miércoles, 7 de septiembre de 2022

-Pucha profe, me siento mal-, me dijo un cabro en la mañana, después de terminada la clase. Estaba apoyado sobre la baranda, mirando hacia el patio. -¿Qué le pasó?-, le pregunté preocupado. -Me gusta una niña de otro curso, y no cacho cómo declararme-, me dijo. -¿Qué hago?-, preguntó, solicitando mi ayuda. Francamente, no sabía qué decirle. Por mi momento, pasó por mi mente la idea de "estudie mejor", pero sabía que, por muy irónico que fuese, sería anticlimático, así que opté por darle un consejo al uso. -Juéguesela-, le dije. -Vaya y converse con ella primero, a ver cómo le va-. El cabro asintió mi consejo, no demasiado convencido, aunque agradeció el gesto final. Quién sabe si ese dicho tan genérico le haya servido de algo, porque, a la larga, para él, la niña, en ese instante, era más que el solo deseo: era, tal vez, su posibilidad romántica y, por qué no, su experiencia iniciática en la turbulencia sentimental. Le tocará a él darse cuenta de aquello que está del otro lado de la mera pasión: dolor y aprendizaje.

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