanecer en silencio. Estaba poniendo a prueba la paciencia de sus invitados. Era parte de su proceder.

-Aún veo que están perturbados e inquietos. Sobre todo, usted, caballero. Me temo que usted fue el primero en intuir que podía usted encontrar algo valioso, algo luminoso en esta cueva, ¿no es cierto?-.

Ángel respondió que sí.

-Y esos archivos que tiene entre sus manos, ¿usted los sacó de algún archivero secreto?-.

-Sí, el de la Sociedad de Escritores.

-Ya veo. Entonces usted aprovechó la filtración pública de los documentos para su investigación-.

-Así es, por eso mismo estoy acá. Me mueve la verdad, y nada más que la verdad.

-Me parece, pero dígame ¿sabe usted lo que es la verdad, realmente? Veamos si su amiga puede responder eso por usted-.

El hombre entonces, se dirigió a Miranda, para que pudiera contestarle.

-¿Sabe usted lo que es la verdad?-.

-No conozco la verdad, por eso mismo estamos acá, para conocerla-.

-Quieren conocer. Muy bien, mis invitados. Entonces veremos sin son capaces de comprenderla-.

Volvió a sonar de fondo la música ambiental, esta vez, una sinfonía de Stravinsky. El hombre del Ala Rota se quitó lentamente la máscara y descubrió su rostro.



VI

Grande fue la sorpresa cuando vieron a la cara del hombre. ¡Era idéntica a la de Ángel! Miranda quedó paralizada. Ángel permaneció frente a él, sin palabras.

-Creo que ya te he visto antes-, murmuró Ángel.

-Es él-, mencionó Miranda. -¡Es él!, exclamó de repente.

Ángel recordó que, luego de ver por televisión la presentación del libro de su compañera, se le aparecía en pesadillas la imagen de aquella pareja de poetas porteños protagonistas de un crimen pasional que impactó a toda la Sociedad de Escritores. Dicha imagen volvió ahora, y Ángel, de pronto, se vio así mismo, confrontando a Miranda en una plaza nocturna, en un Valparaíso alterno, convertido en mitología, dentro de ese plano de realidad.

-Comprendo cómo se sienten, pero deben saber que todo tiene una razón. Me presento: soy Salvador, maestro de la logia hermética de los Poetas-.

Así, el Hombre del Ala Rota reveló su verdadera identidad.

-Ahora, como ya tuvieron la oportunidad de conocerme, daré por iniciada la ceremonia-.

En ese momento, Ángel y Miranda miraron hacia todos lados, intuyendo que se acercaban más personas a la morada. De un instante a otro, fueron ingresando en orden otros invitados enmascarados y vestidos de forma elegante. Eran los suficientes para rodear la morada. Ante la señal de Salvador, extendieron sus manos y las colocaron cerca de su cuello.

-Muy bien, señoras y señores, mis queridos poetas-, afirmó Salvador, no perdiendo de vista a sus invitados estrella.

-¿Poetas?-, se preguntó Ángel.

-Creo que puedo reconocer a algunos. Eran invitados a formar parte de la cofradía. Algunos no querían ir; otros se quedaban compartiendo con los anfitriones hasta tarde, y luego recibían una tarjeta con una contraseña, una palabra clave. Lo sé, porque a mí también me la ofrecieron-, le respondió Miranda a Ángel.

-Entonces ya sabías-.

-Sí, lo sabía, pero entiende Ángel, era necesario infiltrarme para saber la verdad-.

Ángel quedó impactado con los dichos de Miranda, aunque siguió estoico, aguardando el comienzo de la ceremonia.

-Mis queridos poetas. Estamos aquí para honrar la Gran Obra de la Creación, el Creador que, con su palabra eterna, le dio aliento y ritmo a la vida y a cada una de sus manifestaciones en este plano material. Bien sabemos todos que la poesía es la verdadera voluntad de vida, y como toda voluntad, está sujeta al cambio. Ella vive en el constante devenir. Por lo tanto, honramos la palabra como también honramos la voluntad de cambiar aquello que tiene que cambiar. La Obra misma del Creador es el ciclo irreversible de la vida. Así, su obra, su poiesis también se manifiesta hoy, en el exterior, fuera del templo, en nuestra ciudad. Poetas, por favor-.

Ante su llamado, los poetas se pusieron a la orden y bajaron los brazos. Tales fueron las palabras de Salvador, dichas en un tono solemne. Afuera del templo, se escuchaban, mientras tanto, los alaridos de la gente y el ruido de la urbe, manifestándose de manera bélica.

-Que las enseñanzas del Colegio Invisible en el albor de los tiempos, nos sean aprendidas, nuevamente, en esta era. Y que Su Voluntad se haga con la Palabra-, sentenció Salvador.

-¡Que así sea!-, respondieron, al unísono, los poetas enmascarados en la tribuna.

-No puedo concebir que el desastre de nuestra ciudad, la descomposición que está ocurriendo afuera, toda esa violencia sea concebida como voluntad poética-, dijo Ángel, indignado, aunque tratando de no ser escuchado, por miedo a ser rebatido por los presentes.

-Miranda, no es esto lo que nosotros entendimos por la voluntad de la poesía. La poesía siempre fue para nosotros un lenguaje virtuoso, en armonía con el orden, y no esta pulsión de muerte desatada en las calles-.

Miranda lo miró, preocupada, tratando de disimular ante el resto de los poetas allí presentes y frente al maestro.

-Ahora, poetas, luego de nuestra introducción, atiendan la siguiente parte de la ceremonia. Nuestro invitado, junto a su compañera, responderán algunas preguntas, con tal de escuchar lo que tienen que decir y así saber en qué forma sintonizan con nuestra sagrada Obra-.

Ángel miró a Miranda, nerviosamente. Ella, en cambio, pese a su preocupación, parecía mucho más serena. El maestro se dirigió a Ángel.

-Diga usted, ¿quiere seguir aquí su misión personal, con tal de que sirva poéticamente a la causa de la orden, como sus compañeros, y combata enérgicamente todas las cosas que se hacen en contra de la voluntad de cambio y todas las pretensiones que se dirijan contra el espíritu poiético de nuestra Sociedad?

-No, respondió secamente Ángel.

Miranda lo observó, de inmediato, intrigada.

-¿Cree usted en la poesía?-.

-No se cree en ella, se crea-.

-Limítese a responder sí o no, señor-.

-Sí.

-¿Cree usted en el orden y en la patria?

-Sí.

-¿Sería capaz usted de servir a estas ilusiones perversas del sistema de control y de sacrificar a ellas su pasión por la poesía?

-No se trata de eso, la poesía también puede servir al orden…

-Limítese a responder sí o no-.

-Protesto, señor.

-Entonces no está seguro.

La tensión se incrementó conforme Ángel le respondía a Salvador. Todos en la morada permanecían expectantes. Detrás de las máscaras, se escuchaban murmullos indescifrables. Miranda no podía creer lo que había hecho Ángel: se había revelado contra el maestro. Miranda ocultaba, en el fondo, su simpatía por la causa de la asonada. Para ella, la asonada representaba el espíritu de cambio necesario, la voluntad poética manifiesta en la ciudadanía, y no una simple maquinación del poder en las sombras, como lo creía Ángel, siempre desconfiado del resto, siempre intuyendo en las palabras de los demás su lado virtuoso, aunque también, su penumbra.

-Creo, sinceramente, Ángel, que usted se miente a sí mismo. Usted no puede simplemente profesar la poesía y, a la vez, aferrarse a un viejo orden de cosas. La poesía es voluntad de cambio-.

-Pero también es la tradición, es la voz de los antiguos-, contestó luego Ángel, desafiante, para sorpresa de todos los presentes.

-Luego usted es un iluso-, replicó Salvador-. Usted no tiene el mundo suficiente. ¿No sabe acaso que está viviendo en un país donde nadie puede vivir en el orden, que los valores en los que se cimentó su antigua República apenas valen como entelequias, que, de un tiempo a esta parte, reina la injusticia, y que el orden antiguo sobrevive como una ruina de una época enterrada?

-Puede ser-, dijo Ángel, concediéndole un punto al maestro, -pero yo no especulo con la mentira ni con una narrativa engañosa, ni tampoco quiero combatir al injusto con la violencia política. Precisamente, porque yo no especulo con una narrativa engañosa, es porque yo sigo la poesía, y la poesía es también lo trascendente y lo antiguo, el equilibrio, la integración de la sombra, el respeto y la obediencia-.

Un silencio rígido se apoderó de la ceremonia.

-Lo que está ocurriendo allá afuera de la cueva no es la voluntad de cambio real, no es la poesía manifiesta, no es la libertad del espíritu, es solo otro relato tendencioso, otro ardid para consolidar el sistema de control, otro orden con un fin amable, pero con un método traicionero. Lo he visto ya, en otro tiempo, en otra realidad. Lo habrán visto ustedes acaso, los aquí presentes, en la historia del siglo XX, incluso más atrás. ¿Cómo acaba todo aquello que se sacrifica en nombre de ideales rimbombantes? Bajo un reguero de sangre. Nuestra civilización, me temo, está siendo cimentada, una vez más, bajo un reguero de sangre, envuelta bajo el terror, rimando disonante con palabras que ya han perdido su sentido-.

El silencio en la ceremonia continuó. Miranda observaba a su alrededor cómo los poetas invitados murmuraban entre ellos de manera cada vez más inquieta. Salvador, luego de escuchar atentamente a Ángel, tomó la palabra. Aplaudió, y así también lo hicieron los poetas invitados.

-Muy elocuente, Ángel. Muy digno de un poeta. Me siento avergonzado de haber subestimado sus intenciones. Qué lástima no poder contar con su presencia en nuestra logia. Habría sido un excelente orador. Pero está bien. Me temo que usted ya ha tomado una decisión, de manera libre y soberana, y no piensa unirse a nuestra casa. Créame que su comprensión de la poesía es deudora de nuestro propio espíritu. Sin embargo, los cambios profundos en nuestra sociedad son necesarios y ya se están precipitando, muy por encima de nuestras propias aspiraciones y lecturas subjetivas. El tiempo apremia. Usted vino por la verdad, y aquí le entregamos la verdad. Si quiere ahora retirarse, está en todo su derecho. Pero entienda que no podrá volver jamás a la caverna ni tampoco revelará su secreto al exterior. De lo contrario, no habrá un mañana.

-¿Es acaso una amenaza?, preguntó Ángel.

-Tómelo como una invitación-, contestó Salvador, con elegancia y con firmeza.

-Pues buscaré otras formas, otras palabras para entender la verdad. Nada ha acabado de decirse, todavía-.

-Vaya, pues, con su verdad-, dijo secamente el maestro. -Guardias, por favor, escolten al caballero y a la dama, hacia el exterior de la cueva.

Ángel y Miranda se levantaron de la mesa, rápidamente, temiendo que esos guardias fueran a su encuentro, con otras intenciones, así que arrancaron de la ceremonia. Los poetas invitados habían desenvainado unas espadas, apuntando hacia el centro de la morada, donde había dibujado un Sol Negro.

VII

Los poetas fugitivos corrieron lo más que pudieron, tratando de adivinar el camino de regreso. Agitados, en la penumbra de la Cueva de Chivato, se desplazaron con todas sus fuerzas. De pronto, Miranda se detuvo.

-¿Qué haces, Miranda?-, preguntó Ángel.

-Lo siento mucho-.

-¿Qué estás diciendo?-.

-Cuando estábamos allí adentro, me di cuenta de todo. Creo, Ángel, que nuestros caminos son muy distintos. Créeme que siempre quise que comprendieras el sentido de todo esto. Te ayudé en tu búsqueda, en tu celoso entendimiento de la poesía y de la verdad. A pesar de todo, te seguí en tus obsesiones. Pero ya estoy cansada, cansada de seguir conservando un fuego a punto de extinguirse. Necesito certeza y Salvador la ofrece.

Las palabras de Miranda calaron hondo en Ángel. Por dentro, quería convencerla, desesperadamente que viniera con él, que faltaba poco para cicatrizar las heridas de un tiempo disociado y encarnar el mito de una posibilidad remota, la posibilidad de un amor pleno en una época virtuosa. Sin embargo, era demasiado tarde. Sabía que era la hora de apurar el paso. Lo que ella entendía como el incendio del tiempo, él lo entendió como la conservación del fuego, y Miranda prefirió incendiar su tiempo.

Ángel se enfrentó a la verdad que amenazaba con destrozarlo. Miranda, su musa y cómplice literaria, no solo ya conocía la existencia de la logia dentro de la cueva, sino que también sabía del vínculo entre Mendoza y Salvador, más allá del plano de realidad en el que se encontraban, en aquel tiempo mítico que solo tuvo lugar en su universo interno. La razón por la que Miranda acompañó a Ángel en su búsqueda era para precipitar su conversión.

Ángel se echó las manos a la cabeza para no perder el poco de cordura que le quedaba. Exigía explicaciones, en medio de la incertidumbre.

-Miranda, ¿Cómo pudiste ocultarme tu conexión con este lugar? ¿Cómo pudiste engañarme de esta manera?-, dijo Ángel, con incredulidad.

- Querido, fuiste tú el que me indicó el camino ¿recuerdas? Yo solo fui tu compañera en tu propia búsqueda. La Cueva del Chivato siempre fue parte de nuestra propia historia, una historia que te han permitido creer que escribías por ti mismo-, afirmó Miranda, con un gesto frío.

-Pues supongo que es un adiós-, afirmó Ángel, resignado.

-Supongo que sí-, dijo Miranda.

-Tendré que recordarte, para primero olvidarte. Pasar por el corazón, y ahora mi corazón me empujará lejos de este lugar-.

-Adiós, Ángel-.

Miranda se devolvió rumbo al fondo de la caverna. Su figura se perdió junto con el abismo que estaba formándose.

Ángel, abrumado por la traición, se dio cuenta de que su amor, su musa, había sido una cómplice más, una agente encubierta detrás del velo de las conspiraciones, como tantos otros que le habían dado la espalda.

Caída su carrera meteórica en las letras, revelado el interior de la caverna y todas sus piedras brutas, solo le restaba a Ángel el sueño, y para el sueño tenía que volver a su realidad profana. Huyó de la morada, rumbo al exterior, mientras era perseguido por imbunches y criaturas cornudas semejantes a chivos. De fondo, sonaba la pieza musical Kosmogonia, de Penderecki. Hacía mella en sus sentidos. Su cuerpo, conmocionado, estaba al límite de sus esfuerzos.

Cuando por fin logró alcanzar la luz, no pudo creerlo. Había regresado a la ciudad, pero esta se encontraba en perfecto estado. Uno de los transeúntes que por allí pasaban lo vio como ido, y fue en su ayuda.

-¿Está usted bien?-

-Dígame ¿qué año es?-, le preguntó Ángel.

-2019-, respondió el sujeto.

Ángel soltó una mirada perdida y siguió su camino. Volvió sus pasos hasta una placa conmemorativa, donde, para su sorpresa, se dejaba leer el siguiente nombre: Espelunco.

En ese momento, pasaron por su mente escenas fugaces de sus viajes existenciales, sus recorridos a través del puerto, sus noches poéticas, el caos de la asonada. Todo, todo había sido trastocado. Todo formaba parte de un universo que ya no tenía lugar en su historia. El reino del orden nuevo se materializó ante sus ojos. Atacado por la contundencia de la realidad, Ángel se dejó caer al suelo, llorando desconsolado, mientras algunos transeúntes miraban pasmados y la paz ciudadana acudió a socorrerlo.