sábado, 5 de diciembre de 2020

El Calita

En el cementerio, luego de visitar a un primo, nos habló un caballero cuidador de autos llamado “El Calita", mientras buscábamos espacio para estacionar el auto. Le buscó conversa al chofer. Básicamente pedía poder custodiar el auto a cambio de unos cuantos pesos. La regateaba señalando que él trabajaba desde hace casi cincuenta años afuera del cementerio, en diversas labores, entre ellas la de cuidar los vehículos de los visitantes y la de lavarlos cuando se diera la oportunidad. Según decía, vivía prácticamente de la caridad y no tenía, por ende, un sueldo fijo. El Calita no dio mayores detalles sobre su pasado, pero profundizó en los aspectos de su vida que pudieran inspirar compasión para obtener la ganancia del día. El chofer le asentía a ratos, a medida que El Calita continuaba regateando, inspirado en la naturaleza de su propia historia.

De repente, y no recuerdo en qué instante, sale a colación una frase respecto al temor. El Calita repitió, en ese momento, enfático, que más valía temerle a los vivos que a los muertos, porque los muertos no podían defenderse. Esa frase al parecer la dijo cuando señaló que también rondaba de noche el cementerio, cuando ya no quedaba nadie y la atmósfera silenciosa y lúgubre lo inundaba todo.

A esas alturas, a pesar de lo incomprensible de sus dichos, El Calita ya se había ganado los pesos que esperaba. Entonces el chofer le dio unas monedas para poder almorzar. Luego se dirigió a mí, en el asiento trasero, y volvió a repetir la historia del temor. No tenía el suficiente sencillo, así que tuve que negarle la propina. De todas formas, El Calita se fue agradecido, aprontándose a comprar algo para comer y continuar con la laboriosa jornada bajo el sol.

Los visitantes comenzaban a poblar poco a poco el cementerio, cerrado e imperturbable durante toda la cuarentena. Al entrar, de cierto modo, estábamos perturbando la calma de los muertos descansando para siempre, aunque fuese con la mejor de las intenciones. Había que tenernos miedo a los vivos, sencillamente porque nuestros muertos no pueden defenderse de nada. Una paz incorregible, sin embargo, los protegía de la inclemencia de la vida. Eso, según se dice, El Calita ya lo sabía de sobra. Él, como un vivo más, igual que nosotros, podía dar fe respecto al temor infundado hacia los muertos. Definitivamente, los vivos, por la sencilla razón de serlo, podíamos ser capaces de todo o de nada. Teníamos todo el camino por delante, y a lo sumo, el final, esperándonos paciente.

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